Las banderas y la religión
EL FERVOR patriótico a menudo hace que ciertas personas manifiesten un ardor y celo que se asemeja a la devoción religiosa. Esto las impulsa a no sólo dar a César lo que es de César sino a veces hasta a dar a César lo que le pertenece exclusivamente a Dios. Podría decirse que tales personas confunden la religión con la política. Un ejemplo común de tal fervor patriótico es la devoción que muchos dan a la bandera de su nación.
Note, por ejemplo, lo que la Encyclopedia Americana, tomo 11, página 316, dice acerca de la actitud humana hacia tales banderas: “La bandera, como la cruz, es sagrada. Muchas personas emplean las palabras o el término ‘Etiqueta de la bandera.’ Esta expresión es demasiado débil, demasiado superficial y huele a cortesía de sala. Las reglas y reglamentos relativos a la actitud humana hacia estandartes nacionales usan palabras fuertes, expresivas, tales como, ‘servicio a la bandera,’ ‘respeto para la bandera,’ ‘reverencia para la bandera,’ ‘devoción a la bandera.’”
Y en cuanto a saludar la bandera, esta autoridad, entre otras cosas, dice lo siguiente: “En los Estados Unidos el saludo con la mano derecha, mientras la persona se cuadra, es el método aprobado. El descubrirse la cabeza también se reconoce como saludo. También se estima reverencial la colocación del sombrero sobre el corazón o de la mano sobre el pecho izquierdo.”
El que sea usual tal devoción a la bandera no sorprende, ya que “las banderas primitivas fueron casi exclusivamente de carácter religioso,” según The Encyclopaeædia Britannica. Esa y otras autoridades muestran cómo llegaron a existir las banderas. Con la esperanza de asegurarse la victoria, los soldados paganos al principio llevaban sus ídolos e imágenes tallados consigo a la batalla. Luego hicieron miniaturas de sus ídolos tallados, las cuales colocaron en el extremo de unas astas. Más tarde pintaron representaciones de sus ídolos en tela y prendieron éstas a las astas. Así se ve la evolución desde los ídolos tallados hasta las banderas modernas.
Era debido a este hecho, sin duda, que los judíos del tiempo de Cristo sentían tanta antipatía hacia los emblemas nacionales. Ellos consideraban tales emblemas una violación del mandato de Dios: “No debes hacer para ti una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová el Dios tuyo soy un Dios que exige devoción exclusiva.”—Éxo. 20:4, 5, NM.
Así, la historia relata acerca de la ocasión en que Pilato trasladó los despachos centrales de su ejército desde Cesarea hasta Jerusalén. Por supuesto, los soldados llevaron consigo sus estandartes que portaban la imagen del emperador. Conociendo el temperamento judío, ellos cautelosamente introdujeron estos estandartes en la ciudad de noche, esperando evitar un tumulto. Pero cuando los judíos descubrieron estos estandartes en su santa ciudad de Jerusalén grandes muchedumbres de ellos se dirigieron frenéticamente a Pilato en Cesarea y demandaron que se removiesen estos estandartes. El quinto día de las discusiones Pilato hizo que soldados romanos súbitamente cercaran a los judíos y los amenazaran con darles muerte si no descontinuaban sus ruegos. No obstante, los judíos juraron que preferían morir antes que permitir la profanación de su ciudad sagrada por tales emblemas idolátricos. Pilato estimó conveniente acceder.
Los cristianos primitivos de igual modo se cuidaron muchísimo para evitar hasta la sospecha de transigencia con el estado o gobierno seglar en lo referente a su devoción. Respecto a los cristianos de los primeros tres siglos, Neander, principal autoridad en cuanto a ese período, declara: “Aunque ellos mostraban la más concienzuda obediencia al gobierno en todo cuanto no estuviera en contra de la ley de Dios,” estando así dispuestos a dar a César las cosas de César, rehusaron “rendirle al emperador especie alguna de aquellas veneraciones” que estaban en boga en ese tiempo, tales como el ofrecer incienso a los bustos de los emperadores. Del siguiente informe que apareció en el Diario de Justiça del 16 de febrero de 1956, página 1906, Capital federal, Brasil, se ve a qué grado puede convertirse el patriotismo moderno en ardor religioso y darse a César las cosas de Dios:
“EL DÍA DE LA BANDERA
“En una ceremonia pública que presidió el vicepresidente de la Corte [Suprema Militar], el 19 de noviembre, se le rindieron honores a la bandera brasileña. A las 12 horas en punto, el emblema nacional fué izado en el asta principal del edificio de la Corte Suprema.
“Después de izada la bandera, el ministro general del ejército, Tristao de Alencar Araripe, se expresó de esta manera acerca de la conmemoración:
“‘En simbolismo expresivo la ingeniosidad humana ha decretado que, bajo la protección de las banderas, vivan millones de seres, con los ojos de su espíritu y corazón vueltos hacia el cielo, llenos de confianza, fe y esperanza.
“‘Debiera decirse que ellas, las banderas, forman un gran dosel suspendido sobre la vastedad de nuestra patria bajo cuya sombra protectora la gente vive felizmente, logra progreso y afirma conscientemente el derecho soberano y la seguridad de un lugar respetado en las relaciones amistosas con otras gentes.
“‘En este papel benéfico las banderas han llegado a ser una divinidad de religión patriótica que impone adoración, mandamientos y servicios y que dispensa favores y beneficios. La bandera es venerada y adorada, cada momento que vive uno, con sentimientos profundos, puros y casi innatos, de amor, gratitud y respeto, y con las manifestaciones visibles de un ritual que, lejos de ser mera convención, se ha infundido en nuestras costumbres de vida, como obligaciones normales y espontáneas, en su aspecto sumamente afectivo.
“‘Se adora a la bandera, así como se adora a la Patria, no con el mero racionalismo de una devoción que se acepte y ejercite con calma, sino en el paroxismo de una pasión que nos conduce a una veneración abiertamente expresada e incondicional de todo lo bueno, lo grande y lo útil que la Patria expresa. Se venera a la bandera, así como se venera a la Patria, dándose uno mismo a ella por completo y colocando por encima de uno mismo el sacrificio de su vida, para que ellas puedan ser magnificadas y glorificadas.
“‘Adoración, veneración, sacrificio, señalan bien la esencia divina de este símbolo y de los sentimientos que unen a los hombres por medio de amor a ellos mismos y por medio de la dedicación al bien común. Es adecuado el que en este día, consagrado a la divinidad inolvidable—la bandera nacional—se dé énfasis a esta adoración y esta veneración que no es mero homenaje, sino que es, sobre todo, oración, súplica y la reafirmación de obligaciones asumidas. Oración por que del poder de ella radíen exhalaciones que estabilicen la unidad de todos los brasileños para la grandeza del Brasil y la mayor felicidad de su pueblo.
“‘Ruego que la Bandera siempre sea la encumbrada y digna bandera de un Brasil respetado y feliz.
“‘La reafirmación de obligaciones asumidas, tanto públicamente como dentro de nuestro ser más recóndito, para cumplir cada uno de nosotros con su papel de brasileño, para que mediante el esfuerzo de cada uno continúe suspendido sobre los cielos del Brasil el inmenso dosel que garantiza nuestra bienaventuranza como nación y como hombres libres y felices.
“‘Sea eterna, Bandera del Brasil.’”
Jesucristo, el Hijo de Dios, dió énfasis al hecho de que al dar las cosas de César a César también tenemos que dar las cosas de Dios a Dios. Y ¿cuáles son las cosas de Dios? La “devoción exclusiva,” a saber, “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” (Mar. 12:30, NM) ¿No parece, por lo tanto, que la veneración y adoración de la bandera, “cada momento que vive uno,” y eso “en el paroxismo de la pasión” que es “abiertamente expresada e incondicional” sería darle a César las cosas que pertenecen exclusivamente a Dios? Piénselo.