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Parte 19—“Hágase tu voluntad en la tierra”La Atalaya 1959 | 1 de octubre
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“todos los reinos del mundo y la gloria de ellos,” que Satanás el Diablo ofreció a Jesucristo en el monte de tentación pero que Jesús rehusó, diciendo: “¡Márchese, Satanás! Porque está escrito: ‘Es a Jehová tu Dios que tienes que adorar, y esa él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.’” (Mat. 4:8-10) En su lucha sin conciencia por la dominación mundial este cuerno simbólico con ojos y boca no ha obrado a favor del prometido Reino de Dios. Al expresar su mira de llevar el mando en este mundo su boca habladora no ha estado sin pecado o falsedades diplomáticas. Ha hablado contra la voluntad y el propósito del Altísimo y ha rehusado reconocer que “tú, cuyo nombre es JEHOVÁ, tú solo eres Altísimo sobre toda la tierra.”—Sal. 83:18, Mod.
(Continuará)
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La unidad de la Biblia como libroLa Atalaya 1959 | 1 de octubre
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La unidad de la Biblia como libro
ENTRE las muchas evidencias internas de la Biblia que alegan a favor de su autenticidad y origen divino está su unidad como libro. Hace algunos comentarios categóricos respecto a esto el erudito Orr en su libro The Problem of the Old Testament, del cual se cita:
“La primera cosa, nos parece, que debe impresionarnos en cuanto a éste, es, que este libro es, en un sentido extraordinario, una unidad. Desde otro punto de vista, por supuesto, la Biblia no es un solo libro, sino una colección de libros: como lo denominó Jerónimo, ‘una biblioteca divina.’ Viene a nosotros ‘por diversas porciones y de diversas maneras.’ Los escritos de que se compone se extienden a través de por lo menos mil años. Sin embargo el hecho singular de ello es que, cuando éstos se juntan en uno, constituyen, en lo que concierne a su estructura, un solo libro; forman una ‘Biblia,’ como lo llamamos, con principio, y medio, y fin, que produce en la mente un sentido de armonía y cabalidad.
“Esta peculiaridad de la Biblia, a la cual no afectan esencialmente los resultados de la crítica—ya que, en realidad, mientras más divide y distribuye su material el crítico, el resultado del libro tal como lo tenemos, sólo viene a ser más maravilloso—se ilustra mejor por el contraste. Porque el cristianismo no es la única religión en el mundo, ni es la Biblia la única colección de libros sagrados en existencia. Hay muchas Biblias de diferentes religiones. El mahometano tiene su Corán, el budista tiene su Canon de Escrituras Sagradas; el zoroástrico tiene su Zendavesta, el bracmán tiene sus Vedas. Basada en este mismísimo hecho, la religión comparativa agrupa varias de estas religiones como ‘religiones de libro.’ Gracias a traducciones fidedignas nos es posible hacer una comparación de estos libros sagrados con nuestras propias Escrituras.
“Pero sin hablar de la enorme superioridad de la Biblia a estos otros libros sagrados, aun en el sentido literario,—porque pocos, nos suponemos, capacitados para juzgar, pensarían en comparar aun los más nobles himnos babilónicos o védicos, o de las gothas zoroástricas, en poder o grandeza, con los salmos hebreos o harían una comparación entre las extravagancias de la Lolita Vistara budista y la simplicidad, belleza y la restricción propia de los Evangelios Cristianos,—deseamos fijar la atención sobre este único punto—el contraste en cuanto a unidad. En vano buscamos en estas Escrituras étnicas cosa alguna a que le corresponda este nombre. El Corán, por ejemplo, es una miscelánea de pedazos descoyuntados, de los cuales es imposible sacar orden alguno o progreso o arreglo. Los 114 Suras o capítulos de que se compone están arreglados principalmente según su largura—los más largos casi siempre antes de los más cortos. No es diferente en las Escrituras zoroástricas
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