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Ponderando las noticiasLa Atalaya 1976 | 1 de agosto
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parte de esa potencialidad se desperdicia en la escuela.
En el Israel de la antigüedad, que duró mucho más tiempo como nación soberana que casi cualquier otra, mientras los jóvenes crecían se hacían peritos en las artes, los oficios y la agricultura, y se les enseñaban las leyes de Dios para la vida cotidiana. Todo esto se hacía sin que tuvieran jamás un sistema escolar público formal. La ley de Dios asignaba a los padres la responsabilidad principal de educar o entrenar a los jóvenes. (Deu. 6:6, 7) No se les entregaba a algún sistema escolar para recibir entrenamiento.
Aunque las circunstancias pueden ser diferentes hoy día, mucho se puede hacer para compensar por la deficiencia en el ambiente escolar. Por eso los testigos de Jehová enseñan a sus hijos desde la infancia las leyes de Dios para la vida cotidiana, y a menudo les enseñan a leer antes que los niños ingresen en la escuela. Tal atención personal continúa hasta que llegan a la edad adulta. También, a los niños se les estimula a aprender oficios prácticos. Y pueden esperar el justo nuevo orden de Dios, donde no existirán ambientes perjudiciales, y donde a todos se les enseñará lo que en realidad es útil.—2 Ped. 3:11-13.
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Paralítico... pero viviendo a plenitudLa Atalaya 1976 | 1 de agosto
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Paralítico... pero viviendo a plenitud
Según lo relató Rodolfo Barin en las Filipinas
YA HAN pasado siete años desde cuando podía ponerme de pie y andar sin ayuda. Hace cinco años todavía podía escribir mi nombre y alimentarme sin ayuda, pero ya por un año hasta estas tareas sencillas son imposibles para mí. Cuando leo, alguien tiene que pasar las páginas para mí, y si me inclino demasiado adelante en mi silla de ruedas, la cabeza se me dobla sobre el pecho y no puedo levantarla otra vez sin ayuda. Padezco de la parálisis que se conoce como esclerosis múltiple.
Puesto que cuando esta enfermedad me atacó yo era un hombre robusto, fornido, de treinta y siete años, usted quizás se pregunte cómo he podido permanecer alegre y activo. ¿Cómo he combatido el abatimiento del desaliento durante mi batalla de once años contra este enemigo implacable? La respuesta se remonta al año 1957, cuando dediqué mi vida a servir a nuestro Creador, Jehová Dios.
APRENDIENDO A CONFIAR EN JEHOVÁ
Aunque necesité más de dos años de estudio con los testigos de Jehová antes de quedar cabalmente convencido de la verdad de la Biblia, sin embargo, cuando quedé convencido, me esforcé por efectuar cambios en mi vida. Había sido dueño de un bar y club nocturno lucrativo, y bebía en exceso y era un fumador de los que se fuman un cigarrillo tras otro continuamente. Pero después de considerar el consejo bíblico de 2 Corintios 7:1 en cuanto a ‘limpiarnos de toda contaminación de la carne y del espíritu,’ acabé con mis hábitos malos. Vendí el bar con pérdida y traté de convencer a las muchachas que trabajaban allí de que deberían rehacer su vida aplicando el consejo de Dios. Algunas respondieron y dejaron de trabajar en el club nocturno. Esta decisión de ellas resultó correcta, pues años más tarde se encontraban en mucho mejor situación que las muchachas que se quedaron.
Porque apliqué sin transigir los principios bíblicos en mi vida, pronto sufrí toda suerte de maltrato de parte de amigos y asociados. Aunque yo ocupaba un puesto de responsabilidad en una grande empresa manufacturera en Manila, los amigos se burlaban de mí porque me negaba a participar en prácticas comerciales que violaban la Palabra de Dios. La actitud de ellos me lastimaba; sin embargo, al mirar atrás, me doy cuenta de que me acerqué más a Jehová y que el confiar en él me fortaleció. Esta fuerza espiritual resultó vital en los días tenebrosos que me esperaban.
Más tarde, dejé mi trabajo seglar y formé mi propia agencia de servicio promotor, que con el tiempo prosperó y se convirtió en una operación nacional. Ahora emplea a ochenta personas con regularidad, y a veces alrededor del doble de esa cantidad. Aproximadamente el 90 por ciento de mis empleados son testigos de Jehová.
Aunque relativamente pequeña, mi oficina a menudo ha recibido los más delicados trabajos de promoción de parte de la compañía que nos favorece. Para tratar con promociones sensitivas que envuelven grandes cantidades de dinero siempre se ha escogido a nuestra agencia. Esto no se debe a que cobremos menos, sino —me enorgullezco al decirlo— a que se sabe que nuestro personal, por su religión, es excepcionalmente honrado. Por consiguiente los gerentes de la compañía que nos favorece siempre nos piden que asignemos los trabajos a personas que son testigos de Jehová.
Pero, como ha de esperarse, la adherencia estrecha a las leyes y principios de Jehová siempre ha traído pruebas. Cuando rehusé promover un producto de jabón que ofrecía como premios artículos religiosos como crucifijos, cuadros e imágenes, me acarreé la ira de uno de los representantes de la compañía, que preguntó: “¿Por qué debería negarse usted a tratar con artículos religiosos que les son atractivos a los consumidores?”
“Bueno,” dije, “Dios detesta el uso de las imágenes; por eso no las tocaremos.”
Cuando señaló con mofa que nosotros éramos de una religión diferente, contesté: “Sin embargo, si yo estuviese en su religión, tendría más razón todavía para rehusar. Ciertamente no le daría tan escasa importancia a mi Dios como para cambiar su imagen por unas cuantas envolturas de jabón.” Después de esta conversación, no oímos nada más sobre este asunto.
Pero hubo experiencias similares. En cierta ocasión, sin saberlo yo, se incluyeron billetes de la lotería como premios en algunos artículos. Cuando me enteré de ello más tarde, inmediatamente objeté, pero a mi objeción me contestaron con habla de rompimiento de contrato y un posible pleito judicial contra mí. Sin embargo, permanecí firme y les dije que estaba dispuesto a arrostrar cualquier consecuencia. ¿Con qué resultado? Cedieron y retiraron los billetes.
En otra ocasión, en medio de una campaña de promoción en la parte meridional o sur de las Filipinas, mis empleados que eran Testigos solicitaron tiempo libre para asistir a una asamblea de distrito de cuatro días. Convine en ello sin titubeos. Cuando la compañía que nos favorece se enteró de esto se indignó, diciendo que no toleraría interrupciones como aquélla en el futuro. Aproveché la oportunidad para decirles que, aunque yo deseara que no fueron a sus asambleas, los Testigos todavía no dejarían de asistir a aquellas reuniones. También les recordé que la compañía prefiere a nuestros hombres porque son honrados, trabajan duro y son nítidos. Señalé que, puesto que es en estas asambleas que nuestros trabajadores embeben el conocimiento y espíritu que los hace ser lo que son, sería en contra de los mejores intereses de la compañía el impedirles que asistieran. Nuevamente triunfó lo fuerte de nuestra posición.
BENDICIONES TEMPRANAS DE JEHOVÁ
Pero no fueron solo estas pruebas de mi fe las que me fortalecieron. Casi como si estuviese siendo preparado para enfrentarme a mi enfermedad debilitante, Jehová Dios me bendijo con muchos privilegios entre su pueblo. Fue solo un año después de mi dedicación y bautismo que fui nombrado superintendente en la recién formada congregación Roosevelt en Ciudad Quezón, muy cerca de la oficina sucursal de la Sociedad Watch Tower en las Filipinas. Aunque no me creía capacitado para la tarea, recibí estímulo amoroso de mis hermanos cristianos, y también del superintendente de la sucursal, que entonces estaba asociándose con aquella congregación. ¡Qué satisfaciente fue ver crecer la congregación durante los siguientes años! En 1964 fue posible iniciar una nueva congregación en un suburbio lejano de Ciudad Quezón para atender a doce individuos a quienes se les hacía difícil asistir a las reuniones. Fui nombrado superintendente de esta congregación recién formada de Novaliches.
Puesto que mi residencia estaba a aproximadamente veinticinco kilómetros de distancia, decidí mudarme permanentemente a Novaliches a fin de estar cerca de la nueva congregación. Al crecer la congregación a través de los años desde los doce originales a su total presente de 200 predicadores del Reino, tuve el privilegio de ayudar a construir un Salón del Reino grande en un lote junto a mi casa.
Fue alrededor de tres meses después de la formación de esta nueva congregación que sentí los primeros efectos de mi enfermedad, en junio de 1964.
UNA ENFERMEDAD DESCONCERTANTE
Empezó haciéndome ver doble, y causándome espasmos de los ojos como resultado de un debilitamiento en los músculos de los ojos. El efecto inmediato fue que me sentí sumamente mareado. Después de sufrir todo un día en la oficina, me vi obligado a llamar a un médico, el cual me dio una receta. Los días pasaron sin cambio señalado. Empecé a sentirme abatido. Se me hacía difícil soportar la idea de que esta enfermedad perjudicara mi actividad cristiana.
Para reducir el efecto de sufrir mareos debido a la visión doble, me tapaba un ojo, y más tarde me descubría éste y me tapaba el otro. De esta manera pude cumplir con mis obligaciones de congregación y de familia, aunque con mucha dificultad. Después de dos meses recobré la visión normal, y agradezco el que todavía puedo ver bien. Sin embargo, el problema de mis ojos solo fue un preludio para la siguiente etapa de la enfermedad. Pronto empecé a notar una debilidad en mi pierna izquierda, aunada a un adormecimiento. Esto redujo mi andar a movimientos inestables, tambaleantes, los cuales corregí inicialmente utilizando un bastón.
Consulté a diferentes médicos, pero sus diagnósticos eran tan variados como muchos eran ellos. Al transcurrir los meses y seguir mi enfermedad sin ser identificada, yo miraba persistentemente más allá de mí mismo al gran Sanador y Dador de vida, Jehová Dios. Firmemente decidí que el temor jamás encontraría lugar en mi corazón, y me consoló mucho el texto inspirado de Salmo 55:22: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que tambalee el justo.”
Para 1966 la enfermedad había progresado tanto que mi pierna derecha empezó a ceder, y esto estuvo acompañado de un endurecimiento de mis extremidades inferiores. Para 1968 ya no podía andar ni siquiera con la ayuda de un bastón, y me vi obligado a utilizar una silla de ruedas. Ahora estaba casi inválido y el efecto emocional de esto en mí fue casi insoportable.
Antes de mi enfermedad yo había sido tan fuerte y vigoroso que parecía imposible que esto pudiera estar sucediéndome. Con anhelo pensaba en cómo, solo poco tiempo atrás, el predicar de casa en casa las buenas nuevas había sido un trabajo satisfaciente y remunerador para mí. ¡Cuán a menudo recordaba la felicidad de hallar a personas que amaban la justicia y renovar su fe en el único Dios que promete un sistema de cosas enteramente nuevo!
AYUDA PARA ENFRENTARME A PEOR CONDICIÓN
Un médico eminente diagnosticó más tarde mi enfermedad como esclerosis múltiple. Se desconoce la causa de esta enfermedad, y el curso que tome es de pronóstico tan reservado como incurable es la dolencia. Aunque había períodos en que la enfermedad estaba menos activa o había recuperación, mi exposición al frío o a la infección o aun a la tensión emocional podía causar una recaída a una condición todavía peor. Aquella incertidumbre en cuanto al siguiente giro de la enfermedad bastaba para privarme de todo vestigio de buen estado de ánimo. Pero yo ponía mi confianza en Jehová y, mediante oraciones constantes, he salvado las muchas brechas emocionales que me ha causado mi incapacidad física. En Salmo 46:1, 2, encontré estas palabras que infunden confianza: “Dios es para nosotros refugio y fuerza, una ayuda que puede hallarse prontamente durante angustias. Es por eso que no temeremos.” Estas palabras siempre me han sido fortalecedoras en mis esfuerzos por derrotar el desaliento y la frustración.
Mientras tanto mi condición física fue empeorando. Para 1970 mis brazos estaban tan debilitados que ya no podía empujarme en la silla de ruedas. Para 1974 mis dedos habían perdido todo el control, de modo que ya no podía leer, escribir ni comer sin ayuda. Si un mosquito me pica, puedo sentirlo, pero no puedo hacer nada para matarlo. Ahora la enfermedad ha empezado a afectarme los músculos del cuello de modo que, si estuviese solo y se me fuera la cabeza hacia adelante, se me haría imposible evitar una caída desde la silla de ruedas.
Sin embargo, tengo muchas cosas por las cuales estar agradecido. Primero, agradezco el que, a pesar de la deterioración de los músculos de mi cuerpo, mi mente ha permanecido perspicaz y activa. Segundo, agradezco que mis ojos no han sido afectados desde el primer ataque de visión doble que tuve hace once años. De modo que puedo leer si alguien pasa las páginas para mí. También, mi voz, aunque debilitada, todavía es clara. Esto me ha permitido continuar como anciano en la congregación, pronunciar discursos bíblicos al público en el Salón del Reino y en las asambleas de los testigos de Jehová. Así, todavía puedo enseñar a otros acerca de los propósitos de Dios.
Hasta puedo aceptar privilegios adicionales en la organización cristiana, como el ser superintendente de asamblea en nuestro circuito local de testigos de Jehová. También sirvo de superintendente del servicio de alimentos en las asambleas más grandes, de distrito, que se celebran en la ciudad. Me produce mucho gozo el poder prestar servicio así a pesar de mi incapacidad física.
Mi esposa y mis cuatro hijos han sido una maravillosa fuente de fuerza, estímulo y compasión para mí durante este tiempo difícil. Nunca me he sentido solo. Mi hijo mayor ha resultado ser un buen sustituto para mis brazos y mis piernas, pues ejecuta con aptitud muchas de sus funciones y atiende sus diversas necesidades y mantenimiento. Los miembros de mi familia han puesto por escrito este relato bajo mi dictado.
Tenemos una camioneta para pasajeros de la familia con un asiento especial enfriado por aire, y esto me permite ir a muchas partes. Mis hijos me levantan de la silla de ruedas y me meten en la camioneta, y colocan la silla de ruedas doblada en la parte trasera. El viajar es mi pasatiempo favorito, y a menudo viajamos ciento sesenta kilómetros o más para visitar a compañeros Testigos de las provincias.
EL MANTENERSE OCUPADO... LA TERAPIA ÓPTIMA
Me gusta llevar un horario completo de actividad. Mi día principia a las 4:30 de la mañana, cuando, al despertar, recibo un masaje. Necesito un masaje antes de dormir y otro al despertar para que no se me endurezcan los músculos de las piernas y los brazos. A las seis de la mañana acompaño a mis dos hijos más jóvenes a sus escuelas respectivas, y entonces soy llevado en auto a la oficina. Allí trabajo hasta el mediodía. En la tarde de cada tercer día conduzco estudios bíblicos con trabajadores de mi oficina. En total, siete de ellos están estudiando ahora la Biblia conmigo. Luego voy a casa, lo cual toma aproximadamente una hora en auto desde mi oficina.
Todos los martes por la noche conduzco un estudio bíblico de congregación. Los miércoles por la noche tengo una consideración bíblica en el hogar de una familia de cuatro miembros. Los jueves por la noche conduzco un estudio bíblico con un grupo de tres familias que viven a diecisiete kilómetros de mi casa. Ahora este grupo está celebrando reuniones de congregación con regularidad y pronto quizás califique para ser organizado como una congregación del pueblo de Dios. Los viernes por la noche tenemos nuestras reuniones de congregación regulares que se llaman la Escuela Teocrática y la Reunión de Servicio.
El sábado por la mañana voy con mis hermanos cristianos en mi camioneta para participar en la obra de predicar al público. Aunque no se me hace posible ir de casa en casa con mi silla de ruedas debido a los caminos escabrosos y los senderos rurales, muchas veces los hermanos me colocan en un lugar donde hay muchas personas y entablo conversación con ellas. O me siento en la camioneta y, al pasar la gente, los llamo y les hablo acerca de la esperanza que la Biblia me ha dado. Los sábados por la tarde los paso preparándome para las reuniones de congregación y los discursos bíblicos. Los domingos por la mañana por lo general participo con Testigos compañeros en predicar, y por la tarde tenemos nuestra conferencia bíblica acostumbrada y el estudio bíblico en el cual usamos La Atalaya.
A veces personas bien intencionadas me abordan y sugieren que quizás estoy abrumándome demasiado con un horario tan activo. Invariablemente contesto que no abandonaré ninguno de mis privilegios cristianos mientras pueda llevarlos a cabo. Es exactamente a causa de estos privilegios y responsabilidades que he podido evitar una actitud negativa y de compadecerme de mí mismo. Han mantenido alejada mi mente de mi padecimiento, y esto ha sido la mejor terapia que he tenido.
LA MÁS DURA PRUEBA
Quizás la prueba más difícil aconteció un día de 1972 cuando sentí un dolor agudísimo en los músculos de la cara. Cuando trataba de hablar, no podía pronunciar una sola palabra. La neuralgia me había atacado. La primera vez que esto me sucedió, perdí la facultad del habla durante dos días. Se me hacía sumamente doloroso el simplemente abrir la boca un poco. El abatimiento que esto me causó no se puede describir. Nada podía desalentarme más que ver que mi condición había degenerado hasta el punto de haber perdido el don del habla. El desaliento me plagó; por un tiempo me sentí aplastado.
Silenciosamente oré, pidiéndole urgentemente a Jehová que me restaurara el habla para poder continuar expresando Sus alabanzas. Agradecí el que, después de corto tiempo, recobré el habla, aunque el dolor a lo largo de mis nervios ha continuado intermitentemente. Con más frecuencia sentí la presencia de Jehová, y esta enfermedad más reciente me acercó más todavía a él.
GALARDONES YA RECIBIDOS
Estoy seguro de que usted ahora se da cuenta de lo que me ha ayudado a vencer el desaliento y la debilidad física. Sí, ha sido una relación estrecha con Jehová Dios y el hecho de que pongo mi esperanza firmemente en su justo nuevo sistema de cosas, además del amor y apoyo de mi familia y mis hermanos y hermanas cristianos. El mantenerme bien ocupado en la obra del Señor me ha ayudado a sentir que todavía se me necesita y que soy útil, y que puedo ayudar a otros. Siempre que hasta cierto punto me desaliento, nada me conforta más que el visitar a mis amigos y hermanos y considerar con ellos la Palabra de Dios.
Sobre la Tierra no hay gozo que se pueda comparar con el privilegio que he tenido de ayudar a otras personas a llegar a amar a Jehová y servirle. ¡Recientemente una familia de seis miembros que ayudé dedicaron su vida a Jehová y todos se bautizaron al mismo tiempo! Muchas personas a quienes he ayudado tenían simple curiosidad al principio, pues habían notado mi estado de debilidad. Pero después llegaron a estar absortos con las nuevas y maravillosas cosas que estaban aprendiendo de la Palabra de Dios y se olvidaron de mi condición. Más tarde me han dicho que mi celo y confianza al hablar fue lo que despertó su interés. Cuando he oído esto, silenciosamente le he dado gracias a Jehová por remunerarme y estimularme de esta manera.
En realidad, los gozos de servir a Dios exceden por mucho en valor a la angustia física que siento. El considerar lo que he tenido el privilegio de efectuar con la ayuda de Jehová ayuda a tapar los agujeros por los cuales la voluntad de un paralítico pudiera escaparse y abandonarlo. Debido a esta ayuda de Jehová, no hay dolor, ni parálisis ni neuralgia que jamás pueda impedirme alabar Su grande y glorioso nombre.
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