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Los fósiles... ¿prueban la evolución?¡Despertad! 1983 | 8 de julio
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Los fósiles... ¿prueban la evolución?
LOS evolucionistas ofrecen una variedad de argumentos para defender su teoría. La mayor parte de la prueba que presentan la sacan de los organismos vivos. Señalan a las similitudes que hay en la estructura del esqueleto de diferentes animales como prueba de que éstos están relacionados, si no por descendencia directa, al menos por provenir de un mismo antepasado. Llaman atención al hecho de que, en las primeras etapas de desarrollo desde el óvulo, los embriones de los animales “superiores” se asemejan a los de los animales “inferiores”. Analizan el plasma de la sangre o la estructura química de la hemoglobina y, basándose en estos factores, clasifican las diferentes especies como parientes cercanos o relativamente distantes.
Afirman que dichas comparaciones llevan inevitablemente a la conclusión de que todos los animales tienen una ascendencia común. Dicen que no pueden concebir que haya otra explicación. Claro, puesto que desde el principio han descartado la posibilidad de que todos tengan el mismo Diseñador y Hacedor, no pueden aceptar esta explicación como alternativa. Pero en el libro de texto intitulado Man and the Biological World (El hombre y el mundo biológico), los autores confiesan que tal prueba no está completa: “El que existan similitudes homólogas, paralelismos en el desarrollo embriónico y diferentes grados de relación química entre los organismos no prueba en sí mismo que haya habido evolución”.
Para probar que la evolución realmente ha tenido lugar, los evolucionistas recurren a la paleontología. La publicación Outlines of Historical Geology (Esbozos de geología histórica), declara: “Aunque el estudio comparado de los animales y las plantas vivientes puede proporcionar prueba indirecta muy convincente, los fósiles constituyen la única prueba histórica, documental, de que la vida ha evolucionado desde formas sencillas a formas cada vez más complejas”.
Una mirada al registro de los fósiles
Así, se nos dice que acudamos al registro de los fósiles para hallar prueba final y concluyente de que la evolución en realidad ha acontecido. Tal vez usted se imagine que encontraríamos una serie de fósiles que empezara, por ejemplo, con moluscos cuya cubierta dura gradualmente se convirtiera en una cubierta de escamas, mientras que parte de ella se volviera hacia dentro y se convirtiera en espinazo. Al mismo tiempo, fósiles en sucesión mostrarían el desarrollo de un par de ojos y un par de branquias en un extremo, y una cola con forma de aleta en el otro. Finalmente, ¡ahí tendríamos un pez!
Pero el pez no seguiría siendo pez. Más arriba en la columna geológica de sedimentos esperaríamos hallar que los peces estuvieran convirtiendo sus aletas en patas, de las cuales surgieran pies y dedos, y sus branquias en pulmones. En un nivel más alto, ya no hallaríamos los restos fosilizados de estos organismos en antiguos lechos de mar, sino enterrados en depósitos de tierra seca. En el caso de otros peces, las aletas anteriores de éstos se estarían convirtiendo en alas y las posteriores en patas con garras. Sus escamas se convertirían en plumas, y alrededor de la boca se les formaría un pico córneo. Y, ¡listo! la magia de la evolución nos habría dado reptiles y aves. De esta manera podríamos disponer en orden formas intermedias que exhibieran rasgos de transición entre toda especie ancestral y cada tipo de su progenie.
¿Es eso lo que realmente encontramos? ¡Por supuesto que no! Eso sería el sueño de un evolucionista. Darwin mismo fue el primero en lamentarse de que el registro de los fósiles fuera extremadamente incompleto. Pero él abrigaba la esperanza de que con el tiempo aparecieran las formas de transición entre las especies... los eslabones perdidos, como se les llegó a llamar. Éstos justificarían la fe que él había puesto en el proceso de evolución mediante selección natural.
Pero dichas esperanzas no se han realizado. ¿Qué muestra en realidad el registro? Cada nueva forma de planta o animal —helecho, arbusto, árbol, pez, reptil, insecto, ave o mamífero— aparece súbitamente en la columna geológica. Inmediatamente encima de los sedimentos sin rastros de vida de la Era azoica, la capa cámbrica muestra una abundancia de fósiles de crustáceos y moluscos, en gran cantidad, ya plenamente desarrollados. Plantas de tallo leñoso aparecen repentinamente a mediados de la Era paleozoica. No se ha hallado madera fosilizada en los estratos inferiores, pero abunda en edades posteriores. Se han encontrado grandes colecciones de fósiles de insectos en rocas paleozoicas superiores, insectos plenamente desarrollados y en gran variedad, pero no se han hallado ningunos en estratos anteriores. A principios de la Era cenozoica, repentinamente aparecen mamíferos de los tipos modernos; no hay registro alguno de que hayan evolucionado de tipos anteriores.
Éste es el testimonio que el registro de los fósiles repite: La aparición súbita de nuevas formas de vida vegetal y animal... sin formas precursoras. ¿No sugiere esto, al observador libre de prejuicios, que hubo creación de estas nuevas formas en edades sucesivas, más bien que una evolución continua?
La permanencia de las especies
Los biólogos han desarrollado un sistema complicado de clasificar las diferentes especies. Los naturalistas siguen hallando especies que difieren de las que ya han sido clasificadas, y las intercalan entre éstas. A especies extintas, representadas por fósiles, también se les han asignado lugares en el sistema de clasificación. Continúan apareciendo diferentes fósiles que tienen que ser intercalados entre otros en el sistema. A tales fósiles los evolucionistas los califican de especies transitorias, palabra que da a entender una existencia temporera, durante la cual esta forma se halla entre una especie antigua y una nueva que va a aparecer. Hasta el que reciban el nombre de especies transitorias o de transición revela un prejuicio en la lógica que se sigue. Una manera neutral de referirse a estas formas sería mediante el término “intermedias”.
Se da mucha importancia a la búsqueda de estas formas “transitorias”. Como ejemplo se señala al pez pulmonado, que tiene branquias para asimilar el oxígeno cuando está en el agua, y también una bolsa membranosa que le sirve de pulmón para respirar cuando está fuera del agua. Se supone que esto haya señalado una etapa entre el pez y el reptil en la evolución. Pero hay un defecto en esa lógica. El pez pulmonado no se convirtió en reptil. Todavía vive hoy, y es el mismo pez que se encuentra en los fósiles antiguos. En vez de decir que representa una etapa en la evolución, ¿no es más razonable decir que es algo que ha sido creado por separado, y que no se ha extinguido?
El registro de los fósiles presenta otro importante tipo de prueba que desmiente la evolución. El proceso de la evolución se describe como “el cambio constante de las cosas vivas”. Pero en estratos antiguos se encuentran muchísimos fósiles que, al igual que el pez pulmonado, pueden ser identificados con especies modernas. Las impresiones de hojas de roble, de nogal, de nogal americano, de vid, de magnolia, de palmera, y de muchos otros árboles y arbustos, que se encuentran en rocas de tiempos mesozoicos y posteriores, no son diferentes de las hojas de estos mismos árboles y arbustos hoy. Los millones de años que, según calculan los geólogos, han pasado desde que aparecieron estos árboles por primera vez no han resultado en que se efectuara ningún cambio evolutivo. De igual manera, centenares de insectos dejaron sus marcas en rocas mesozoicas. Estas impresiones muestran que dichos insectos eran muy parecidos a las especies de los mismos insectos que existen hoy. Como lo declara el evolucionista: “La evolución de los insectos se había completado, fundamentalmente, para fines del mesozoico”... la Era en que originalmente aparecieron.
¿Puede afirmarse honradamente que tal prueba tomada de los fósiles apoye la teoría de que presiones ambientales ocasionan un cambio continuo en las especies y producen nuevas especies? ¿No apoya más bien tal prueba, de manera sumamente poderosa, el principio de que cada especie, una vez creada, produce sólo su propia clase de forma de vida? Sí; y ha continuado haciendo eso generación tras generación en el transcurso de todos los milenios.
Los evolucionistas admiten ahora que el registro de los fósiles no apoya las teorías que por largo tiempo ellos han defendido. “No existe el patrón que durante los pasados 120 años se nos dijo que buscáramos”, dijo cierto paleontólogo a una conferencia de evolucionistas en Chicago, E.U.A., en 1980. El cuadro de cambios pequeños que se acumularan hasta formar nuevas especies es falso. Más bien: “Durante millones de años las especies permanecen sin cambio en el registro de los fósiles, y entonces desaparecen abruptamente, y son reemplazadas por algo que es considerablemente diferente, pero claramente relacionado”, dijo cierto profesor de geología de la Universidad de Harvard. Las especies individuales del registro de los fósiles se caracterizan por estabilidad, no por cambio.
Por eso, ahora ha aparecido una nueva escuela, que describe a la evolución como un proceso que sigue un derrotero de “equilibrio discontinuo”, o equilibrio con interrupciones. Dicen que cierta especie existe por millones de años sin experimentar cambio alguno, y que entonces, en solo unos cuantos miles de años, se convierte rápidamente en una nueva especie. Llaman a esto macroevolución. Sucede tan rápidamente que no hay posibilidad de que en el registro de los fósiles quede recuerdo de la transición. Pero una escuela más antigua, que sostiene la idea de la microevolución, rehúsa convertirse a la nueva doctrina.
Toda esta controversia y todo este titubeo entre los evolucionistas no puede menos que dejar al lego confundido y hacer que dude cada vez más de que realmente haya habido evolución. A la persona que no se ha comprometido emocionalmente en apoyo de la causa, toda esta habla acerca de una macroevolución y de un equilibrio discontinuo le revela que existen ciertos recelos que causan incomodidad. Tal vez los que así se expresan temen que dentro de poco los defectos congénitos de la teoría de la evolución resulten letales. Su esfuerzo por ocultar dichos defectos con lenguaje grandilocuente falla por muy poco de ser una admisión de que la única respuesta es que ha habido creación.
Ya que la prueba creciente desde el campo científico da cada vez menos apoyo a la evolución y más apoyo a la creación, ¿por qué no se da más atención a la creación cuando se enseña biología? ¿Cómo siguen arreglándoselas los evolucionistas para controlar tan estrictamente lo que se enseña en los cursos de ciencia en las escuelas públicas? Los intentos que se han hecho para aflojar el control estricto que ejercen los evolucionistas, hasta por leyes que se han promulgado bajo la presión de grupos religiosos, han sido frustrados en los tribunales.
Esas preguntas se considerarán en el próximo número de esta revista, en el artículo: “El creacionismo... ¿es científico?”.
[Ilustración en la página 18]
El pez pulmonado no cambió. Hoy es como era en los fósiles antiguos
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Páginas de la historia geológica¡Despertad! 1983 | 8 de julio
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Páginas de la historia geológica
Una parte de la geología histórica que especialmente nos interesa se llama paleontología. Éste es el estudio de los fósiles de organismos que en un tiempo estuvieron vivos, y que se encuentran en muchos estratos sedimentarios. Cuando se halla un estrato encima de otro, se piensa que el estrato inferior tiene que haberse formado primero y que, por lo tanto, es el más antiguo. Una serie de estratos tal vez forme una columna vertical que sea como un libro sobre la historia de la Tierra.
Algunos de los capítulos más largos de esta historia se encuentran en cañones profundamente erosionados, como el gran cañón del Colorado, en Arizona, E.U.A. No hay ningún sitio en la Tierra donde la columna esté completa, pero los geólogos comparan la serie de estratos de un lugar con la de otro y tratan de componer, con los diversos capítulos, un libro entero.
Los capítulos de este libro reciben el nombre de períodos geológicos, y éstos están agrupados en secciones más grandes, llamadas Eras. A la primera Era geológica se le ha dado el nombre de azoica debido a que en ella no se hallan fósiles. Luego viene la Era paleozoica, que comienza con el período cámbrico, en el que se encuentran los primeros fósiles. En la Era mesozoica hallamos los esqueletos de los dinosaurios, así como las primeras aves y mamíferos pequeños. En la última Era, la cenozoica, predominan los mamíferos grandes. Finalmente, en el pleistoceno, se encuentran artefactos de hechura humana y huesos humanos fosilizados.
Para los lectores de la Biblia es de sumo interés notar que el orden en que aparecen las cosas vivas en la columna geológica corresponde estrechamente con el registro de Génesis sobre el orden en que Dios las creó. Por ejemplo, en la Biblia no se mencionan los pequeños crustáceos, de tan solo unos cuantos centímetros de largo, que aparecen abundantemente y en gran variedad en la capa cámbrica. El geólogo nos dice que estas criaturas marinas aparecieron antes de la vegetación terrestre, pero, puesto que no figuran en el registro bíblico, no hay conflicto al respecto.
No obstante, los que rechazan el relato bíblico de la creación y apoyan la evolución no hacen caso de esta prueba. En vez de ver que la paleontología está en armonía con la Biblia, acuden al registro de los fósiles en busca de prueba a favor de que una especie se ha transformado en otra por evolución.
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