¿Es bíblico aclamar a María como reina?
¿Por qué no se hace referencia a María como reina en ninguna parte de la Biblia? ¿Sobre qué se dice que se basa su puesto de reina? Las respuestas a estas preguntas le ayudarán a usted a rendir devoción exclusiva a Aquel a quien se debe.
PASO por paso la Iglesia católica romana ha elevado a María hasta que ella ahora ocupa un puesto de igualdad con Dios en esa iglesia y desempeña las funciones tanto de Jesucristo como del espíritu santo. El que el puesto de reina le pertenezca a María no se determina por alguna referencia a la Biblia o a Cristo. Se basa únicamente en las tradiciones y la autoridad de la Iglesia católica romana.
Cuando uno pregunta cuál es la verdadera base en las Escrituras o en la historia de las doctrinas de la inmaculada concepción y la asunción corporal de María, las cuales doctrinas han abierto el camino para la aclamación de María en nuestro día, la respuesta común que se da es una parte de un famoso epigrama teológico: “Potuit, decuit, ergo fecit—Dios podía hacerlo; convenía que lo hiciera; por eso, lo hizo,” es decir, hizo las cosas que los dogmas a que se ha hecho referencia afirman, a saber, guardar a María libre del pecado adámico, proteger su cuerpo del poder corruptor de la muerte, levantar su cuerpo carnal, sangre y todo, hasta las cortes del cielo mismo, sin hacer que experimentara cambio alguno.
Una autoridad mucho mayor que la tradición medieval franciscana, el apóstol Pablo, declara denodadamente que ninguna de las doctrinas antedichas tiene base real alguna. Pablo dice: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.” Pablo no excluyó a María, descendiente carnal de Adán, de esta regla. Pero Pablo sí excluye a Jesucristo, porque Jesús no fué hijo de José, descendiente del hombre Adán. Jesús fué un Hijo de Dios, nacido no de una voluntad carnal ni por la voluntad del hombre, sino de Dios.—Rom. 5:12; Heb. 7:26; Luc. 1:34, 35, NM.
En cuanto al dogma de la asunción, Pablo arguye que nadie, ni María ni aun Jesús mismo, puede llevar su cuerpo humano, físico, consigo al cielo. “Carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios.”—1 Cor. 15:44, 50, NM.
A pesar de lo antibíblico de estos dogmas, el papa católico romano Pío XII enérgicamente edifica sobre estos cimientos arenosos tradicionales. En el otoño de 1954 él elevó a María a nueva gloria y nuevas alturas al coronarla simbólicamente reina reinante del cielo y de toda la creación. Él también proclamó que cada 31 de mayo debiera apartarse como día de fiesta especial en honor al puesto de reina que ocupa María. Se aclama a María con tales títulos como “Reina de todos los corazones,” “Reina de Paz,” “Reina del Universo,” “Reina del Cielo y de la Tierra,” “Señora de toda la creación,” y, además, con tales designaciones populares como “Madre de las Naciones Unidas,” “Madre de América,” “Madre de la Edad Atómica,” “Nuestra Señora de la Televisión,” “Reina de la Educación” y “Reina del Hogar.”
MARÍA HECHA IGUAL A DIOS Y A CRISTO
Los teólogos católicos romanos representan a María como corredentora y comediadora con Cristo. Se le ve desempeñando muchas funciones que, en las Escrituras Cristianas Griegas, se asocian exclusivamente con Jesucristo y el espíritu santo. Se urge a las naciones a que acudan a María en su hora de peligro, dificultades y dudas. La atención y devoción que se le dan a María en el mundo católico romano ahora igualan, hasta exceden, a las que se dan a Jesucristo.
Las autoridades católicas están alejando cada vez más del contacto directo con la vida humana las actividades de Jesucristo. A Cristo se le considera como si viviera apartado por completo del género humano. Ya no se le ve como el Único que intercede ante Dios a favor de la humanidad pecaminosa. Ahora se representa a María como consocia y cointercesora, transmitiendo a Dios las oraciones que vienen de la tierra. De hecho, en todo cuanto tenga que ver con la salvación, con el logro del bienestar humano y el establecimiento de paz en la tierra, María figura tan prominentemente como Jesucristo.
Note cómo una publicación oficial católica, Our Sunday Visitor, confiere honor a María e iguala su obra a la de Jesucristo, la del espíritu santo y la de Dios mismo: “Se dice que el nombre María significa ‘Estrella del Mar.’ Se coloca a María en los cielos como una estrella resplandeciente en la negrura de la noche, como un faro en la tempestad que amenaza hundir la civilización. María es una maestra que Dios nos ha dado para corregir a los hijos errantes de Él, para colocar nuestros pies en el camino de la justicia.” “María se manifiesta de manera especial como la Estrella Brillante de la Mañana y el Centro de la Sabiduría.” Ponga “confianza firme en María.” “En peligro, en dificultades, en dudas, piense en María. Invoque a María.” “Nunca deje que el nombre de ella esté ausente de sus labios ni ausente de su corazón. Si usted quiere obtener la ayuda de las oraciones de ella, no deje de seguir el ejemplo de su conducta. Si la sigue, usted no se descaminará; si ora a ella, no tendrá por qué desesperarse. Si piensa en ella, no se equivocará; sustentado por ella, usted nunca fracasará; protegido por ella, no tiene por qué temer; guiado por ella, usted andará sin cansarse. Si ella se sonríe con usted, usted tendrá éxito.” El papa expresó confianza firme en que por medio de María “la humanidad poco a poco progresará por este camino de la salvación y ella guiará a los gobernantes de las naciones y el corazón de sus pueblos en dirección a la concordia y la caridad.”—Our Sunday Visitor, 17 de octubre de 1954.
Si María desempeña las funciones que se han mencionado, ¿qué queda para que Dios y Cristo lo hagan? Si María intercede, dirige y enseña a la humanidad, ¿cuál es la obra asignada al espíritu santo? Si María ocupa el primer lugar en nuestro corazón, ¿qué lugar ocupa Dios? ¿No es cierto que la elevación de María obscurece la jefatura y las actividades de Cristo sobre su iglesia? ¿No empequeñece el interés sincero e imperecedero que él tiene en los miembros del cuerpo de su iglesia y en todos los que lo invocan a él en espíritu y en verdad? ¿No es antibíblica toda esta glorificación de María?
LA BIBLIA DESTRONA A MARÍA
La Iglesia católica romana aclama a María como “una estrella resplandeciente en la negrura de la noche, como un faro en la tempestad que amenaza hundir la civilización,” mientras que la Biblia dice que Jesús es “la raíz y el vástago de David, y la estrella resplandeciente de la mañana.” En lugar de que María sea el faro luminoso, Jesús es aclamado como “la luz de los hombres”—“la luz del mundo.” El profeta Isaías predijo que Cristo sería levantado como “una señal sobre los pueblos.” Mientras que no se hace referencia a María como “maestra” en ninguna parte de las Escrituras, a menudo se hace referencia a Jesús con el título de “maestro.” Nicodemo, un gobernante de los judíos, dijo a Jesús: “Rabí, sabemos que como maestro usted ha venido de Dios.” Jesús, de hecho, aconsejó: “No se llamen ‘Rabí’, porque uno solo es su maestro, entre tanto que todos ustedes son hermanos. Además, no llamen a nadie su padre en la tierra, porque Uno solo es su Padre, el Celestial. Ni tampoco se llamen ‘caudillos’, porque uno solo es su Caudillo, el Cristo.”—Apo. 22:16; Juan 1:4; 8:12, NM; Isa. 62:10, UTA; Juan 3:2; Mat. 23:8-10, NM.
Las Escrituras inspiradas declaran que Jehová el Dios Todopoderoso y su Hijo Cristo Jesús, el espíritu santo y la Palabra de verdad han de ser ayudantes, maestros, educadores, directores y consejeros en la organización de Dios. Pero en ninguna parte se hace referencia a María como tal. Isaías declaró: “Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y grande será la paz de tus hijos.” Respecto a la Palabra de Dios el salmista escribió: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz a mi camino.” Acerca del espíritu santo Jesús dijo: “Yo le pediré al Padre y él les dará otro ayudante para que esté con ustedes para siempre, el espíritu de la verdad, el cual no puede ser recibido por el mundo.” “Pero el ayudante, el espíritu santo que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todas las cosas y les hará recordar todas las cosas que yo les dije.”—Isa. 54:13; Sal. 119:105; Juan 14:16, 17, 26, NM.
Los teólogos católicos llaman a María “el Centro de la Sabiduría”; la Biblia dice: “Jehová da la sabiduría, y de su boca proceden la ciencia y la inteligencia.” Se dirige a los católicos a que invoquen a María en su hora de peligro, dificultad y dudas; la Palabra de Dios nos dice que “Dios es nuestro refugio y fortaleza; socorro muy bien experimentado en las angustias”; que “cercano está Jehová a todos los que le invocan, a los que le invocan con verdad. Cumplirá el deseo de los que le temen; oirá también su clamor, y los salvará.” Los católicos esperan que María “sujete la violencia bajo su pie,” pero la Palabra de Dios nos asegura: “El Dios que da paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes en breve.”—Pro. 2:6, 7; Sal. 46:1-3; 145:18, 19; Rom.16:20, NM.
LOS APÓSTOLES NUNCA MENCIONARON A MARÍA
El puesto elevado que María ocupa en el mundo católico ciertamente no está de acuerdo con las Escrituras. Al examinar lo que el registro bíblico dice de María, nos causa asombro la escasez de comentario. Sólo se hace mención de ella una vez fuera de los Evangelios. Ni el apóstol Pablo, ni el apóstol Pedro, ni Judas, el siervo de Jesús, ni Santiago, el hermano de Jesús, la mencionan siquiera una sola vez en todos sus escritos inspirados. María es conspicua por la ausencia de referencias a ella. Pablo hace frecuentes referencias a mujeres fieles, pero nunca menciona a María. ¿Por qué tanto silencio? Puede haber sólo una respuesta. Los exaltados puestos de reina del universo, reina del cielo y de toda la creación, sencillamente son de fabricación humana y no tienen ninguna base en la realidad. La preeminencia de María era solamente “entre las mujeres,” porque el Mesías había de nacer de ella: “¡Bendita eres entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre!”—Luc. 1:28, 42, NM.
Pero los apóstoles no fueron los únicos que se mantuvieron silenciosos. Jesús mismo muy cuidadosamente evitó el dar alguna atención especial a sus parientes terrenales, y ni una vez les concedió alguna preeminencia, sino siempre dió énfasis a su relación personal con su Padre. “Cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ése es mi hermano, y hermana, y madre.” El registro más temprano acerca de Jesús como niño comienza con las siguientes palabras dirigidas a sus padres: “¿No sabían ustedes que debo estar en la casa de mi Padre?” Y sus últimas palabras fueron: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Hay por lo menos 150 referencias bíblicas en las que se hace referencia a Jesús en estrecha asociación con su Padre, pero de ningún modo hay siquiera una referencia en que Jesús exprese alguna afiliación con su madre. No hay ni una sola instancia en que él se dirija a ella como “madre.” Él invariablemente se refiere a ella como “mujer.” “¿Qué tengo que ver contigo, mujer?” “¡Mujer, mira! ¡tu hijo!”—Mat. 12:46-50; Luc. 8:21; 2:49; 23:46; Juan 2:4; 19:26, NM.
En ninguna parte de la Biblia se ve a María como mediadora o intercesora, o como colaboradora con Jesús en el papel de la salvación humana. Jesús permanece solo en estos puestos, diciendo: “Separados de mí ustedes no pueden hacer absolutamente nada. Si alguien no permanece en unión conmigo, es arrojado fuera como un sarmiento y es secado, y los hombres recogen esos sarmientos y los lanzan en el fuego y se queman. Si permanecen en unión conmigo y mis dichos permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y eso acontecerá para ustedes.” “No importa lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo [dará].” En vez de desempeñar los siervos de Dios “todas sus acciones ‘por medio de María, con María, en María, y para María,’” como enseña la Iglesia católica romana, el inspirado Pablo ensalza la misericordia y sabiduría de Dios, y dice: “Porque procedentes de él y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por siempre jamás. Amén.”—Juan 15:5-7, 16; Rom. 11:33-36, NM.
FONDO PAGANO EXPUESTO
La exaltación de María es parte de un proyecto que la Iglesia católica romana ha deliberadamente planeado y cuidadosamente ejecutado para restablecer la antigua forma de adoración de la reina del cielo, según se practicaba en las antiguas naciones paganas de Babilonia, Egipto y Roma; y también en la antigua nación infiel de Israel. Heródoto, de conocimiento personal, testifica que en el Egipto antiguo la “reina del cielo” era “la mayor y más adorada de todas las divinidades.” El historiador Alexander Hislop escribe que según la doctrina caldea, cuando Semíramis, la madre y más tarde esposa de Nemrod, fué exaltada a la divinidad bajo el nombre de la reina del cielo, vino a ser adorada como “el Espíritu Santo encarnado.” Nono, al hablar de la reina del cielo babilónica, la llama “la esperanza de todo el mundo.” También se hace referencia a ella como “señora de toda la creación.” Hislop dice además que fué esta misma diosa la que fué adorada en Éfeso, a quien Demetrio, el platero, caracterizó como la diosa a quien “la entera provincia de Asia y la tierra habitada adoran.” Todos estos títulos, que en un tiempo se aplicaban a diosas paganas, se asignan ahora a María.—Hech. 19:27, NM.
La antigua nación de Israel cayó víctima de esta forma de idolatría. En vez de ofrecerlas a María, las mujeres hebreas ofrecieron tortas en las calles de Jerusalén a la diosa babilónica, Astarte. Quemaban incienso a la reina del cielo y derramaban libaciones a ella. La gente abiertamente desafió a Dios y su Palabra para llevar a cabo sus prácticas inicuas. Debido a la iniquidad voluntariosa de los israelitas Dios los redujo a esclavos y completamente devastó la tierra. ¿Hará Dios algo diferente hoy día? Él dice acerca de sí mismo: “Yo, Jehová, no cambio.”—Jer. 44:15-19; Mal. 3:6.
Aparte del paganismo babilónico y la tradición católica, no hay absolutamente ninguna autoridad para la presente adoración de María o de cualquier otra mujer como la reina del cielo. Sería bueno, por lo tanto, prestar atención al consejo del apóstol Pablo: “Cuídense: quizás haya alguien que se los lleve como su presa por medio de la filosofía y el engaño vacío según la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo y no según Cristo.” “Aunque nosotros o un ángel venido del cielo,” dice el apóstol, “les declarara como buenas nuevas alguna cosa más allá de lo que nosotros les hemos declarado a ustedes como buenas nuevas, que sea maldito.” Porque según resume el apóstol Pedro respecto a Cristo Jesús: “No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre bajo el cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual hayamos de ser salvos.” Que estas palabras inspiradas de Dios, no las tradiciones de los hombres, guíen a usted en su adoración.—Col. 2:8; Gál. 1:8; Hech. 4:12, NM.