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Un alcohólico en la familia... ¿qué se puede hacer?¡Despertad! 1983 | 22 de marzo
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Un alcohólico en la familia... ¿qué se puede hacer?
DESPUÉS de haber pasado toda la noche bebiendo, con paso vacilante logra a duras penas llegar a casa y cae desmayado en el piso de la sala. Su esposa se siente herida y disgustada. No obstante, haciendo grandes esfuerzos, lo levanta, lo cambia de ropa y lo acuesta en la cama. Su esposo es alcohólicoa.
Al día siguiente él promete que esto no volverá a ocurrir. A veces él no recuerda nada de lo que pasó la noche anterior. ¡Pero ella lo recuerda! ‘No me atrevo mencionarle nada sobre la situación’, dice ella para sí, pues teme que, si lo hiciera, él se enfadaría mucho y comenzaría a beber de nuevo. Puesto que él no está en condiciones de ir al trabajo, ella llama al jefe para dar excusas por él.
Ella no pierde la esperanza de que él beba menos. En efecto, trata desesperadamente de controlar el hábito de beber de su esposo. De modo que esconde el licor o se deshace de éste.
Ella limita sus actividades sociales, pues se siente avergonzada por el hábito de beber de su esposo. Y no participa en actividades sociales sin la compañía de él, por temor de que él se enoje y beba aún más.
Y sin embargo, a pesar de todo eso, ¡él sigue bebiendo! ¿Por qué? ¿No está haciendo ella todo cuanto puede por ayudarle? En realidad, sin darse cuenta de ello, ella ha contribuido a que el recobro de su esposo sea más difícil. El no es el único que necesita ayuda... ¡ella también la necesita!
¿Describe lo anterior a alguna familia que usted conozca, quizás hasta la propia familia de usted? Si así es, puede que se pregunte: ‘¿Por qué se dice que la esposa tal vez necesite ayuda también?’.
Repercusiones en la familia
El alcoholismo tiene enormes repercusiones emocionales en toda la familia. La esposa, por ejemplo, a menudo es un reflejo exacto del alcohólico.
Por ejemplo, un síntoma común del alcoholismo es la negación de que se tiene problemas con la bebida. No obstante, a menudo los demás miembros de la familia también niegan que haya algún problema, quizás debido a que temen a la deshonra. De modo que si su cónyuge tiene problemas con la bebida, ¿se halla usted dando “explicaciones” cada vez que él (o ella) se emborracha?
Eso no es todo. A medida que sus esfuerzos por controlar el hábito de beber de su cónyuge fracasan repetidamente, tal vez dentro de usted se están desarrollando sentimientos de inquietud e insuficiencia. O peor aún... ¿se están desarrollando en usted el rencor y la amargura? “Muchas veces deseaba que estuviera muerto”, confesó una esposa desesperada.
Por eso, no es de extrañar que usted experimente sentimientos y emociones negativos semejantes a los del alcohólico... inquietud, temor, cólera, culpa, nerviosismo, decepción, tensión, autoestima de tipo inferior. Sí, a menudo la esposa necesita ayuda también.
¿Qué hay de los hijos? El pensar en las duraderas cicatrices emocionales que pudieran recibir es desgarrador. Note lo que dijeron a ¡Despertad! algunos hijos de alcohólicos.
“Yo siempre estaba estorbando. En cierta ocasión, cuando yo tenía como nueve años de edad, mamá había estado bebiendo, y ella y papá se enfrascaron en una acalorada discusión. Mamá comenzó a caminar hacia fuera. Me puse histérico y, agarrándola de la falda, le supliqué que no se fuera.”
“Todo el mundo lo sabía. Puedo recordar las veces que caminaba hacia la escuela y oía a los muchachos riéndose y gritando: ‘¡Tu papá es un borrachín!’.”
“Desarrollé un complejo de inferioridad. Me culpaba a mí mismo.”
“Todavía tengo un sentido de inseguridad grande, dudo de mi aptitud, hablo en desprecio de mí mismo, me disgusto conmigo mismo.”
Es fácil comprender por qué tales niños pueden llegar a ser nerviosos, introvertidos y poco conversadores. Muchas veces reprimen y desmienten la cólera, el temor, la decepción y la soledad. De lo contrario, la situación simplemente sería demasiado dolorosa. Sí, puede que los hijos también necesiten ayuda.
Por consiguiente, usted —como miembro de la familia— tal vez necesite ayuda para: 1) conservar su propia salud emocional; y, 2) aprender la mejor manera de considerar el problema con el alcohólico.
Entérese de los hechos
Comience por medio de informarse sobre el alcoholismo. Puede conseguir algunos datos útiles en la biblioteca de la localidad o un centro de información sobre el alcoholismo. Al hablar con otras personas que hayan afrontado un problema similar quizás aprenda algunas sugerencias prácticas en cuanto a qué hacer.
Puede que el asunto que más le preocupe sea: ‘¿Qué puedo hacer para ayudar al alcohólico?’. Pero antes de que pueda ayudar al alcohólico, tal vez usted necesite ayuda para recobrarse de sus propios sentimientos y emociones negativos. De modo que primero aprenda cómo le ha afectado a usted el alcoholismo. De otro modo, ¡probablemente usted no pueda llegar al corazón del alcohólico!
Luego aprenda la mejor manera de abordar al alcohólico. Puede que usted inicialmente haya reaccionado como la esposa descrita al principio. Pero a menudo tales esfuerzos contribuyen al empeoramiento de la condición del alcohólico, más bien que al recobro. ¿Por qué? Porque impiden que el alcohólico vea la realidad de su situación. Este se oculta tras un enorme muro de negación. Así que el escudarlo de las consecuencias de su hábito de beber generalmente contribuye a que siga negando el problema y continúe bebiendo.
Cómo encaminar al alcohólico adonde reciba ayuda
Aunque no se puede obligar al alcohólico a ir en busca de algún tratamiento, se puede despertar en él el deseo de buscar ayuda. ¿Pero cómo?
Esencialmente hay dos maneras de abordar el problema: 1) permítale experimentar las consecuencias de su hábito de beber; y, 2) confróntelo directamente con los hechos respecto a su hábito de beber. Hasta en su peor momento, el alcohólico puede aceptar parte de la realidad, ¡si se le presenta de modo admisible!
Sin embargo, antes que consideremos cada una de estas maneras de abordar el problema, he aquí una advertencia: Una intervención de esa clase requiere que uno esté informado sobre el alcoholismo y tenga la fortaleza emocional necesaria para poner en práctica ese conocimiento.
Ahora bien, ¿qué significa dejar que el alcohólico sienta las consecuencias de su hábito de beber? No significa castigarlo, pero sí es preciso que se obre con firmeza. A modo de ilustración, hagamos referencia a la esposa descrita al principio. Note lo que recomendó en una entrevista para ¡Despertad! la Dra. Winnie Sprenkle, directora de la sección de asesoramiento de un centro para el tratamiento del alcoholismo (el cual ha tenido éxito).
¿Qué pudo haber hecho ella cuando su esposo cayó desmayado en el piso? “En general, es muy importante que la familia no oculte el problema de modo que el alcohólico no sepa lo que haya pasado. Así que, si él cae desmayado en el piso y a la mañana siguiente despierta en la cama con su pijama, nunca sabrá lo que sucedió.” Por lo tanto, dependiendo de las circunstancias, ella pudo haberlo dejado dormir allí mismo. La mañana siguiente, cuando él despertara y se hallara en el piso, se vería ante la realidad de su situación.
Cuando él no puede recordar cómo se comportó el día anterior, ¿qué pudiera hacer ella? “Ser franca con él, pero sin mostrarse enojada. ‘Esto fue lo que sucedió anoche y así me afectó.’” Aunque él se enfurezca, ella lo está ayudando así a comprender que tal comportamiento no se ve en las familias sanas.
¿Qué hay en cuanto a que ella se aísle? “Me parece que lo más importante es que la familia simplemente se ocupe de los asuntos del diario vivir del modo más saludable que pueda. El alcohólico se confronta cada vez más con el gran contraste que hay entre él y el resto de la familia. Muchas veces eso resulta en que finalmente diga: ‘Pues, ¡tengo un problema y necesito buscar ayuda!’.” Por ejemplo, si ella participa en actividades sociales sin la compañía de él, pudiera darle a conocer bondadosamente que quisiera que él pudiera acompañarla, pero que su problema con la bebida lo impide.
¿Qué hay en cuanto a la segunda manera de abordar el problema... la confrontación? En I’ll Quit Tomorrow (Dejaré de hacerlo mañana), Vernon E. Johnson recomienda lo siguiente:
Los que confrontan al alcohólico deben ser las personas más importantes en la vida de él. Con la ayuda de un consejero capacitado, cada una hace una lista en la que describe con lujo de detalles el comportamiento del alcohólico. Se fija una fecha y una hora en que es probable que el alcohólico esté sobrio. Entonces, de manera que refleje el profundo interés de ellas, cada una lee en voz alta su lista. Aunque es posible que al principio el alcohólico se ponga a la defensiva, ellas continúan con firmeza. La meta es lograr que el alcohólico acepte suficientes hechos de la realidad de modo que se dé cuenta de que necesita buscar ayuda.
¿Dónde se puede hallar ayuda?
Algunos miembros de familia, junto con el alcohólico, acuden por ayuda a un centro para el tratamiento del alcoholismo, donde la familia también puede matricularse en un programa de terapia. ¿Cómo puede ayudar esto? Hasta ese momento, los miembros de la familia tal vez hayan reprimido recuerdos y sentimientos dolorosos. Al no estar al corriente de sus propios sentimientos, se les hace difícil comprender los del alcohólico. De modo que a menudo las metas fundamentales de la terapia son: reconocer y admitir los sentimientos de uno mismo (para sobreponerse a los sentimientos negativos, primero hay que encararse a ellos); comprender los sentimientos de la otra persona y cómo la afectan emocionalmente las acciones de uno, y poner en práctica tal perspicacia con el fin de aprender a comportarse mejor.
‘Pero ¿qué hay si el alcohólico rehúsa buscar ayuda?’, pregunta usted. Sea que el alcohólico lo haga o no, puede que usted necesite ayuda para encararse a sus propios sentimientos negativos y sobreponerse a ellos. En busca de tal ayuda, algunas familias han recurrido a grupos de la localidad compuestos de parientes de personas alcohólicas. Esos grupos tratan de suministrar comprensión y perspicacia con relación a los problemas que surgen al vivir con un alcohólico. Claro, esos grupos no existen en todas partes del mundob. Otras personas, al darse cuenta de la necesidad emocional que tienen de recibir ayuda, acuden a otra fuente.
“El conocer la verdad de la Biblia es lo que me ayuda a arreglármelas”, dice Ann, quien por 30 años ha vivido con su cónyuge alcohólico e incrédulo. Como testigo de Jehová, ella estudia la Biblia con regularidad y se esfuerza por ponerla en práctica en su propia situación. Aunque esto no elimina sus problemas, sí la ayuda a estar alegre a pesar de ellos. Y eso puede ayudarle a usted también. ¿Cómo?
En primer lugar, el poner en práctica los principios bíblicos puede ayudarle a sobreponerse a los sentimientos y emociones negativos, y contribuir así a que usted esté más alegre a pesar de su situación. No obstante, el hacer esto requiere fe firme en que Dios cumplirá lo que ha prometido (Hebreos 11:1, 6). Considere algunos ejemplos.
Inquietud: ¿Afronta usted problemas económicos debido al hábito de beber de su amado (o amada), y se preocupa extremadamente tocante a cómo pasarlas con lo que tiene? “Dejen de inquietarse”c, aconseja Jesús en cuanto a las cosas indispensables para la vida. “Su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas” y puede mantener (y lo hará) a los que hacen de Su adoración el asunto primordial en la vida (Mateo 6:25-34). Jesús entonces da una sugerencia muy práctica para vencer la inquietud... vivir un día a la vez. ¿Por qué añadirle las inquietudes de mañana al día de hoy? Además, como lo expresó cierto docto bíblico: “El futuro de la realidad rara vez es tan malo como el futuro de nuestros temores”.
Sin embargo, el solo saber las palabras de Jesús no aliviará la inquietud. Hay que ponerlas en práctica, y es entonces cuando entra en el cuadro la verdadera fe. Tanto la aptitud de Dios para mantener a sus siervos como Su promesa de hacerlo son confiables. La única cuestión es: ¿Estamos nosotros absolutamente seguros de que, mientras nos esforcemos diligentemente por hacer nuestra parte, Dios hará la suya?
Sentimiento de culpabilidad: ¿Le han hecho sentir culpable los sentimientos y actitudes negativos? Es cierto que usted tiene defectos y Dios no tolera las actitudes incorrectas. Pero la Biblia nos asegura afectuosamente: “Si confesamos nuestros pecados [a Dios], él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados” (1 Juan 1:9; Proverbios 28:13). ¿Hay realmente algún motivo para creer que Dios no hará eso en su caso, con tal que usted haga su parte? Dios actuará tal como ha prometido. Pero usted no va a sentirse mejor a menos que crea firmemente en ello.
El estudio de la Palabra de Dios también puede ponerlo en vías de recibir la ayuda del espíritu santo de Dios. Y ese espíritu puede adornarle con cualidades positivas, como ‘amor, gozo, paz, benignidad, apacibilidad y gobierno de uno mismo’ (Gálatas 5:22, 23). ¡Qué ayuda poderosa para sobreponerse a los sentimientos negativos! No obstante, usted tiene que ’seguir pidiendo’ a Dios Su espíritu (Lucas 11:5-13). Y en esto de nuevo se requiere fe firme. Como dijo Jesús: “Todas las cosas que oran y piden tengan fe de que pueden darse por recibidas, y las tendrán”. (Marcos 11:24.)
¿Quisiera usted saber cómo adquirir esa clase de fe? Los testigos de Jehová le ayudarán con mucho gusto. Quizás hasta descubra que entre ellos hay personas que han aguantado los mismos problemas que usted y, por lo tanto, pudieran darle ayuda comprensiva basada en las Escrituras. Tenga presente que el expresarse tiende a aminorar los sentimientos negativos. Así que puede ser una gran ayuda considerar francamente sus sentimientos con alguien que comprenda su situación.
Si usted ya se asocia con los testigos de Jehová y necesita ayuda para fortalecer su fe, ¿por qué no pide ayuda a un superintendente cristiano? Estos hombres devotos ayudan “de buena voluntad” y “con verdaderas ganas” a sus compañeros cristianos en todo lo que puedan. (1 Pedro 5:1-3.)
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Lo que es vivir con el alcohólico¡Despertad! 1983 | 22 de marzo
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Lo que es vivir con el alcohólico
DURANTE varias semanas todo lo que mi esposo había hecho era beber día y noche. Perdía el conocimiento, se levantaba y entonces comenzaba a beber de nuevo. Lo habían despedido del empleo, y nuestra situación económica era cada día peor. Su salud se había deteriorado, y yo no estaba segura de cuánto tiempo más viviría él. ‘¿Adónde iremos a parar?’, me preguntaba yo.
Antes que les diga cuál fue el desenlace, permítanme explicarles cómo llegamos a este punto crítico en nuestra vida.
En 1947 conocí a mi esposo en un baile. El ya había estado bebiendo cuando llegó. Antes que terminara la velada, estaba bailando sobre una mesa. Unos días después vino a visitarme. Esta vez estaba sobrio, y disfruté muchísimo de su compañía. Teníamos muchas cosas en común, así que nos hicimos novios.
La noche que me ofreció matrimonio tenía consigo una botella de licor, pero no estaba borracho. Hablamos detenidamente de la seria responsabilidad del casarse y criar una familia. Le dije que no tenía la menor intención de vivir con un alcohólico. Con eso arrojó la botella y me prometió que no bebería más. ¡Me sentía tan feliz!
Pero poco tiempo después de casarnos comenzó a beber de nuevo. Le temía cada vez más a medida que pasaban los años. ¡Sus reacciones eran tan imprevisibles! Parecía un volcán a punto de estallar.
No solo siguió bebiendo en exceso, sino que comenzó a jugar por dinero en el trabajo, lo cual resultó en que tuviéramos serios problemas económicos. Cada día de pago se suscitaba una discusión. Quería darme cada vez menos dinero, para así poder beber más. Los cobradores llamaban de continuo.
‘¿Cómo puede tratarme así y luego decirme que me ama?’, me preguntaba. Puesto que yo tenía un trabajo de media jornada, a veces ahorraba dinero para ayudarle a pagar las cuentas.
A veces no me podía contener. Le decía en tono de súplica: “¿No te das cuenta de lo que haces? ¡Tu hija y yo tenemos los nervios destrozados!”.
“¡No exageres!”, contestaba bruscamente. “Solo me bebí uno o dos tragos. Ni siquiera bebo una botella a la semana.” En realidad, ¡estaba bebiendo una botella al día!
Llevaba una vida llena de contradicciones. En ciertas ocasiones me traía flores o caramelos. ‘¡Sí me ama después de todo!’ Entonces me sentía culpable a causa de las cosas terribles que había pensado de él. Puesto que él había sido tan amable, yo pensaba que su problema con la bebida tenía que ser culpa mía. Si tan solo yo pudiera cambiar, entonces tal vez él no bebería tanto.
El prometía que bebería menos, y, después de unos días, estaba segura de que con mi ayuda dejaría de beber. Pero cuando llegaba el fin de la semana, él recuperaba el tiempo perdido... bebiendo más que nunca. Entonces se apoderaba de mí un sentimiento de desesperanza.
En varias ocasiones acudió a Alcohólicos Anónimos (AA). Allí se hablaba del alcoholismo, pero él creía que no necesitaba escuchar aquello. Sus problemas estaban en casa, pensaba él. Nuevamente se desvanecían mis esperanzas. Me sentía atrapada, enfurecida.
Pasaba de una emoción a otra hasta completar toda la gama... alegría, culpa, odio a mí misma, resentimiento, amargura, odio para con él, deseos de que él se fuera de la casa, temor de que lo hiciera. No parecía haber remedio.
Después de tratar de afrontar esta situación durante muchos años, perdí todo dominio de mí misma. Cierto día en que me sentía desesperada, subí al auto y lo único que hice fue guiar sin rumbo fijo. Fui a parar a un arroyo. Se veía tan tranquilo. Me senté en la orilla y comencé a pensar en lo poco prometedora que era mi situación. La tranquilidad del agua parecía como un imán. Si solo pudiera deslizarme en el agua...
De repente, oí que alguien me llamaba con insistencia. Una señora que vivía cerca me había visto y había venido a ver si me sentía bien. Sin más, subí al automóvil y regresé a casa.
Poco después de aquel incidente, las cosas empeoraron. Mi esposo comenzó a hablar de que se suicidaría, incluso me describía cómo lo haría. “Serás más feliz sin mí”, me decía. En cierto modo, me alegraba oír aquello, ¡pero al mismo tiempo me embargaba la desesperación!
El día siguiente sabía que tenía que hacer algo. Me puse en comunicación con los de AA, y ellos me refirieron a una de mis vecinas, quien se había enfrentado a una situación similar. Ella me recomendó que asistiera a las reuniones de un grupo de la localidad compuesto de parientes de personas alcohólicas. De modo que asistí a varias de estas reuniones.
Me ayudaron a darme cuenta de que en realidad no me podía culpar a mí misma del problema que mi esposo tenía con la bebida. Había comenzado a beber antes de que le conociera. Las personas que asistían al grupo parecían tener dominio de sí mismas. Eran joviales y expresaban abiertamente sus sentimientos. Vivían un día a la vez. ¡Eso era lo que yo tenía que hacer! Y aunque siguiera con los mismos problemas, tenía que darme cuenta de que solo podía hacerme cargo de las inquietudes del día en curso. Recordé las palabras de Jesús en Mateo 6:34: “Nunca se inquieten acerca del día siguiente, porque el día siguiente tendrá sus propias inquietudes”.
Al mismo tiempo, me parecía que algunas mujeres del grupo seguían un poco amargadas y resentidas con sus respectivos esposos, pues se quejaban de ellos y describían sus faltas. En vez de participar en esto, me quedaba callada.
No obstante, a medida que las escuchaba hablar de lo que era vivir con un alcohólico, aprendí una serie de cosas beneficiosas. Y lo más importante que aprendí fue esto: No podía escudar a mi esposo de las consecuencias de su hábito de beber, como yo lo había estado haciendo. En lugar de eso, tenía que ayudarle a darse cuenta de los problemas que estaba causando su hábito de beber. Tuve que valerme de todas mis fuerzas para sobreponerme a muchos años de pensar negativamente, pero estaba resuelta. Comencé a poner en práctica estas sugerencias.
Poco después de esto surgió una oportunidad. Tuvimos que cuidar de nuestro nieto, quien estaba enfermo y tenía fiebre. Puesto que tuve que salir por un momento, le pedí a mi esposo que cuidara al niño. Lo llamé del trabajo y le advertí que no bebiera. Me aseguró que cuidaría bien al niño.
Poco después que salí de la casa, mi hija llamó para averiguar cómo seguía el niño. Para su sorpresa, quien contestó el teléfono fue su hijito. “Abuelito está durmiendo”, dijo. ¡Mi hija se aterrorizó! “Sacúdelo fuerte y trata de despertarlo.” Pero mi nieto no podía despertar a su abuelito... había perdido el conocimiento a causa de la bebida. Con eso mi hija colgó el teléfono y salió precipitadamente hacia nuestra casa.
Casi una hora después, cuando yo ya estaba en la casa, finalmente volvió en sí. Preguntó por qué no lo habíamos despertado. Puesto que todavía estaba borracho, no hablamos mucho. Si esto hubiera ocurrido en el pasado, yo hubiera dejado las cosas así. Pero ahora sabía que no podía escudarlo de las consecuencias de su hábito de beber. Tenía que enterarse de lo que había sucedido. Así que a la mañana siguiente hablé con él y le describí en detalle lo que había sucedido. “¿Te das cuenta de lo que pudo haberle pasado a nuestro nietecito?”, le pregunté. Aquello le dolió profundamente. “Pude haber matado a esa criatura,” confesó.
Sin embargo, en cierta ocasión, unos meses después, bebió toda la noche. Pero cuando se levantó al día siguiente, me pidió que lo llevara al hospital. El ya no podía tolerar más aquello. Le dije que llamara al médico e hiciera los arreglos. Cuando llegamos al hospital, él mismo admitió su problema y recibió tratamiento durante dos meses.
Bueno, ya han pasado varios años, y nuestra vida juntos es cada vez mejor. No ha sido fácil para ninguno de los dos. Tenemos que vigilar constantemente nuestra manera de pensar y nuestros motivos.
Hay algo más que me ha ayudado muchísimo... la relación que tengo con Jehová. Esta relación me ayudó a sobreponerme a la amargura y al resentimiento que sentía, puesto que sabía que a Jehová no le agradaban tales sentimientos, prescindiendo de lo que hubiera hecho mi esposo (Colosenses 3:13, 14). ¡Qué tranquilizador fue llegar a conocer a Jehová como Padre amoroso y misericordioso que no busca nuestras faltas! Esto ha contribuido en gran manera a aliviar mi sentimiento de culpabilidad. (Salmo 103:9-12; 130:3, 4.)
Mientras oraba día y noche, El me dio espíritu y fortaleza. Al compartir con regularidad mis creencias cristianas con otras personas, pude mantener viva mi esperanza. También estoy profundamente agradecida por las reuniones cristianas a las que asisto y la asociación amorosa de hermanos y hermanas cristianos. No creo que hubiera tenido éxito sin ellos.
Por supuesto, me alegra haber aprendido a convivir con un alcohólico. El saber vivir un día a la vez me ayudó muchísimo a reprimir la inquietud. Sobre todo, me benefició haber aprendido a no escudar ni proteger a mi esposo de las consecuencias de su hábito de beber. Sin ese entendimiento, no sé lo que hubiera pasado. (Contribuido.)
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