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Permaneciendo despiertos con el “esclavo fiel y discreto”La Atalaya 1960 | 1 de diciembre
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me lo hicieron a mí.”—Mat. 25:40.
21 Quédese despierto con el resto que ahora se encuentra en un tiempo de gozo y ascendiente. Jesús tiene este encomio para el “esclavo fiel y discreto”: “¡Bien hecho, esclavo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco. Te pondré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu señor.” (Mat. 25:21) Permanezca con los del resto en su servicio regio del Reino. Comparta con ellos sus gozos del Reino, gozos que dan fortaleza sobresaliente. Permanezca despierto con el “esclavo fiel y discreto” bajo Cristo para vivir eternamente.
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“La luz de la vida”La Atalaya 1960 | 1 de diciembre
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“La luz de la vida”
LA VIDA depende de la luz. La vida humana no es la única que requiere luz, sino, como declara el Scientific American de octubre de 1959: “Toda la vida en este planeta depende para su funcionamiento de la luz del sol, es decir, de la fotosíntesis ejecutada por las plantas. En este proceso la luz provee la energía para hacer todas las moléculas orgánicas de las cuales se compone principalmente toda cosa viviente.” De modo que la luz y la vida están inextricablemente enlazadas.
No debe extrañarnos, entonces, que en la Biblia leamos acerca de “la luz de la vida.” Jesucristo dijo en Juan 8:12: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue de ningún modo andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
¿Cómo puede uno tener “la luz de la vida”? Jesucristo es el que da la luz que conduce a la vida eterna. Dijo: “Yo he venido como una luz al mundo, para que todo el que ponga fe en mí no permanezca en las tinieblas.” (Juan 12:46) Para tener “la luz de la vida” uno tiene que poner su fe en Jesucristo y hacerse seguidor de él.
También es preciso que uno llegue a conocer la gran Fuente divina de la luz, Jehová Dios, El que dijo en el principio: “Llegue a haber luz.” (Gén. 1:3) Concerniente a esta gran Fuente de luz y vida el salmista escribió: “Jehová es mi luz y mi salvación.” “Porque contigo está la fuente de vida; mediante luz de parte tuya podemos ver luz.” (Sal. 27:1; 36:9) Así que toda la luz proviene de Jehová. Jesucristo reflejó esta luz que recibió de su Padre; y aunque pudo decir: “Yo soy la luz del mundo,” Identificó a su Padre como la Fuente de su luz: “No he hablado de mi propio impulso, sino que el Padre mismo que me envió me ha dado un mandamiento en cuanto a qué decir y qué hablar. También sé que su mandamiento significa vida eterna.”—Juan 12:49, 50.
Jesucristo, como “la luz del mundo,” enseñó a sus seguidores los mandamientos de Dios dadores de vida; e hizo más: Hizo de sus seguidores portadores de la luz como él mismo. Dijo a sus seguidores: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad no se puede ocultar cuando está situada sobre un monte. La gente enciende una lámpara y la coloca, no debajo de la canasta de medir, sino sobre el candelero, y brilla sobre todos los que están en la casa. Igualmente resplandezca su luz delante de la humanidad, para que vean sus obras rectas y den gloria a su Padre que está en los cielos.”—Mat. 5:14-16.
Nadie puede tener “la luz de la vida” si no es él mismo un portador de la luz, porque todo el que tiene “la luz de la vida” está obligado a dejar resplandecer su luz delante de la humanidad, haciéndolo para la gloria de Dios, la Fuente de toda la luz.
“LA LUZ DEL MUNDO” HOY DÍA
¿Quién hoy día es “la luz del mundo”? ¿Quiénes hoy día tienen el mensaje de esclarecimiento respecto a Dios y su reino mediante Jesucristo? ¿Quiénes hoy día están aclarando lo relacionado con Dios y su reino a la mente de los que abren sus ojos de entendimiento a la luz? ¿Quiénes hoy día resplandecen brillantemente con “el glorioso conocimiento de Dios por el rostro de Cristo”?—2 Cor. 4:6.
¿Será la cristiandad con sus religiones mundanas? Por su propia confesión el clero de la cristiandad no está reflejando la pura luz que proviene de Dios, como lo dijo un artículo de fondo en el Theology Today de enero de 1960: “Da pena, pero hay que confesar que esta luz no resplandece en la Iglesia con imponente fulgor. Se ha permitido que entren en su composición otros factores aparte de Cristo, y la Iglesia ha ido haciéndose más y más como las comunidades que la circundan. No está sirviendo tanto como la luz del mundo, sino más bien como reflector de las luces que brillan en el mundo mismo.”
Jesucristo no recibió su luz de este mundo; eso jamás pudiera haberlo hecho “la luz del mundo.” Todo lo contrario de ser “más y más como las comunidades que la circundan,” la luz del mundo tiene que ser, como Jesús dijo, semejante a una ciudad situada sobre un monte. Ningún individuo podría resplandecer de tal modo hoy día. Jesús hablaba a un grupo de sus discípulos cuando dijo: “Ustedes son la luz del mundo.” Así que “la luz del mundo” es una organización de cristianos portadores de luz—cristianos que son reflectores, no de lo que está en el mundo, sino de las verdades y mandamientos dadores de vida que provienen de Dios y que se hallan en el Libro de luz, la Santa Biblia.
Hoy en día la sociedad del nuevo mundo de testigos de Jehová es esta organización portadora de luz; es una organización semejante a ciudad que es prominente en toda la redondez del globo porque todos sus miembros dejan que su luz resplandezca delante de la humanidad. En una ciudad hay tanto mujeres como hombres, y todos contribuyen desempeñando diversas funciones. Asimismo en esta organización semejante a ciudad de portadores de luz, todos contribuyen su parte a la luz para que la organización resplandezca como la luz más grande hoy día, como “la luz del mundo.”
La luz que conduce a la vida eterna se origina de Jehová, la divina Fuente de toda luz y vida. Jesucristo recibió luz de su Padre y la reflejó a otros, para que ellos andaran en la luz y fueran portadores de luz ellos mismos. Como organización los verdaderos seguidores de Jesucristo son “la luz del mundo,” resplandeciendo con gran fulgor para la gloria de Jehová Dios y para la salvación de todos los que lleguen a tener “la luz de la vida.”
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1960 | 1 de diciembre
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Preguntas de los lectores
● Mi esposo y yo somos testigos recién dedicados. Nuestros parientes están muy disgustados porque hemos dado este paso. Con el acercamiento de la Navidad y el acostumbrado cambio de regalos, ellos se sentirán contrariados todavía más por nuestra negación a participar en ello. ¿Podrían ustedes hacernos algunas observaciones al respecto?—R. M., EE. UU.
Como cristianos dedicados estamos interesados en primer lugar en agradar a Jehová Dios y a Jesucristo. En segundo lugar tenemos la obligación de dar testimonio a nuestros conocidos, vecinos y parientes a medida que se presente la oportunidad. Según el grado de la eficacia con que hacemos esto ellos llegarán a entender cómo nos sentimos acerca de varios asuntos. Especialmente será cierto esto si mencionamos la manera en que la sociedad del nuevo mundo ve y trata las fiestas, personales, políticas y religiosas. Podemos aclarar que aclamamos a Cristo como Rey pero que no consideramos apropiado recalcar hoy en día su infancia. Podemos hacer esto con libertad de palabra, porque tenemos la satisfacción de saber que la manera en que nosotros vemos esto es la manera bíblica.
Si recibiéramos regalos de Navidad, entonces ¿qué? No parece prudente atacar en esa ocasión la institución de la Navidad. Más bien que rechazar o devolverlos, sería mejor sencillamente expresar apreciación verbalmente o mediante una carta o tarjeta; y, pasando por alto completamente toda referencia a los días de fiesta, podríamos usar la ocasión para hacer alguna referencia a nuestra esperanza del nuevo mundo. Aun podría ser aconsejable esperar hasta después de los días de fiesta para disociar aun más nuestra expresión de gratitud de la celebración pagana.
Y no hay por qué sentirnos obligados a disculparnos por no haber enviado también un regalo al tiempo de la Navidad aunque recibimos uno. En relaciones de negocios la Navidad sencillamente resulta ser una ocasión conveniente para que los patrones expresen aprecio por servicios rendidos mediante el dar ellos una gratificación. Las personas que dan solamente porque esperan recibir algo en recompensa lo hacen con mal motivo, uno que las Escrituras condenan. (Luc. 6:30-36) Sin embargo, si sentimos el impulso de dar un regalo podríamos esperar hasta otra ocasión o tiempo apropiado, y, a propósito, lo mismo es cierto respecto al dar regalos de cumpleaños. Pero en ningún tiempo deberíamos sentirnos obligados a dar un regalo porque recibimos uno. Además, conviene recordar que por medio de cumplir con nuestros votos de dedicación estamos dando mucho más, a personas más merecedoras y con mejor motivo, que cualquier dador de tiempo de Navidad. Estamos dándoles el mensaje que puede conducirlos a la vida.—Mat. 10:8; Juan 17:3.
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