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¿Qué hay tras el ‘milagro’?¡Despertad! 1985 | 8 de mayo
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estudien con ahínco. En japonés, se la llama afectuosamente kyoiku mama (mamá de la educación). Ella va a la escuela para tomar parte en los períodos de observación para padres, considera con los profesores el progreso de sus hijos, examina los resultados de los exámenes que han tomado sus hijos y su boletín o tarjeta de calificaciones, y hasta asiste por ellos a las clases cuando están enfermos. Hace todo esto para asegurarse de que sus hijos salgan bien en los exámenes de oposición.
¿Qué hay si un alumno no llega a estar a la altura de lo que se espera de él? Se requiere que el alumno se haga una autocrítica. Quizás tenga que hacerla en forma de composición o en forma de discurso pronunciado ante la clase. Tiene que confesar sus faltas, la razón de éstas, y lo que piensa hacer para remediar la situación. Periódicamente se requiere que los padres llenen cuestionarios que contienen preguntas en cuanto a lo que hacen sus hijos fuera de la escuela, sus hábitos de alimentación, sus buenas y sus malas cualidades, y otros asuntos privados acerca de la vida familiar. Se opina que dicha franqueza ayuda a contrarrestar cualquier tendencia hacia la falta de conformidad. Esto, a su vez, resulta en que a ellos se les haga más fácil cooperar con otros más tarde en la vida.
Un sistema tan rígido tiene obviamente sus ventajas y sus desventajas. Entre las ventajas, produce jóvenes que tienen un alto grado de aptitud en la lectura, la escritura, las matemáticas y otras destrezas fundamentales. “El sistema educativo [del Japón] ha elevado la calidad del conocimiento de gran parte de la población a niveles que no se han alcanzado en otros lugares”, dice Far Eastern Economic Review, y a esta “calidad superior de sus recursos humanos” se puede atribuir en gran medida el éxito económico de después de la II Guerra Mundial. Por otro lado, el vivo deseo de conformarse, de tener éxito y de mantenerse al paso ha creado un ambiente de mucha presión para los estudiantes menos dotados. La frustración reprimida ha resultado en suicidios y arrebatos de violencia en las escuelas. Estos sucesos lamentables han aparecido de vez en cuando en primera plana.
La universidad y más allá
Es irónico, pero una vez que el estudiante se matricula en la universidad, ya no se le presiona. Los empresarios más deseables —agencias gubernamentales de prestigio y grandes corporaciones— evalúan generalmente a los solicitantes de acuerdo con la universidad a que fueron admitidos, más bien que de acuerdo con sus calificaciones universitarias, con tal que se hayan graduado. Una vez que se les contrata, se les considera materia prima, es decir, personas a las que hay que moldear, entrenar y educar de nuevo, conforme a los objetivos de la compañía.
No obstante, la reeducación no se limita tan solo a los nuevos empleados. Las compañías grandes, puesto que están conscientes de los cambios que se están efectuando rápidamente en los campos de la tecnología, gastan grandes sumas de dinero para proporcionar a sus empleados una educación continua durante toda su carrera. Los empleados se hacen más útiles a la compañía, y ésta logra mantenerse al día con los últimos cambios habidos en la tecnología, que sigue avanzando.
Esto explica en parte la razón por la cual la mayoría de los japoneses trabajan para la misma compañía toda su vida. Si renuncian a su empleo, es poco probable que consigan trabajo en otro lugar. Las compañías contratan a sus nuevos miembros de entre los estudiantes de las universidades y de las escuelas superiores, no de entre los empleados de otras compañías. ¿Por qué emplear a alguien que haya dejado su trabajo, si hay suficientes jóvenes recién graduados que están deseosos de encontrar un empleo en que puedan trabajar por toda la vida? En el Japón, es poco probable que la situación de una persona mejore al cambiar de trabajo, por descontenta que esté con el trabajo que tiene actualmente. En este país, la vida es amarga para el que abandona lo que ha emprendido. El modelo que se acepta es el de una sola escuela secundaria, una sola universidad, una sola compañía.
Dado que se atribuye tanto éxito al sistema económico japonés, ¿cómo es precisamente la vida y el trabajo en dicho sistema? Puede que las compañías grandes y el tener un empleo de por vida parezcan tener cierto atractivo y ofrecer cierta seguridad, pero ¿produce la máxima felicidad verdadera y el máximo contentamiento verdadero el ser una pieza de esta maquinaria productora del milagro? Demos un vistazo a cómo es la vida en una compañía grande del Japón.
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La vida en una compañía grande¡Despertad! 1985 | 8 de mayo
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La vida en una compañía grande
EMPLEO para toda la vida, educación continua, promociones, bonos, viviendas proporcionadas por la compañía, medios de recreación... estos beneficios y muchos otros constituyen el sueño de los empleados alrededor del mundo. En el Japón, son una realidad cotidiana en el caso de muchos empleados. De hecho, éstos probablemente son los aspectos del milagro japonés de los que más hablan y los que más admiran las personas de otras partes.
Sin embargo, existen otros aspectos respecto a los cuales las personas de afuera saben muy poco. Por ejemplo, ¿exactamente hasta qué grado es controlada o afectada la vida del empleado por las compañías grandes? ¿Hasta qué punto influyen éstas en su matrimonio, su vida hogareña, su vida social y hasta en sus opiniones religiosas? ¿Cuáles son los sacrificios que tiene que hacer el empleado para amoldarse a la compañía? Éstos son aspectos que las personas de afuera fácilmente pasan por alto debido a que la prosperidad y el éxito los eclipsan. No obstante, ¿no son éstas en gran medida las cosas que a fin de cuentas determinan la verdadera felicidad, satisfacción y, por lo tanto, el éxito de la persona?
Los modales en el trabajo
Una consecuencia del empleo para toda la vida tiene que ver con el asunto delicado de rango o antigüedad. Los hombres que ocupan los puestos más altos son los que tienen muchos años de experiencia con la compañía. Naturalmente, ellos exigen el respeto y la cooperación de los más jóvenes que trabajan bajo su supervisión. Los empleados más jóvenes o más nuevos, en cambio, son clasificados de acuerdo con los años de servicio que hayan rendido a la compañía. Esto produce un ambiente bastante formal en el lugar de trabajo, lo cual se refleja en el habla y los modales.
En el idioma japonés hay tres estilos de habla. Tan solo por medio de escuchar las palabras que escoge una persona al hablar, se puede saber si se está dirigiendo a su superior, a alguien en su mismo nivel o a un subalterno. “El usar [solamente] el nombre de la persona al dirigirse a alguien mayor o de rango superior sería un verdadero acto de descortesía”, explica un ejecutivo de negocios japonés. Más bien, se utiliza el nombre de familia, o apellido, o el título de la persona, como shacho (presidente) o bucho (gerente), junto con la expresión de cortesía “san” o “sama”.
El hacer una reverencia, que puede significar “gracias”, “disculpe”, “lo siento”, y muchas otras cosas, es parte indispensable de la ética de oficina. También lo es la expresión “hai” (sí) junto con el inclinar la cabeza. Pero este “sí” no significa “Sí, estoy de acuerdo”, sino que significa “Sí, comprendo lo que usted quiere decir”. Es tan solo un gesto de cortesía que se usa para mostrar respeto al que habla.
Como resultado de todo esto, la mayoría de los hombres se sienten como peces fuera del agua una vez que salen del lugar donde trabajan. Cuando conocen a otro hombre que no trabaja en la misma compañía, la conversación no fluye con naturalidad sino hasta que cada uno sabe cuál es la posición social del otro, de manera que cada cual pueda usar el modo de hablar correspondiente. Se utilizan tarjetas de visita y preguntas discretas para determinar esto antes de comenzar una conversación. La plática informal o casual se les hace difícil aun al hablar con su esposa e hijos. Se sienten cómodos solo dentro del pequeño círculo de la compañía.
Lealtad al grupo
A fin de estimular el espíritu de equipo, la mayoría de las compañías proporcionan uniformes a sus empleados. Los trabajadores también se organizan en grupos pequeños, no para procurar mejores condiciones de trabajo o salarios más altos, sino para considerar cómo se pudiera aumentar la eficiencia y la producción. El director general de una de las empresas gigantes de acero del Japón, en la que no ha habido una huelga en 25 años, describió dichas reuniones como sigue: “Tenemos discusiones animadas, pero al final todos cooperan”. Puesto que le parece que tiene voz en el asunto, cada empleado llega a sentirse más inclinado a apoyar la política de la compañía. “Su pensar es el pensar del grupo, no el suyo propio”, dijo el director.
Un economista japonés ilustró la diferencia que existe entre la gerencia japonesa y la estadounidense de la siguiente manera: “Nuestro sistema es algo así como un tren eléctrico, en el que cada vagón tiene su propio motor, mientras que el sistema de ustedes se parece más a un tren largo del cual tiran dos o tres locomotoras fuertes, sin que los demás vagones tengan motor. Ustedes dicen a sus empleados que los sigan. A nosotros nos gusta que las personas tengan motivación propia... y que se muevan de común acuerdo”.
Para demostrar que tienen la motivación debida, se espera que todos los empleados trabajen arduamente y largas horas. Aunque el gobierno ha fijado la meta de que para 1985 todas las compañías deberían conceder a sus empleados fines de semana de dos días, todavía es común que la semana de trabajo consista en seis días. Ha sido tan solo últimamente que los bancos han adoptado la práctica de permanecer cerrados un sábado al mes. Extraño como parezca, hubo poca reacción de parte del público, y un artículo de fondo que apareció en el Yomiuri Shimbun consideró que había sido un medio de silenciar “la crítica extranjera de que los japoneses están adictos al trabajo”.
Es parte de la rutina trabajar horas extraordinarias, generalmente sin recibir pago adicional. Se ha informado que no es raro ver a los empleados salir de las oficinas a las 11 de la noche o aun a medianoche. Pero esto se acepta como algo natural. En un estudio de graduados recientes de escuela secundaria y de universidad, que llevó a cabo el Concilio de Ejecutivos Subalternos del Japón, se halló que “79 por 100 de los participantes trabajan horas extraordinarias cuando se les pide que lo hagan, aunque esto signifique que tengan que cancelar una cita”, informa The Japan Times.
Los ejecutivos y supervisores tienen que trabajar duro también. Además de pasar muchas horas en la oficina, a menudo tienen que pasar las noches, o hasta fines de semana, en reuniones o agasajando a clientes y socios, actividades que frecuentemente duran hasta altas horas de la noche. Todo esto se hace por lealtad a la compañía. “A mí no me agrada recibir invitados —dijo cierto ejecutivo joven que está casado y tiene cuatro hijos—, pero el hacerlo ha llegado a ser una institución.”
Las remuneraciones y los ascensos
Nunca ha sido una costumbre japonesa el tomar vacaciones largas. Un informe gubernamental muestra que aunque la mayoría de los trabajadores tienen derecho a 15 días de vacaciones pagados al año, en realidad toman un promedio de solo 8,3 días. Los días festivos principales caen a fines de año y en agosto, cuando se acostumbra visitar las tumbas de los antepasados. Además, las compañías hacen excursiones a las que se espera que todos los empleados vayan... y sí van. Las excursiones generalmente abarcan un fin de semana de dos días en las montañas, en lugares donde hay manantiales de aguas termales o en las posadas de la compañía, y en estas excursiones hay mucho de comer y beber. Los empleados pueden relajarse, divertirse juntos y llegar a conocerse mejor unos a otros.
Algo que es muy importante entre los empleados japoneses es el bono semestral, que depende de la situación financiera de la firma. En realidad, se trata de una porción del salario de los empleados que la compañía aparta. Si la empresa tiene buenas ganancias, los empleados reciben la cantidad total como bono. Pero si el negocio no va muy bien, puede que se reduzca esta porción. Esto sirve de incentivo eficaz para los empleados.
Los salarios y los ascensos se determinan en gran parte por el sistema de antigüedad. Es raro que a un empleado más nuevo se le dé un ascenso antes que a sus mayores, por muy capacitado que sea. En caso de que esto suceda, generalmente a los que hayan quedado atrás se les da algún nuevo título a fin de que no se sientan avergonzados ni pierdan prestigio. Esto contribuye a que la fricción sea mínima, y sirve los intereses del grupo.
La situación en el caso de las empleadas es bastante diferente. Aunque aproximadamente 39 por 100 de la fuerza obrera del Japón son mujeres, éstas generalmente ganan solo la mitad de lo que ganan los hombres. De hecho, la mayor parte de las compañías no ofrecen puestos prometedores a las mujeres aunque ellas satisfagan los requisitos, puesto que se espera que ellas trabajen tan solo hasta que se casen y empiecen a criar una familia.
El matrimonio y la familia
Las rigurosas exigencias del trabajo —el trabajar seis días a la semana y muchas horas extraordinarias— no permiten que el empleado disponga de mucho tiempo para su familia. Algunos salen para el trabajo antes que los niños hayan despertado y llegan a casa después que se han acostado. Rara vez ven a sus hijos, excepto quizás los domingos. Puede decirse que la vida de un empleado típico de compañía, o sarariman (asalariado), como es llamado en el Japón, gira en torno a su trabajo. Su hogar, su esposa y su familia son como un pequeño negocio secundario que le proporciona un lugar donde comer y dormir, y cierto grado de prestigio en la comunidad.
Con pocas excepciones, la esposa se ocupa de todo en el hogar. Esto no solo incluye los quehaceres domésticos de cada día, sino también decisiones importantes como las de dónde vivir, qué comprar, y hasta la educación y disciplina de los hijos. Así, de manera sutil, aunque el hombre quizás todavía hable y actúe como si fuera el cabeza de la familia, la mayoría de las familias de los empleados que trabajan para grandes empresas son, en realidad, arreglos matriarcales.
El hombre soltero también tiene sus problemas. Su trabajo le deja poco tiempo para participar en actividades sociales a no ser que se trate de recibir visitas relacionadas con la compañía. Probablemente tenga pocas amistades fuera de la compañía. Sin embargo, la sociedad japonesa mira despectivamente los matrimonios tardíos. Se considera extraño a cualquiera que aún no se haya casado para cuando cumpla 30 años de edad. Esto explica por qué son tan frecuentes los omiai, o matrimonios por arreglo, que constituyen casi el 60 por 100 de todos los matrimonios del Japón incluso hoy día.
A menudo las compañías grandes trasladan a sus empleados de una sucursal a otra en otro lugar del país. Esto significa que los empleados tienen que mudarse y acostumbrarse a nuevos vecinos y a un nuevo ambiente cada dos o tres años. Aunque cada mudanza generalmente va acompañada de una promoción y un aumento de salario, podría crear problemas para la familia en lo que tiene que ver con la educación de los hijos y el cuidado de padres envejecidos. Pero éstos son los goces y los ayes de la antigüedad y del empleo para toda la vida en las grandes compañías del Japón.
El trabajo y la religión
La conciencia de grupo y el fuerte deseo de conformarse desempeñan un papel importante en moldear las actitudes religiosas de los japoneses. Para estar en armonía con la compañía, el empleado no puede insistir mucho en sus propias creencias, sino que tiene que ser tolerante, dispuesto a ceder. Se ha dicho, por lo tanto, que el sentido de moralidad del japonés no se basa en lo correcto y lo incorrecto, sino en lo que es aceptable o inaceptable.
Por eso, en las grandes empresas se espera que el empleado participe en ritos asociados con matrimonios, funerales y otras ceremonias, prescindiendo de que tales ritos sean budistas, sintoístas o cristianos. La mayoría de los empleados participan rutinariamente en estos ritos sin que les moleste la conciencia. Han aprendido a vivir sin tener creencias ni convicciones personales, o han subordinado éstas a los deseos de la compañía. Por consiguiente, muchos hombres son indiferentes a la religión. Se les hace difícil pensar en asuntos religiosos o espirituales. Tal vez observen los ritos y las costumbres heredados de generaciones pasadas, pero en realidad no tienen ninguna creencia religiosa en particular.
Por otro lado, es natural que las mujeres, especialmente las madres, que tienen que encargarse a solas de la educación escolar, moral y religiosa de los hijos, se sientan más atraídas a la religión. Pero en el caso de ellas, tienden hacia el otro extremo... mientras más religiones tengan, mejor. En un relato que se publicó en la revista Time, cierta madre joven expresó lo que podría considerarse la actitud religiosa común: “Debo respeto a mis antepasados, y lo muestro mediante el budismo. Soy japonesa, de modo que desempeño todos los pequeños ritos del sintoísmo. Además, pensé que sería realmente hermoso tener un matrimonio cristiano. Todo esto es contradictorio, pero ¿qué importa?”. De acuerdo con el censo nacional, aunque la población total del Japón es de 120.000.000 de habitantes, hay 87.000.000 de budistas y 89.000.000 de sintoístas. Obviamente muchos japoneses no vieron nada malo en declarar que son seguidores de más de una religión.
De nuestra breve consideración sobre la vida en una compañía japonesa grande, queda claro que ésta encierra más que tan solo los beneficios evidentes que son objeto de tanta admiración. El hecho es que a algunas autoridades les parece que se exageran muchísimo tales beneficios. Más bien, ellas ven indicios de que no todo marcha bien en este país idealizado de gigantes económicos y tecnológicos. ¿Cuáles son los indicios, y qué futuro le espera al milagro japonés?
[Fotografía en la página 8]
Se espera que todos trabajen arduamente y largas horas
[Reconocimiento]
Centro de información del Japón
[Fotografía en la página 10]
Las compañías grandes desempeñan funciones que incluyen las bodas
[Reconocimiento]
Centro de información del Japón
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El precio del ‘milagro’¡Despertad! 1985 | 8 de mayo
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El precio del ‘milagro’
NO CABE duda de que el milagro japonés es un fenómeno único. Es una maravilla ver a una nación entera levantarse de la derrota y de la ruina hasta llegar a ser uno de los poderes económicos más fuertes del mundo, y esto en una sola generación. Todo esto, como hemos visto, se ha logrado mediante educación rigurosa, duro trabajo y sacrificio personal que es poco probable que otras naciones dupliquen.
Pero en ¿qué ha resultado este milagro para los japoneses? Más allá del brillo superficial, ¿les ha proporcionado verdadera felicidad y contentamiento? Debajo de la prosperidad y la abundancia, hay indicios perturbadores de que la sociedad japonesa está perdiendo sus valores tradicionales y gradualmente se está viendo envuelta en los problemas y las desgracias que atormentan a otras naciones industrializadas.
En gran medida, el sistema mismo ha causado muchos de estos problemas. Por ejemplo, los expertos han notado un drástico aumento en los casos de depresión y suicidio entre hombres de 40 a 50 años de edad que ocupan puestos de gerencia. En The Daily Yomiuri apareció la siguiente cita del autor Von Woronoff: “Las encuestas revelan que muchos japoneses no están contentos con sus trabajos, y los dejarían si tuvieran la oportunidad de hacerlo”. Pero se sienten entrampados por el sistema de salarios y promociones basado en la antigüedad o tiempo que llevan en la compañía. Ésta es una razón por la cual el empleo para toda la vida ya no es el sueño máximo entre los de la generación joven. “Para las personas entre los 20 y 30 años de edad, la lealtad a la compañía no existe”, dijo un consultante de gerencia de Tokio.
Del mismo modo, el que el padre esté ausente del hogar, el que la madre no esté satisfecha con lo mucho que se exige de ella, y la presión agobiadora a la que se encaran los jóvenes en la escuela han agravado la ola creciente de delincuencia juvenil en el Japón, lo cual ha llegado a ser en los últimos años una cuestión nacional. Estos factores también contribuyen al índice de divorcios, que va en aumento y se ha duplicado durante los últimos diez años.
El éxito económico ha proporcionado también a los japoneses más dinero y más tiempo libre para gastarlo. Esto ha fomentado una nueva ola de egoísmo, que va contra la ética de trabajar con abnegación y el espíritu de grupo que han sido el secreto de su éxito. Los observadores están preocupados debido a que dicha tendencia, que no da señal de que disminuirá, con el tiempo podría poner fin al milagro.
Sea que esto ocurra o no, hay algo que sí es seguro. Estamos viviendo en un tiempo en que hay problemas mundiales sin precedente... problemas políticos, militares, económicos, ambientales, sociales, religiosos, y así por el estilo. ¿Puede un milagro económico de una nación, aunque durara, resolver todos estos problemas? Difícilmente. Lo que se necesita es un milagro en escala mundial.
Los 96.000 testigos de Jehová del Japón están hablando a la gente sobre precisamente tal milagro... el Reino Mesiánico de Dios (Mateo 24:14). Bajo este Reino, lo que el salmista dijo acerca de Jehová Dios se efectuará: “Estás abriendo tu mano y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente” (Salmo 145:16). Los testigos de Jehová de su zona compartirán gustosamente las “buenas nuevas” con usted para que pueda vivir y disfrutar de las bendiciones del Reino que vendrán pronto.
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