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  • ¿Qué les está sucediendo a las ciudades?
    ¡Despertad! 1976 | 8 de abril
    • ¿Qué les está sucediendo a las ciudades?

      “¡HUELGA! ¡Huelga! ¡Nos declaramos en huelga!” Las voces masculinas que llenaron las cámaras legislativas de San Francisco, California, con esas palabras repetidas al unísono eran las voces de policías que nunca antes habían hecho cosa semejante en la historia de la ciudad.

      Antes que rompiera el alba aquel lunes nublado de agosto de 1975, dos policías habían sido atropellados por el coche de un automovilista airado, y otro policía fue golpeado con un palo de béisbol. El fuego de tiradores apostados llovía sobre otros, lo cual provocó en el acto el espectáculo de policías apagando a balazos los faroles de las calles para no ser blancos iluminados. Y la gente se aprovechó de la ausencia de la policía... desde infracciones de estacionamiento hasta asesinato.

      Detrás de este desorden, y de una huelga de bomberos que también amenazaba, había un tremendo desacuerdo en el nivel superior, entre el alcalde, supervisores municipales y los oficiales de la policía y bomberos: ¿Qué parte de los sueldos y otros costos municipales que subían a las nubes habrían de recibir los oficiales? y ¿deberían tener el derecho de declararse en huelga sobre esta cuestión los oficiales de la seguridad pública?

      “Una ciudad entera fue secuestrada y retenida para el pago del rescate,” comentó el columnista William Safire del Times de Nueva York. “Se pagó el rescate, y ahora los concusionarios patrullan las calles de la ciudad, cuidando de que ninguna otra persona viole la ley.”

      Por otra parte, hay cada vez más ciudades en que los gremios de personas empleadas en servicios públicos dicen que, deplorablemente, no hay otra manera de lograr lo que ellos creen que merecen. Por lo tanto, huelgas paralizadoras de empleados municipales, a pesar de ser ilegales en muchos lugares, azotan a ciudad tras ciudad a medida que vencen los contratos.

      Aprieto de dinero

      Hay problemas mucho más profundos que yacen bajo estos síntomas visibles. Muchas ciudades grandes de los Estados Unidos y de otros países se hallan en un aprieto que ha venido a llamarse un “tornillo financiero”: Por una parte, la paga cada vez más alta en que insisten los empleados públicos eficazmente organizados y el costo elevadísimo de todo lo que una ciudad tiene que comprar, y, por la otra parte, los crecientes números de residentes pobres de la ciudad que requieren cada vez más servicios aunque los ingresos de la ciudad estén menguando.

      A principios del año pasado este “tornillo financiero” se apretó hasta que la ciudad de Nueva York, la llamada “capital financiera del mundo,” se halló en un agarro mortífero. Los gastos de la ciudad habían aumentado a más del triple en diez años. Aun después de eliminar de sopetón miles de trabajos municipales y de los frenéticos esfuerzos que la rápidamente formada Corporación de Socorro Municipal hizo por reunir fondos, la ciudad siguió de semana en semana bajo la amenaza de derrumbe financiero. Y cuando el Estado de Nueva York intervino para ayudar, su propia integridad financiera inmediatamente empezó a desmoronarse.

      Las ondas de choque económicas se extendieron rápidamente. La revista Business Week declaró lo siguiente:

      “Los problemas de la Ciudad de Nueva York están envenenando el pozo para todos. . . . Ya hay estados y ciudades —hasta algunos que no se hallan en apuro financiero— que están topando con dificultades al tratar de conseguir dinero prestado, y están pagando precios más altos cuando logran conseguirlo. . . . muchos estados y ciudades quizás descubran que están deslizándose inexorablemente al mismo dilema en que está la Ciudad de Nueva York: o reducir los gastos y los servicios . . . o ver desplomarse su andamiaje financiero que está haciéndose cada vez más inseguro.”

      Los angustiados gritos por ayuda federal provocaron la siguiente pregunta en otra revista que trata de asuntos financieros: “El tío Sam puede afianzar a Nueva York, pero ¿quién afianzará al tío Sam?” (Forbes, 1 de julio de 1975, pág. 42) ¡El gobierno federal de los Estados Unidos ya les debe a sus acreedores casi dos veces más de lo que percibe anualmente de los impuestos, mientras que la ciudad de Nueva York debe un poco más de los ingresos de un año!

      Además, gran parte del sistema económico del mundo está fundado de igual manera: sobre capa tras capa de crédito. Y según el parecer de muchos analistas, Nueva York refleja en miniatura la estructura de crédito del mundo. “Crédito es fe,” hizo notar un funcionario de Nueva York. “La fe depende de la capacidad contributiva del prestatario. Si un prestatario importante como Nueva York no cumple, eso afecta las transacciones de crédito en todas partes.”

      Detrás de este dilema financiero trascendente hay varios problemas municipales cuyas raíces profundas rehúsan desaparecer. Los barrios bajos que van extendiéndose lentamente aceleran la huida de la “clase media” a los suburbios, los empleados públicos se hacen más militantes, las nóminas de los que reciben beneficencia aumentan desmedidamente, las viviendas se deterioran, la contaminación se difunde y el crimen y la violencia medran. Estos problemas tienden a concentrarse en las ciudades grandes a un grado que excede por mucho lo que pudiera atribuirse solo a su población elevada, y en muchas ciudades estos problemas empeoran.

      Una enfermedad mundial

      “Nueva York simplemente fue la primera que sufrió el azote,” dijo Henry W. Maier, alcalde de Milwaukee. “Todas las ciudades grandes van por el mismo rumbo que Nueva York. Solo es asunto de tiempo.” Y las ciudades de los Estados Unidos no son las únicas en esta situación. Por ejemplo, el Daily Yomiuri del Japón informa que centenares de ciudades de esa nación están “a punto de ‘quebrar,’ con gastos que aumentan incontrolablemente.”—5 de octubre de 1975, pág. 2.

      El alcance de los problemas de las ciudades grandes del mundo resalta cuando se considera que en los veinticinco años que han transcurrido desde 1950 ha habido 116 ciudades por todo el mundo que han ingresado en la categoría de poblaciones de “un millón,” en contraste con solo setenta y cinco ciudades que alcanzaron ese tamaño en todos los siglos anteriores. Estas metrópolis están brotando con mayor rapidez en los países del “tercer mundo” que son los que menos pueden enfrentarse a ello. Muchas de estas ciudades no solo reflejan los problemas a los cuales se enfrentan las ciudades de Occidente, sino también otros problemas que les atañen singularmente a su propia cultura.

      “La situación es tal que ya una tercera parte de la gente que vive en Manila, Caracas, Kinshasa y El Cairo no son ciudadanos sino intrusos ilegales que viven en carpas, chozas de lata o casuchas sin agua o desagüe,” informa el Journal de Milwaukee. “Los peritos no ven alternativa... los barrios bajos y los sectores de casuchas y escualidez llegarán a ser la forma dominante de vida en las ciudades de muchos países antes de 1980.”

      Sin embargo, una mirada retrospectiva revela que a menudo la vida en las ciudades fue muy diferente en el pasado. Kunle Akinsemoyin escribió lo siguiente para el Sunday Times de Lagos, Nigeria: “Recuerdo muy bien cuando la isla de Lagos era el orgullo de Nigeria. Eso fue en los días cuando era muchacho, hace unos 40 años o más. . . . la gente era amigable, presta para ayudar, cortés y hospitalaria.” Ahora él dice tristemente que la ciudad en que se crió está “adquiriendo rápidamente la reputación de ser una de las capitales más sucias del mundo.”

      Probablemente un sinnúmero de ancianos que han vivido muchos años en las ciudades hallen que sus reflexiones cuadran con las del Sr. Akinsemoyin. ¿A qué se debe que muchos centros de civilización que antes eran vibrantes se enfrentan a reveses serios? ¿Tienen algún defecto fundamental las ciudades grandes?

  • Por qué el derrumbe de las ciudades grandes
    ¡Despertad! 1976 | 8 de abril
    • Por qué el derrumbe de las ciudades grandes

      ALLÁ en 1913, el sociólogo inglés Patrick Geddes presentó la teoría de que las ciudades grandes pasan por cinco etapas:

      1. Polis—ciudad primitiva

      2. Metrópoli—ciudad grande pero sana

      3. Megápoli—ciudad insalubre, de tamaño mayor que el ordinario, con grandes ilusiones

      4. Parasitópoli—ciudad parasítica que agota poco a poco a su nación

      5. Patópoli—ciudad enferma, disminuyendo, moribunda

      Al parecer de muchos, ciudades como Nueva York ya revelan los síntomas de la cuarta etapa, ya han empezado a extraerle las fuerzas a la nación. Otros temen que también se dejan ver aspectos de la etapa final. Ahora mismo, a la manera del cáncer, una enfermedad municipal —el lento, persistente deterioro urbano— está disminuyendo y erradicando los corazones de muchas ciudades estadounidenses a medida que las familias de ingresos medianos y de ingresos más altos huyen a los suburbios.

      En algunas ciudades grandes de los Estados Unidos las poblaciones que viven dentro de los límites sujetos a impuestos realmente están disminuyendo al “tamaño más pequeño que han tenido en este siglo,” según la información de un censo reciente. “Las poblaciones de Boston, Pittsburgo y Jersey City no han estado tan reducidas desde 1900. . . . La población de Nueva York ha disminuido casi al nivel de 1940.”—U.S. News & World Report, 1 de septiembre de 1975, pág. 64.

      Fastidiados cada día más con la existencia en las ciudades grandes, los ciudadanos, comercios e industrias contribuyentes están huyendo de las zonas centrales de las ciudades grandes a los suburbios no contribuyentes y a más allá. Por ejemplo, en la huelga de la policía de San Francisco, un punto molesto fue el hecho de que más de la mitad de los que insistían en más paga vivían fuera de los límites de la comunidad contribuyente. Y aunque la población contribuyente de Nueva York ha bajado a mucho menos de ocho millones, algunos calculan que hay por lo menos otros diez millones de personas que viven fuera de la ciudad que de alguna manera sacan provechos económicos de ella.

      Un ciclo vicioso

      Así se ha desarrollado un “ciclo vicioso” que subsiste de por sí: pérdida de contribuyentes, impuestos más altos, pérdida de más contribuyentes, y así sigue. Cuando las familias más prósperas y las industrias se mudan de la ciudad, llevando consigo los impuestos y los trabajos, los que quedan son los pobres, los desempleados, los ancianos y las minorías que tienen la menor capacidad contributiva. El alcalde Maier de Milwaukee dijo: “Nosotros, a la par con otras ciudades, nos dirigimos cada vez más definitivamente . . . hacia una concentración siempre mayor de pobres y relativamente pobres en las ciudades centrales de los Estados Unidos.”

      Entretanto, el costo de los acostumbrados servicios municipales, así como de los programas para los crecientes números de pobres y desempleados, sigue subiendo a las nubes. A la vez que los gastos de la ciudad de Nueva York para todo propósito aumentaron durante los pasados diez años a tres veces lo que habían sido, ¡los costos de la beneficencia aumentaron a un paso casi dos veces más rápido!

      Para compensar esto, las ciudades les aumentan los impuestos a los propietarios, comercios e industrias que todavía están allí... lo cual anima a éstos a irse también. San Francisco ha tenido que aumentar el impuesto medio a la propiedad hasta que ahora es más de cuatro veces lo que era en 1950... un aumento dos veces más rápido que el aumento en el coste de la vida.

      Pero para algunos la imposición de impuestos tan elevados hace que el ser dueño de viviendas pierda todo provecho, y esto, a su vez, apresura la decadencia urbana. Según cálculos que se han informado, los dueños de apartamentos en Nueva York abandonarán 50.000 unidades de habitación en 1976, ¡después de haber abandonado anualmente unas 35.000 unidades en años recientes! La ciudad no solo pierde los impuestos de estas propiedades, sino también los residentes que se han ido de lo que ahora son manzana tras manzana de tierra cubierta de ripios y edificios cuyo uso está prohibido oficialmente... lo cual alimenta al “ciclo vicioso.”

      Cuando los comercios e industrias que pagan elevados impuestos optan por mudarse también, los ingresos procedentes de los impuestos no es lo único que llevan consigo. Por ejemplo, los informes indican que desde 1969 la ciudad de Nueva York ha perdido constantemente medio millón de trabajos fabriles —y trabajadores contribuyentes— debido a comercios que se han mudado. Pero los funcionarios municipales dicen que la alternativa de impuestos más altos es la reducción de servicios municipales. Tales reducciones hacen a las ciudades grandes aun menos deseables... y como resultado más contribuyentes de la “clase media” e industriales son impulsados a huir.

      Se ve, pues, que los problemas urbanos tienden a concentrarse en las ciudades grandes y alcanzan un tamaño desproporcionado que no puede atribuirse solamente al hecho de que tienen poblaciones mayores. Pero hay otras presiones que también tienen que ver con este “ciclo vicioso” de los problemas económicos de las ciudades grandes. Entre éstos están . . .

      . . . Minorías

      Las ciudades grandes tienden a amontonar a las minorías y a las personas económicamente desprovistas todas juntas en las viviendas más viejas y decaídas y en los “edificios gubernamentales de bajo alquiler,” o, en algunos países, en los barrios de chozas que los residentes mismos erigen. Son bien conocidos los efectos de concentrar a las minorías de esta manera. Por ejemplo, un informe de Suecia hace notar que las zonas que rodean los proyectos de “renovación urbana” realizados por sus ciudades grandes son “tradicionalmente barrios bajos y decadentes, donde están destinados a vivir los social y económicamente incapacitados y los inmigrantes recién llegados. Estas zonas llegan a ser lugares frecuentados por los alcohólicos y los morfinómanos”... además de requerir el constante gasto de ingresos municipales.

      El crecimiento de las comunidades negras y de otros grupos étnicos en las ciudades estadounidenses ha creado problemas de viviendas insolubles. Los prejuicios y temores profundamente arraigados han acelerado el éxodo de los blancos a los suburbios, y esto ha creado otro problema para las ciudades grandes: la segregación de hecho. Los esfuerzos que se han hecho con la buena intención de proporcionar a los negros las mismas oportunidades educativas que a otros por medio de transportar en autobús a los alumnos entre las dos comunidades han tenido poco éxito, y a la vez han hecho que muchos blancos se muden a sitios aun más alejados en los suburbios y hasta más allá.

      . . . Crímenes

      La pésima situación de las viviendas y los vecindarios atestados tienden a engendrar mucho más crimen, como promedio, en las ciudades grandes que el que normalmente afecta a las zonas alejadas de los centros. Por ejemplo, Alemania Occidental informa que, como promedio, casi dos veces más personas son afectadas por crímenes en las zonas densamente pobladas que en el país en conjunto. ¡Sin embargo, como promedio, hay casi tres veces más policías asignados para proteger a las personas de esas mismas ciudades! ¿Entiende por qué muchas personas prefieren “escapar” de las ciudades grandes?

      Por tener más casos de los que pueden atender, los tribunales de las ciudades grandes realmente han estimulado el “ciclo vicioso” de problemas relacionados con los crímenes en las ciudades. La concentración de los crímenes produce tantos casos que en muchas ciudades estadounidenses la “defensa negociada” ha llegado a considerarse imprescindible. Esto significa que a los criminales se les deja declararse culpables de ofensas menores que las acusaciones originales que se hicieron contra ellos a fin de evitar inmensas cantidades de juicios que consumen tanto tiempo. Como resultado, a menudo sucede que dentro de poco los criminales —hasta asesinos— andan de nuevo en las calles de las ciudades.

      . . . Empleados públicos militantes

      A medida que los crímenes aumentan y las ciudades se deterioran, se necesitan más policías y bomberos, así como también más empleados para encargarse de los crecientes programas de beneficencia y otros programas. Por ejemplo, antes que se realizaran las recientes reducciones en el número de empleados municipales en la ciudad de Nueva York, éstos habían aumentado en quince años de unos 200.000 a más de 300.000... ¡pero la población de la ciudad apenas había cambiado!

      A fin de conseguir compensación por el acrecentado peligro que afrontan y para neutralizar el elevado coste de la vida, los empleados de seguridad pública, como los policías y bomberos, y hasta los basureros, se han valido del carácter imprescindible de sus servicios como un poderoso instrumento para negociar sus demandas de mayores sueldos y beneficios. Por lo general, la mera amenaza del caos que habría sin sus servicios ha bastado para subir sus sueldos mucho más rápidamente que los de la mayoría de otros obreros. Por ejemplo, aunque en veinticinco años el coste de la vida aumentó más o menos a dos y un cuarto veces lo que era en 1950, ¡los sueldos y beneficios de los policías y bomberos de San Francisco aumentaron a unas siete veces lo que eran en 1950! Muchas otras ciudades han sido igualmente liberales... pero alguien tiene que pagar la cuenta.

      . . . Contaminación

      Las personas que huyen a los suburbios para escapar la contaminación y otros problemas de las ciudades realmente han agravado el problema. El tráfico de los que van a las ciudades grandes para trabajar se está haciendo “cada vez más intensa, y se mueve cada vez más despacio,” hace notar un informe reciente de Suecia que es típico de muchas ciudades. Los proyectos de ‘transportación en masa’ han hecho poco para refrenar la contaminación. “El persistente embotellamiento del tráfico desbarata un sueño de los urbanistas... que el tránsito rápido ‘haría que la gente dejara de usar sus autos y abandonara las autopistas.’”—Times Magazine de Nueva York, 19 de octubre de 1975, pág. 84.

      Un informe de la Academia Nacional de Ciencias revela que aunque las normas del gobierno federal de los Estados Unidos han producido alguna mejora, el aire del campo todavía es ‘muy superior al aire de la mayoría de las ciudades.’ La concentración de las industrias aumenta mucho la contaminación en las ciudades grandes. Pero las ciudades necesitan las industrias debido a los trabajos e ingresos que suministran. A fin de sobrevivir, muchos comercios, ya azotados por la depresión, están tratando de conseguir un aflojamiento de las normas sobre la cualidad del aire por ser tan costoso lo que se exige para cumplir con ellas, y así se mantiene a la contaminación como parte del “ciclo vicioso” de las ciudades menguantes.

      . . . Deshumanizando a la gente

      Parece que el apretar a la humanidad en grandes masas acentúa lo peor en muchas personas. En vez de servir los lugares estrechos para unir a los individuos en relaciones personales cordiales, con más frecuencia producen lo contrario. Un informe de Londres relata que “personas enfermas y ancianas mueren solas en sus apartamentos y no se les descubre sino hasta después de semanas, porque nunca las visitaba nadie.” El informe añade: “Hace veinte años esto hubiese sido absolutamente imposible.” Los que viven en otras ciudades grandes saben que Londres no es singular en cuanto a esto.

      Los niños también sufren, encerrados como están dentro de los estrechos límites de los apartamentos y de las calles angostas de las ciudades. Pierden mucho del gozo que se halla en los ambientes rurales, el gozo del campo abierto, del descubrimiento, de la interacción con la naturaleza. A menudo el destruir cosas, el quebrantar y reventarlas es la manera que tienen de satisfacer la necesidad que sienten de excitación y experiencia. El consecuente vandalismo y los “esgrafiados” (escritura de nombres, obscenidades, etc., en paredes y otros lugares) aceleran el deterioro de las ciudades, y más semillas de crimen quedan sembradas.

      De esta manera muchas ciudades grandes del mundo se hallan atrapadas en un ciclo vicioso de fuerzas degenerativas que parecen alimentarse de sí mismas, empeorando constantemente. ¿Pero no están trabajando los gobiernos de las ciudades grandes para mejorar la situación?

      Gobierno municipal

      “No hay una ciudad grande en los Estados Unidos que se gobierne bien hoy día,” afirma Milton Rakove, profesor de ciencia política en la Universidad de Illinois, “y no es probable que pudiera hacerlo ciudad grande alguna, suponiendo que tuviese problemas de la misma clase que nuestras ciudades afrontan, que se hicieran las mismas demandas de sus sistemas político y gubernamental, y que esos sistemas no pudieran hacerles frente a esas demandas.”—Times de Nueva York, 23 de octubre de 1975, pág. 39.

      Muchos gobiernos de ciudades grandes se hallan impedidos por la falta de liderazgo estable y permanente. La revista Business Week dice esto de cierta ciudad tambaleante: “La dirigen funcionarios elegidos que, debido a la naturaleza de la política, a menudo tienen como filosofía de administración la actitud de ‘hoy aquí, mañana por allá.’”

      Este liderazgo transeúnte hasta puede tener un efecto corrosivo en los hábitos de los empleados municipales, cuya productividad, según se dice, es inferior a la de otros obreros. Hay que pagar a trabajadores adicionales para lograr el mismo trabajo, extrayendo más de los fondos municipales. ¿Por qué? Esta es la manera en que lo expresó un oficial de uno de los sindicatos más grandes de empleados municipales de los Estados Unidos: “Cuando el obrero municipal descubre que a la ciudad no le interesa cómo hace su trabajo, él pierde interés también. . . . Queremos sentir que se nos disciplina. La disciplina quiere decir que a alguien le importa. Lo que necesitamos es liderazgo.”

      Más bien que realmente importarles, muchos oficiales de motivación política tienden a “tirar dinero” a los problemas municipales con la esperanza de que desaparezcan. Por no llegar a la raíz de los problemas, sus programas superficiales, orientados al gasto de dinero, a menudo aumentan a proporciones tremendas y extraen de las ciudades su sangre vital. Las desastrosas consecuencias de estas prácticas ya se están sintiendo en varias grandes ciudades del mundo.

      Aun así, la mayoría de los gobiernos nacionales están listos para “afianzar” a las ciudades que se hallen en dificultades, transfiriendo así la tensión a la nación entera. Por lo tanto sería una exageración decir que todas las ciudades grandes se enfrentan a un inminente derrumbe económico. Algunas de ellas hasta pueden parecer habérselas con la situación. Pero el tiempo no está de parte de ellas.

      Bien pudiera decirse que el aprieto en que se hallan muchas ciudades grandes hoy día es igual al que se describe en este informe sobre la condición de las ciudades de la Gran Bretaña:

      “Su estructura está jironada y rota. Sus servicios por lo general están disminuyendo en alcance y en eficacia en un tiempo cuando se exige más de ellas. No es probable que el gobierno nacional rehúse ‘afianzar’ a las ciudades que quiebren tanto como Nueva York. Por eso parece probable que las ciudades seguirán con su lucha, con servicios cada vez menos eficaces a un costo cada vez mayor. Las normas de vida seguirán menguando así como lo harán los valores de la vida en las ciudades. Es muy probable que la vida en las ciudades, lo mismo que el tráfico, siga penosamente, disminuyendo su paso cada vez más.”

      ¿Quiere decir esto que la patópoli de la teoría de Patrick Geddes —la ciudad enferma, disminuyendo, moribunda— es lo único que les espera a las metrópolis de hoy día en el camino por el cual se dirigen? ¿No hay solución alguna para las ciudades grandes?

  • El único remedio para los problemas de las ciudades
    ¡Despertad! 1976 | 8 de abril
    • El único remedio para los problemas de las ciudades

      NO, EL remedio para las dificultades en que se hallan las ciudades grandes no es más dinero ni programas de dar. Esa clase de “ayuda” solo ha acelerado la ruina de las ciudades. No llega a los problemas fundamentales. Con demasiada frecuencia ha sucedido que los líderes municipales “consideran al barrio bajo como un distrito amurallado en el cual se puede arrojar un poco de dinero para mantenerlo quieto,” escribe Sol Linowitz, presidente del Ayuntamiento Federal de América. “Con ese punto de vista solo se invita el desastre.”

      Entonces, ¿cuál es el remedio? Bueno, según los peritos, hay que hacer algunos cambios fundamentales. “Los bonos u obligaciones [municipales] podrán ayudarnos a evitar un aplastamiento financiero,” dice el Sr. Linowitz. “Pero no habremos tratado con los problemas centrales de nuestras ciudades hasta que hayamos aprendido a idear otra clase de ligazón... una que ligue a la gente . . . en confianza y respeto mutuos.”—Times de Nueva York, 25 de octubre de 1975.

      Además, en una conferencia que se celebró recientemente en Houston, Texas, a la que asistieron centenares de científicos, eruditos y otras personas de importancia, se sugirió otro cambio básico. Según se informó, algunos peritos recomendaron con ahínco que, a fin de evitar un “futuro lóbrego, catastrófico . . . se le debe dar a la gente un incentivo para que salga de los tremendos centros urbanos y regrese a las zonas rurales y se ocupe en tareas más pequeñas y de labor más intensiva.”—U.S. News & World Report, 3 de noviembre de 1975, pág. 88.

      Pero, ¿cuándo cree usted que los moradores de las ciudades ‘aprenderán a idear ligazones de confianza y respeto mutuos’? O, ¿puede usted imaginarse que la mayoría de los negocios, industrias y gente de las ciudades volviera de buena gana a un modo de vivir menos dedicado a la producción y menos orientado a las conveniencias? Aun si los líderes políticos trataran de introducir estas innovaciones, habría fuerzas ajenas a su control que pondrían obstáculos. ¿Habrá algún lugar en que pueda hallarse la clase de liderazgo perspicaz y el poder que serían necesarios para hacer estos cambios trascendentes?

      Se necesita dirección superior

      Bueno, considere la Fuente de los ciclos naturales de la Tierra tan complejos y maravillosamente equilibrados. Cuando los hombres no se entremeten, el funcionamiento de estos ciclos es perfecto. ¿No es el poder y la inteligencia detrás de estos sistemas obviamente exitosos precisamente la clase de dirección que tanto necesitan los hombres y sus ciudades? El que tiene ese poder e inteligencia también puede hacer que la condición humana tenga buen éxito, porque Él es “el Formador de la tierra y el Hacedor de ella, . . . que no la creó sencillamente para nada, que la formó aun para ser habitada.”—Isa. 45:18.

      Es indiscutible que al diseñar la Tierra su Hacedor lo hizo con el propósito de que les sirviera a sus habitantes de hogar feliz y cómodo. Sin embargo, los habitantes han rechazado las normas del Creador y se han desviado de los patrones de vida que armonizan con los ciclos naturales de Su creación y han adoptado estilos de vida cada vez más artificiales. Pero, ¿cómo sería posible cambiar estos patrones de vida en las ciudades grandes ya que parecen estar tan firmemente “arraigados”?

      Bueno, puesto que el modo de vivir en las ciudades grandes es parte de un sistema de cosas mundial que no funciona bien, el único remedio estriba en reemplazarlo con un sistema global que sí funcione bien y para el provecho de todos. El Creador del hombre tiene propuesto tal nuevo sistema de dirección con la clase de liderazgo perspicaz y el poder que se necesitan para asegurar su buen éxito. La Biblia lo llama el “reino de Dios,” y Dios lo lleva a cabo por medio de su Hijo Jesucristo.—Mar. 1:15.

      Pero es obvio que este modo de dirigir los asuntos de la Tierra desde el cielo no tendrá buena acogida con los actuales cabezas de Estado hambrientos de poder ni con los orgullosos gobiernos municipales. Es por eso que la Biblia dice que el Reino, por el cual oramos, “no será pasado a ningún otro pueblo.” Más bien, “triturará y pondrá fin a todos estos reinos” antes de encargarse felizmente de los asuntos de la Tierra.—Dan. 2:44.

      Un nuevo modo de vivir

      Así el reino de Dios extirpará por completo todo vestigio del modo que este sistema decadente tiene de hacer las cosas. Tan diferente será la administración de la Tierra y habrá cambiado tanto la sociedad humana que la profecía bíblica la representa como una “nueva tierra,” sí, enteramente nueva. Dice que “la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.”—2 Ped. 3:7, 13; Rev. 21:1-5.

      Podemos estar seguros de que una de las cosas que habrán pasado que antes causaban clamor y dolor serán las gigantescas metrópolis con hilera tras hilera de casas de apartamentos de concreto y piso sobre piso de gente apiñada y desprovista de la luz del Sol, el aire fresco y la soledad, y, además, rodeada de ruido e irritación. Aunque no sabemos a qué grado prevalecerá la vida de comunidad para esa “nueva tierra,” sí sabemos que nunca volverá a permitirse que sea una fuente de opresión. Se nos da alguna indicación de esto en los tratos de Dios con los hombres en el pasado.

      Después que el diluvio del día de Noé limpió la Tierra, Dios volvió a declarar su propósito original para las criaturas humanas en la Tierra: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra.” Más tarde, ese propósito fue sometido a prueba cuando los hombres eligieron concentrarse en una ciudad grande. “Edifiquémonos una ciudad,” dijeron, y “hagámonos un nombre célebre, por temor de que seamos dispersados por toda la superficie de la tierra.” Dios manifestó su desacuerdo con ese modo de obrar cuando tomó medidas que realmente dispersaron “por toda la superficie de la tierra” a estos que aspiraban a edificar una ciudad grande.—Gén. 9:1; 11:4, 8.

      Además, la inspirada ley que más tarde gobernó a la nación de Israel tenía estipulaciones que no estimulaban a la vida en las ciudades grandes. Cualquier persona que viviera en uno de los pequeños poblados sin murallas de Israel y vendiera su casa, tal vez debido a un apuro económico, siempre tenía el indisputable derecho de recobrarla por compra. Y si el vendedor no podía rescatar su casa, ésta revertía a la familia de todos modos en el año de Jubileo que ocurría cada cincuenta años. Por otra parte, los que vivían en las ciudades grandes amuralladas solo retenían por un año el derecho de rescatar sus casas, después de eso todo derecho a la propiedad le pertenecía al nuevo dueño. Se ve pues que la localidad más rural era ventajosa.—Lev. 25:29-34.

      Considerando el punto de vista que Dios expresó en esos casos, parece indudable que un modo de vivir más agrícola predominará para la “nueva tierra” que pronto será realizada. La profecía bíblica describe la clase de existencia que Dios puede proveer con las siguientes palabras:

      “Ciertamente edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto. . . . La obra de sus propias manos mis escogidos usarán a grado cabal.”—Isa. 65:17, 21, 22.

      Además, hasta las actitudes de la gente reflejarán su nuevo ambiente y los justos procedimientos que lo regirán cuando Dios ‘haga nuevas todas las cosas.’ La confianza y respeto mutuos reinarán, “porque la tierra estará llena del conocer la gloria de Jehová como las aguas mismas cubren el mar.” Este es el único verdadero remedio para las grandes ciudades tan afligidas hoy.—Rev. 21:5; Hab. 2:14.

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