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  • ¿Es usted un bien armado pacificador?
    La Atalaya 1980 | 15 de enero
    • mental puesta fijamente en nuestra salvación final, el premio de la vida eterna, nos ayuda en gran manera a continuar luchando vigorosamente contra toda cosa que se presentara con el objeto de desviarnos de nuestra meta. La positiva “esperanza de salvación” que Dios ha impartido puede ser lo suficientemente poderosa como para darnos la clase de protección que el yelmo daba a los antiguos guerreros.—1 Tes. 5:8.

      A menudo los cristianos tienen que enfrentarse a ataques que vienen en forma de razonamientos y argumentos torcidos. Cuando esto sucede, necesitamos la “espada del espíritu,” la Palabra de Dios. Las Sagradas Escrituras son producto del espíritu santo y están hechas “para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia.” (2 Tim. 3:16) Al equiparnos con conocimiento bíblico exacto, podemos distinguir entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. (Heb. 5:14) Esto nos permite ‘derrumbar razonamientos y toda cosa encumbrada que se levanta contra el conocimiento de Dios.’—2 Cor. 10:5.

      PERSEVERE EN LA ORACIÓN

      Por supuesto, nunca debemos perder de vista el hecho de que el proveedor de nuestra armadura espiritual es Dios. Él es el que nos salvaguardará para vida eterna mientras nos esforzamos por ceder a la operación o funcionamiento de Su espíritu. Por eso hacemos bien en perseverar en la oración, lo cual muestra que dependemos por completo de Jehová Dios. En vista de que todos los cristianos devotos participan en el mismo guerrear espiritual, no queremos limitar nuestras oraciones a lo que tiene que ver con nosotros nada más, sino que queremos incluir a la entera asociación de hermanos. Esto está de acuerdo con el estímulo que el apóstol Pablo dio más adelante: “Mientras que con toda forma de oración y ruego se ocupan en orar en toda ocasión en espíritu. Y a ese fin manténganse despiertos con toda constancia y con ruego a favor de todos los santos.”—Efe. 6:18.

      Puesto que nuestra salvación final está en juego, tenemos buena razón para seguir siendo pacificadores que estamos bien armados. Por lo tanto, continúe examinándose. Asegúrese de que esté disfrutando de la guía y apoyo de la verdad cristiana, de que la justicia esté protegiendo su corazón, de que su fe sea lo suficientemente firme como para resistir ataques, tanto del exterior como del interior, que la esperanza de ganar la vida eterna esté escudando sus facultades mentales, y de que usted pueda usar la Palabra de Dios correctamente al combatir las ideas destructoras de la fe y pelear contra “las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales.” Procure mantenerse espiritualmente alerta, permitiendo que el espíritu de Dios lo guíe mientras ora de las maneras que sean apropiadas a las muchas circunstancias u ocasiones que pidan el hacer expresiones de gracias y alabanza y peticiones por ayuda y guía desde lo alto. Sí, esfuércese por ser un bien armado pacificador.

  • Terrorismo en el nombre de Dios
    La Atalaya 1980 | 15 de enero
    • Terrorismo en el nombre de Dios

      Las iglesias del mundo siempre han apoyado a un lado o ambos lados de los que han estado envueltos en conflictos militares. De manera similar, el Concilio Mundial de Iglesias otorgó recientemente 85.000 dólares a un movimiento guerrillero del cual se sabe que participa en terrorismo y asesinato. Una caricatura del periódico Daily Express, de Londres, ilustró esto con un dibujo del Diablo llamando jovialmente a Dios por teléfono y declarando: “¡Mi esfuerzo por apoderarme del mundo marcha muy bien, y el Concilio Mundial de Iglesias se ha pasado de tu lado al mío!”

      Tales acciones en el nombre del cristianismo ciertamente arrojan oprobio sobre Dios y Cristo, como también lo hizo notar el Herald Examiner de Los Ángeles: “El creer que un grupo de clérigos, reunidos en el nombre del Príncipe de la Paz, pudieran patrocinar [a las guerrillas] exige lo máximo de nuestra credulidad.” Pero Jesús vio de antemano que habría clérigos que usarían Su nombre y se comportarían de ese modo, y proféticamente rechazó sus peticiones de misericordia en el juicio con las palabras: “¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obreros del desafuero.”—Mat. 7:22, 23.

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