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  • Hiroshima... una experiencia inolvidable
    ¡Despertad! 1985 | 22 de agosto
    • Hiroshima... una experiencia inolvidable

      Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Japón

      POR años ha sucedido lo mismo. Exactamente a las 8.15 de la mañana, un silencio cae sobre la multitud reunida en el Parque de la Paz, en Hiroshima. La multitud guarda un minuto de silencio en memoria de aquel momento catastrófico de hace 40 años. El 6 de agosto de 1945, una bomba atómica explotó sobre Hiroshima, Japón. En un instante, la ciudad quedó devastada y unas 80.000 personas perdieron la vida. Tres días después, otra bomba atómica destruyó la ciudad de Nagasaki y mató a unas 73.000 personas.

      De todas partes del mundo, millares de personas vienen regularmente a conmemorar ese acontecimiento trascendental. Este año, además de los acostumbrados desfiles, oraciones, servicios de conmemoración, y así por el estilo, hay acontecimientos especiales como la Conferencia Mundial de Alcaldes por la Paz mediante la Solidaridad entre las Ciudades... una reunión de los alcaldes de veintenas de ciudades del Japón y de alrededor del mundo.

      Es patente que el Japón quiere que el mundo recuerde la lección de su pasado horripilante.

      Sobrevivientes cuentan su historia

      Se han empleado grandes cantidades de papel para registrar las desgarradoras historias de los que sobrevivieron a las bombas. Aunque la mayoría de los sobrevivientes son ahora de mediana edad, todavía tienen vívidos recuerdos de “aquel día”. He aquí sus historias, según se relataron a un corresponsal de ¡Despertad!

      Nobuyo Fukushima, quien recuerda bien su experiencia durante el estallido de la bomba en Hiroshima, relata: “Estaba limpiando las escaleras de mi casa cuando repentinamente un brillante destello y una terrible explosión me dejaron inconsciente. Cuando recobré el conocimiento, podía oír a mi madre que gritaba pidiendo ayuda. La casa estaba en ruinas. Creí que había ocurrido un terremoto. Cuando nos abrimos paso y salimos de la casa rumbo a la orilla del río, vi a muchos niños y a sus padres con la ropa reducida a jirones y pegada a la piel. No podía entender por qué tenían quemaduras tan graves.

      ”Cuando llegamos al hospital, este estaba atestado de gente. La cabeza y el rostro de muchas personas estaban cubiertos de sangre, mientras que otras tenían carne quemada que les colgaba en tiras. El cabello de algunas de ellas, chamuscado por el calor, estaba erizado. Otras, que tenían fragmentos de madera y de vidrio incrustados en el cuerpo, gemían profundamente. Tenían el rostro tan hinchado que era difícil distinguir entre una persona y otra. Todas parecían estar suplicando que se les diera agua, pero para cuando se les llevaba el agua, muchas ya no respiraban. Mi madre también murió tres meses después por los efectos de la bomba.

      ”La ciudad había llegado a ser un gran campo quemado completamente, donde solo aquí y allá entre las cenizas quedaba en pie una pared de hormigón que se desmoronaba. Por las noches había fuegos a la orilla del río donde se incineraba a los muertos. Recuerdo vívidamente el resplandor rojizo de las llamas y el horrible olor de los cuerpos quemándose, como si se estuviera asando a la parrilla pescado grasiento. Todavía me estremezco y me acongojo cuando pienso en ello”.

      Tomiji Hironaka fue uno de los soldados enviados a Hiroshima inmediatamente después del estallido de la bomba para sacar a cualesquier sobrevivientes de la cárcel de allí. Aunque había sido militar por muchos años, lo que vio en Hiroshima hizo que él viera claramente el horror de la guerra.

      “La carretera estaba repleta de camiones cargados de heridos. Las personas que todavía podían caminar se tambaleaban a lo largo de la orilla de la carretera. Muchas estaban casi desnudas, salvo en las partes donde trozos de tela se habían quemado y se habían adherido a la piel. Por todas partes había cadáveres amontonados, con la piel de un rojo vivo. Las orillas del río estaban atestadas de gente que trataba de aliviar el dolor de sus quemaduras. Entre ellas vi a una madre, llena de quemaduras rojas, sujetando a su bebé, también gravemente quemado, y tratando lastimosamente de amamantarlo. Recuerdo bien el intenso sentimiento que tuve entonces. ‘¡Detesto la guerra! ¡Detesto la guerra!’ No obstante, había participado en matar, y me preguntaba: ‘¿Qué clase de conciencia tengo?’. Estaba muy consciente de mi culpa por derramamiento de sangre.”

      Munehide Yanagi, un muchacho de 14 años de edad en aquel tiempo, sobrevivió milagrosamente al estallido de la bomba en Nagasaki. Estaba a solo 980 metros (3.200 pies) del lugar donde estalló la bomba. “Yo formaba parte del arreglo de movilización estudiantil que estaba asignado a construir refugios antiaéreos”, explica él. “Mientras estábamos trabajando, oí el zumbido de un avión grande que sonaba como un fuerte estruendo. Precisamente cuando me preguntaba si era un avión estadounidense, oí el grito: ‘¡Tekki!’ [‘¡Avión enemigo!’]. Soltamos las cosas que habíamos estado cargando y corrimos con todas nuestras fuerzas hacia el refugio.

      ”En el momento en que llegué a la barrera de hormigón enfrente del refugio antiaéreo, hubo un inmenso destello de luz azul blancuzca y una tremenda explosión que me lanzó inconsciente a la parte de atrás del refugio. Lo próximo que supe fue que me despertaron los gritos angustiosos de ‘¡Aigo! ¡Aigo!’ [una expresión coreana que indica profunda emoción]. Los gritos provenían de alguien que tenía el rostro tiznado por el humo y estaba tan gravemente quemado que era difícil saber si era hombre o mujer.

      ”Afuera se sentía como una hoguera. Vi a uno de mis condiscípulos que estaba gravemente quemado. Su ropa había quedado hecha jirones, y se le desprendía la piel. Una muchacha que había estado trabajando conmigo se había desplomado en la carretera... había perdido la parte inferior de las piernas y suplicaba que le dieran agua. Yo no sabía dónde conseguir agua, pero hice cuanto pude por animarla.

      ”El fuego asoló la ciudad. Vi postes telefónicos consumidos que se estrellaban contra la calle, un tren ardiendo en las vías, y un caballo convulsionando debido al calor. El fuego incontenible me obligó a meterme en el río. Tenía calor y estaba asustado. De algún modo llegué a casa.” Más tarde, las encías de Munehide empezaron a sangrar y él comenzó a padecer de diarrea. Incluso ahora tiene hepatitis crónica. Pero se considera afortunado en comparación con muchos a quienes él vio aquel día.

      Una lección para todos

      La experiencia de las explosiones de bombas atómicas ciertamente dejaron una cicatriz profunda en la mente y la conciencia de muchas personas. Hasta las que han visto los efectos secundarios de las explosiones han quedado profundamente impresionadas por el horror y la destructividad de la guerra.

      Hoy, 40 años después del acontecimiento, la tensión entre las naciones está aumentando, y las reservas de armas nucleares están creciendo. El temor a una tercera guerra mundial y a una destrucción nuclear se vislumbra muy real. Es comprensible que cada vez más personas por todo el mundo estén instando a todas las naciones y los pueblos a recordar la tragedia de Hiroshima y Nagasaki como una lección para todos. El aniversario 40 de Hiroshima es solo una de muchas expresiones de esa índole.

      Pero ¿han acercado el mundo realmente a la verdadera paz algunos de esos esfuerzos? ¿Bastan los horrores de la guerra nuclear —el dolor, el sufrimiento y la destrucción— para hacer que la gente repudie la guerra? En realidad, ¿qué efecto duradero tuvo la tragedia de Hiroshima y Nagasaki en el Japón como nación, en lo que tiene que ver con la búsqueda de paz?

  • Hiroshima... ¿ha sido en vano la lección?
    ¡Despertad! 1985 | 22 de agosto
    • Hiroshima... ¿ha sido en vano la lección?

      LA GENTE del Japón lloraba mientras permanecía cerca de sus receptores de radio aquel mediodía del 15 de agosto de 1945. Escuchaba la voz de su emperador: “Es según los dictados del tiempo y el destino que Nosotros hemos decidido preparar el terreno para una grandiosa paz para todas las generaciones por venir al aguantar lo insoportable y sufrir lo que es insufrible”.

      Apenas había transcurrido una semana desde que el pueblo japonés había oído que cierto tipo de bomba nuevo había devastado a Hiroshima y a Nagasaki. Ahora se le dijo que la guerra en el Pacífico había terminado... y ellos habían perdido. Había lágrimas de tristeza, pero también lágrimas de alivio.

      La guerra había costado muchísimo. La gente estaba agotada física y emocionalmente; el país, asolado. Más de tres millones de japoneses habían muerto en la guerra, y 15.000.000 habían quedado sin hogar. Noventa ciudades principales habían sido bombardeadas repetidas veces, y dos millones y medio de edificios y hogares habían sido destruidos. Tokio había sido reducida a montones de cenizas y escombros; su población, diezmada por la guerra. Esa fue la tragedia de la derrota... un momento sombrío en la historia de la tierra del Sol naciente.

      Esfuerzos por renunciar a la guerra

      En medio de las ruinas de la derrota, es fácil ver que la guerra es inútil, un desperdicio de vidas humanas y bienes preciados. Así que, inmediatamente después de la guerra, el Japón volvió a redactar su constitución de acuerdo con principios democráticos y renunció a la guerra para siempre. El artículo 9 de la nueva constitución dice:

      “Aspirando sinceramente a una paz internacional basada en la justicia y el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o el empleo de la fuerza como medio de resolver conflictos internacionales.

      ”A fin de lograr el objetivo del párrafo precedente, las fuerzas terrestres, marítimas y aéreas, así como otro potencial bélico, nunca serán mantenidas. El derecho de beligerancia del Estado no será reconocido”.

      En vista de esa denodada y noble declaración, parecería que el Japón había aprendido una lección. El pueblo japonés ciertamente tiene una fuerte aversión a la guerra y un temor, en particular, a la guerra nuclear. El país ha adoptado una norma de tres aspectos con relación a las armas nucleares: no fabricarlas, poseerlas ni permitirlas en el país. Cada año, centenares de miles de japoneses se reúnen a través del país para organizar manifestaciones de protesta contra las armas nucleares. Las armas nucleares nunca deberían utilizarse de nuevo... ¡en ningún sitio!

      Una asombrosa rehabilitación... ¿de qué?

      Ahora, 40 años después de lo ocurrido en Hiroshima, el contraste de la esplendorosa opulencia del Japón del día moderno es casi increíble. Sin la carga de gastos militares, el Japón ha podido dedicar sus recursos a la reconstrucción de sí mismo. Hoy hay hermosos hogares y rascacielos con acondicionadores de aire donde una vez estaba todo en ruinas. Automóviles lustrosos, personas bien vestidas y restaurantes caros contrastan con la pobreza y el sufrimiento de los años siguientes de la posguerra. Las tiendas están bien surtidas con todo tipo de artículos lujosos, y las fábricas están produciendo a raudales un sin fin de productos para el uso doméstico y para la exportación. Sí, el Japón se ha convertido en una de las naciones más prósperas del mundo.

      Pero ¿qué ha traído consigo la prosperidad material? ¿Ha borrado de la mente de la gente el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki la seguridad económica? ¿Ha desaparecido el aborrecimiento de la guerra junto con las cicatrices de la guerra?

      Encuestas recientes indican que, aunque el pueblo japonés todavía quiere que su gobierno permanezca sin poder nuclear, hay pesimismo en cuanto al futuro. La mitad de los entrevistados temen que pudiera haber una guerra nuclear. Además, una creciente cantidad de ellos opina que el Japón se convertirá en potencia nuclear dentro de los siguientes diez años. ¿Por qué teme esto la gente? Bueno, considere los desenvolvimientos progresivos.

      Después de la guerra se estableció una Reserva Policíaca Nacional de 70.000 soldados de infantería armados. Más tarde, estas fuerzas se ampliaron a 250.000 hombres, agrupados en un pequeño ejército, marina y fuerza aérea, y se les llamó jieitai, o Fuerzas de Defensa Propia. Con todo, el presupuesto militar del Japón era meramente 1 por 100 de su producto nacional bruto. Pero con el aumento de las tensiones en muchas partes del mundo, el Japón está siendo aguijoneado para ensanchar su capacidad y sus gastos de defensa.

      Hace poco, el primer ministro Nakasone declaró su intención de convertir el Japón en “un gran portaaviones”. A pesar de la opinión pública, se están haciendo planes para aumentar los gastos de defensa hasta 7 por 100 en 1985. Y —según el periódico The Daily Yomiuri— el Japón se ha comprometido a llevar a cabo un plan quinquenal (1986-1990) de aumento sistemático y continuo de los medios de defensa... en soldados, buques de guerra, submarinos y aviones.

      No solo se ven cambios en la política del gobierno, sino también en la actitud de la gente para con la guerra. En 1970, uno de los disturbios políticos más traumáticos de la historia del Japón se desencadenó cuando se renovó el tratado de seguridad militar posbélico... por el cual los Estados Unidos suministrarían protección en tiempo de crisis a cambio del establecimiento de bases militares en el Japón. Sin embargo, cuando el tratado se renovó de nuevo en 1980, no hubo siquiera una manifestación importante de protesta.

      El hecho es que hoy día en el Japón pocas personas menores de 50 años de edad recuerdan la guerra, o les interesa hablar de ella. Algunos ven en la cuidadosa redacción revisada de libros de texto para niños de edad escolar el esfuerzo de eliminar completamente hechos importantes que llevaron a aquella terrible guerra. Tal como las olas eliminan poco a poco las pisadas en una playa arenosa, así las condiciones mundiales cambiantes afectan los puntos de vista políticos de la gente. Algunas preguntas importantes que hay en la mente de muchos son: ¿Qué haría el Japón precisamente en una emergencia futura? ¿Entraría el Japón en guerra de nuevo si la razón pareciera correcta? ¿Ha sido en vano la lección de lo ocurrido en Hiroshima?

      Solo el tiempo dirá qué derrotero seguirá la nación en conjunto. Pero muchas personas del Japón ya han tomado una decisión personal al respecto. Una de ellas estaba en la cárcel de Hiroshima en el mismísimo momento en que estalló la bomba atómica, pero sobrevivió a aquella destrucción en una de las celdas profundas de la cárcel. Él no estaba en la cárcel por haber cometido algún delito. Más bien, se oponía por conciencia a participar en la guerra. Era testigo de Jehová.

      Mediante un estudio de la Biblia, él había aceptado el punto de vista de Dios tocante a las guerras peleadas por los hombres y había aprendido que el Reino de Dios es el único medio por el cual puede lograrse verdadera paz. (Véanse Isaías 2:4; Daniel 2:44.) Debido a predicar este mensaje por amor a Dios y a su semejante, se le encarceló allí.

      Hoy hay más de 100.000 personas como él en el Japón, que están ocupadas predicando “estas buenas nuevas del reino” (Mateo 24:14). Muchas de ellas han pasado personalmente por los horrores de Hiroshima y Nagasaki. Cómo permitió una de ellas que aquella experiencia extraordinaria la moviera a buscar algo mejor —y lo que ella halló— es una historia que le invitamos a leer.

      [Fotografía en la página 7]

      La Hiroshima del día moderno; la parte inferior izquierda de la fotografía muestra la misma sección de la ciudad que se ve en la página 4 (desde la dirección opuesta)

  • ¡Las heridas de Hiroshima han desaparecido!
    ¡Despertad! 1985 | 22 de agosto
    • ¡Las heridas de Hiroshima han desaparecido!

      Según lo relató Taeko Enomoto, de la ciudad de Hiroshima

      UN DESCONOCIDO llegó a nuestra casa con una camisa quemada y hecha jirones que había llevado puesta un muchacho de edad escolar. Lo único que quedaba de la camisa era el cuello junto con la parte superior de esta. Pero todavía se podía leer claramente en el frente de la camisa el nombre Miyakawa Shiro. Aquella era la camisa de mi hermano.

      La mañana del 6 de agosto de 1945, como de costumbre, me fui a trabajar. Como muchacha típica de 19 años de edad, me había contagiado de la fiebre patriótica que dominaba al país en aquel tiempo y me había unido al Cuerpo de Mujeres Voluntarias. Mi hermano, quien todavía era de edad escolar, había ido al centro de la ciudad para trabajar. Mi padre había muerto peleando en Manchuria. Por esto mi madre quedó sola en casa.

      Temprano aquella mañana se habían divisado unos aviones militares enemigos cerca de Hiroshima, y se habían dado toques de alarma tocante a un ataque aéreo. Mientras terminábamos nuestros ejercicios militares y estábamos a punto de entrar en el edificio, una tremenda explosión estremeció la zona. Todo cuanto había delante de mis ojos se puso completamente rojo. El calor procedente del estallido me dio la sensación de que había caído dentro de un horno caliente... en ese momento quedé inconsciente.

      Tan pronto recobré el conocimiento, pensé en mi familia. Aunque era pleno día, el velo de partículas radiactivas producido por la bomba hacía que las cosas parecieran horripilantes. Pronto comenzó a caer una lluvia de partículas negras como el hollín, y continuó cayendo por casi dos horas. Lo que vi de camino a casa fue espantoso. Había personas a quienes les chorreaba sangre del cuello y otras que se cubrían los ojos con las manos mientras les fluía sangre entre los dedos. Vi a muchas que tenían el cuerpo entero rojo como una brasa. A algunas les colgaba de las puntas de los dedos la piel de las manos y los brazos, mientras que otras arrastraban la piel que se les había desprendido de las piernas. Había personas que tenían el cabello rizado y de punta.

      Cuando llegué a casa, hallé el entero vecindario, incluso nuestra casa, aplanado por el estallido. ¡Qué alegre me sentí de encontrar a mi madre todavía viva, aunque estaba gravemente herida por los fragmentos de vidrio que habían salido volando! Pero ¿qué le había ocurrido a mi hermano? Decidimos esperar hasta la madrugada del día siguiente antes de ir a la ciudad a buscarlo.

      La búsqueda para hallar a mi hermano

      Al ver la ciudad el día siguiente me di cuenta de que aquello no había sido sencillamente otro ataque aéreo. Aquella bomba había sido grande. La devastación no tenía precedente.

      A lo largo del puente que conducía a la ciudad estaban amontonados los cuerpos carbonizados de los que habían muerto, lo cual dejaba solo un pasaje estrecho en el centro. A veces oía gemidos que provenían de entre los cuerpos amontonados, y de vez en cuando había movimientos repentinos entre ellos. Sin pensar, me acercaba de prisa para ver si era mi hermano. Pero todos estaban tan quemados e hinchados que era difícil saber quiénes eran. Cuando llegaba a los diferentes centros encargados de ayudar a las víctimas a establecerse en otros lugares, yo gritaba el nombre de mi hermano, pero él no aparecía.

      Después de dos o tres días, la gente comenzó a preparar listas de los difuntos. Los soldados reunían los cuerpos carbonizados, les echaban gasolina y los incineraban. Se podía hacer muy poco a favor de los heridos y los moribundos. Se les daba un poco de agua y una ración diaria de una bola de arroz. No había ni equipo ni tratamiento médico para ellos.

      Dentro de unos días, el cabello de la gente empezó a caerse. Se veían moscas y gusanos moverse en las heridas abiertas de los que estaban demasiado débiles para limpiarlas. El hedor de los cadáveres ardientes y las heridas desatendidas viciaban el aire. Pronto, aparentemente sin ninguna razón, los que estaban lo suficientemente saludables como para cuidar de los heridos empezaron a morir, uno a uno. Evidentemente habían sucumbido a los efectos de la radiación. Yo también comencé a experimentar diarrea, debilidad y trastornos nerviosos.

      Después de una búsqueda de casi dos meses, finalmente me enteré de lo que le había ocurrido a mi hermano. El desconocido que mencioné antes vino a vernos. Nos explicó que había dado agua a un muchacho que estaba gravemente quemado y ciego por la bomba. Cuando finalmente murió mi hermano, esta persona fue lo suficientemente amable como para quitarle la camisa y tomarse la molestia de buscarnos y traérnosla.

      El efecto que todo eso tuvo en mí, una muchacha de 19 años de edad, fue traumático. Perdí la fortaleza para pensar en cosa alguna. También perdí todo sentido de temor. Sencillamente lloré y lloré. Cada vez que cerraba los ojos, veía a las víctimas, que tenían miradas perdidas en el rostro, vagar a la deriva en la penumbra. ¡Cuánto detestaba la guerra! Odiaba a los estadounidenses por dejar caer la bomba, y odiaba a los líderes japoneses por permitir que la guerra llegara hasta ese extremo.

      Hallé algo mejor

      Durante los siguientes diez años me casé y con el tiempo tuve tres hijos. Pero mi corazón continuaba ardiendo de odio. Aunque quería desesperadamente deshacerme de aquellos sentimientos, me preguntaba cómo podría yo olvidar alguna vez todo aquello.

      Probé diferentes grupos religiosos y me uní a la religión Seicho No Ie, pues ellos parecían ser los más amorosos y generosos. Pero no pudieron darme respuestas satisfacientes. Cuando preguntaba por qué tuvo que morir mi hermano, solamente decían: “Las personas que hacen cosas buenas mueren jóvenes. Ese era su destino”.

      Luego nos mudamos a Tokio. Cierto día, un testigo de Jehová tocó a mi puerta. Me habló acerca del Reino de Dios y me leyó de la Biblia algo acerca de personas que batirían sus espadas en rejas de arado (Isaías 2:4). Me impresionó su bondad y su conocimiento de la Biblia, y acepté de él dos revistas. Más tarde me enteré de que él también había perdido a la mayor parte de su familia en el estallido de la bomba de Hiroshima. Él hizo arreglos para que una señora me visitara.

      La señora vino muchas veces, siempre con una sonrisa afectuosa. Pero yo todavía sentía amargura e indiferencia. Aunque escuchaba su mensaje de la Biblia, sencillamente no podía creer que pudiera haber algún poder salvador en una religión de un país que había ocasionado la desgracia de aquel día en Hiroshima. Pero había algo en ella que me hacía seguir escuchando.

      “¿Cree usted —le pregunté un día— que es posible que alguien como yo, cuyo corazón está lleno de odio, llegue a ser una persona cariñosa como usted?”

      “Sí, es posible”, contestó ella con confianza. “Yo llegué a ser de la manera que soy después de estudiar la Biblia”, explicó ella.

      De modo que comencé un estudio sistemático de la Biblia usando el folleto titulado “¡Mira! Estoy haciendo nuevas todas las cosas”. En el estudio aprendí que las acciones de las naciones llamadas cristianas no concordaban con el cristianismo que se enseña en la Biblia, y que la cristiandad, también, se encara al juicio de Dios.

      Mi entusiasmo aumentaba a medida que seguía estudiando. Llegué a comprender por qué ha permitido Dios la iniquidad hasta ahora y que solo el Reino de Dios tiene el poder de librar a la humanidad del sufrimiento. También me conmovió profundamente el amor que Jesucristo mostró al dar su vida en un madero de tormento para el provecho de toda persona. Poco a poco el mensaje bíblico cambió mis sentimientos, y pronto desapareció el odio que había en mi corazón. En su lugar sentí amor afectuoso hacia otros y un fuerte deseo de hablarles acerca del Reino de Dios.

      Comencé a asistir con regularidad a las reuniones celebradas en el Salón del Reino y fui bautizada en junio de 1964. Por siete años desde entonces, pude ser precursora (ministra de tiempo completo de los testigos de Jehová) y disfruté del privilegio de ayudar a 12 personas a llegar a conocer al único Dios verdadero, Jehová.

      Pongo en práctica mi experiencia

      Ahora mi esposo y yo hemos regresado a Hiroshima. Aquí todavía encuentro a muchas personas que, al igual que yo, recuerdan la bomba. Habiendo pasado por la misma experiencia que ellos, puedo ayudarles a ver que la única esperanza verdadera de un mundo sin más guerra radica en el mensaje bíblico de la venida de la gobernación del Reino mediante Cristo Jesús.

      Hoy día en Hiroshima casi han desaparecido las cicatrices del estallido de la bomba. Pero más importante aún, he podido deshacerme de las heridas y el odio que llevé en mi corazón por muchos años y los he reemplazado con esperanza y amor. Ahora anhelo ver el tiempo en que Dios resucitará a todos aquellos a quienes él recuerda con afecto. Mi deseo es compartir el gozo incomparable que tengo ahora con las muchas personas que murieron en Hiroshima hace 40 años... incluso mi querido hermano menor.

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