¿Alimentaremos al prójimo... o lo dejaremos morir de hambre?
CON frecuencia creciente las fuentes noticieras ponen ante nosotros los rostros de víctimas del hambre. Por supuesto, el hambre no es cosa nueva. Pero sí lo es el alcance de los problemas actuales. Como dice el Times de Nueva York:
“Registros de hambres en un lugar u otro los ha habido desde tiempos bíblicos. Lo que es nuevo es el posible brote de escaseces de alimento no circunscritas a lugares y tiempos particulares: una crisis permanente que amenaza a centenares de millones de personas en grandes sectores del globo terráqueo.”
Los cálculos indican que ahora hay unos 500 millones de personas —la mayoría de ellas niños— al borde de la inanición. Ciertamente se está viendo el cumplimiento de la profecía bíblica que dice que “habrá escaseces de alimento . . . en un lugar tras otro.”—Mat. 24:7.
¿Quién entre nosotros, ante vistas de víctimas del hambre, no siente el deseo de ayudarlas? Pero ¿qué podemos hacer?
En escala local, no es difícil ayudar temporalmente al prójimo necesitado, como cuando ocurre algún desastre. A menudo la gente responde con actos de bondad y generosidad. Pero en escala mundial la situación es bastante diferente. ¿Por qué?
Entre otras cosas, la situación de hoy día es más compleja de lo que se ve a simple vista. Parecería que la Tierra simplemente no está produciendo suficiente alimento para que alcance para todos. Pero en realidad ése no es el problema, todavía. Las siembras de grano que se cosechan ahora podrían alimentar adecuadamente a toda persona que vive... si se distribuyeran con igualdad y si el grano se comiera directamente como cereal o pan o productos similares.
Pero eso no es lo que se hace. Las naciones más acaudaladas usan gran parte de la cosecha del mundo para alimentar animales y producir carne, leche y huevos. Se pudiera necesitar hasta tres kilogramos de grano para producir medio kilo de carne. Esa es una razón por la cual las llamadas naciones “adelantadas,” que componen solamente la tercera parte de la población de la Tierra, consumen más grano que las otras, más pobres, que componen juntas las restantes dos terceras partes. Así sucede, también, en lo que tiene que ver con el combustible y el abono, factores claves de producción en la agricultura moderna.
Pero ¿no están alimentando a gran parte del mundo las naciones “adelantadas”? Sí, países como los Estados Unidos, el Canadá, Australia y la Argentina exportan millones de toneladas de grano anualmente. El problema es que a las naciones más pobres se les hace cada vez más difícil pagar. La inflación en vertiginosa subida les hace extremadamente difícil comprar alimento, combustible y abono. Y la población en esas naciones sigue aumentando. Cada año pasan de 80 millones las nuevas bocas que hay que alimentar... la mayoría en tierras que ya padecen hambre.
¿QUÉ RESPUESTA HAY?
¿Qué solución hay? Hay contradicción en las alegaciones que se hacen. Los líderes de las naciones “adelantadas” dicen que las naciones más pobres tienen que esforzarse más por retardar el aumento en la población. Pero en esos países son muchos los niños que mueren a una edad temprana. De modo que los padres realmente quieren familias grandes, esperando así que algunos hijos sobrevivan para que los cuiden en su vejez. A las naciones “adelantadas” las naciones más pobres dicen: ‘¿Por qué nos compran nuestra materia prima a precios bajos y luego nos venden sus productos a precios altos? ¿Por qué no viven y comen más modestamente para que la generosidad de sus países pueda beneficiar a una mayor parte de la humanidad?’
Ante esta situación, ¿qué puede hacer un individuo, usted mismo, por ejemplo, para ayudar? Obviamente, el que usted coma menos no va a poner alimento en los platos de la gente de otro país. ¿Puede usted confiar con seguridad en que los gobiernos nacionales u otras organizaciones se encarguen de que los esfuerzos que usted haga por contribuir a que haya un mayor abastecimiento de alimento traigan alivio a los hambrientos del mundo?
Por desgracia, muchas son las cosas que desalientan los esfuerzos de la gente. La gente ve que, a pesar de las inmensas sumas que se suministran como ayuda financiera, las condiciones empeoran. Ahora hay más víctimas del hambre que nunca. Es posible que los gobiernos que reciban ayuda la usen para comprar costoso equipo militar en vez de alimento. La corrupción, la usura del mercado negro y el desperdicio causan una gran reducción en los abastecimientos de alimento que se envían, de modo que a menudo son un simple goteo para cuando llegan a los necesitados.
Un artículo que apareció en la revista BioScience dice:
“El gobierno sabio y competente guarda parte de lo que se ha producido en los años buenos en previsión de los años malos que de seguro han de venir. Esta no es una idea nueva. La Biblia nos dice que José enseñó esta norma a Faraón en Egipto hace más de 2.000 años. Sin embargo es literalmente cierto que la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo hoy día no tienen tal norma. Carecen de la sabiduría o de la eficacia, o de ambas cosas.”
La evidencia indica que con frecuencia las naciones “adelantadas” no quieren en realidad que haya una abundancia de alimento. ¿Por qué no? Porque entonces los precios bajan y hay menos ganancia. La producción se organiza para mantener elevados los precios en el mercado mundial. El alimento hasta se usa para conseguir provecho político.
Por otra parte, también, muchas veces oímos a líderes mundiales alegar que consideran hermanos a todos los hombres y hablar de la “hermandad del hombre.” Pero cuando grandes sectores de la humanidad se encuentran necesitados, vez tras vez los intereses nacionalistas y comerciales se ponen en primer lugar, por encima de las necesidades de los congéneres humanos.
Hace tiempo, el apóstol inspirado escribió: “Les pregunto, ¿cómo puede sobrevivir el amor de Dios en el hombre que tiene suficiente de los bienes de este mundo y al mismo tiempo le cierra su corazón a su hermano cuando lo ve necesitado? . . . amemos de hecho y en verdad y no simplemente hablemos de ello.” (1 Juan 3:17, 18, New American Bible) Lo que es cierto de los hombres es cierto de las naciones. A pesar de sus alegaciones religiosas, las naciones del mundo muestran que carecen de amor a Dios.
Claramente lo que se necesita es un sistema enteramente nuevo para la humanidad, uno que elimine el nacionalismo egoísta y la competencia comercial despiadada y los reemplace con sistemas que traten a todas las personas como iguales y que fomenten cooperación, generosidad sin hipocresía y amor al prójimo. El libro que predijo las escaseces de alimento de hoy día, la Biblia, también predijo la venida de ese nuevo sistema. Muestra que el reino de Dios por su Hijo pronto se hará cargo de la plena dirección de los asuntos de la Tierra y librará a la Tierra de todos los sistemas que ahora contribuyen al sufrimiento humano.—Mat. 6:9, 10; Dan. 2:44.
Individualmente no podemos cambiar las condiciones actuales. Pero esto no es excusa para que mostremos indiferencia ante el sufrimiento de otros. ¿Estamos usando las oportunidades que tenemos de suministrar ayuda a otros? Proverbios 22:9 nos asegura: “El de buena intención será bendito, porque da de su pan al débil.”—Biblia de Jerusalén.
Hoy los testigos de Jehová se esfuerzan por demostrar su amor a Dios ayudando a sus hermanos necesitados de todos los países, sin importar nacionalidad, raza, color o posición social. Y, sobre todo, tratan de ayudar a todas las personas en todas partes a conseguir la esperanza del venidero nuevo orden, libre de hambre, que promete la Palabra de Dios.
[Comentario de la página 515]
“Les pregunto, ¿cómo puede sobrevivir el amor de Dios en el hombre que tiene suficiente de los bienes de este mundo y al mismo tiempo le cierra su corazón a su hermano cuando lo ve necesitado? . . . amemos de hecho y en verdad y no simplemente hablemos de ello.”—1 Juan 3:17, 18, New American Bible.