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  • La religión entre dos fuegos
    ¡Despertad! 1985 | 8 de diciembre
    • sunnitas de Irak creyendo que el morir en la batalla les garantiza la entrada al cielo.

      Por eso, cuando la religión se halla entre dos fuegos, cada lado llega a esta conclusión: ‘Dios está de parte de nosotros’. De modo que la violencia, la destrucción y la matanza continúan... todo en el nombre de Dios. Además, cuando la religión es el factor fundamental, a menudo la guerra es más sangrienta y es más difícil poner fin a ella. Como dijo el señor Ernest Lefever, presidente del Centro de la Ética y la Política Pública, de Washington, D.C.: “Cuando se cree que Dios está de parte de uno, se puede justificar cualquier atrocidad”. (U.S.News & World Report.)

      Por consiguiente, surge la pregunta: En lo que respecta a la guerra, ¿realmente se pone Dios de parte de un lado o del otro? Esta pregunta perturbó a un hombre que llevó a cabo unas 60 misiones de bombardeo aéreo sobre Alemania e Italia durante la II Guerra Mundial. Le remordía la conciencia por haber participado en la matanza de millares de hombres, mujeres y niños. Le invitamos a leer, en el siguiente artículo, cómo él buscó y halló la respuesta satisfaciente a la pregunta: “¿De qué lado está Dios?”.

  • “¿De qué lado está Dios?”
    ¡Despertad! 1985 | 8 de diciembre
    • “¿De qué lado está Dios?”

      MIL bombarderos despegaron de Inglaterra la noche del 30 de mayo de 1942. Era el ataque aéreo más grande de la historia hasta aquel tiempo. Yo era el oficial encargado de las transmisiones de radio de una escuadrilla de bombarderos cuatrimotores del tipo Lancaster. Cada avión llevaba una bomba de 8.000 libras (3.600 kilos) que contenía suficiente poder explosivo como para destruir toda una fábrica grande o varias manzanas de una calle.

      Después de subir a una altura de 20.000 piesa, nos pusimos en camino a la ciudad alemana de Colonia. Los miembros de la tripulación estaban ocupados revisando los motores, el combustible, la radio, los datos de navegación, y así sucesivamente. Los tres artilleros pidieron permiso al capitán para examinar y disparar sus ametralladoras. Ya todo estaba listo para que entráramos en territorio enemigo.

      Mientras pasábamos por la costa holandesa, me levanté para tomar mi lugar en el puesto de vigilancia localizado en el techo del avión. Desde allí podía ver en todas direcciones. Permanecí allí y estuve muy alerta por si aparecían aviones de caza nocturnos del enemigo, para que pudiéramos tomar medidas evasivas y los artilleros recibieran instrucciones. A lo lejos pude ver manchas rojas que iluminaban el cielo, puesto que la mayoría de los bombarderos ya habían incendiado la ciudad de Colonia.

      Nuestro turno para bombardear

      Ya estábamos listos para colocarnos sobre el objetivo. Había aviones de caza alemanes dando vueltas alrededor de la zona de bombardeo, preparados para atacarnos. Éramos el último conjunto de los mil bombarderos que habían atacado por sorpresa a Colonia aquella noche, así que la ciudad estaba en llamas de un extremo al otro. Tuvimos que descender a 10.000 pies de altura en busca de una zona que todavía no estuviera ardiendo y sobre la cual pudiéramos soltar nuestra bomba.

      Se nos había informado que la oficina de correos principal era el objetivo. “Hay fábricas de municiones al otro lado de la calle”, se nos dijo. Sin embargo, muchos de nosotros opinábamos que estábamos bombardeando a la población civil, pues sabíamos que en la mayoría de las ciudades la oficina de correos principal no está rodeada de fábricas.

      La tensión fue aumentando mientras el piloto abría las compuertas del compartimiento de bombas. El ruido dentro del avión se intensificó. Este era el momento más vulnerable para nosotros. Nuestra bomba, que parecía casi del mismo largo que el cuatrimotor mismo, quedó entonces al descubierto. Balas trazadoras que dejaban rastros en colores formaban arcos en el cielo. Si alguna de ellas alcanzaba a la bomba, ¡aquello sería nuestro fin!

      El encargado de que la bomba cayera sobre su objetivo tomó entonces el control del avión. Dirigió sus miras a la zona del objetivo y dio instrucciones al piloto: “Izquierda, izquierda; derecha, derecha, manténlo ahí; un poco a la izquierda, manténlo ahí, sobre el objetivo. ¡Ahí va la bomba!”. El avión se estremeció mientras yo oía el ruido que dejaba tras sí la bomba de cuatro toneladas que caía del avión. Transcurrió un minuto interminable mientras esperábamos hasta que el destello iluminara la zona que habíamos bombardeado. Una vez que se habían fotografiado los daños, nos pusimos en camino a casa.

      Remordimientos de conciencia

      Mientras nos inclinábamos de modo empinado para dar la vuelta e irnos, pude ver toda la ciudad de Colonia ardiendo allá abajo. Pensé en los hombres, mujeres y niños que habían perdido la vida. ‘¿Por qué participo en la matanza de millares de ciudadanos inocentes de esa inmensa ciudad?’, me preguntaba. Traté de consolarme pensando que peleaba contra el malvado régimen de Adolfo Hitler.

      De regreso a casa no pude evitar que me viniera a la mente un recuerdo que me atormentó repetidas veces durante mis 60 misiones de bombardeo. A principios de la guerra, un solo avión alemán había soltado un haz de bombas sobre un refugio antiaéreo cerca de Lincoln, Inglaterra. Yo ayudé a sacar los cadáveres desmembrados de las mujeres que se habían refugiado allí. Tuve pesadillas tocante a ello durante muchos meses después. Ahora me preguntaba: ‘¿Cuántas veces se han repetido dichos horrores esta noche, como resultado de que mil bombarderos volaran la ciudad densamente poblada de Colonia? Y ¿qué opina Dios acerca de tal acción espantosa?’.

      A menudo pensaba en eso porque me había criado en un ambiente religioso en Inverness, Escocia. Mi familia había pertenecido por mucho tiempo a la Iglesia de Escocia. Yo había sido uno de los maestros de la escuela dominical y presidente de la Asociación de Jóvenes de la iglesia. Los sábados por la noche, un grupo de nosotros solíamos pararnos en la esquina del ayuntamiento de Inverness y dar testimonio público de nuestra fe. En tales ocasiones me llenaba de fervor religioso y del deseo de ser ministro.

      “¿De qué lado está Dios?”

      Durante aquellos seis años de guerra (1939-1945), hablaba frecuentemente con los capellanes militares y les preguntaba: “¿De qué lado está Dios en esta guerra?”. Ellos, sin excepción, contestaban: “¡Desde luego, él está del lado nuestro! ¡Estamos luchando contra una tiranía malvada que procura la dominación mundial, y sólo nuestras fuerzas cristianas pueden destruirla!”. No obstante, eso no me convencía.

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