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  • Neutralidad en un mundo confuso
    La Atalaya 1980 | 15 de abril
    • inmunda. . . . ¡Mira! he golpeado mi mano . . . por tus actos de derramamiento de sangre que han resultado estar en medio de ti . . . , y ciertamente destruiré de ti tu inmundicia. Y . . . tendrás que saber que yo soy Jehová.’”—Eze. 22:3, 4, 13-16.

      ¡“El gran día de Jehová está cerca”! (Sof. 1:14) Muy pronto será destruido todo un mundo culpable de derramamiento homicida de sangre. Pero a los que intrépidamente “no son parte del mundo” Jehová extenderá la invitación: “Anda, pueblo mío, entra en tus cuartos interiores, y cierra tus puertas tras de ti. Escóndete por solo un momento hasta que pase la denunciación. Porque, ¡mira! Jehová está saliendo de su lugar para pedir cuenta del error del habitante de la tierra contra él, y la tierra ciertamente expondrá su derramamiento de sangre y ya no encubrirá a los de ella a quienes han matado.” (Isa. 26:20, 21) Después que Jehová ajuste cuentas con este mundo culpable de derramamiento homicida de sangre, su pueblo limpio emergerá del escondite que se le habrá provisto milagrosamente y disfrutará de paz eterna en una Tierra que nunca jamás será manchada con la sangre de las guerras y la violencia. (Sal. 46:8, 9) Entonces, los que ‘no hayan sido parte del mundo’ que habrá perecido permanecerán en el nuevo orden de Dios y harán Su voluntad para siempre. (1 Juan 2:17) Así que, por su parte, ellos habrán contribuido a una historia de neutralidad cristiana libre de derramamiento de sangre en un mundo confuso.

  • ¡No nos rendimos!
    La Atalaya 1980 | 15 de abril
    • ¡No nos rendimos!

      Como lo relató Ilse Unterdörfer

      Más de 100 años en el servicio de Dios a pesar de grandes pruebas sobre la fe

      EN SEPTIEMBRE de 1939 mi amiga Elfriede Löhr y yo nos hallábamos en el campo de concentración de Ravensbrück, en Alemania. La II Guerra Mundial apenas había comenzado.

      Heinrich Himmler, el director de la SS (Schutz-Staffel, o Policía Selecta), nos había visitado en el campo de concentración de Lichtenburgo poco antes de que se nos llevara al nuevo campo que se había erigido en Ravensbrück. El propósito de él era hacer que las testigos de Jehová que se hallaban allí abandonaran su fidelidad a Dios y apoyaran el esfuerzo de guerra nazi. Pero todas sin excepción rehusamos. Ante esto, Himmler se encolerizó sobremanera y gritó: “¡Si ustedes quieren, su Jehová puede reinar en los cielos, pero aquí en la Tierra somos nosotros los que gobernamos! ¡Ya verán quién durará más, si ustedes o nosotros!”

      Por unos seis largos años, Elfriede y yo, junto con muchas otras hermanas cristianas nuestras, aguantamos algunas de las más horribles condiciones concebibles. Sin embargo, ¡nosotros los Testigos sobrevivimos, aunque Himmler, Hitler y su gente dejaron de existir!

      Años antes, mientras Elfriede y yo todavía éramos adolescentes, habíamos resuelto usar nuestra vida en el servicio de Dios ¡y que nada jamás haría que nos rindiéramos o nos diéramos por vencidas! Antes de que se nos enviara al campo de concentración, experimentamos el cuidado consolador de Dios mientras predicábamos las buenas nuevas del Reino a pesar de la creciente persecución Nazi. Y hoy continuamos activas, y entre las dos hemos completado 100 años de servicio dedicado. Pero déjeme contarle cómo llegamos a estar en Ravensbrück.

      NUESTROS PRIMEROS AÑOS EN EL SERVICIO DE DIOS

      En 1926, cuando Elfriede tenía solamente 16 años, simbolizó su dedicación a Dios por bautismo en agua. El deseo de corazón de ella se cumplió cuando Elfriede pudo comenzar a predicar en obra de tiempo completo en el invierno de 1930. Aunque por un tiempo una seria enfermedad la limitó en cuanto a lo que podía hacer, cuando conocí a Elfriede y la vi por primera vez, en marzo de 1937, ella estaba activa en la obra clandestina. Esto se debía a que las actividades de los testigos de Jehová habían sido proscritas en Alemania bajo el régimen nazi, y a riesgo de perder nuestra libertad y hasta nuestra vida, muchos de nosotros participábamos en distribuir el alimento espiritual por todo el país.

      Mi propia meta cuando era jovencita había sido ayudar a mis semejantes; quería ser maestra de escuela secundaria. Pero en 1931 acompañé a mi madre a una asamblea de los testigos de Jehová en París, Francia. Lo que aprendí y experimenté allí transformó mi vida. Al año siguiente me bauticé, a la edad de 19 años.

      Hitler y su partido nazi llegaron al poder en 1933 y casi inmediatamente comenzaron a perseguir a los testigos de Jehová. Fue un gran gozo para mí cuando se me dio el privilegio de servir de mensajera en nuestra actividad clandestina en Sajonia. En agosto de 1936 la gestapo (policía secreta) alemana comenzó una campaña concertada contra nuestra organización clandestina. Tanto Fritz Winkler, quien superentendía nuestra obra, como la mayoría de los directores regionales fueron arrestados y echados en prisión.

      En septiembre de 1936 fui a una asamblea en Lucerna, Suiza, junto con unos 300 hermanos de Alemania. Allí J. F. Rutherford, entonces el presidente de la Sociedad Watch Tower, encargó a Erich Frost la responsabilidad de reorganizar nuestra actividad clandestina, que estaba seriamente desbaratada, y pocos días después se me escogió para trabajar junto con él.

      Fue una asignación del hermano Frost lo que me llevó a Munich para localizar a Elfriede Löhr. La única cosa que yo conocía acerca de ella era que su padre era dentista. Encontré la dirección de ellos en un directorio telefónico y, como precaución, los llamé por teléfono primero. Cuando nos encontramos, le dije a Elfriede que se le había invitado a trabajar de tiempo completo con nosotros. Así comenzó una estrecha amistad de unos 43 años. Hemos sido compañeras en campos de concentración y en la obra de predicar de tiempo completo por más de 40 de esos años.

      TRABAJANDO CLANDESTINAMENTE

      La gestapo nos estaba buscando a todos. Debido a eso, generalmente viajábamos en tren de noche y dormíamos como mejor se nos hacía posible. Durante el día nos reuníamos con hermanos y hermanas en varios lugares designados para pasarles las copias mimeografiadas de la La Atalaya y otra información vital. De vez en cuando, pasábamos la noche en casas de simpatizadores de nuestra obra o en casas veraniegas de hermanos a quienes la gestapo todavía no conocía bien.

      Nunca llevábamos con nosotras direcciones escritas ni ningún otro apunte. Todo lo aprendíamos de memoria. Así, si se nos llegara a arrestar, la policía no conseguiría evidencia para incriminar a nadie. Repetidamente percibimos la protección que nos daba Jehová. Esto fue especialmente cierto cuando nos estuvimos organizando para distribuir la resolución que habíamos adoptado en la asamblea de Lucerna. Esta resolución levantaba fuertes objeciones al trato cruel que recibían los testigos de Jehová de parte de la jerarquía católica romana y los aliados de ésta en Alemania. El 12 de diciembre de 1936, al anochecer, entre las 5 y las 7, unos 3.459 hermanos y hermanas de toda Alemania participaron en distribuir centenares de miles de ejemplares de aquel poderoso mensaje.

      Posteriormente, el 21 de marzo de 1937, menos de dos semanas después de haber conocido yo a Elfriede, el hermano Frost y yo quedamos bajo arresto. Para el mismo tiempo, ciertos directores regionales de servicio de nuestra obra también cayeron en manos de la gestapo. El hermano Heinrich Dietschi, un director regional de servicio que todavía estaba en libertad, asumió la superintendencia de la obra en ausencia del hermano Frost.

      Cuando ni el hermano Frost ni yo aparecimos en una reunión que se había fijado con anterioridad para fines de marzo, Elfriede supo que algo andaba mal. Ella no podía regresar a su hogar, porque la gestapo la estaba buscando. Se preguntaba: “¿Quién será el sucesor del hermano Frost, y cómo puedo encontrarme con él?” Después que hubo orado a Jehová, vino a la mente de ella la idea de tratar de comunicarse con alguien en el pueblo de Leutkirch, a unos 150 kilómetros de Munich. En Leutkirch, aquel mismo día, encontró al hermano a quien el hermano Dietschi había enviado a localizarla. ¡De seguro esto parecía guía angelical!

      Puesto que los nazis alegaron que el contenido de la resolución que habíamos distribuido el 12 de diciembre era falso, se estaban haciendo arreglos para distribuir por toda Alemania una “carta abierta” que daba pruebas específicas de la persecución que se había lanzado contra los testigos de Jehová. Al hermano Frost y a mí nos habían arrestado mientras nos preparábamos para esta gran campaña. Ahora Elfriede procedió a trabajar en estrecha cooperación con el hermano Dietschi para completar los preparativos, y la campaña se efectuó con éxito el 20 de junio de 1937. El informe de Elfriede en el Anuario de los testigos de Jehová para 1974 explica:

      “El hermano Dietschi organizó la campaña. Todos éramos valerosos, todo se había arreglado maravillosamente y cada región tenía suficientes cartas. Yo recogí una maleta grande llena de ellas en la estación del tren para el territorio alrededor de Breslau y las llevé a los hermanos Liegnitz. También tenía las mías, que al tiempo señalado distribuí como todos los demás hermanos.”

      Meses antes de aquella campaña, la gestapo se había jactado de que había destruido nuestra organización. Por eso, ¡qué sorpresa humillante se llevó cuando, de manera tan organizada, centenares de miles de ejemplares de aquella carta se distribuyeron por toda Alemania! Aquello realmente los puso en un estado de conmoción.

      NOS VEMOS DE NUEVO

      Como usted ve, mientras Elfriede estaba libre yo me encontré en las garras de la gestapo. Al principio me sentenciaron a solamente un año y nueve meses. Pero inmediatamente después que hube cumplido la sentencia me arrestaron de nuevo y me enviaron al campo de concentración de Lichtenburgo, a principios de 1939. Para gran sorpresa mía, Elfriede estaba allí cuando llegué.

      En el verano de 1939 a todas las hermanas cristianas que estábamos en Lichtenburgo se nos llevó al nuevo campo de Ravensbrück. De nuevo se nos amenazó. “Solo esperen hasta que lleguen a Ravensbrück. Allí quebraremos su resistencia.” Los alrededores del nuevo campo se asemejaban a un desierto de arena. Las paredes altas, con alambre de púas en la parte superior, así como los cuarteles para los prisioneros y las casas para los de la SS, se habían completado. Pero todo lo demás era desolación y estaba a la espera de trabajadores, es decir, reclusos.

      NUESTRA FE SOMETIDA A PRUEBA

      Había unas 500 mujeres, testigos de Jehová, en Ravensbrück en el otoño de 1939. Fue el 19 de diciembre cuando varias hermanas rehusaron coser bolsillos para municiones en los uniformes de los soldados; por conciencia, no podían apoyar la guerra de aquel modo. Por consiguiente, se nos llamó a todas al patio del campo y se nos preguntó si íbamos a hacer aquel trabajo. Todas rehusamos. El resultado de esto fue que se comenzó una campaña para obligarnos a abandonar nuestra posición de neutralidad y para hacer que apoyáramos la guerra.—Isa. 2:4.

      Primero, nos hicieron permanecer de pie afuera, expuestas al frío desde temprano en la mañana hasta tarde en la noche, mientras estábamos solo en ropa ligera de verano. ¡Y aquello fue en uno de los inviernos más fríos de Alemania, pues a menudo la temperatura fue de 15 a 20 grados centígrados bajo cero! Por la noche nos encerraron en la sección de las celdas, donde tuvimos que dormir sobre el piso, sin frazadas, y con las ventanas abiertas de modo que se creara una corriente de aire muy fría. Además, no nos dieron nada de comer el primer día. Durante los siguientes cuatro días de este tratamiento, recibimos solamente la mitad de la ración de alimentos. Después nos encerraron en una celda oscura por tres semanas más, y se nos permitió comer algo tibio solo una vez cada cuatro días. Los demás días recibimos un pedazo de pan y una taza de café negro por la mañana. Durante la celebración navideña de ellos (del 25 al 27 de diciembre), no recibimos absolutamente nada de comer.

      Más tarde, se nos llevó de vuelta a nuestros cuarteles, que fueron declarados cuarteles punitivos por tres meses. Esto significó menos comida, y de la peor calidad, y duro trabajo forzado desde la mañana hasta la noche, siete días a la semana. Y se nos negó ayuda médica. De nuevo, los comandantes de la SS decían: ‘¡Si no concuerdan en apoyar la guerra, no saldrán de aquí a menos que sea por la chimenea!’

      Para la primavera de 1940 éramos solo esqueletos animados. Se suponía que hubiéramos muerto como moscas. Pero Jehová Dios, quien había sido puesto a prueba directamente por Himmler, mostró que Él puede sostener a su pueblo bajo las peores circunstancias. Ni siquiera una de nuestras 500 hermanas enfermó seriamente; ni una de ellas murió. Hasta algunos de la SS dijeron: “Eso es porque su Jehová las ha ayudado.” Y, más importante aún, ni una de nuestras hermanas se había rendido; todas habían permanecido leales. ¡Fue un verdadero triunfo de integridad a Jehová!

      Debo señalar que tanto Elfriede como yo habíamos tomado una firme decisión en cuanto a nuestra vida. Nos habíamos resuelto a permanecer fieles a Jehová prescindiendo de lo que viniera. Al igual que el apóstol Pablo, podíamos decir: “Tanto si vivimos, vivimos para Jehová, como si morimos, morimos para Jehová. Por consiguiente, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos a Jehová.”—Rom. 14:8.

      LA VIDA DIARIA EN RAVENSBRÜCK

      Sin embargo, pronto las condiciones mejoraron para nosotras. Porque a muchos agricultores se les llamó al ejército, se creó una escasez de mano de obra en las zonas agrícolas. Por lo tanto, a algunos de los prisioneros de los campamentos se les envió a trabajar en las granjas de la vecindad de Ravensbrück. Puesto que el riesgo de que los que hicieran aquel trabajo escaparan era mayor, y se sabía que los testigos de Jehová no tratarían de escapar, a muchas de nosotras se nos envió a trabajar a las granjas. Allí nos daban alimento para comer, además de la escasa comida del campo de concentración.

      Pero lo que más nos importaba era el alimento espiritual. Nos edificábamos espiritualmente unas a otras por medio de compartir el conocimiento bíblico que habíamos adquirido antes de que se nos echara en la prisión. Además, las recién llegadas al campo compartían con nosotras lo que habían aprendido más recientemente en sus estudios de la Biblia. ¡Qué alegría sentimos cuando en el campo se introdujeron clandestinamente varias Biblias! Cuando era posible, testificábamos a otras prisioneras, al igual que a nuestras supervisoras. Nada podía detenernos de demostrar nuestra fidelidad a Jehová. Nuestra decisión era: “¡Mejor morir que darnos por vencidas!”

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