La segunda presencia de Cristo no es alarma falsa
EL QUE los testigos de Jehová estén dando una amonestación de que se acerca el fin del presente sistema de cosas inicuo en el Armagedón ardiente parece fantástico, sí, enteramente inconcebible a esta generación complacida. Burlonamente dicen a los testigos de Jehová: ‘Ya sabemos todo eso. Nuestros abuelos y tatarabuelos predicaron la misma cosa. Pero, como ustedes ven, el mundo sigue siendo casi el mismo. Las cosas siempre serán así.’ Pero los que han vivido en ambas generaciones, la presente y la pasada, saben que las cosas no están igual, que se han efectuado cambios, y que no hay base para tal razonamiento vano.
Cierto, se han dado muchas alarmas falsas en el pasado. Pero ¿demuestra eso que la alarma presente que los testigos de Jehová están dando es falsa también? Al Diablo le gustaría hacerle creer exactamente eso. Sería insensatez el que un departamento de bomberos no respondiera a una alarma sólo porque los cuarenta o cincuenta avisos anteriores eran alarmas falsas. Quizás ésta no lo sea. Hay que investigar toda alarma para garantizar seguridad. Asimismo, sería insensatez el que la gente de buena voluntad del tiempo presente pasara por alto la intensificada amonestación de los testigos de Jehová, sencillamente porque algunos creyentes en la Biblia del pasado han dado alarmas falsas.
Jesús definitivamente enseñó que volvería. En una ocasión sus discípulos le preguntaron: “Díganos, ¿Cuándo serán estas cosas, y qué será la señal de su presencia y de la consumación del sistema de cosas?” Jesús no les dijo que él estaría presente con ellos visiblemente. Más bien, su presencia con ellos sería observada únicamente por evidencia circunstancial. Por eso fué que sus discípulos le pidieron la “señal” de su presencia. No habría necesidad de una señal si lo iban a ver personalmente en la carne. Jesús se refirió a varios acontecimientos que acontecerían sobre la tierra al tiempo de su entronización en el cielo. Estos acontecimientos indicarían para la humanidad la presencia de Cristo y al mismo tiempo amonestarían de la proximidad de la batalla del Armagedón. Jesús dijo que su instalación invisible sería señalada sobre la tierra mediante nación levantándose contra nación en guerra mundial; que habría pestilencias, escasez de alimento y terremotos en muchos lugares; que sus seguidores serían odiados por todas las naciones; que serían perseguidos y algunos hasta muertos; que los fieles estarían ocupados en la predicación de las buenas nuevas de su reino establecido como testimonio a toda la tierra habitada antes de la venida del Armagedón; que durante estos acontecimientos habría “angustia de naciones, no conociendo la salida por el rugir del mar y su agitación, mientras que los hombres se desmayan debido al temor y la expectativa de las cosas que vienen sobre la tierra habitada”; que habría un esfuerzo inútil por establecer paz mediante un gobierno político provisional, y que cuando TODAS ESTAS COSAS se vieran sucediendo en una sola generación, esa generación debería huir por su vida porque el Armagedón estaría cerca.—Mateo 24, 25; Marcos 13; Lucas 21.
La carta de Pablo a Timoteo vívidamente describe las condiciones delincuentes al tiempo de la segunda presencia de Cristo. (2 Tim. 3:1-13) Pedro profetiza que se levantarían burladores procediendo de acuerdo con sus propias concupiscencias, mofándose de la amonestación, y demandando: “¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan igual como ha sido desde el principio de la creación.” (2 Ped. 3:3, 4, NM) Santiago predijo que los ultrarricos amontonarían riqueza para los últimos días. Juan bajo inspiración habló de una calamidad sin precedente que culminaría este período con la batalla del Armagedón. El que TODOS ESTOS ACONTECIMIENTOS, no sólo uno o dos, sino TODAS ESTAS COSAS sucedieran en la misma generación, sería la señal que indicaría la segunda presencia de Cristo. No es alarma falsa ésta. Esa generación vería su presencia y experimentaría los juicios ardientes del Armagedón.—Mat. 24:32-34; Santiago 5; Apocalipsis, capítulos 12 y 16.
ALARMAS FALSAS DEL PASADO
Quizás algunos pregunten sinceramente: ¿Por qué fueron descaminados los primitivos eruditos bíblicos de modo que pensaran que Cristo regresaría en su día, especialmente cuando se toma en cuenta que la Biblia es muy específica en cuanto al tiempo y manera de su presencia? La respuesta a la pregunta es que esos eruditos erróneamente concluyeron que la segunda presencia de Cristo iba a ser visible, “o una penetración silenciosa y gradual de su espíritu en todas las fuerzas sociales y que había de ser perpetua o continuar hasta la consumación.” Además, esos eruditos no tomaron en consideración que todos los acontecimientos profetizados por Jesús tenían que cumplirse dentro de la generación de su venida.
Por ejemplo: Los tiempos penosos de 66-70 d. de J.C. fueron usados e interpretados por algunos como señales de que venía el fin venidero. Después de la destrucción de Jerusalén, Cristo seguramente haría su aparición. Pero la contienda civil entre los judíos y los romanos no constituyó la señal de la presencia de Jesús, ni las hambres y pestilencias que siguieron. No hubo guerras mundiales entonces, ningún número excepcional de terremotos, ni se predicaron las buenas nuevas del reino de Dios en toda la tierra habitada. En realidad, les faltaba mucho que cubrir aun del continente europeo.
Las expectativas primitivas de la vuelta de Cristo durante los siglos segundo, tercero y cuarto resultaron ser alarmas falsas. La llamada Epístola de Bernabé, conforme al Didaché (un manual cristiano del segundo siglo), representa “el último día como cerca, cuando el mundo presente junto con el maligno será destruído por el Señor que vuelve. Se cree que casi 6,000 años han transcurrido desde la creación. . . . El séptimo día de 1,000 años está por comenzar con la Segunda Venida.” Ireneo apoya a Bernabé, “colocando el fin del mundo y el regreso de Cristo 6,000 años después de la creación.” Lactancio está de acuerdo con ellos y cree que “a lo más el mundo presente no puede durar más allá de otros 200 años, y el fin ha de esperarse diariamente.” Tertuliano predijo la decadencia del imperio romano, la subida del anticristo, y se sintió vivir en el ‘tiempo último.’ Hipólito determinó el día para la vuelta de Cristo, 500 años después del nacimiento de Cristo. Y hubo una hueste de otros, Comodiano, Metodio de Olimpo en Licia, Victorino de Pettau, y el obispo egipcio Nepote, todos los cuales hicieron predicciones descabelladas del retorno de Cristo.
Sus pronósticos fueron totalmente infundados a la luz de las Escrituras; por lo tanto, todos sin excepción resultaron ser falsos. Los hechos físicos no estuvieron presentes en su totalidad para cumplir las profecías de Jesús concernientes a su segunda presencia, ni fu e ron exactas sus tablas cronológicas. Algunas de sus fechas estuvieron incorrectas por tanto como mil años. La fecha de 500 años de Hipólito no se basó en las Escrituras, sino que fué una suposición que resultó incorrecta.
Como había de esperarse después de estas alarmas falsas, y sin duda de acuerdo con los planes del Diablo, la enseñanza de la vuelta de Cristo vino a ser muy impopular. La gente consideró con cinismo y escepticismo a cualquiera que se atrevía hasta a mencionar la doctrina. El libro del Apocalipsis fué rechazado y llamado la obra del hereje Cerinto. Nuevas teorías fueron introducidas y popularizadas. Orígenes arguyó contra una aparición literal de Cristo. Él enseñó que el retorno de Cristo se efectúa por medio del poder del evangelio; que el mundo no sería destruído sino que sería transformado por la predicación del cristianismo.
Otra teoría que permaneció popular por un tiempo fué la que el donatista Ticonio dió a conocer, explicando él en su comentario sobre el Apocalipsis que Cristo no vendría hasta que la Iglesia donatista se estableciera en el mundo, y fuera lo suficientemente fuerte para resistir el paganismo y la religión falsa del catolicismo. Estas dos teorías son falsas por razones bíblicas, a saber: El propósito del cristianismo no es el convertir a este presente mundo malo, ni lo transformará la predicación del evangelio. Este mundo malo ha sido condenado por Dios a la destrucción, y ningún hombre u organización hecha por el hombre lo salvará. (Dan. 2:44) Dios se ha propuesto un gobierno del nuevo mundo para la humanidad en el cual la justicia habrá de morar. (2 Ped. 3:13) El evangelio se predica para dar “un testimonio a todas las naciones,” para que la gente de buena voluntad pueda huir al Reino antes del día del Armagedón. (Mat. 24:14, NM) La teoría de Ticonio también es falsa, porque el regreso de Cristo no depende de los logros de los hombres, ni del establecimiento de cierto grupo o cuerpo eclesiástico, sino que solamente depende del espíritu y poder del Todopoderoso Dios Jehová.—Sal. 110:1, 2.
Agustín, de la Iglesia católica, despidió toda la idea de que Cristo todavía iba a venir, diciendo que el Reino se estableció en la primera venida de Cristo; que Cristo en su primera venida ató a Satanás el Diablo y comenzó a gobernar allí mismo. Agustín mantuvo que la venida de Cristo acontece continuamente en su iglesia, “es decir, en Sus miembros, en los cuales viene poco a poco y pedazo por pedazo, puesto que la Iglesia entera es Su cuerpo.” Agustín creyó además que el reino milenario de Cristo terminaría alrededor de 1000 d. de J.C., y que en ese tiempo se podría esperar la venida final de Cristo para juzgar.
A medida que 1000 d. de J.C. se acercaba, mucha gente religiosa comenzó a pensar que el juicio y fin ardiente del mundo acontecerían ese año. Se esparció excitación por toda la Europa occidental porque se temía que el “día de la ira” de Dios estaba cerca. Cuando el mundo no se quemó ese año, los religiosos pensaron que aquello era prueba de que los mil años del Apocalipsis 20:2 no eran literales sino un período de tiempo indefinido, y que la Iglesia católica, siendo la llamada iglesia “madre,” ya estaba reinando en él. Esa opinión prevalece entre la Jerarquía católica romana hasta este día.
NINGUNA ALARMA TAN MALA COMO LA ALARMA FALSA
A pesar de las pretensiones católicas romanas, las Escrituras no confirman su opinión tampoco. Los apóstoles Juan y Pablo claramente muestran que Cristo no reinó del primer siglo en adelante. Juan escribió el Apocalipsis hacia el fin del primer siglo y habló del reino de Cristo como todavía futuro, como una de las “cosas que tienen que efectuarse dentro de poco.” (Apo. 1:1, NM) Juan vivió más largo tiempo que Pablo. Alrededor de 61 d. de J.C., mientras estaba en Roma, Pablo escribió su carta a los hebreos y dijo: “Pero ¿con referencia a cuál de los ángeles ha dicho él jamás: ‘Siéntate a mi derecha, hasta que haga de tus enemigos un banco para tus pies’?” (Heb. 1:13, NM) Pablo estaba citando las palabras de David en el Salmo 110:1, 2, donde David había hablado de Cristo como su Señor y dijo: “Jehová dijo a mi Señor: ¡Siéntate a mi diestra, hasta tanto que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies! Enviará Jehová desde Sión la vara de tu poder; ¡domina tú en medio de tus enemigos!” Jesús es representado aquí como estando sentado a la diestra de su Padre después de su ascensión al cielo y no reinando. Pablo concuerda con esta profecía, y luego dice de Cristo Jesús: “Pero este hombre ofreció un solo sacrificio por los pecados perpetuamente y se sentó a la diestra de Dios, desde entonces esperando hasta que sus enemigos fueran hechos un banco para sus pies.”—Heb. 10:12, 13, NM.
Pablo vigorosamente negó que los cristianos estuvieran reinando en su día. Él dijo a los corintios que asumieron llevar ventaja y reinar como reyes, fuera políticamente o de manera espiritual: “Ustedes ya tienen su hartura, ¿no es así? Ustedes ya están ricos, ¿no es así? Ustedes han comenzado a reinar como reyes sin nosotros, ¿no es así? Y yo quisiera que verdaderamente hubieran comenzado a reinar como reyes, para que nosotros también pudiéramos reinar con ustedes como reyes.” (1 Cor. 4:8, NM) El punto de vista católico romano es que Satanás fué abismado en el primer siglo. Pablo difiere en su carta a los romanos, diciendo: “El Dios que da paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes en breve.” (Rom. 16:20, NM) El apóstol Pedro concuerda con Pablo en que Satanás no fué abismado en el primer siglo, sino que estaba muy libre: “No pierdan su juicio, sean vigilantes. Su adversario, el Diablo, anda en derredor como león rugiente, tratando de devorar a alguien.” (1 Ped. 5:8, NM) Juan proyecta el acto de abismar a Satanás al futuro distante, permaneciendo así en armonía con los otros apóstoles.—Apocalipsis, capítulos uno y dos.
OTROS PRONÓSTICOS
Después del tiempo de Agustín las agresiones de los sarracenos, las cruzadas, la subida de órdenes monásticas durante el siglo trece, y también el mundo desbarajustado del siglo catorce, todos se interpretaron como “señales” que predecían la vuelta inminente de Cristo. Joaquín de Flora determinó que los 1,260 días mencionados en el Apocalipsis 12:6 podrían resultar ser el año 1260 d. de J.C. cuando Cristo volvería. Militz de Krómeriz, un precursor de Juan Huss, esperó la venida de Cristo entre los años 1365 y 1367. Wiclef señaló al poder del papado y recalcó que el tiempo del retorno estaba cerca. Juan Néper predijo el cercano fin del mal y el retorno de Cristo entre los años 1688 y 1700. Guillermo Whiston primero escogió a 1715, luego a 1734, y más tarde a 1866 como la fecha para la inauguración del milenio.
A principios del siglo diecinueve Christoph Hoffman se apresuró a ir de Alemania a Jerusalén para reedificar el templo en preparación para el cercano retorno de Cristo. Guillermo Míller predijo que Cristo haría su aparición durante el año 1843, pero más tarde pospuso el día a octubre 22 de 1844. Cuando estas especulaciones no se materializaron, las sectas religiosas llegaron a ser un hazmerreír, grandes divisiones se efectuaron entre ellas, hubo burla de la doctrina, la gente que la enseñaba era escarnecida, y en conjunto la idea fué desdeñada tanto en círculos religiosos como en los no religiosos. Todas, sin excepción, fueron alarmas falsas.
Con la llegada del siglo veinte se oyó un nuevo torrente de alarmas. “¡Prepárese a morir! ¡Esté listo a toda hora! ¡El fin del mundo ha llegado!,” decían cartelones durante una convención adventista en París el 20 de agosto de 1927. Los adventistas creían que el retorno de Cristo significaría que la tierra sería consumida por fuego. Los justos serían salvos mediante el ser llevados al cielo. Aun antes de eso, cuando la I Guerra Mundial estaba llegando a su culminación, un manifiesto fué publicado por varios de los más insignes ministros de Inglaterra. Este manifiesto decía, entre otras cosas, “que la presente crisis señala al fin de los tiempos de los gentiles. Segundo. Que la revelación del Señor puede esperarse a cualquier momento, cuando él se manifestará de una manera tan evidente corno a Sus discípulos en la noche de Su resurrección. Tercero. Que la iglesia, ya completa, será tomada para estar ‘eternamente con el Señor’.” Este manifiesto fué firmado por sobresalientes ministros bautistas, congregacionalistas, presbiterianos, episcopales y metodistas.
Ellos calcularon inexactamente los tiempos de los gentiles, porque éstos habían tenido su fin en el otoño de 1914. En fiel armonía con la profecía de Jesús, la guerra mundial había estallado entonces. Hambres, pestilencias y terremotos siguieron. Hubo persecución y asesinato de cristianos. Las nuevas del reino establecido de Dios comenzaron a ser predicadas. El mundo se halla en las garras de la ansiedad y temor. El desorden y la delincuencia están aumentando. Las naciones se han asociado, primero en la Sociedad de las Naciones y ahora en las Naciones Unidas. Y este gobierno político provisional está siendo aclamado, tal como la Sociedad de las Naciones fué aclamada como la única esperanza para la paz y como la “expresión política del reino de Dios.” Todos estos acontecimientos son precisamente lo que Jesús predijo que había de notarse durante su presencia.
¿Por qué, entonces, no apareció él? Él sí apareció, no como hombre en la carne, sino por una manifestación de su presencia mediante estos acontecimientos que sucedieron en cumplimiento de sus profecías. Él nunca prometió que haría su segunda aparición en la carne, visible al ojo humano. En realidad, él dijo a sus discípulos que “un poco más y el mundo no me verá más.” (Juan 14:19, NM) Si él fuera a hacer su segunda aparición en la carne, ¿habría alguna razón para que él describiera extensamente las condiciones sobre la tierra al tiempo de su aparición? Naturalmente que no. ¿Por qué darles una señal compuesta, si ellos lo iban a ver con la simple vista? Sabiendo que su vuelta sería observada sólo mediante evidencia circunstancial, los discípulos pidieron una señal. La señal que Jesús dió fué una larga lista de acontecimientos que sucederían sobre la tierra al tiempo que él recibiera su poder del reino en los cielos y comenzara su reino.
Estos acontecimientos comenzaron a suceder sobre la tierra en el año de 1914, v continúan haciéndose sentir hasta el día presente. No sólo uno o dos de estos acontecimientos trascendentales le han sobrevenido a esta generación, sino todos ellos. ¡NINGUNA ALARMA FALSA ES ÉSTA!
¿Cuál ha sido la reacción de los clérigos religiosos a la alarma? No le han hecho caso. No pudiendo ver a Cristo en la carne, se han confundido. El Radio Times de diciembre de 1950 declaró que “muchos predicadores tienen una sensación incómoda de que deben hablar acerca de la Segunda Venida de Cristo: pero están tan confundidos acerca de ello que tienden a evitar el tema.” El “Rdo.” Dr. Jorge Hédley, del Colegio Mills, reflejó la opinión que muchos clérigos tienen hoy. Dijo él: “¿Cuándo vendrá de nuevo el Cristo? Cuando el espíritu de Dios entre a los corazones humanos. ¿Cómo reconoceremos su venida? Realizando la vida divina dentro de nosotros mismos. ¿Viene el Cristo de nuevo? Viene, si lo dejamos venir. Él vendrá a nosotros esta mañana si sólo escogemos que venga.”
Muy al contrario, la venida de Cristo no depende de ningún individuo. ¡Él está aquí, ahora, reinando como Rey desde el cielo en medio de sus enemigos! (Sal. 110:1, 2) Los acontecimientos mundiales lo demuestran. La alarma que está siendo sonada por los testigos de Jehová es genuina, verdadera. No permita usted que la actitud negativa, insensible e indiferente del mundo le adormezca. Responda a la alarma. Huya a las montañas del sistema de cosas de Jehová ahora. No se demore. Usted encontrará protección allí del fuego del Armagedón. ¡Los que sobrevivan al Armagedón darán testimonio al hecho de que ÉSTA NO FUÉ ALARMA FALSA!