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  • ¿Cómo debes considerar la disciplina?
    La Atalaya 1972 | 1 de mayo
    • de la responsabilidad por las declaraciones falsas o precipitadas que hacen, o por los hechos incorrectos que cometen. Pero, ¿quién quiere tener una reputación como la de ellos? La Palabra de Dios dice: “La sabiduría y la disciplina son lo que han despreciado los meros tontos.”—Pro. 1:7.

      En contraste, leemos: “Da una censura a un sabio y te amará.” ¿Por qué? Porque sabe que por la corrección “se hará aún más sabio.” Sí, “el sabio escuchará y absorberá más instrucción, y el entendido es el que adquiere dirección diestra.”—Pro. 9:8, 9; 1:5.

      ¿CÓMO RESPONDERÁS?

      Entonces, la verdadera cuestión es: ¿Qué quieres hacer con tu vida? ¿Solo quieres ir a la deriva, haciendo únicamente lo que tengas ganas de hacer? O, ¿estás dispuesto a trabajar en el interés de un futuro que valga la pena? La Palabra de Dios aconseja: “Escucha el consejo y acepta la disciplina, a fin de que te hagas sabio en tu futuro.”—Pro. 19:20.

      Nos parecerá más agradable la disciplina si siempre recordamos que es un arreglo de Dios. Es por eso que el Salmo 50:17 dice que cualquiera que odia la disciplina, de hecho, está ‘arrojando las palabras de Dios detrás de sí.’ La disciplina proviene correctamente de una fuente autorizada. Dios ha asignado a los padres el trabajo de disciplinar, porque ellos son responsables de la vida de sus hijos. (Pro. 1:8, 9; Efe. 6:4) Y, dentro de la congregación cristiana, Dios ha provisto “hombres de mayor edad” en sentido espiritual que pueden “exhortar por la enseñanza que es sana y también censurar a los que contradicen.”—Tito 1:5-9.

      Recuerden, también, que los que nos disciplinan no están tratando de ponernos trabas para estrechar nuestro paso a medida que andamos en el camino de la vida. Más bien, están tratando de ayudarnos a efectuar progreso rápido y agradable. La disciplina protege contra accidentes perjudiciales, nos mantiene libres de las cosas que de seguro nos embrollarán con problemas desagradables, dificultando nuestro camino o hasta desviándonos a un callejón sin salida. (Pro. 5:11-13, 22, 23) Si aceptamos la corrección, la Biblia promete: “Cuando andes, no será estrecho tu paso; y si corres, no tropezarás. Ásete de la disciplina; no sueltes. Salvaguárdala, pues ella misma es tu vida.”—Pro. 4:10-13.

      ¿Te inclinas a veces a resentirte porque te disciplinan tus padres? Supongamos que sencillamente te dejaran hacer lo que quisieras, que no te prestaran atención, que no te administraran corrección. ¿Demostraría eso amor genuino? ¿No es ésa la manera en que los hombres que procrean hijos ilegítimos proceden por lo general... pasando por alto a su prole? ¿Queremos que se nos trate así? Usando esa misma ilustración, el apóstol Pablo nos recuerda que la disciplina realmente es una evidencia del amor de Dios y de su interés en nosotros.—Heb. 12:4-10; compare con Proverbios 3:11, 12.

      Si hallas que te estás perturbando porque alguien te haya ofrecido consejo o censura, pausa y pregúntate esto: ¿Por qué emplearon tiempo y esfuerzo para hacerlo? ¿Simplemente porque les gusta hacerlo? En la mayoría de los casos podrás ver que el administrar censura no es exactamente agradable ni fácil para ellos. Pero lo hacen porque tú les importas lo suficiente como para que hagan el esfuerzo. Eso de por sí debería bastar para hacerte pensar seriamente acerca de lo que dicen y hacer que trates de entender sus razones.—Pro. 17:10.

      Es verdad, precisamos fuerza para enfrentarnos a nuestros errores. Pero podemos dirigirnos a Dios en oración y pedir que nos dé fuerza y valor para aceptar la culpa y aplicar la censura, y viendo lo justa que es, sacar provecho de ella con un espíritu apropiado, como lo hizo David. (Sal. 51:1, 2, 10-12; Isa. 26:16) Podemos ser como el apóstol Pedro. Fue censurado públicamente por el apóstol Pablo por cierto proceder incorrecto. Pero Pedro fue lo suficiente hombre, y sobre todo lo suficiente cristiano, para aceptar la censura. No abrigó resentimiento alguno y más tarde se refirió a Pablo como “nuestro amado hermano.”—Gál. 2:11-14; 2 Ped. 3:15, 16.

      Por supuesto, no tienes que esperar hasta que otros te corrijan. Puedes practicar “autodisciplina.” Estando alerta, puedes reconocer muchos de tus propios errores y dar pasos para corregirlos.—1 Cor. 11:31, 32.

      De modo que muchos beneficios provienen de estar dispuestos a recibir la disciplina. El reconocer los errores o las faltas de manera franca le suministra a uno un sentimiento interior más saludable, más limpio. Fortalece el corazón y mente de uno para lo que es correcto. Contribuye a buenas relaciones con otros; ellos te reconocen como persona honrada, humilde y equilibrada, refrescantemente diferente de tantas personas hoy día. Y, sobre todo, proceder así te asegura la aprobación y bendición de Dios. Sí, “las censuras de la disciplina son el camino de la vida.”—Pro. 6:23.

  • La madurez cristiana... ¿una meta elusiva?
    La Atalaya 1972 | 1 de mayo
    • La madurez cristiana... ¿una meta elusiva?

      ¿PRECISAMENTE qué es la “madurez cristiana”? ¿Cómo la definiría usted? ¿La tiene usted? O, ¿todavía está tratando de alcanzarla?

      Hay verdadero valor en entender correctamente lo que es la madurez cristiana. Entre otras cosas, el no entender correctamente lo que es puede resultar en desaliento. Puede hacer que la madurez cristiana se parezca a un espejismo, a una ilusión engañosa que de manera atormentadora se aleja precisamente cuando uno cree que está a punto de alcanzarla. El alcanzar la madurez cristiana no es una meta así de elusiva.

      Además, el tener el entendimiento incorrecto de lo que es puede resultar en que nos llevemos por normas falsas al estimar o juzgar a otros. Puede hacer que no veamos y apreciemos las buenas cualidades de ellos. Por tener un concepto falso de la madurez cristiana una persona podría tender a degradar a otros y elevarse a sí misma en su propia estimación, o a favorecer a algunos equivocadamente por encima de otros.

      PASANDO DE LA NIÑEZ ESPIRITUAL

      En el sentido común, la persona “madura” es una que ha salido de la niñez y pasado al estado de adulto. El crecimiento físico alcanza cierto punto, entonces a paso más lento logra su límite. La madurez emocional se desarrolla de manera algo parecida pero a menudo requiere más tiempo que el crecimiento físico.

      En cuanto a los cristianos, también hay crecimiento de la niñez espiritual al estado de adulto espiritual, la madurez cristiana. ¿Cómo puede uno saber si ha logrado el estado adulto espiritual?

      A los que todavía son “pequeñuelos en Cristo” hay que alimentarlos únicamente de la “leche” de la verdad cristiana. Estos “pequeñuelos” no están seguros en cuanto a lo que es la verdad, y por eso se inclinan a tambalear y a dejarse desviar fácilmente por las tretas y astucia de hombres que promueven enseñanzas falsas. En este estado

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