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¡Despertad! 1974
g74 22/9 págs. 15-16

Mostrando interés altruista en otros

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Guatemala

EMPRENDIMOS nuestro viaje desde la Ciudad de Guatemala a mil seiscientos metros de altura. En unas pocas horas llegamos a las orillas del lago Izabal. Después de cargar nuestro equipo en una embarcación que nos esperaba, zarpamos en un viaje insólito y recompensador. Permítame narrárselo.

El lago Izabal yace al pie de la cordillera montañosa de la Sierra de Santa Cruz en Guatemala. Es un cuerpo de agua que abarca unos 500 kilómetros cuadrados, aproximadamente tres veces más grande que el mar de Galilea. Desemboca en el río Dulce y de ahí en el mar Caribe.

Nuestra intención era hacer un circuito completo del lago, hablar con cualquiera con quien pudiéramos comunicarnos. Durante nuestro viaje de tres semanas hablamos con pescadores, comerciantes, dueños de plantaciones y humildes labradores.

¿Por qué lo hicimos?

Mi familia y yo habíamos notado que muchos hoy día muestran poco interés en su prójimo. Como testigos de Jehová, hemos tratado de evitar ese espíritu por medio de organizar nuestros asuntos para ayudar a otras personas. Hemos hallado amplia oportunidad de hacerlo en este país de Guatemala en la América Central, donde hemos vivido durante los pasados cinco años. En una reciente vacación al lago Izabal observamos la cordialidad de los nativos que viven junto a las orillas. En su mayor parte han oído muy poco acerca de las consoladoras promesas de la Biblia. Sentimos intensamente la necesidad que ellos tienen de llegar a saber de las “buenas nuevas” contenidas en las Escrituras. (Mat. 24:14) Pero, pensamos, ¿de qué servía percibir sus necesidades si no hacíamos nada acerca de ello? Por lo tanto, decidimos volver al lago Izabal, esta vez no para unas vacaciones, sino para ayudar a la gente a entender la Palabra de Dios.

Preparaciones cuidadosas

Nuestra intención era hablar con todos los habitantes que vivían junto a la orilla del lago así como navegar a lo largo de los varios ríos para llegar a los campamentos selva adentro. Necesitaríamos una embarcación que nos acomodara a los tres durante dos o tres semanas. Tendría que ofrecer protección del sol y las lluvias tropicales así como tener suficiente espacio para almacenar convenientemente nuestro equipo para acampar y muchas cajas de literatura bíblica. Puesto que las aguas frecuentemente son de poca profundidad, necesitábamos un bote para llegar hasta la misma orilla, con el fin de poder desembarcar y embarcar con facilidad.

Con esto en mente decidimos construir un “catamarán,” una embarcación con pontones gemelos de madera contrachapada liviana con una cubierta de solo 1,50 por 3,60 metros de tamaño. La equipamos con un pequeño toldo de lona para sombra, un pequeño motor fuera de borda, y una larga pértiga y un remo, al que tuvimos que recurrir frecuentemente. El alimento y la ropa se mantuvieron secos dentro de grandes recipientes de metal o bolsas plásticas, y a cada artículo se le asignó un lugar definido.

Llevando el mensaje a todos los que pudiéramos

Organizamos nuestro horario de modo que dos de nosotros pasaran el día visitando los hogares y las aldeas, mientras que el tercer miembro del grupo permanecía en el bote, vigilando la orilla para recoger a los otros cuando no era posible viajar a pie entre los hogares o las aldeas.

A veces se reunían alrededor del bote en la orilla hasta treinta personas para escuchar el mensaje bíblico. Mostraron muchísimo interés y aceptaron mucha literatura. Algunas veces las personas interesadas corrían a nosotros pidiendo por nombre Biblias, libros, o revistas, pues los habían visto en el hogar de un vecino.

Estas personas humildes estaban dispuestas a cambiar artículos alimenticios y otras cosas por literatura bíblica. Pronto aprendimos el valor local de artículos como tortillas, huevos, elote, bananas, plátanos, cocos, vainas de cacao y pescado seco o fresco.

Un día, mientras nuestra carga de artículos alimenticios se amontonaba, nos alegramos de ver a uno de nuestro grupo volver con una gran canasta de mimbre tejido que él había obtenido a cambio de literatura bíblica. Aunque vimos poco de la clase de alimentos que acostumbrábamos comer, había abundante alimento disponible; fue un cambio agradable para nosotros.

Al ser confrontados con varios días de tiempo lluvioso, tuvimos que acostumbrarnos a largos impermeables de plástico o pedazos de plástico para cubrirnos, así como a trabajar con un maletín cubierto de un plástico. En la noche nos secábamos alrededor de un fuego de carbón de leña.

Experiencias animadoras

Al hablar a estas personas en sus sencillos alrededores, no pudimos menos que sentirnos seguros de haber hecho lo correcto al venir aquí. Una pareja en un cayuco nos saludó entusiastamente. Su pequeña embarcación contenía canastas de delicioso pan fresco, nítidamente cubierto con limpios paños blancos. Prontamente aceptaron la literatura bíblica y expresaron sus vivos deseos de que volviéramos para estudiar con ellos. Mientras comíamos un poco de su delicioso pan dulce, les aseguramos que volveríamos pronto.

Cierto día pausamos para un breve almuerzo, halando el bote hasta la playa cerca de unos cocoteros para aprovecharnos de la sombra. Aquí notamos a muchas personas que pasaban por la playa a medida que regresaban a sus ranchitos. ¿Podíamos pasar por alto esa maravillosa oportunidad de hablarles acerca de la Palabra de Dios? No si verdaderamente estábamos interesados en su bienestar.

Fue así que un hombre llamado Carlos Enrique aceptó una publicación bíblica y manifestó su deseo de aprender a estudiarla. Durante esa misma tarde nos volvió a localizar, y estudiamos por espacio de una hora. Nosotros admiramos su ansiedad de aprender.

Esa noche armamos nuestra tienda de campaña, hicimos lumbre, y nos sentamos a preparar la cena y a compartir las gozosas experiencias que habíamos tenido. Entonces oímos a alguien acercarse a nuestro campamento. ¡Cómo nos sorprendió y encantó ver a Carlos Enrique! Nos había buscado, pues quería estudiar otro capítulo en su recientemente adquirida ayuda para estudiar la Biblia. Para cuando terminamos el capítulo segundo, el carbón se había consumido. Entonces Carlos explicó que él tenía que regresar a su aldea, la cual estaba a varios kilómetros de distancia por un oscuro sendero en la selva. ¡Qué aprecio! Entre otros que nos visitaron a una hora insólita estuvo José Morales, quien se aproximó a nuestra tienda de campaña a la medianoche, pidiendo una Biblia y una publicación que le ayudara a entenderla.

A medida que se acercaba a su fin nuestro recorrido del lago, reflexionamos en las muchas personas interesadas en la Biblia con las que pudimos comunicarnos en nuestro viaje de tres semanas. Colocamos cientos de publicaciones bíblicas e hicimos muchos nuevos amigos. ¡Cuán agradecidos estábamos a nuestro Creador por la oportunidad de compartir la verdad de Su Palabra con la gente amigable que vive en los alrededores del lago Izabal!

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