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La corrida de toros... una fiesta en España¡Despertad! 1975 | 22 de diciembre
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La corrida de toros... una fiesta en España
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en España
COLGADOS de las paredes de numerosos hogares por todo el mundo se hallan cuadros que muestran la habilidad de un torero. El toreo ejerce una fascinación sobre la gente en todas partes. Pero la mayoría de las personas nunca han visto en realidad una corrida de toros. ¿Cómo es? Permítanos conducirlo en una visita a una plaza de toros en Barcelona, España... la Plaza de Toros Monumental.
A medida que uno se acerca nota una atmósfera de excitación y tensión. La gente se arremolina alrededor de la entrada del edificio de estilo morisco, sin techo. Las personas están pagando por los boletos de entrada con billetes de 500 y 1.000 pesetas (9 y 18 dólares). Pero, prescindiendo del precio, hay una gran muchedumbre.
Al entrar a la plaza, uno nota que arriba en la tribuna, hacia la izquierda, una banda de músicos ha empezado a tocar un paso doble, la música que siempre se asocia con una plaza de toros. Hacia la derecha y también en lo alto está el palco del presidente, por lo general un dignatario local que preside la lidia y otorga los premios. También hay una sección con su letrero de toriles, donde esperan seis toros de pedigrí; estos han sido preparados y entrenados por lo menos por cuatro años. En esta ocasión cada toro pesaba 500 kilos.
Abajo, hacia la izquierda, esperan tres toreros con sus respectivas cuadrillas de ayudantes, algunos montados y otros a pie. Antes que termine el día, estos tres toreros lidiarán con los seis toros, a razón de dos cada uno.
Comienza la corrida de toros
La arena queda sola con la excepción del mayor de los tres toreros. Se abre el toril y sale furioso un magnífico toro negro. Esta media tonelada de músculos ondulantes trota alrededor de la plaza con su cabeza erguida, como si desafiara a cualquiera a bajar y enfrentarlo. No tiene que esperar mucho. Mientras el torero observa, sus ayudantes comienzan a probar al toro con sus capas.
Ahora el torero toma el centro del ruedo, haciendo algunos pases con el capote, apartándose lentamente del toro mientras este embiste. Si el torero se siente especialmente confiado, hará su suerte de la capa arrodillado, haciendo que el toro pase varias veces por el floreo remolineante de la capa. La muchedumbre responde con un grito de aprobación a toda voz: “¡Olé! . . . ¡Olé!” Pero ahora suena una trompeta.
Esto pone fin a la suerte de la capa y comienza la de las varas, o el desempeño del picador a caballo. Con garrocha en mano el picador escoge una posición en el borde exterior de la arena para instigar el ataque del toro. De pronto el toro ve este blanco mucho más grande. Se abalanza hacia adelante para dar contra el flanco derecho del caballo. Mientras el toro hunde sus cuernos en la armadura protectora del caballo que tiene los ojos vendados, caballo y jinete son obligados a retroceder por el impacto. El caballo lucha por recuperar su equilibrio y, al mismo tiempo, el picador hunde la puya de su garrocha en el lomo del toro y empuja con todo su peso, lesionando algunos de los músculos y tendones del toro, haciendo que el poderoso animal baje un poco la cabeza, lo que es necesario para la siguiente suerte del torero con la muleta (una tela más pequeña). Momentáneamente el toro retrocede y entonces ataca de nuevo, solo para sentir que la puya penetra una vez más en su lomo, minando más su fuerza y velocidad.
Ahora es tiempo para que los banderilleros entren en acción. Su papel es clavar en el cerviguillo del toro dardos de 70 a 80 centímetros con lengüetas afiladas como arponcillos que se llaman banderillas. Desde una distancia de 18 a 27 metros el banderillero atrae la atención del toro mediante gritos. Entonces corre hacia el toro con una banderilla en cada mano. En el momento crucial se alza sobre la punta de los pies y, con los brazos extendidos, hunde las banderillas en el toro. Este procedimiento se puede repetir hasta cuatro veces y también se puede hacer a caballo.
Para ahora el toro ha perdido mucha de su fortaleza. La sangre mana de las heridas de su lomo y corre hacia abajo por su cuerpo. Todo su cuerpo jadea con gran esfuerzo. La trompeta suena de nuevo, anunciando la parte de la corrida de toro en la que el animal encuentra su muerte.
Preparándose para la matanza
Antes de prepararse para la matanza, el torero quizás levante su sombrero de torero y dedique el toro a alguien en el auditorio, quizás a alguna persona eminente, o tal vez al público en general. Entonces se adelanta hacia el animal con su muleta, o pequeño género de señuelo, desplegada. Él usa esta para provocar el ataque del toro. El toro, aunque agotado, acepta el desafío y ataca; pero no porque la tela sea roja (los vacunos son daltonianos). Es atraído por el movimiento de la tela.
El torero hace que el toro haga varios pases, cada vez tratando de acercarlo más, aunque observando cuidadosamente sus cuernos peligrosos. Uno de los pases es tan cerca que el torero casi pierde su equilibrio. Cuando da vuelta para enfrentarse al toro una vez más, su traje está manchado con la sangre del toro.
El torero ahora se prepara para matar con el estoque, o espada especial de ejecución. Toro y torero se enfrentan por última vez. El uno, agotado y sangrando, jadeando pesadamente, y con seis banderillas colgando de su cerviguillo. El otro, los pies juntos, la espada en posición, atento.
Para matar limpiamente según las reglas, el estoque debe penetrar en la cerviz hasta el mango la primera vez, cortando una arteria u órgano vital. Pero esto rara vez acontece en el primer intento. En esta ocasión se requieren dos intentos. Cuando finalmente se logra, el toro permanece parado en pie por unos instantes, la lengua colgante, la saliva y la sangre brotando de su boca. Entonces se desploma, muerto. Solo para asegurarse, un ayudante se aproxima y, con una daga especial, corta la médula espinal precisamente detrás de los cuernos.
Después de la matanza
Ahora es el tiempo para que la muchedumbre exprese su opinión. Esto puede variar desde un silencio total (que indica la desaprobación), hasta silbidos, aplausos y el ondear de pañuelos. Mientras sucede esto, un grupo de caballos arrastra el cadáver. Todo el asunto, desde el momento en que el toro apareció al principio, ha tomado aproximadamente quince minutos.
El presidente ahora decide si se concederá algún trofeo. Si el torero ha hecho una faena encomiable, puede recibir una oreja del toro. Si ha desplegado gracia y habilidad especiales, puede obtener ambas orejas. Una actuación extraordinaria logrará el premio mayor... ambas orejas y la cola, así como gloria, fama y, posiblemente, un pago más elevado en lidias futuras.
La corrida de toros a través de los siglos
La corrida de toros se ha estado desarrollando por miles de años, especialmente en España. Una razón de esto es que la raza de toros españoles posee las cualidades especiales necesarias para esta actividad. Durante los últimos quince años se ha aumentado grandemente el apoyo económico del toreo debido al auge de turistas que ahora trae a unos treinta millones de personas a España anualmente. La mayoría de los turistas concurren a una corrida de toros, porque piensan que es una experiencia típica española. Esto, sin embargo, está lejos de ser verdad. Aunque las corridas de toros se consideran la fiesta nacional de España, la mayoría de los españoles no concurren a los toreos y se interesan poco en ellos. Pero mientras haya suficiente gente dispuesta a pagar, habrá toreros dispuestos a lidiar y criadores dispuestos a producir más toros. Pero, ¿cómo afectan las corridas de toros a los que las observan?
Efecto sobre la gente
Las reacciones a las corridas de toros son variadas. Algunas personas las consideran repulsivas, mientras que otras quedan fascinadas por estas. Al aficionado, por ejemplo, no le molesta en absoluto la muerte del toro. Está más interesado en el arte, la gracia y la habilidad del torero en usar la capa y la muleta. Pero, aunque se ha dicho mucho en cuanto al arte y gracia del torero, aun los defensores actuales de las corridas de toros reconocen lo cruel que es para el animal. Por ejemplo, una enciclopedia, aunque afirma que la corrida de toros gradualmente ha cambiado con el transcurso de los años, “perdiendo gran parte de su rudeza,” reconoce que es “todavía cruel en ciertos pormenores.”—Las cursivas son nuestras.
Otro asunto que merece consideración es el acto deliberado del torero de arriesgar su vida para agradar al público. La Encyclopædia Britannica explica:
“La muchedumbre en realidad no desea ver morir a un hombre, pero la posibilidad de la muerte y el desdén del hombre y la habilidad que muestra al esquivar el peligro electriza a la multitud. El auditorio no está interesado en solo ver a un hombre entrar a la arena, matar al animal del modo más seguro y salir ileso; quieren ver habilidad, gracia y temeridad. Por lo tanto una corrida no es en realidad una lucha entre un hombre y un toro, sino más bien entre un hombre y sí mismo: ¿cuán cerca se atreverá a dejar pasar los cuernos, hasta qué extremo irá para complacer a la multitud?”
Es un hecho interesante que las corridas de toros portuguesas (las cuales no permiten que se mate al toro) no son tan populares con el público que paga.
Como se puede suponer, no todas las lidias terminan a favor del torero. La Encyclopædia Britannica explica: “Casi todos los toreros son corneados con variado grado de seriedad por lo menos una vez por temporada. Belmonte (uno de los toreros más famosos de los años veinte) fue corneado más de 50 veces. De los aproximadamente 125 toreros principales (desde 1700), 42 murieron en la arena; esto no incluye a los toreros principiantes o a los banderilleros o los picadores que han sido muertos.” A pesar de esto, más de 3.000 toros serán muertos ritualmente en las plazas de toros de España durante esta temporada, y docenas de toreros arriesgarán su vida varias veces por semana.
La Iglesia Católica y las corridas
Por años la Iglesia Católica ha proscrito la corrida de toros. El papa Pío V (1566-1572) expidió cartas papales amenazando a los toreros con la excomunión y la negación de un entierro cristiano. Otros papas apoyaron esta posición hasta que Clemente VIII (1592-1605), retiró las excomuniones anteriores, pero, al mismo tiempo, estipuló que las corridas de toros en España no habrían de celebrarse en los días de fiesta. No obstante, las corridas de toro se convirtieron en la práctica corriente para celebrar acontecimientos y festividades religiosas. Ilustran esto los siguientes comentarios que se hallan en la Encyclopedia Universal Ilustrada:
“Con corridas de toros se celebraban luego las traslaciones del Santísimo Sacramento de uno á otro altar; de las reliquias ó imágenes de santos; conmemoraciones de patronos de ciudades y pueblos; edificación de iglesias; canonizaciones y otras muchas fiestas religiosas. Más de 200 toros, en unas 30 corridas, sacrificaron alegremente con motivo de la canonización de santa Teresa de Jesús. Se corrieron toros dentro de la Catedral de Palencia; las carnes de los lidiados en honor de los santos se guardaban como reliquias y para remedios; los cabildos eclesiásticos organizaron y costeaban corridas . . . En Tudela, la mañana del día de la corrida llevaban á un capuchino á fin de que los conjurase para que fuesen bravos.”
Los toreros tienen la tendencia a ser religiosos; pero, como lo reconocen algunos, lo son de modo supersticioso. Uno explicó que cada plaza de toros tiene su propia capilla privada donde los toreros pueden ir a orar antes de enfrentarse a los toros. De hecho, muchos de los toreros llevan consigo en sus viajes una especie de altar portátil que se puede armar en la habitación de un hotel para orar antes de salir para la plaza.
¿Es para cristianos la corrida de toros?
¿Cómo debería considerar actualmente un cristiano a las corridas de toros? Se presenta una cantidad de preguntas en conexión con esto. Por ejemplo, si el hombre ha sido hecho a la imagen de Dios, y Dios es amor, ¿puede una persona reflejar ese amor mientras practica crueldad contra los animales? (Gén. 1:26; 1 Juan 4:8) Si un cristiano ha dedicado su vida a Dios, ¿es razonable arriesgar esa vida por medio de provocar deliberadamente a un toro bravo? ¿Continuará esa práctica en el nuevo orden de Dios donde ni el hombre ni el animal “harán ningún daño ni causarán ninguna ruina”?—Isa. 11:9.
Por lo tanto, ¿qué se puede decir acerca de coleccionar o exhibir en la casa de uno cuadros de corridas de toros y toreros? ¿Muestra un punto de vista equilibrado, un juicio sano y sensato el idolatrar a hombres que desprecian el don de la vida y se ganan la vida mediante exhibiciones públicas de crueldad contra los animales? Además: ¿Cómo afectaría a compañeros cristianos el tener esos cuadros en la casa de uno? ¿O qué hay si alguien viera a un compañero cristiano concurrir a una corrida de toros? Estas son preguntas serias para cristianos que meditan, porque el apóstol Pablo escribió: “Que cada uno siga buscando, no su propia ventaja, sino la de la otra persona.”—1 Cor. 10:24.
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Mucho más que madera¡Despertad! 1975 | 22 de diciembre
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Mucho más que madera
Puesto que cada vez más personas viven en las ciudades, a menudo rodeadas de ladrillo y cemento, sería lógico pensar que el hombre tiene menos contacto con la madera. Por lo tanto, puede que nos sorprenda saber que la madera desempeña un papel en muchos de los productos que usamos. Al contemplar la madera como materia prima química, tal vez se asombre uno al saber que ingredientes para barnices, jabones, drogas, trementina, colas, plásticos, rayón, tinta, celofán y otros productos se sacan de la madera. Por eso, cuando leemos que “no se puede producir madera sintéticamente en el laboratorio” comprendemos algunos de los problemas que el hombre ha causado al despojar la Tierra de árboles. Pues si esto sucediera en gran escala, algo más que la sombra y la belleza desaparecerían... también lo harían muchos productos que se extraen del bosque.
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Provisiones para los viajeros¡Despertad! 1975 | 22 de diciembre
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Provisiones para los viajeros
● En Zaire, lo mismo que en otros países del África, el caminar fue anteriormente el principal medio de viajar. El tener que caminar grandes distancias hacía necesario que uno llevara poco consigo, solo los artículos de primera necesidad... agua, una estera sobre la cual dormir y tal vez algo con que cubrirse. ¿Pero qué hacían en cuanto al alimento y alojamiento? Los viajeros no tenían por qué preocuparse, pues sabían que una vez que llegaran a una aldea, el jefe aldeano les proveería de alimentos y también de albergue. Esa era la costumbre.
Sin embargo, si no había ninguna aldea cercana y le daba hambre al viajero, todavía le era posible conseguir provisiones. ¿De qué modo? Bueno, era costumbre en ciertas regiones del país dejar que la hilera de alimentos que se cultivaba a lo largo del camino o sendero fuera principalmente para los viajeros. Estaba a la disposición de ellos para que comieran todo lo que desearan, pero, si llenaban un recipiente para llevarse alimentos, entonces estaban robando y el propietario podía hacer cargos contra ellos. Esa provisión es igual a la que se encuentra en la ley mosaica, como, por ejemplo, en Deuteronomio 23:24: “En caso de que entres en la viña de tu semejante, debes comer solo suficientes uvas para satisfacer tu alma, pero no debes ponerlas en un receptáculo tuyo.”
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Mi vida como matador... ¿cuán satisfaciente?¡Despertad! 1975 | 22 de diciembre
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Mi vida como matador... ¿cuán satisfaciente?
El relato de uno que logró su sueño de llegar a ser matador, y cómo era realmente esa vida.
DURANTE casi veinte años mi sueño era el llegar a ser matador de toros, un verdadero diestro, y finalmente había llegado la hora. Era el 2 de abril de 1967, en Alcalá de Henares, Madrid.
Cuando salí del hotel, había una gran muchedumbre de amigos y aficionados que querían estar conmigo en ese día importante. Aquella tarde, durante la alternativa, se me iba a conferir el título de matador de toros, el más alto rango profesional del toreo.
Los que me iban a presentar eran el diestro veterano Curro Romero, el padrino de la ceremonia, y como testigo oficial el famoso matador El Cordobés, Manuel Benítez. Después de unas palabras de ánimo dándome la bienvenida a este grupo exclusivo de profesionales, recibí lo que comúnmente se llaman los trastos de matar, las herramientas del oficio. Estas son la espada y la muleta, la capa pequeña que se usa para engañar al toro.
Entonces los dos veteranos me abrazaron. Y por fin me encontré cara a cara con el toro. Pasé la prueba con éxito. Ahora tenía ante mí una carrera prometedora. Al fin había logrado lo que había deseado por tanto tiempo.
Aspiración temprana de ser matador
Como niño, mi único interés era los toros. Solía sentarme a la puerta de la barbería del barrio solo con el propósito de escuchar a los hombres hablar de toros. Por aquellos años aún se hablaba mucho de la muerte de uno de los más famosos toreros de todos los tiempos, Manolete (Manuel Rodríguez) que fue muerto por un toro en 1947.
Yo había practicado el toreo, pero sin toro, por bastante tiempo. Por fin llegó mi oportunidad. Recuerdo que era en diciembre de 1958, cuando yo tenía quince años de edad.
Unos amigos que eran mayores que yo planearon ir de noche a los cerrados para practicar. Conseguí convencerles de que me llevasen con ellos. Con dificultad lograron separar una vaca brava de la manada. Entonces los cuatro nos turnamos en torearla. Después de haber toreado, todos discutíamos en cuanto a quién lo había hecho mejor. Uno de ellos dijo que había sido yo. Esto a mí me sorprendió, pues yo no tenía idea de lo que era hacerlo bien o mal al torear. A partir de entonces mis amigos me llevaban con ellos a sus sesiones nocturnas de toreo, y obtuve mucha experiencia.
Una noche sufrí un percance con una cornada de una vaca que me abrió la cara desde el borde de la boca hasta la barba. El único médico que tuve fue mi compañero, que echó aguardiente en la herida. Esta era mi primera sangre derramada, y lo consideré como un honor. ¿Pero cómo reaccionaría la próxima vez? ¿Me daría miedo enfrentarme a un toro dentro de una plaza de toros y delante de un público?
Mientras yo deliberaba sobre tales preguntas, estaba aun más determinado a llegar a ser matador triunfante.
Siguiendo en pos de mi meta
Mi padre lo intentó todo para desanimarme. Me daba golpizas, y me dejaba sin comer. Cuando se daba cuenta de mi ausencia de noche, me cerraba la puerta y tenía que pasar el resto de la noche en la calle. Así cuando tenía unos dieciséis años decidí marcharme de casa con dos compañeros que también querían ser toreros.
Nos fuimos a Salamanca al norte del país, a unos 700 kilómetros de mi casa en Palma del Río. Los viajamos furtivamente en trenes de mercancía, y pasamos frío y hambre, pero pudimos sostenernos vivos por medio de mendigar comida de las granjas, y otras veces robando pollos. A veces pensé en volver a casa, pero el pensar en la gloria de ser matador me animó a continuar.
Un día nos enteramos de que iban a celebrar una corrida en Ciudad Rodrigo, en la provincia de Salamanca. Los toros allí son tan grandes que solo unas pocas personas están dispuestas a arriesgarse con ellos en el ruedo. Pero mi deseo de ser matador era tan grande que no me preocupaba por el peligro. Solo quería ser famoso.
En esa ocasión, debido a mi atrevimiento, me dieron algún dinero, lo suficiente para ir a Madrid. Allí, con la ayuda de unos familiares, me hice socio de una escuela taurina. Asistí por tres meses para practicar lo que se llama “toreo de salón,” y para mejorar mi estilo.
Mi primera corrida formal
Ahora yo era un neófito que se llama novillero novel. Para alcanzar mi meta de llegar a ser matador de pleno derecho necesitaba experiencia y ser exhibido al público.
Por fin llegó la hora en 1963 cuando toreé por primera vez en una corrida formal, con mi nombre constando en los anuncios. Fue en mi pueblo natal, Palma del Río, Córdoba. La ocasión fue la fiesta religiosa del pueblo, y, como es la costumbre en la mayoría de los pueblos, incluyó dos corridas.
Una vez en el ruedo, estuve tan ansioso de triunfar que estoy seguro que mi furia sobrepasaba a la del toro. Y triunfé. Me otorgaron las dos orejas y el rabo del toro, el premio máximo, y el derecho de volver el día siguiente. En esa ocasión también tuve éxito. Todo el mundo me aclamaba y decía que llegaría a ser un buen torero, o matador.
Un hombre de negocios quiso ser mi apoderado. Mi padre había cambiado y ya no resistía la idea de que yo llegara a ser matador, ya que ahora veía los beneficios económicos. Me emancipó ante notario y me dejó en manos del apoderado, pues yo aún era menor de edad. En cambio, mi madre estuvo en contra de la idea debido al peligro envuelto.
Más pasos hacia la meta
Al principio mi apoderado se portó muy bien conmigo, haciendo arreglos para que tuviera corridas con becerros. Esto me permitió desarrollarme y mejorar. Después no hice más progreso, pues mi apoderado era un neófito en la profesión y no estuvo capacitado para ayudarme a alcanzar la estatura de un matador completo. Mi contrato con él era por cinco años, y la única salida era por medio de comprar mi libertad, lo cual hice. Tuve que comprometerme a pagarle una gran suma de dinero, pero al menos estaba libre para progresar en mi carrera.
Con un apoderado nuevo, conseguí un contrato para torear en Bilbao, que tiene una de las plazas más importantes y grandes de España. Esta llegó a ser una corrida importante en mi carrera profesional.
En el transcurso de mi faena con la capa, el pitón del toro se enganchó en la capa y la clavó al suelo. Así me quedé indefenso, sin nada con que engañar al toro. Podía haber corrido a la seguridad tras la barrera, sin pérdida de honor. Pero con mi falta de experiencia y ganas de triunfar, me mantuve en mi terreno, y le di al toro una patada en la cara. Sin embargo, me corneó en el muslo izquierdo, casi perforándolo.
Corría mi sangre. Seguramente el público me perdonaría si me retirara. Momentáneamente estuve indeciso. Pero entonces el deseo de triunfar y progresar hacia mi meta de llegar a ser matador plenamente capacitado probó ser más fuerte que el dolor de la cornada. Pedí otra capa, y aunque las autoridades de la plaza intentaron impedírmelo, de nuevo me enfrenté con el toro. Empezaron a faltarme fuerzas.
Aunque el público no desea ver una tragedia, se excitan y están a la expectativa en situaciones en que el peligro es grande para el matador. Pero a pesar de la herida, completé la faena con la capa y maté al toro con éxito. Entre las aclamaciones del público di la vuelta al ruedo, y entonces me llevaron a la enfermería. Después de recibir primeros auxilios, fui transferido a un hospital especial para toreros en Madrid.
Se publicaron reportajes de la corrida en los periódicos, así trayéndome a la atención del público taurino. También apareció una fotografía mía, con la cornada en el muslo y yo toreando al toro. Me hice famoso, y conseguí contratos en las mejores plazas de España y en el sur de Francia. Así finalmente llegué a alcanzar mi meta, tomando la alternativa el 2 de abril de 1967.
¿Satisfacción como matador?
Ahora empecé a recibir hasta 150.000 pesetas (2.500 dólares) por cada corrida. Sin embargo, después de pagar mi cuadrilla, los gastos de viaje, dietas, hotel y 10 por ciento al apoderado, muchas veces quedó menos del 10 por ciento para mí. No acumulaba las riquezas que deseaba; de hecho, gastaba más de lo que ganaba, imaginando que en la próxima temporada ganaría más.
Por un tiempo yo lo consideraba maravilloso ser matador... me ofreció fama y adulación. Pero empecé a ver que esta gente era más bien amigos del matador que de mí como persona. Querían disfrutar de la gloria reflejada del matador victorioso y ser vistos con él. Así, después de las corridas triunfantes, el hotel estaba lleno de “amigos”; se arreglaban fiestas en mi honor. Pero el día en que las cosas saliesen mal en el ruedo, estos “amigos” brillaban por su ausencia.
Además, empecé a darme cuenta de que el mundo del toreo estaba en manos de un pequeño grupo de personas influyentes. Unos pocos empresarios controlaban las plazas principales, y el que uno consiguiera contratos para torear en ellas o no dependía más de sus relaciones con los de influencia que de sus habilidades. También, los corresponsales de periódico comúnmente no informaban sobre los triunfos de un matador a menos que hubieran recibido su “propina” de antemano.
Además había las casi inevitables cornadas. Por supuesto causaban dolor físico, pero también afectaban al bolsillo, pues la temporada solo dura unos pocos meses y una cornada puede poner a uno fuera de acción durante dos a cuatro semanas o más. Fui corneado siete veces, y llegué al punto en que las cicatrices en mi cuerpo se parecían a un mapa de carreteras.
Empecé a ver que la vida de un matador no era todo lo que yo me había imaginado. No obstante, hubo otra cosa que me hizo dudar del valor de la vida que llevaba.
El matador y la religión
La religión está asociada estrechamente con el toreo. Por costumbre los matadores visitan una capilla llena de imágenes para adorar antes de cada corrida; muchos hasta llevan con ellos una capilla portátil. De acuerdo de una ocasión en que oré delante de mi capilla antes de entrar en el ruedo, como era mi costumbre, pero después al volver ¡descubrí que la capilla se había incendiado! Si hubiera llegado más tarde toda la habitación habría ardido. Eso me hizo pensar. Si estas imágenes no podían salvarse a sí mismas, ¿cómo acaso podrían protegerme a mí en una corrida? Esta duda me molestaba.
En otra ocasión cuando toreaba en Francia, me fui a confesar, como también era mi costumbre. Los que esperábamos quedamos sorprendidos y desilusionado cuando el cura no salió a atendernos. Entonces cuando supo que yo estaba allí, salió y me atendió, pero no hizo caso de la gente humilde que había esperado por tanto tiempo. Incidentes tales como estos empezaron a debilitar mi fe en la Iglesia Católica. No obstante yo creía en Dios, y respetaba la Biblia. De hecho, disfrutaba leyéndola.
Por eso una vez le pregunté a un cura sobre la Biblia, explicándole que quería entenderla. Sin embargo, me desanimó, diciendo que la Biblia era para teólogos y que me enloquecería si la leyera. Eso me entristeció, debilitando aun más mi fe en la Iglesia.
Un propósito mejor en la vida
Alrededor de este tiempo, en el otoño de 1968, mi esposa y yo desayunábamos cuando llamaron a la puerta. Ella abrió la puerta y encontró dos señoras que nos hablaron de la Biblia. Para cada pregunta que yo hice surgir, ellas dieron una contestación bíblica. Me maravillé, deseando saber manejar la Biblia como ellas. Al leer la literatura que había aceptado de ellas, me di cuenta de que podía ayudarme a obtener el conocimiento bíblico que tanto había deseado. Pronto aceptamos un estudio regular de la Biblia en casa.
Fue precisamente en este tiempo que me invitaron a participar en una corrida como parte de una fiesta en un cortijo. El obispo de Sevilla estuvo presente, y observé cuánto disfrutaba de la fiesta. Pero por alguna razón me sentía incómodo allí.
Durante mi carrera debo de haber matado alrededor de 240 toros. Pero aun entonces, mientras observaba a otros matadores torear un toro que se desangraba y sufría, sentía pena por el animal. Al paso que llegaba a familiarizarme más con las enseñanzas bíblicas, me di cuenta de que el torear no era una carrera para un cristiano verdadero. Aquella corrida relacionada con la fiesta campera en el cortijo llegó a ser la última para mí.
A medida que llegaba a apreciar el propósito de Dios de crear un justo nuevo sistema de cosas, mi deseo de servirle se fortalecía. (2 Ped. 3:13) Esto llegó a ser mi propósito principal en la vida. Y puesto que la Biblia explica que Dios desea que todos sepan de su nuevo sistema, comencé a hablar a otros acerca de él.—Mat. 24:14.
Muchas personas quedaron sorprendidas, y también contentas, al verme llamar a su puerta. Estaban anuentes de hablar conmigo sobre los toros. Pero entonces yo aprovechaba la oportunidad de explicar que hay algo mucho mejor en la vida que los toros... es el conocer y servir a nuestro gran Creador. Sin duda ha sido cierto en mi caso.—Contribuido.
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