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  • Cuando muere un ser amado...
    ¡Despertad! 1985 | 22 de abril
    • Cuando muere un ser amado...

      Ricky y MaryAnne habían estado felizmente casados por 18 años y tenían un hijo. Pero por aproximadamente un año Ricky había estado sintiendo un dolor en el hombro. Para el verano de 1981, el dolor se había intensificado, y poco a poco Ricky se fue paralizando. Una intervención quirúrgica de emergencia reveló que tenía un tumor canceroso en la parte superior de la espina dorsal. Varios meses después, el 2 de febrero de 1982, Ricky murió a los 48 años de edad. “Fue difícil aceptarlo —explica MaryAnne—. Por largo tiempo me parecía que en cualquier momento él entraría por la puerta.”

      ¿HA TENIDO usted, o alguna persona a quien usted conoce, una experiencia parecida a ésta? Cuando muere alguien a quien uno ama, puede que se manifiesten sentimientos y actitudes que uno nunca antes haya experimentado. Quizás uno se pregunte si llegará el día en que vuelva a sentirse normal. O, como en el caso de MaryAnne, quizás todavía se le haga difícil aceptar lo ocurrido, aunque ya haya pasado algún tiempo.

      Sin embargo, uno sí puede reponerse... no olvidar, sino reponerse. ‘Pero ¿cómo?’, pregunta usted. Bueno, antes que podamos contestar esta pregunta, es provechoso saber más acerca de cómo se siente una persona cuando muere un ser amado. Recientemente, un corresponsal de ¡Despertad! entrevistó a varias personas que habían perdido en la muerte a un ser amado. Sus comentarios se han publicado en esta serie de artículos. Es consolador saber que otros se han sentido como tal vez se sienta uno. Además, puede ser de gran ayuda comprender cómo se han encarado otras personas a sus sentimientos.

      MaryAnne, al explicar cómo se sintió ella inmediatamente después de la muerte de Ricky, recuerda: “Hablaba de él incesantemente. Ésta era una manera de mantenerlo vivo. Durante el primer año estuve en un estado de choque. Hay tanto que se tiene que hacer para poner en orden los asuntos personales. Una se ve tan envuelta en éstos que no tiene tiempo para encararse al aspecto emocional de la experiencia.

      ”Fui a parar al hospital debido a la hipertensión arterial. Finalmente, mientras estuve en el hospital, lejos de las presiones del hogar y de todo lo demás, entonces pude afrontar lo que me había sucedido. Mi reacción fue: ‘¿Y qué hago ahora?’”.

      ¿Es ésta una reacción poco común? En realidad, no lo es. Cuando alguien recibe la noticia de que ha muerto un ser amado, es bastante común que ello le produzca un choque sicológico. Otros que lo han experimentado dicen: “Uno oye lo que le están diciendo, y sin embargo, no lo oye todo. En parte uno se concentra en la realidad del momento, y en parte no”.

      Dicho estado de choque actúa casi como lo haría un anestésico. ¿En qué sentido? El libro Death and Grief in the Family explica: “Es una especie de protección que permite que la enormidad de lo sucedido penetre gradualmente”. Dicho estado de choque puede protegerle de recibir de lleno el impacto emocional de su pérdida. Como explicó Stella, viuda que vive en la ciudad de Nueva York: “Una se queda aturdida. No siente nada”.

      “¡Debe tratarse de un error!”

      Junto con esta insensibilidad inicial, es común experimentar varias formas de negación. “¡Debe tratarse de un error!”, se oye frecuentemente decir durante los primeros momentos de congoja. A algunas personas se les hace difícil aceptar la pérdida, especialmente si no estaban presentes al morir el ser amado. Stella recuerda: “No vi morir a mi esposo; sucedió en el hospital. Por eso se me hizo difícil creer que él estuviera muerto. Él había salido para la tienda aquel día, y por eso me parecía que regresaría”.

      Uno sabe que el ser amado ha muerto, pero nuestros hábitos y recuerdos tal vez nieguen este hecho. Por ejemplo, Lynn Caine, en su libro Widow, explica: “Cuando ocurría algo cómico, me decía a mí misma: ‘¡Oh, le contaré esto a Martin esta noche! Él no lo creerá’. Hubo veces que en la oficina alargaba la mano hacia el teléfono para llamarlo y charlar con él. La realidad siempre se interponía antes que yo pudiera marcar el número”.

      Otros han hecho cosas parecidas, como poner en la mesa vez tras vez más platos de lo necesario para la cena, o buscar los comestibles favoritos del difunto al estar en el supermercado. Hay quienes hasta tienen sueños vívidos del difunto o se imaginan verlo en la calle. No es raro que los sobrevivientes teman perder el juicio. Pero éstas son reacciones comunes ante un cambio tan drástico en la vida de uno.

      Sin embargo, con el tiempo el dolor penetra, lo cual quizás provoque otros sentimientos a los cuales usted no pueda encararse.

      “¡Nos abandonó!”

      “Los niños se enfadaban y me decían: ‘¡Él nos abandonó!’ —explicó Corrine, cuyo esposo murió hace unos dos años—. Yo les decía: ‘Él no los abandonó. Él no pudo evitar lo que le sucedió’. Pero entonces pensaba para mí: ‘Yo les estoy diciendo esto, ¡aunque me siento de la misma manera que ellos!’.” Sí, aunque parezca sorprendente, muy a menudo la cólera acompaña a la congoja.

      Puede que se trate de ira contra los médicos y las enfermeras, pues a uno le parece que ellos debieron haber hecho más para cuidar de la persona antes de morir. O quizás se trate de enojo contra las amistades y los parientes que, según parece, dicen o hacen lo que no debieran. Algunos se encolerizan con el difunto por haber descuidado su propia salud. Stella dice: “Recuerdo que me había airado contra mi esposo porque yo sabía que las cosas pudieron haber resultado de otra manera. Él había estado muy enfermo, pero había hecho caso omiso de las advertencias de los médicos”.

      Además, a veces el sobreviviente se enoja con el difunto debido a las cargas que su muerte le ha impuesto. Corrine explica: “No estoy acostumbrada a encargarme de todas las responsabilidades que tienen que ver con atender a la casa y la familia. No se puede estar pidiendo ayuda a los demás para cada cosita que se presente. A veces me enojo debido a esto”.

      Después de la cólera frecuentemente surge otro sentimiento... el de culpabilidad.

      “Él no habría muerto si tan solo yo hubiera [...]”

      Hay quienes se sienten culpables de encolerizarse... es decir, que quizás se condenen a sí mismos por sentir cólera. Otros se culpan a sí mismos por la muerte del ser amado. “Él no habría muerto —se convencen a sí mismos— si tan solo yo le hubiera hecho ir antes al médico” o “si yo le hubiera hecho ir a ver a otro médico” o “si le hubiera hecho cuidar más de su salud”.

      En el caso de otras personas, el sentido de culpabilidad es aun más extremo, especialmente si el ser amado murió repentinamente, o de manera inesperada. Empiezan a recordar las ocasiones en que se enojaron con el difunto o discutieron con él. O tal vez les parezca que no cumplieron cabalmente con su papel para con el difunto. Se sienten atormentadas por pensamientos como: ‘Debí haber —o no debí haber— hecho esto o aquello’.

      Mike, joven de poco más de veinte años de edad, recuerda: “Nunca tuve una buena relación con mi padre. No fue sino hasta los últimos años que en realidad empecé a hablar con él. Ahora [desde la muerte de su padre] son tantas las cosas que creo que debí haber hecho o dicho”. Claro, el hecho de que ahora no hay medio de compensar el daño quizás solo contribuya a que uno se sienta más frustrado y culpable.

      Por doloroso que sea perder en la muerte a su cónyuge, padre, madre, hermano o hermana, hay quienes consideran que la pérdida más trágica de todas es la muerte de un niño.

  • Lo que sienten los padres
    ¡Despertad! 1985 | 22 de abril
    • Lo que sienten los padres

      GENEAL había llevado a sus seis hijos —cinco niñas y un varón— a pasar las vacaciones en casa de unas amistades que vivían en la región norteña del estado de Nueva York. Un día las niñas decidieron ir al pueblo. El hijo, Jimmy, y otro chico preguntaron si podían ir de excursión. A los muchachos se les dijo que tuvieran mucho cuidado y que regresaran temprano por la tarde.

      Hacia el final de la tarde los muchachos aún no habían regresado. “Mientras más tarde se hacía, más me preocupaba —recuerda Geneal—. Me imaginaba que quizás uno de ellos estuviera herido y que el otro no quería dejarlo solo.” La búsqueda continuó durante toda la noche. Temprano la mañana siguiente fueron hallados, y los temores de todos de que había sucedido lo peor quedaron confirmados... los muchachos se habían matado debido a una caída. Aunque ya han pasado diez años de esto, Geneal explica: “Jamás olvidaré el momento en que aquel policía entró en la casa. Él tenía el rostro sumamente pálido. Yo sabía lo que me iba a decir aun antes que él dijera una sola palabra”.

      ¿Cómo se sintió ella? Los sentimientos que se experimentan son más intensos que los sentimientos comunes que acompañan a otras pérdidas. Geneal explica: “Yo di a luz a Jimmy. Él solo tenía 12 años de edad cuando murió. Tenía toda su vida por delante. He sufrido otras pérdidas en la vida. Pero el sentimiento es diferente cuando una es madre y se le muere un hijo”.

      La muerte de un hijo se ha descrito como “la pérdida máxima”, “la muerte más devastadora”. ¿Por qué? El libro Death and Grief in the Family explica: “La muerte de un hijo es tan inesperada. Es algo fuera de lugar, no es natural. [...] Los padres esperan cuidar de sus hijos, mantenerlos fuera de peligro, y criarlos para que lleguen a ser adultos saludables y normales. Cuando muere un hijo, es como si de repente se abriera la tierra bajo los pies de uno”.

      En ciertos aspectos, ésta es una experiencia particularmente difícil para la madre. Después de todo, como lo explicó Geneal, alguien que había salido de ella ha muerto. Por eso en la Biblia se reconoce la congoja amarga que puede sentir una madre (2 Reyes 4:27). Por supuesto, también éstos son momentos difíciles para el padre de la criatura que ha muerto. Él también siente el dolor, la pena. (Compárese con Génesis 42:36-38 y 2 Samuel 18:33.) No obstante, a menudo él se abstiene de expresar abiertamente sus emociones por temor de parecer poco varonil. Puede que también le duela el que otros expresen mayor preocupación por los sentimientos de su esposa que por los de él.

      A veces los padres que han perdido a un hijo llegan a experimentar un sentido particular de culpabilidad. Quizás piensen: ‘¿Pude haberlo amado más?’, ‘¿Le dije con suficiente frecuencia cuánto lo amaba?’, y: ‘Debí haberlo tomado en brazos más a menudo’. O quizás se sienta como Geneal, quien dijo: ‘Hubiera querido haber pasado más tiempo con Jimmy’.

      Es natural que los padres se sientan responsables de su hijo. Pero a veces los padres que han sufrido la pérdida de un hijo se culpan a sí mismos porque les parece que pudieran haber hecho algo para impedir la muerte de su hijo. Por ejemplo, la Biblia describe cómo respondió el patriarca Jacob cuando se le hizo creer que un animal salvaje había matado a su hijo joven llamado José. Jacob mismo había mandado a José a que averiguara si sus hermanos se hallaban bien. Por eso quizás lo atormentaban sentimientos de culpabilidad como: ‘¿Por qué mandé a José solo? ¿Por qué lo envié a una zona donde abundan las bestias salvajes?’. Por eso “todos los hijos y todas las hijas [de Jacob] siguieron levantándose para consolarlo, pero él siguió rehusando recibir consuelo”. (Génesis 37:33-35.)

      Como si el haber perdido a un hijo no fuera suficiente, algunos informan que sufren otra pérdida... pierden a sus amigos. Puede que los amigos realmente dejen de visitarlos. ¿Por qué? Geneal comentó: “Muchas personas esquivan a uno porque no saben qué decirle”.

      Cuando muere un infante

      Juanita sabía lo que era perder a una criatura. Para cuando tenía poco más de veinte años de edad, ya había sufrido cinco abortos no provocados. Ahora estaba nuevamente encinta. Por eso, cuando tuvo que hospitalizarse debido a un accidente automovilístico, era comprensible que estuviera preocupada. Dos semanas después le empezaron los dolores de parto... prematuramente. Poco después de esto nació la pequeña Vanessa... que pesaba casi un kilo (poco más de 2 libras). “¡Yo estaba tan emocionada! —recuerda ella—. ¡Por fin era madre!”

      Pero su felicidad duró poco tiempo. Cuatro días después Vanessa murió. Juanita recuerda: “Me sentía muy vacía. Había dejado de ser madre. Me sentía incompleta. Era doloroso para mí regresar a la casa y ver la habitación que habíamos preparado para Vanessa y las camisetitas que yo le había comprado. Durante los meses subsiguientes, estuve reviviendo el día del nacimiento de mi hija. No quería tener nada que ver con nadie”.

      ¿Fue ésta una reacción extrema? Quizás a otras personas se les haga difícil comprenderlo, pero aquellas que, como Juanita, han pasado por dicha experiencia explican que se acongojaron por la muerte de su bebé tal como si se tratara de alguien que hubiera vivido más tiempo. Ellas explican que, mucho antes que la criatura nazca, sus padres la aman. Cuando esa criaturita muere, es una verdadera persona la que ha muerto. Se desvanecen las esperanzas que tuvieron los padres de cuidar de la criaturita que estuvo moviéndose en el vientre de la madre.

      Se puede entender por qué, después de haber sufrido esa pérdida, la madre que acaba de perder a su criatura tal vez se sienta incómoda en presencia de mujeres embarazadas y de madres con sus hijos. Juanita recuerda: “Yo no podía tolerar el ver a una mujer encinta. De hecho, hubo ocasiones en que hasta salía de una tienda sin haber terminado de comprar, sencillamente porque veía a una mujer encinta”.

      También se experimentan otros sentimientos... como temor (‘¿Podré alguna vez tener un hijo normal?’), vergüenza (‘¿Qué diré a mis amistades y parientes?’) o cólera. Bonnie, cuya hijita murió dos días y medio después de haber nacido, recuerda: “Había veces que pensaba: ‘¿Por qué me ha sucedido esto a mí? ¿Por qué a mi hijita?’”. Además, a veces se experimenta humillación. Juanita explica: “Había madres que salían del hospital con sus bebés, y todo lo que yo tenía era un animal de peluche que mi esposo había comprado. Me sentí humillada”.

      Si usted ha perdido a un ser amado en la muerte, puede serle provechoso saber que lo que usted está experimentando es normal, que otras personas han pasado por lo mismo y han experimentado sentimientos como los de usted.

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