El remedio para todas las enfermedades... ¡se puede hallar!
A TRAVÉS de las edades, no se han escatimado esfuerzos por tratar de hallar un remedio para todas las enfermedades. Anualmente se gastan miles de millones de dólares en la prestación de servicios de salud. Algunos de los talentos más grandes del mundo, que utilizan las tecnologías más avanzadas, se han dedicado a la investigación médica. Sin embargo, la gente alrededor de la Tierra sigue enfermando, y todavía nos afligen enfermedades asoladoras. Nuestra situación no ha cambiado mucho desde los días de Moisés. Hace más de 3.000 años él escribió: “En sí mismos los días de nuestros años son setenta años; y si debido a poderío especial son ochenta años, sin embargo en lo que insisten es en penoso afán y cosas perjudiciales”. (Salmo 90:10.)
Un comienzo saludable
Sin embargo, la humanidad tuvo un comienzo perfecto. Adán y Eva vivieron en un ambiente limpio y libre de enfermedades, el hermoso jardín de Edén. Se les proveía en abundancia alimento sano y saludable. Tenían trabajo estimulante y remunerador que desempeñar. Y eran sanos de cuerpo y mente. (Véase Génesis 1:26-30.)
Dios les dijo también cómo conservar su estado perfecto. Primero les dijo lo que debían hacer: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla”. Entonces les dijo lo que no debían hacer: “En cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo no debes comer de él, porque en el día que comas de él positivamente morirás” (Génesis 1:28; 2:17). Si ellos, y con el tiempo su prole, obedecían estas dos directrices básicas, podrían mantener su estado de salud, felicidad y perfección para siempre.
Muchas personas hoy día creen que el relato de Adán y Eva es poco científico y que se trata sencillamente de un mito. Pero en vez de descartar a la ligera estos asuntos, examinémoslos más detenidamente.
En términos con los cuales estamos familiarizados hoy día, el primer mandamiento les decía que tenían que cuidar de su ambiente. El segundo mandamiento les decía que debían mantener su estilo de vida dentro de ciertos límites establecidos por Dios. ¿Es esto un mito poco científico, o recalca la base de una vida saludable? Note lo que dice acerca de este asunto el libro Health and Disease, por René Dubos y Maya Pines: “De los factores que influyen en las enfermedades, uno de los que menos se comprende es el ambiente. Dónde un hombre vive y cómo vive puede que tenga mayor efecto en su salud —a menudo de maneras insospechadas— que los microbios con que se encuentre o los genes que herede”.
¿Qué es la enfermedad?
En este contexto, las enfermedades están muy relacionadas con cómo vivimos y cómo tratamos con nuestro ambiente. Actualmente creemos que nuestro modo de vida civilizado ha contribuido mucho a mejorar la condición general de salud. Pero note que Dubos y Pines dicen: “Los aborígenes australianos, que viven en relativo aislamiento en una cultura de la Edad de Piedra, son extraordinariamente saludables. De hecho, es solo en las sociedades más avanzadas que el hombre civilizado, por medio de la ciencia de la medicina moderna, empieza a aproximarse a la buena salud de que disfrutan como patrimonio los pueblos menos civilizados del mundo”.
Otros de los “pueblos menos civilizados” que mencionan los autores son los mabaans de Sudán. “La longevidad de que disfrutan los mabaans se consideraría algo extraordinario aun en una sociedad que disponga de todos los cuidados de la ciencia médica. Además, en el ocaso de su vida casi no padecen de las enfermedades degenerativas que son comunes en la vejez. Los científicos todavía están desconcertados por la extraordinaria salud de los mabaans, pero es casi seguro que su ambiente tranquilo y estable es un factor importante.” Para recalcar la influencia del ambiente, los autores añadieron: “Cuando un mabaan se muda de su hogar a la ciudad de Jartum, a 1.050 kilómetros (650 millas) de distancia, lo acosan una multitud de enfermedades que no conocía antes”.
En contraste, nuestro modo “civilizado” de vida ha ocasionado la contaminación del aire y del agua, la deforestación, la superpoblación, y la desnutrición de grandes segmentos de la población. La manera descuidada como el hombre trata el ambiente no solo ha creado peligros graves para la salud, sino que también ha amenazado la perspectiva de continuar viviendo en la Tierra. (Véase Revelación 11:18.)
No es de extrañar, por lo tanto, que a veces se haya dicho que la enfermedad es “una consecuencia de un modo de vida civilizado”. Nos consideramos civilizados porque ya no vivimos en la selva. Más bien, puede que vivamos en ciudades en estrecho contacto unos con otros, si no es que, literalmente, unos encima de otros. De hecho, la palabra “civilizado” viene de la raíz latina que significa ciudadano o habitante de la ciudad. Pero ¿de dónde vino la idea de vivir en ciudades?
El primer registro de ello se da en Génesis 11:4: “Ahora dijeron: ‘¡Vamos! Edifiquémonos una ciudad y también una torre con su cúspide en los cielos, y hagámonos un nombre célebre, por temor de que seamos dispersados por toda la superficie de la tierra’”. Esa propuesta, que se hizo durante los días de Nemrod, estaba en contradicción con el propósito que Dios le había declarado a Adán, a saber, que los humanos ‘llenaran la tierra y la sojuzgaran’. Para hacer eso, tenían que esparcirse a medida que fueran multiplicándose. Por rehusar hacer eso, así como por otras razones, Nemrod llegó a ser conocido como una persona que estaba “en oposición a Jehová” (Génesis 10:9). Aquel derrotero desafiante, además de la rebelión en el jardín de Edén, precipitó a la humanidad en el camino de la decadencia, la enfermedad y la muerte.
Aun hoy día, la mayoría de las enfermedades que plagan a las personas que viven en las naciones acaudaladas son el resultado de su estilo de vida.
La búsqueda de la salud
Las autoridades en la materia han llegado a darse cuenta de que los problemas de salud de la humanidad no han de ser solucionados con sencillamente tener más medicinas, más médicos o más hospitales, aunque sin duda éstos proveerían mejoras de corto plazo. Más bien, se requiere que haya cambios radicales en el modo de vivir de la gente y en la manera como tratan el ambiente. Por ejemplo, el doctor Halfdan Mahler, director general de la OMS (Organización Mundial de la Salud), en un ensayo sobre el Día Mundial de la Salud, el 7 de abril de 1983, escribió:
“¿Qué pueden hacer las personas con relación a su salud? Para dar unos cuantos ejemplos, pueden tomar acción individual y comunal para asegurarse de que tengan suficiente alimento de la clase correcta. Pueden unirse para aprovechar al máximo el agua potable que haya disponible, o que puedan conseguir, asegurándose de protegerla de la contaminación. Pueden exigir normas aceptables de higiene en su casa y los alrededores de ella, en las plazas de mercado y tiendas, en las escuelas, en las fábricas, en las cantinas y restaurantes. Pueden aprender a espaciar el nacimiento de los hijos que deseen tener de tal manera que les den a todos y cada uno de ellos una buena oportunidad de sobrevivir, una educación razonable y una calidad de vida decente”.
Claramente, éstos son pasos hacia la buena salud. Pero las preguntas obvias son: ¿Cómo van a conseguir suficiente alimento, agua potable e higiene aceptable los pobres que viven en los países en vías de desarrollo? ¿De dónde obtendrán los recursos y cómo adquirirán las destrezas necesarias para proveerse de estas cosas esenciales?
Es interesante notar que en un artículo de World Health, la revista oficial de la OMS, se declara: “¡Imagínese un mundo ideal en el que todo el ingenio, el dinero y los recursos humanos y materiales que actualmente se dedican a los armamentos militares se dedicaran en cambio a mejorar la salud del mundo!”. ¿Qué se lograría? Bueno, ese artículo calculó que al mundo le cuesta unos $600.000 millones (E.U.A.) al año, o un millón de dólares por minuto, mantener la carrera de armamentos. Sin embargo, “la campaña de 14 años que se llevó a cabo entre 1967 y 1980 para erradicar la mortífera enfermedad de la viruela le costó al mundo solo $300.000.000”. Así que concluye: “Claramente, si tan siquiera una parte de los recursos que al presente se asignan a gastos militares se pudieran usar en cambio en la prevención, la cura y la investigación en el campo de la salud, para el año 2.000 el mundo daría un gran paso de adelanto hacia la meta de salud para todos”.
¿Qué hay de las personas de los países desarrollados? Puede que en ciertos aspectos disfruten de mejores condiciones, pero, según el doctor Mahler, ellas, también, “tienen que cumplir con sus responsabilidades relativas a la salud; comer sabiamente, beber moderadamente, no fumar en absoluto, conducir o manejar cuidadosamente, hacer suficiente ejercicio, aprender a vivir bajo la tensión de la vida urbana y ayudarse unas a otras a hacer eso”.
De modo que tenemos que preguntarnos: ¿Estarán las naciones dispuestas a cambiar sus políticas y a dar prioridad a la búsqueda de la salud? ¿Estarán dispuestas a dejar a un lado sus diferencias políticas y a aunar sus recursos y esfuerzos para conquistar las enfermedades? Y, ¿cambiará la gente su estilo de vida a uno que sea más saludable? Si vemos los asuntos de manera realista, tendremos que admitir que es muy poco probable que esto suceda. No se conseguirá el remedio de todas las enfermedades si tenemos que depender de las naciones para ello.
¡El remedio está cerca!
¿A quién, pues, podemos recurrir para ello? Bueno, recuerde la visión que vio el envejecido apóstol Juan. La describió así:
“Me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que fluía desde el trono de Dios y del Cordero por en medio de su camino ancho. Y de este lado del río y de aquel lado había árboles de vida que producen doce cosechas de fruto, dando sus frutos cada mes. Y las hojas de los árboles eran para la curación de las naciones”. (Revelación 22:1, 2.)
Se ve el simbólico “río de agua de vida” fluyendo “desde el trono de Dios y del Cordero”. Claramente, pues, es a Jehová Dios y al Reino Mesiánico de su Hijo que tenemos que recurrir para “la curación de las naciones”. ¿No es lógico eso? Dios es el Creador del cuerpo humano y de toda la Tierra. Él —mejor que cualquier médico o científico— sabe cuál es la mejor manera de manejar los asuntos para erradicar las enfermedades. Bajo la gobernación del Reino de Dios, la humanidad será librada de la contaminación nociva para la salud y mortífera que nos plaga actualmente. Sustentada y alimentada por el “agua de vida” pura y cristalina y por los frutos y las hojas de los “árboles de vida” —toda la provisión de Dios para alcanzar la vida eterna—, la humanidad será curada permanentemente de todas sus enfermedades, tanto espirituales como físicasa. Los humanos volverán al estado feliz, saludable y perfecto de que disfrutaban sus antepasados, Adán y Eva, al principio.
Ya está cerca el tiempo para que el Reino de Dios tome acción “para causar la ruina de los que están arruinando la tierra” (Revelación 11:18). Entonces muchos rasgos de la profecía bíblica se harán realidad en un paraíso restaurado (Isaías 33:24; 35:5, 6). Éstas son buenas nuevas para los que desean disfrutar de buena salud a la manera de Dios. Pronto estará aquí la “nueva tierra” que Juan vio, en la que la “muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. (Revelación 21:1, 4.)
¿Estará usted entre los que sobrevivan al fin de este sistema de cosas contaminado y decadente y entren en una “nueva tierra” limpia? Si hace uso sabio del tiempo que aún queda disponible para aprender más acerca del Reino de Dios y hacer lo que Él requiere, usted vivirá para ver el día en que se logrará la curación de todas las enfermedades.
[Nota a pie de página]
a Para una explicación detallada de estos versículos Rev 22:1, 2, sírvase ver “¡Babilonia la Grande ha caído!” ¡El reino de Dios domina!, publicado por la Watch Tower Bible and Tract Society of New York, Inc.