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    ¡Despertad! 1971 | 8 de octubre
    • Como dice The World Book Encyclopedia (edición de 1970, tomo 10, página 185): “La fuerza que puso juntos a la ciencia y el dinero probablemente fue la demanda creciente de las comodidades de la vida.” Al principio quizás hayan sido cosas relativamente sencillas; los hombres deseaban las herramientas que podían ser producidas por las máquinas recién inventadas, las mujeres deseaban tela tejida a máquina. Pero a medida que aumentaba la corriente de productos, el deseo de tenerlos aumentaba con ellos.

      Las máquinas —máquinas de hilar, máquinas de tejer, motores de vapor, hornos productores de hierro, convertidoras y aplanadoras— eran costosas. Solo los pocos hombres con capital podían comprarlas. Entonces tenían que establecer fábricas, preparar edificios especiales para sus máquinas, contratar personas para entrenarlas y emplearlas en la operación de máquinas. Las inversiones fueron fuertes y los inversionistas, por supuesto, estaban resueltos a realizar buenas ganancias. Al esparcirse las industrias, se atrajo a los hombres de las granjas, de oficios privados en talleres y hogares y llegaron a ser obreros fabriles. Y las fábricas tendieron a agruparse en ciudades donde el combustible y la mano de obra eran baratos. Ahora se van haciendo visibles los contornos básicos del patrón de la contaminación.

      Con el tiempo se produjeron máquinas más rápidas, más complejas, más automáticas que hacían que las anteriores parecieran primitivas. Pero también requerían más energía eléctrica, mayores cantidades de combustible. Cada vez se añadían a la lista de los productos hechos a máquina más productos de los que habían sido hechos a mano por los artesanos. El número de los artesanos individuales fue constantemente menguando. Los talleres y las industrias más pequeños tenían que mantenerse al paso con la tecnología o verse arruinados por competidores que tenían producción en masa más rápida.

      La invención de la locomotora de vapor y, más tarde, el motor de combustión interna que usaba gasolina dieron ímpetu al crecimiento de la industria. Con transporte más rápido y más barato, las fábricas pudieron ensanchar sus mercados, enviar sus productos cada vez más lejos, así como traer materias primas y combustible de puntos más lejanos. Con el tiempo se desarrollaron enormes industrias y las más pequeñas fueron eliminadas o absorbidas.

      Todo este crecimiento fue aclamado como “progreso.” Pero ese progreso llevaba un precio muy alto. Afectaba seriamente la calidad de la vida humana.

      Efecto en el ambiente del hombre

      En las poblaciones industriales de desarrollo rápido, las fábricas a menudo se establecían en sitios selectos, como junto a una corriente de agua o distrito ribereño. Sus desperdicios eran echados a las corrientes o tirados cerca de ellas. (La descarga de una sola fábrica puede igualar la de una población entera de 100.000 o más personas.) Las minas productoras del mineral y la hulla vitales excavaban hoyos cada vez más profundos en la tierra o, con “la minería a cielo abierto,” allanaban colinas y excavaban cráteres grandes, dejando atrás zonas devastadas que se extendían por muchos kilómetros cuadrados. Más tarde los pozos de petróleo habrían de tener una participación aun mayor en el proceso de la contaminación. Las vías ferroviarias hicieron cicatrices en las faldas de las colinas y las locomotoras resoplaron en el mismísimo corazón de las ciudades, trayendo humo, arenilla y ruido. En aquel tiempo a la gente por lo general le parecieron al principio emocionantes todas estas cosas. Aun cuando dejaron de serlo, la gente para entonces se había acostumbrado, acondicionado, a ellas.

      El desarrollo del uso de combustibles fósiles —hulla y, más tarde, los productos del petróleo (la gasolina y el queroseno)— desempeñó un papel principal en el progreso industrial. Estos combustibles fósiles se transportaban más fácilmente, tenían mayor potencialidad de energía que los combustibles anteriores (madera y aceites vegetales). Pero, puesto que no ardían tan completamente, despedían en la atmósfera mayores concentraciones de diversos gases —monóxido de carbono, óxidos sulfúricos, hidrocarburos, óxidos de nitrógeno— así como algunas partículas sólidas. Siendo vomitados de unas cuantas chimeneas industriales o de chimeneas domésticas, no producían ningún daño notable. Solo cuando su número se multiplicó muchas veces comenzó a hacerse sentir claramente el verdadero peligro.

      Así, en lugares como el valle de Meuse, Bélgica, en 1930; en Donora, Pensilvania, EE. UU., en 1948, y en Londres, Inglaterra, en 1952, períodos de aire estancado o niebla estancada hicieron que los amenazadores venenos de estos gases produjeran efectos desastrosos. Para el tercer día de la niebla tóxica en Donora, hubo 5.910 personas enfermas... casi la mitad de los habitantes de la ciudad. Durante la semana de la intensa niebla en Londres, y la semana siguiente, hubo un aumento de 4.000 muertes en la proporción de mortalidad. Hoy, en las ciudades principales alrededor del mundo los ojos de millones de personas arden, sus pulmones están irritados y aumentan los casos de enfisema, bronquitis y cáncer pulmonar. Tal vez no mueran súbitamente. Pero su vida ciertamente está siendo acortada.

      A todo esto hay que agregar la extensión de la tecnología científica a otros dos campos: la agricultura y la guerra. Las granjas, enfrentándose a mano de obra que disminuye, se han mecanizado y han usado abonos e insecticidas químicos. Esto ha hecho elevada la producción de las siembras. Pero la contaminación ha sido paralelamente elevada. El desarrollo científico de equipo bélico, particularmente el de las bombas nucleares, ha introducido el nuevo peligro de sustancias contaminadoras radiactivas. Desde el fin de la II Guerra Mundial hasta 1963 hubo más de cuatrocientas explosiones nucleares. Desde el tratado de la proscripción de pruebas de 1963 ha habido unas trescientas más subterráneas. Hoy los deshojadores devastan inmensos bosques en el sudeste de Asia.

      Aumento de población trae aumento de contaminación

      Se requirieron miles de años para que la población de la Tierra llegara a mil millones en 1850. Para 1930 llegó a dos mil millones. Hoy se encuentra en 3.650 millones y se calcula que se duplicará en el transcurso de los siguientes treinta años. Las ciudades han recibido la mayor parte de este aumento de población. En 1740, Inglaterra en conjunto solo tenía un poco más de 6.000.000 de habitantes. Hoy tan solo el Londres metropolitano tiene más habitantes que esa cantidad.

      Esta “explosión demográfica” ha ayudado a la Revolución Industrial mientras ésta se ha esforzado por lograr cada vez mayor producción, por operaciones más gigantescas. Con más gente, ha aumentado la demanda de energía... en las industrias, los hogares y el transporte. Ciudades el desarrollo rápido y extenso siguieron apoderándose de cada vez más extensiones de la tierra de cultivo que las rodeaba. Y la tierra que colindaba con los nuevos límites con frecuencia sufría, ya fuera debido a la contaminación o porque se le cultivaba hasta que perdía su fertilidad. El alimento tenía que ser llevado a la ciudad en camiones desde distancias cada vez mayores.

      Se desarrollaron los suburbios a medida que la gente buscó alivio del deterioro urbano. Pero esto con el tiempo aumentó la contaminación, porque hubo mayor uso de autos particulares. Se desarrollaron vastas redes de carreteras; constantemente se extendieron más fajas de concreto o asfalto, y más anchas, sobre lo que en otro tiempo fue campo verde. Dice la revista Time: “Cada año tan solo en los EE. UU. se pavimentan más de 400.000 hectáreas que han estado ocupadas por árboles productores de oxígeno.” Hoy, en São Paulo, Brasil, solo hay menos de medio metro cuadrado de zona verde por persona. A medida que aumentó el viajar por aire, los aeropuertos contribuyeron con su parte de cubrir extensas secciones de terreno, así como a empeorar la contaminación de aire en gran escala.

      Es verdad que por algún tiempo se logró algún éxito en cuanto a mejorar ciertas condiciones ambientales en ciudades industriales. ¡Hoy pocas ciudades son como Manchester, Inglaterra, allá en 1843 a 1844, cuando, en una sección, solo había un excusado para cada 212 personas! Sin embargo, ahora vemos una situación en que, no solo ciertas secciones conocidas como barrios bajos, sino la Tierra en conjunto —terreno, agua y aire— está siendo hecha inmunda.

      Se desarrolla “sociedad de consumidores”

      La industria en gran escala necesita un mercado constante para sus productos. Durante las primeras etapas de la Revolución Industrial eran frecuentes las depresiones económicas, porque las nuevas máquinas de producción en masa a menudo hacían que el abastecimiento sobrepujara a la demanda. Las fábricas grandes no eran flexibles y no podían ajustarse a la demanda corriente como los primeros artesanos privados, que a menudo conocían dos o tres oficios y hasta efectuaban trabajo agrícola de vez en cuando.

      La “explosión demográfica” solo contrarrestó parcialmente este problema. No ha bastado para satisfacer la ambición de “crecimiento” constante de las industrias. Por eso, los fabricantes han tratado de estimular y fomentar la demanda. La publicidad, también la producción periódica de nuevas modas o mejoramientos menores que hacían parecer menos deseables los modelos anteriores, estimularon el comprar. La mira no era tanto suministrar lo que la gente necesitaba como lo que se le podría hacer desear. A menudo los artículos se diseñaban para que tuvieran una duración limitada, para que hubiera así una demanda más consistente a través de los años. Debido a este sistema de “desgaste planeado,” a menudo se daba más importancia a lo barato que a la calidad y la durabilidad.

      Todo esto ha producido lo que a menudo se llama una sociedad “de desechadores,” una que usa por un tiempo los productos y después los descarta. El cambiar esta prodigalidad afectaría drásticamente la economía de muchas naciones.

      Se puede ver, pues, el sumamente complejo y profundamente arraigado problema que se ha formado. Ha venido gradualmente, se ha extendido durante la vida de muchas generaciones. Sin embargo, todo tiene una sola fuente básica. ¿Cuál es?

  • Descubriendo la fuente básica
    ¡Despertad! 1971 | 8 de octubre
    • Descubriendo la fuente básica

      EL AUMENTO del desperdicio en masa y de la contaminación en masa ha continuado hasta el día actual. Pero, ¿cuál es la fuente básica?

      ¿Es la inventiva humana? No en sí, porque los hombres han inventado cosas durante toda la historia humana. De hecho, el libro bíblico de Génesis habla de hombres de antes del diluvio global como Jubal, que “resultó fundador de todos los que manejan el arpa y el caramillo” y “Tubal-caín, forjador de toda clase de herramienta de cobre y de hierro.” (Gén. 4:21, 22) No es la capacidad inventiva del hombre, sino el uso incorrecto de ella, lo que crea problemas.

      Igualmente, no todo el problema está en la industria, porque puede haber industria de todo tamaño. Es la concentración de la industria y los métodos de la industria lo que ha causado daño. Pero la industria produce para la gente. Por eso, básicamente, la contaminación proviene de la gente y de sus deseos. ¿Vive usted y trabaja en una ciudad industrial, o maneja automóvil, o calienta su casa con hulla o con petróleo, o utiliza abonos e insecticidas químicos, o utiliza productos con recipientes “desechables”... tarros, latas, botellas? Entonces usted contribuye al problema de la contaminación.

      La fuente verdadera

      La fuente verdadera de la contaminación en masa realmente está en el conjunto de valores que los hombres en general han aceptado, en el modo de vivir y en el sistema que se ha desarrollado. La contaminación mental ha resultado en contaminación física.

      Lo grande ha sido considerado como virtuoso. La velocidad, la producción en masa y la ganancia rápida han llegado a ser el modelo del éxito, han sido glorificadas como benefactoras de la humanidad. Como dijo un comité del Senado australiano que informó sobre la contaminación: “El crecimiento es todavía la religión nacional y el desarrollo es su profeta.”

      La luz solar, el aire fresco, el agua pura, la hierba, los árboles, la vida silvestre... bueno, quizás todo esto tenga que sacrificarse. ¡Pero el “progreso” tiene que continuar!

      Se ha buscado la felicidad en la posesión de productos fabricados, y esto ha traído una constante degeneración en las relaciones humanas y los valores espirituales.

      Es verdad que hoy muchas personas están, por decirlo así, “atadas.” Se encuentran encerradas en un sistema que no fue de su hechura. Se sienten impotentes en cuanto a cambiar los asuntos en la breve duración de su vida.

      Pero, ¿qué hay si se abriese el camino para efectuar ese cambio? ¿Cuántos lo harían? ¿Deplora usted personalmente el materialismo egoísta que ha fomentado el uso incorrecto de los elementos naturales de la Tierra? Hoy la mayoría de las personas interiormente prefieren un modo de vivir materialista, pero deseando que de alguna manera se pudieran evitar las consecuencias desagradables. Estas personas quizás no hayan originado el modelo o patrón de la contaminación, pero prefieren su perpetuación debido a los llamados “beneficios” que produce ese modelo.

      Peligro de las naciones “en desarrollo”

      Vemos que una sociedad bastante diferente de la de antes de 1750 se ha desarrollado en muchos países. Y los países que no se han desarrollado de ese modo se han encontrado con una desventaja económica siempre mayor en sus relaciones con las naciones “progresivas.” Su moneda nacional vale poco, comparativamente, en el mercado internacional.

      Ahora las naciones “subdesarrolladas” se están esforzando ansiosamente por unirse a las filas de las naciones “progresivas.” La gente de esas naciones anhela los productos que tienen otros. Esto solo puede complicar el problema para la Tierra. ¿Por qué?

      Porque la persona de término medio de una sociedad industrial crea muchas veces más contaminación que las personas de una sociedad agrícola. Según el Dr. Paul Ehrlich: “Cada niño estadounidense es 50 veces más carga en el ambiente que cada niño indio.”

      ¿Por qué tan poca preocupación hasta ahora?

      ¿Por qué se ha permitido que la situación alcance proporciones de crisis? El Comité Selecto del Senado Australiano sobre la Contaminación del Agua aisló dos factores básicos, diciendo: “Detrás de la mayoría de los problemas de contaminación están los factores gemelos de la ignorancia y la inercia.” O pudiéramos decir, ignorancia y apatía.

      Los primeros científicos tecnológicos no previeron el efecto grande que tendrían sus inventos de producción en masa, de ahorro de mano de obra, en las condiciones de vida de los hombres. Quizás los primeros industriales no se hayan dado cuenta del grado del envenenamiento que resultaría de usar en gran escala los combustibles fósiles ni la capacidad limitada de ríos, lagos y hasta océanos en cuanto a absorber el desperdicio que se arroja en ellos. La gente que codició los primeros aparatos que ahorraban mano de obra y el equipo útil originalmente trataba de aligerar algo la carga que llevaba. No se proponían deliberadamente destruir su ambiente. Pero tampoco estuvieron particularmente preocupados cuando el daño se hizo más patente.

      El autor Lewis Mumford dice lo siguiente sobre el punto de vista insensible que desarrolló la sociedad industrial: “El prestar atención a asuntos como suciedad, ruido, vibración, se consideraba una delicadeza afeminada.” Relata que cuando el inventor escocés James Watt quizo mejorar su diseño del motor de vapor para reducir su ruido fuerte, los fabricantes de Inglaterra impidieron que Watt lo hiciera. ¿Por qué? ¡Les gustaba la evidencia audible de potencia que daba el ruido! Un industrial moderno de Alemania mostró que la actitud ha cambiado poco. Como se informó en Der Spiegel del 14 de septiembre de 1970, cuando se le entrevistó acerca de la contaminación del Rin, expresó alguna preocupación por la muerte de los peces, pero dijo: “El bañarse, el pescar y el romance... ¡un montón de tonterías!” El sacrificar estas cosas era simplemente el “precio que hay que pagar por el progreso.”

      Llegando a la raíz del problema, el ecólogo Barry Commoner declara: “Las primeras depredaciones a nuestros recursos por lo general se hicieron con buen conocimiento de las consecuencias perjudiciales, porque es difícil evadir el hecho de que tras la tala de una falda de montaña viene rápidamente la erosión. [Y solo se necesita sentido común para darse cuenta de que el cargar un río con basura afecta a la gente río abajo.] La dificultad no estaba en la ignorancia científica, sino en la codicia voluntariosa.”

      Por supuesto, todavía hay ignorancia. Los científicos reconocen que todavía no conocen completamente qué efectos tienen muchas de las combinaciones químicas que se están esparciendo en el aire, la tierra y el agua. Esta ignorancia es peligrosa. Pero la apatía a ese peligro, una apatía arraigada en el egoísmo humano, “codicia voluntariosa,” ha impedido todo alto verdadero o hasta un retardo en el desarrollo tecnológico de nuevos aparatos y productos químicos.

      ¿Qué esperanza o remedio hay, entonces? ¿Qué hay del éxito que se ha tenido en algunas zonas en cuanto a disminuir el envenenamiento del ambiente? ¿Puede eso resultar en alivio completo?

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