Creencias religiosas en el antiguo Teotihuacán
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en México
A TREINTA y cuatro kilómetros al norte de la Ciudad de México yacen las ruinas de una antigua ciudad que zumbó con actividad desde alrededor del cuarto hasta el décimo siglos de la era presente. Los habitantes de Teotihuacán tenían una cultura y creencias religiosas bien desarrolladas que deberían ser de interés particular a la gente de la cristiandad.
Prominentes entre las ruinas de Teotihuacán están dos pirámides, la Pirámide del Sol y la Pirámide de la Luna. Estas pirámides difieren de las de Egipto en que se usaban como bases para templos en vez de como tumbas. La Pirámide del Sol es tan alta como un edificio de veinte pisos. Procesiones sacerdotales ascendían sus varios tramos de escaleras para adorar a su dios Quetzalcóatl desde su cúspide. Este era patrón de los artesanos, agricultores, sembradores, hortelanos y trabajadores de la tierra, de cinceladores en piedra, cortadores y constructores y de los orfebres y plateros.
A un kilómetro y medio de la Pirámide del Sol se hallan palacios en ruinas con pinturas bien conservadas en las paredes. Hubo un tiempo cuando los habitantes de Teotihuacán cubrían todas sus paredes con pinturas al fresco. Pared tras pared del palacio de Zacuala tiene pinturas de dioses. A Quetzalcóatl se le representa allí como en parte hombre, en parte pájaro y en parte serpiente.
La idea de la penitencia la representa una pintura de una flor de la biznaga atravesada por siete espinas ensangrentadas. Durante la excavación de uno de los edificios, se halló una copia de la cruz de Quetzalcóatl pintada en un panel de muro. La presencia de la cruz entre estos paganos no sorprende, puesto que es un símbolo de la fertilidad que usaban comúnmente los paganos en muchas partes del mundo.
En habitaciones que dan al patio principal del palacio se hallan varias pinturas de Yacatecutli, el dios de los pochtecas o mercaderes errantes. Este orden parece haber tenido un origen religioso. En el tiempo de los aztecas, los pochtecas empleaban de diez a veinte años adquiriendo una gran fortuna, pero viviendo en pobreza mientras lo hacían. Luego daban un banquete elaborado, gastando todo lo que habían ahorrado. De esta manera mostraban su aparente creencia en una obligación moral de deshacerse de la riqueza material.
Tocante al punto de vista que la gente de Teotihuacán tenía acerca de la muerte, Laurette Séjourné dijo, en su libro Un Palacio en la Ciudad de los Dioses: “Que el concepto de una vida nueva después de la muerte haya sido simbolizado por el nacimiento del día y por el color rojo, está no sólo literalmente expresado, sino relacionado a Teotihuacán mismo: Y lo llamaron Teotihuacán porque era el lugar donde se enterraban los señores. Pues según decían: ‘Cuando morimos, no en verdad morimos, porque vivimos, resucitamos, seguimos viviendo, despertamos. Eso nos hace felices.’ Así se dirigían al muerto, cuando moría. . . .‘Despierta, ya el cielo se enrojece, ya se presentó la aurora.’ . . . Por esto decían los viejos [:] quien ha muerto, se ha vuelto un dios.”
En los sepulcros se hallaron muchas figuras de arcilla, entre las cuales había figuras con la cabeza rapada. Se cree que éstas tienen alguna relación con ciertas clases de sacerdotes. También se hallaron candeleros de arcilla. Laurette Séjourné hizo notar esto acerca de ellos: “Debía tratarse de objetos que, a la manera de nuestras veladoras que alumbran imágenes santas, se colocaban sobre los braseros de adornos de los que poseemos tantos restos en Zacuala.”
Mucho antes de que los españoles aparecieran en México, estas personas hacían ofrendas a sus imágenes, usaban agua bendita, tenían órdenes sacerdotales, usaban la señal de la cruz, quemaban velas como parte de sus prácticas religiosas, creían en la Inmortalidad del alma y tenían una idea de una región inferior como el infierno. Algunas personas que se han familiarizado con lo que ellos creían, se preguntan si los aztecas, que heredaron la cultura de Teotihuacán, hallaron difícil el adoptar la religión de sus conquistadores españoles. En vista del hecho de que hay semejanzas religiosas entre estos pueblos paganos de tiempos antiguos y la cristiandad, pero no entre ellos y la Biblia, esta gente del México antiguo es de interés particular.