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  • ¿Por qué dedicarnos a Dios?
    La Atalaya 1959 | 1 de marzo
    • por adelantado. Es preciso que tengamos un “corazón recto y bueno,” y que estemos ‘conscientes de nuestra necesidad espiritual.’ Luego es menester que adquiramos conocimiento de la Palabra de Dios y ejerzamos fe en Jehová Dios, en su Palabra y en Jesucristo como nuestro Salvador y Redentor. A medida que progresemos en conocimiento y entendimiento creceremos en fe y amor hasta llegar al punto en que desearemos dedicarnos a Dios.—Luc. 8:15; Mat. 5:3.

      La Palabra de Dios también nos aconseja que consideremos el costo. No para determinar si deberíamos dedicarnos o no—sólo puede haber una respuesta en cuanto a eso—sino para que apreciemos lo que está implicado, para que estemos preparados para ‘decir adiós a todas nuestras posesiones,’ si fuese necesario. Y al hacer la decisión de dedicarnos a Dios no podemos dejar que influya en nuestra decisión la instancia de amigos, el sentimentalismo, el temor al hombre, o algún otro factor ajeno.—Luc. 14:25-33.

      Una vez que nos hayamos dedicado a Dios, tenemos que cumplir con esa dedicación. “Mejor es que no votes que el que votes y no pagues.” El primerísimo requisito es que demos constancia ante testigos de haber hecho una dedicación por medio de bautizarnos “en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo.” Y de allí en adelante tenemos que seguir siempre “buscando primero el reino” de Dios.—Ecl. 5:5; Mat. 28:19, 20; 6:33.

      Tenemos que seguir alimentándonos de la Palabra de Dios, asociándonos con su pueblo y procurando producir los frutos del espíritu, que son “amor, gozo, paz, gran paciencia, benignidad, bondad, fe, apacibilidad, gobierno de uno mismo.” Tenemos también que mantenernos separados de la política, el mercantilismo y las religiones hipócritas de este viejo mundo, sabiendo que cualquiera que “desea ser un amigo del mundo se está constituyendo un enemigo de Dios.” Y tenemos que participar activamente en predicar “estas buenas nuevas del reino” hasta donde nos lo permitan nuestras oportunidades y capacidades.—Gál. 5:22, 23; Sant. 4:4; Mat. 24:14.

  • La piel de sus dientes
    La Atalaya 1959 | 1 de marzo
    • La piel de sus dientes

      “Me escapo con la piel de mis dientes.” Esta expresión, que se halla en Job 19:20, suscita la pregunta: ¿Qué cosa es la piel de los dientes? Un informe que se publicó en el Scientific American de junio de 1953 decía: “Las técnicas microscópicas ahora revelan que el esmalte de los dientes no es una cáscara muerta, sino el tejido más duro y más fuerte del cuerpo, una ‘superpiel’. . . . Esencialmente los dientes consisten de dos clases de tejido duro: la dentina o centro de marfil, y el esmalte, o ‘piel’. . . . Producen el esmalte células epiteliales (de la piel). . . . El esmalte es singular entre la materia viva desde dos puntos de vista: no tiene células ni vasos sanguíneos. . . . Ciertamente el esmalte no puede reproducirse, como generalmente lo hacen los tejidos vivos. Pero, tampoco pueden hacerlo algunas de las células altamente especializadas del cuerpo, como los neurones del cerebro. . . . Empleamos isótopos radioactivos de fósforo, calcio, yodo y otros elementos para averiguar si . . . se efectuaba un reemplazo en el esmalte. Los experimentos probaron que sí se efectuaba. . . . En suma, el esmalte no es tan estacionario y muerto como parece. Igual que otros tejidos duros realiza cierto intercambio con sus alrededores, aunque lo hace sin la ayuda de vasos sanguíneos o células.” En su número del 15 de noviembre de 1916, página 348 The Watch Tower publicó una descripción de esta ‘piel de los dientes’ en vindicación de las palabras de Job.

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