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“Hágase tu voluntad en la tierra” (Parte 27 de la serie)La Atalaya 1960 | 1 de febrero
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política extranjera, o sea la política con respecto a la frontera romana, llegó a ser una de paz y tuvo buen éxito. “Con pocas excepciones los deberes de las tropas romanas en las fronteras se redujeron a observar a las gentes del otro lado mientras éstas se destruían las unas a las otras.”d De esta manera se detuvieron “los brazos de la inundación” o fueron “arrebatados de delante de él” y fueron “quebrantados.”
(Continuará)
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Condenado a muerte halla esperanza en paraísoLa Atalaya 1960 | 1 de febrero
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Condenado a muerte halla esperanza en paraíso
HACE mil novecientos años, cuando Jesús moría en el madero de tormento, estaba flanqueado por dos criminales, uno a cada lado. Eran ladrones, y sufrían el castigo por sus crímenes. ¿Podría la misericordia de Dios abrazar a tales hombres? Uno se unió a la muchedumbre y a los escribas en injuriar a Jesús. Sin embargo, el otro se expresó de esta manera: “Estamos recibiendo en completo lo que merecemos por las cosas que hicimos; pero este hombre no hizo nada fuera de orden.” Entonces dijo: “Jesús, acuérdese de mí cuando llegue a su reino.” Jesús le respondió: “Verdaderamente le digo hoy: Usted estará conmigo en el Paraíso.” Jehová Dios, quien lee el corazón de los hombres, y quien proveyó un rescate de la muerte por medio de Su Hijo, ofreció por medio de ese mismo Hijo, Jesús, la esperanza de una resurrección al tiempo en que el Paraíso sea restaurado a esta tierra.—Mat. 27:44; Luc. 23:39-43.
Ahora dirija su atención a este siglo veinte. Se trata del Japón de la posguerra. Después del asesinato en masa de la II Guerra Mundial, en la cual millones de japoneses, así como otros nacionales, habían sido destrozados, el Japón yacía aplastado en derrota. Siguió violencia y confusión, por lo menos durante cierto tiempo, dentro de los años posbélicos. Fue en este medio ambiente que a un joven, de apenas dieciocho años, otra persona le pagó para que cometiese un asesinato doble. Fue aprehendido, y la corte lo sentenció a morir en la horca. Eso fue hace diez años. Durante ocho años languideció en su celda de prisión, esperando la ejecución que pudiera llegar de un día a otro.
Durante su largo encierro en la prisión sus pensamientos se dirigieron a la religión, y recibió instrucción de un misionero de una de las sectas cristianas nominales. Aunque él leía y volvía a leer la Biblia y gozaba de su lectura y desarrolló gran amor por ella, descubrió que su instructor religioso no podía explicársela. Un día un amigo del preso por casualidad obtuvo la revista La Atalaya en la calle, y ya que él mismo no se interesaba en ella, se la mandó al joven en la prisión. Tan pronto leyó La Atalaya, le vino el entendimiento como un relámpago. Todo lo que había estado leyendo en la Biblia cobró vida. Escribió a la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Tokio para pedir más información, y se hicieron arreglos para que le visitara un ministro precursor de los que le visitara un ministro precursor de los testigos de Jehová.
Aunque las visitas estuvieron limitadas a quince minutos cada una, se efectuaron estudios bíblicos cada semana con regularidad. El ministro visitante halló que el preso ya conocía el texto de la Biblia muy bien, y que podía ubicar textos individuales con la mayor facilidad. Después de dos o tres estudios él mostró gran celo por las verdades que había aprendido y comenzó a predicar las buenas nuevas por correo a todos sus conocidos. Pasaron unos meses y él expresó el deseo de bautizarse. Se celebró el bautismo, gracias al permiso que dieron bondadosamente las autoridades de la prisión.
A medida que progresaban sus estudios y se profundizaba su aprecio él lo manifestó por medio de predicar a los guardias de la prisión y a los otros presos. Muchos de éstos se rieron de él, diciendo: “Imagínese usted, ¡un asesino tratando de decirnos lo que es correcto y lo que es malo!” Estos y otros vituperios no le disuadieron, y siguió diciendo las buenas nuevas. Además, las autoridades de la prisión se sorprendieron de la manera en que cambió toda su actitud después de llegar a ser testigo de Jehová. El cambio desde frecuentes arranques violentos y silencios melancólicos a una actitud de gozo y de tolerancia hacia otros presos, mostró claramente su progreso cristiano hacia la madurez. Los guardias comentaban frecuentemente acerca del cambio completo en su preso.
Su predicación comenzó a ensancharse, no sólo por cartas a asociados anteriores en el Japón, sino hasta a una persona japonesa en los Estados Unidos. Escribió muchas cartas a ministros precursores a través del Japón, que contenían aliciente afectuoso, y también escribió a publicadores de congregación, animándolos a progresar a la madurez. Llegó a ser uno de los más celosos ministros del reino de la nueva congregación de los testigos de Jehová en Fukuoka, Japón. Por correo él dijo las buenas nuevas a la familia de las personas a quienes él había matado, y los miembros de ésta expresaron algún interés. También ha dado el testimonio extensamente a su propia familia. Su padre asistió a la asamblea de distrito “Voluntad divina” de los testigos de Jehová y desde entonces ha llegado a ser publicador del Reino. Este hombre condenado a muerte estudió también el alfabeto braille. Transcribió el libro “Sea Dios veraz,” el folleto “Estas buenas nuevas del reino” y artículos de La Atalaya y de ¡Despertad! al braille e hizo que se distribuyesen a diferentes partes del Japón, incluyendo escuelas para los ciegos.
A menudo solía decir a los que lo visitaban: “Cuando veo el cielo azul a través de la ventanilla de mi celda, ¡cómo quisiera poder estar allá afuera ayudándoles a predicar! Pero por otra parte, si yo no hubiese estado aquí adentro, ¿habría oído yo la verdad?” Dijo que el leer experiencias acerca de hermanos fieles que vinieron a ser cristianos después de cometer actos parecidos le ayudaba en su propia determinación de seguir un derrotero fiel semejante hasta el día de la ejecución de su sentencia. Estas experiencias sí le ayudaron cuando ese día al fin llegó. Percy Iszlaub, misionero en Fukuoka, que había llevado al hombre condenado mucho consuelo por medio de sus visitas regulares a la prisión, relata el capítulo final de esta historia de la vida real:
“Una mañana, temprano, un automóvil de la policía fue estacionado a la puerta del hogar misional. El oficial me dijo que había venido para llevarme a la prisión, a petición del Sr. Nakata. El Sr. Nakata había de ser ejecutado esa mañana. Yo fui el único, fuera de oficiales gubernamentales y autoridades de la prisión a quien se permitió que lo acompañase al lugar de la ejecución. Ni siquiera se le notificó a su padre hasta después de la ejecución. Llegué a la prisión poco después de las ocho horas, y a las 9:30 se me llamó para ver al hermano Nakata. Al llegar al patio, vi al hermano Nakata flanqueado por cuatro oficiales en cada lado. Lo tenían maniatado. No hubo reunión privada entre nosotros, ya que esto no se permitía.
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