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  • Vida en el mundo tridimensional del océano
    ¡Despertad! 1976 | 8 de abril
    • Vida en el mundo tridimensional del océano

      EL OCÉANO es una verdadera reserva de vida. No solo ocupa su superficie más del 70 por ciento de la extensión de la Tierra, sino que su tremenda profundidad, que mide más de tres kilómetros como término medio, lo hace un mundo tridimensional de una capacidad enorme con muchos niveles por todo su dominio.

      La vida se halla en toda parte del océano y en toda profundidad. A lo largo de sus playas bulle con vida intensamente activa. A un nivel más bajo, en la plataforma continental, la vida también es muy activa. Más alejada de las costas, en alta mar, casi toda la vida existe en los niveles superiores cerca de la superficie. Pero aun en las profundidades abismales de los pozos más profundos hay vida y está realizando su parte en el sistema ecológico del océano.

      La cadena alimenticia

      Obviamente los innumerables miles de millones de animales marinos que hay requieren una prodigiosa cantidad de alimento. Aunque hay una gran cantidad de algas marinas, como en el mar de los Sargazos, éstas no son de ningún modo la principal fuente de alimento. De hecho, las algas marinas desempeñan una parte muy pequeña. En realidad, más del 90 por ciento de los materiales orgánicos básicos que construyen y alimentan toda la vida en el mar lo producen por síntesis dentro de las capas iluminadas de alta mar las muchas variedades de “fitoplancton.”

      El fitoplancton son plantas microscópicas que flotan cerca de la superficie donde pueden utilizar la luz del Sol. Tienen que tener luz para hacer su trabajo y vivir, tal como la mayoría de las plantas terrestres necesitan la luz solar. El fitoplancton elabora el alimento por medio de la fotosíntesis, un procedimiento que utiliza la energía de la luz solar para convertir en alimento los nutrimentos minerales en el océano. Esto es vital para los animales, puesto que no pueden producir su propio alimento por síntesis.

      Así es que, tal como la vegetación sobre la tierra provee los alimentos básicos para todos los animales terrestres, la vida vegetal constituye el fundamento alimenticio para los habitantes del océano.—Gén. 1:29, 30.

      Grandes capas de fitoplancton van a la deriva en el océano, por lo general siendo más densas donde “corrientes ascendentes” traen los nutrimentos minerales hacia arriba desde el fondo del océano, o donde las corrientes transportan ese alimento. Los principales comedores del fitoplancton son pequeños animales llamados “zooplancton.” Estos se hunden debajo de la superficie a una profundidad de entre 300 y 1.200 metros durante el día y suben de nuevo a la noche para participar en una frenética alimentación. Otros peces pequeños que comen el fitoplancton y algunos que se alimentan del zooplancton acompañan a esta hueste migratoria, formando todos juntos lo que se conoce como la “profunda capa dispersa.” Es tan gruesa esta capa que cuando se empezó a usar sonar para determinar las profundidades frecuentemente confundían esta capa con el fondo del océano, lo cual resultó en inexactitudes de los mapas del lecho oceánico. Durante la guerra los submarinos se refugiaban debajo de la “profunda capa dispersa,” a salvo de ser detectados por el sonar de los destructores.

      Los “necton” (que significa “nadante”) se alimentan del zooplancton. Estos devoradores incluyen miles de variedades de peces. En la “pirámide” alimenticia más o menos mil kilos de vegetación oceánica (en la base de la pirámide) sustentan a cien kilos de animales que comen plantas (la etapa siguiente en la pirámides). Estos animales herbívoros, a su vez, producen diez kilos de animales marinos carnívoros. Finalmente, diez kilos de peces desarrollarán un kilo de carne humana. Por lo tanto, para proveer al mercado con diez kilos de pescado se requiere que el océano suministre mil kilos del microscópico “forraje” plancton.

      Se puede conseguir alguna idea de la monumental tarea que el océano realiza en producir alimentos cuando se considera que las focas que usan las islas Pribilof del mar de Bering como terrenos de cría —tan solo estas focas— consumen unos 3.500 millones de toneladas de peces cada año. ¡Qué fuente de alimento abundante es el océano, la hechura del Creador! Como escribió el salmista:

      “¡Cuántas son tus obras, oh Jehová!

      Con sabiduría las has hecho todas.

      La tierra está llena de tus producciones.

      En cuanto a este mar tan grande y ancho,

      Allí hay cosas movientes sin número,

      Criaturas vivientes, pequeñas así como grandes. . . .

      Todos ellos... a ti siguen esperando

      Para que les des su alimento a su tiempo.

      Lo que les das ellos lo recogen.

      Tú abres tu mano... ellos se satisfacen con cosas buenas.”

      —Sal. 104:24-28.

      La “marea roja”

      De vez en cuando cierta clase de vida marina microscópica que se conoce como “dinoflagelados” sufren una “explosión demográfica,” concentrándose en cantidades astronómicas. Se multiplican a una densidad tan elevada que grandes zonas del agua adquieren un tono rojizo, marrón o de ámbar debido a sus pigmentos... un fenómeno que se conoce como la “marea roja.” Puede que la concentración de ellos llegue a ser demasiado grande para su propia supervivencia, y producen en el agua una substancia muy tóxica que mata a los peces y a las aves marinas en la zona. Los venenos que las olas rompientes sueltan del agua a la atmósfera irritan el sistema respiratorio humano, lo cual a veces hace necesario clausurar temporariamente algunos lugares de recreo costeros. El resultado también puede ser una gran producción de sulfuro de hidrógeno que ennegrece las casas pintadas con blanco de plomo en una ciudad costera cercana.

      Métodos marinos de protección para la supervivencia

      Quizás se pregunte uno cómo cualquier forma particular de vida marina puede evitar la extinción cuando se considera todos los devoradores que hay en el mar. Bueno, las diversas clases de vida marina tienen muchos modos de sobrevivir como especie. Un modo es mediante la reproducción superprolífica. Las minúsculas diatomeas, las más numerosas de las plantas microscópicas, pueden tener mil millones de descendientes en un mes. El haddock deposita hasta nueve millones de huevos a la vez. La ostra deposita hasta 500 millones de huevos por año. Se calcula que alejadas de la costa sur del cabo Cod mil millones de caballas producen sesenta y cuatro billones de huevos durante la temporada de apareo. Los huevos y los hijuelos de los peces y de otros animales marinos son tragados rápidamente por una tremenda hueste de devoradores de toda descripción. En el caso de la caballa, se calculó que de cada millón de huevos solo entre uno y diez peces sobreviven y llegan a la madurez. El porcentaje de mortandad está entre 99,98 por ciento y 99,99 por ciento. Sin embargo hay abundancia de caballas, haddock y ostras. Lo mismo es cierto de muchos otros animales, como las almejas, los camarones y así por el estilo. Solo es el hombre voraz que tiende a desequilibrar los asuntos y que amenaza con destruir a especies enteras.

      Otros peces, en vez de confiar enteramente en la gran cantidad que hay de ellos, protegen a sus huevos o a sus hijuelos. En el caso de algunos tiburones, los huevos son incubados y los peces recién nacidos viven por un tiempo en la parte posterior de la madre. Algunos peces aseguran sus huevos a las piedras, plantas y así por el estilo; algunos los protegen con espuma y membranas. En otras especies el macho transporta los huevos en su boca o en una bolsa (como lo hace el caballo marino) hasta que nacen. Sin embargo, a menudo los hijuelos se las tienen que arreglar solos después que nacen. Pero el delfín, un mamífero, continúa protegiendo a sus hijuelos de los enemigos.

      Puesto que prácticamente todos los animales marinos tienen enemigos predatorios que les dan caza, frecuentemente emplean el disimulo. El pez mariposa, por ejemplo, tiene en su cuerpo un punto como ojo para distraer de la cabeza al atacante. Las espaldas de los peces de alta mar son verdes o negras debido a que el mar, visto desde arriba, tiene esa apariencia. Pero mirando desde abajo, la superficie del océano parece plateada o blancuzca. Correspondientemente, la parte de abajo de la mayoría de los peces es de ese color.

      El cohombro de mar quizás tenga el método de protección más extraño. Cuando está en peligro, sencillamente expulsa sus intestinos. Evidentemente el hambriento devorador prefiere comerse los intestinos más bien que la insípida bolsa correosa que queda. Entonces “la bolsa vacía” hace crecer intestinos nuevos. Los aguijones ayudan a los animales más estáticos o estacionarios, como el man-of-war, a alejar a sus enemigos. Otros confían en la velocidad, viveza, tamaño o fuerza. Algunos de los calamares de las aguas profundas poseen un dispositivo protector singular. Segregan una nube luminosa para cubrir su retirada. Otros peces emiten fuertes destellos de luz para desviar del blanco a los devoradores o “cegarlos” temporariamente.

      En el mundo tridimensional del océano, donde la visión está limitada a una distancia de aproximadamente treinta metros, y donde el medio circundante es mucho más pesado que el aire, el Creador ha suministrado un equipo que no tienen los animales terrestres. Uno de éstos es un “sexto sentido,” que poseen la mayoría de los peces de natación veloz. Este consiste en un sistema de canales longitudinales que van desde la cabeza hasta la cola, llamado la “línea lateral.” Permite a los peces percibir hasta el más mínimo cambio en las presiones externas. De este modo miles de peces en un “banco” pueden permanecer juntos y moverse en perfecta armonía, cambiando rápidamente de dirección como un solo cuerpo. Además, desde una distancia considerable advierten que se aproximan los enemigos. Por este sentido también pueden evitar chocar con obstáculos, como la pared de vidrio en un acuario.

      Equipo de caza

      Uno de los rasgos más asombrosos del sistema ecológico del océano es la interdependencia de la vida allí, y el que se mantiene el equilibrio de la vida. A la vez que los peces que son cazados por los devoradores tienen un equipo protector, los mismos cazadores están provistos de los medios más complicados para localizar y atrapar a su presa. Y aunque suficientes peces son capturados por sus devoradores hambrientos para suministrarles alimento, suficientes individuos sobreviven para mantener en existencia a cada especie. Si no hubiera devoradores a los cuales les gustara comer los huevos de ostras o los hijuelos de las tortugas, el océano pronto rebosaría de ostras o tortugas. Pero, si las ostras y las tortugas fueran completamente exterminadas por sus devoradores, los devoradores también dejarían de existir. Solo un Creador sapientísimo pudo haber suministrado las condiciones y diseñado el equipo de caza y de protección para lograr un equilibrio tan delicado como éste.

      En cuanto al equipo de caza, comenzando cerca de la base de la “pirámide” alimenticia, hallamos, según la descripción de un oceanógrafo que escribió para Scientific American (septiembre de 1969), “ojos en animales herbívoros microscópicos, filtros de diseño exquisito, mecanismos y comportamiento para descubrir concentraciones locales, complicado aparejo de búsqueda y, por debajo, accesorios para provocar la ayuda del agua en movimiento para realizar la tarea de filtración.” Ciertos caracoles marinos usan grandes redes, a menudo pegajosas y transparentes, algunas tan grandes como 1,80 metros de diámetro. Por este medio capturan los microorganismos más diminutos para alimento. Las amebas unicelulares localizan el alimento por medios químicos.

      Muchos organismos que viven cerca de la superficie son luminiscentes. Pero en los niveles más profundos del océano donde apenas penetra la luz solar, si es que lo hace, por lo menos dos terceras partes de los animales marinos producen luz. Dice el investigador anteriormente mencionado: “Algunos peces, calamares y eufáusidos poseen linternas con reflector, lentes e iris casi tan complejos como el ojo.” otros, dice él, pueden tener luminosidad que imita a un pequeño grupo de plancton luminoso, mientras que otros “pescan” con una luz que se bambolea delante de ellos. El pez desprevenido que se aproxima al “señuelo” es rápidamente engullido.

      El pulpo usa ojos parecidos a los del hombre para localizar su alimento. Los delfines y ciertas ballenas poseen un sonar de largo alcance para la caza. Emiten sonidos y su oído altamente sensible detecta el eco. Se cree que los cachalotes pueden localizar a su presa a través de largas distancias, quizás varios kilómetros. Por tener los tiburones un agudo sentido del olfato, la sangre de un pez herido los atrae desde lejos.

      Vida en las profundidades abismales del lecho oceánico

      En el lecho del océano, a tres kilómetros o más debajo del nivel del mar, en temperaturas casi de congelación, las presiones son tremendas y prevalece la negra oscuridad. Sin embargo aun allí persiste la vida. Pero parece más sosegada, y la población es mucho más escasa. Los cohombros de mar de hasta medio metro de largo marchan lentamente sobre el fondo barroso, “comiendo” el barro, es decir, ingiriendo el barro lamoso para obtener los minúsculos organismos que hay en él, o para sacar los “detritos,” desperdicios de materia orgánica que ha bajado desde arriba. Pocas de las criaturas que viven allí son tan grandes como un ratón; la mayoría son más pequeñas que las abejas. Redes con una malla más fina que un cuarto de milímetro recogen diminutas almejas, gusanos y crustáceos.

      Algunos de los peces y otros animales en la oscuridad abismal son ciegos. Hay criaturas que caminan de un modo majestuoso con patas largas y delgadas como tallos y pies vellosos para sostenerlos por encima del barro. Los “ofiuroideos,” parientes de las estrellas de mar, a veces cubren el piso oceánico. Hasta en las profundidades de más de mil metros, pasa nadando de vez en cuando un pez raya, buscando alimentos en el fondo. El fondo del mar está cubierto de huellas y senderos. Las fotografías tomadas a una profundidad de 10.912 metros en el Challenger Deep al sudoeste de Guam muestran unos cuantos animales extraños de entre dos y medio y cinco centímetros de largo. Algunos tienen la apariencia de camarones pequeños. En las presiones tremendas a esas profundidades el hombre todavía no puede contestar afirmativamente la pregunta que Dios le hizo a Job: “¿En exploración de la profundidad acuosa has andado de una parte a otra?”—Job 38:16.

      El futuro para la vida oceánica

      Ahora, los oceanógrafos están muy preocupados por el peligro que presenta para la vida marina la codicia de las flotas comerciales que poseen instrumentos científicos modernos para cazar, apresar y matar en escala tremenda. Pero hay otro mal que temen aun más: la contaminación. Esta también se debe principalmente a la codicia e indiferencia, y se ha extendido a un grado increíble, convirtiendo aguas pesqueras anteriormente prolíficas en aguas casi despobladas de peces.

      Condiciones como éstas causan tristeza. Pero la persona que cree en la Biblia tiene plena confianza en que Dios tiene la capacidad para repoblar los mares con enjambres de vida tal como era su propósito originalmente cuando mandó a los habitantes de los mares: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen las aguas en las cuencas de los mares.” (Gén. 1:22) Puesto que hay tal interdependencia entre la vida en el mar (tanto la vida vegetal como la animal) y la que hay sobre la tierra, podemos estar seguros de que Dios hará que tanto el mar como la tierra estén poblados con criaturas que son esenciales para el bienestar y felicidad eternos del hombre. Esto lo realizará él durante el reinado de mil años de su Hijo, cuando el hombre estará en paz con la vida animal, tanto sobre la tierra como en el mar, y ejercerá sobre ellos el debido dominio armonioso.—Gén. 1:27, 28; Sal. 8:4-8.

      [Ilustración de la página 17]

      Animales marinos carnívoros

      Animales que comen plantas

      Plantas oceánicas

  • Respirando miles de millones de átomos
    ¡Despertad! 1976 | 8 de abril
    • Respirando miles de millones de átomos

      ● Los átomos están en todas partes. Toda cosa material a nuestro alrededor —todo lo que podemos ver, palpar, tocar, oler o gustar— está compuesto de pequeñitos átomos invisibles. Esto significa que el aire mismo que respiramos está compuesto de estas diminutas partículas de materia. “Considere cuántos átomos hay en una respiración,” escribió Heinz Haber en The Walt Disney Story of Our Friend the Atom. “Bajo condiciones normales,” continuó Haber, “un ser humano inhala y exhala alrededor de medio litro de aire con cada respiración. ¡Esto significa que unas 16 veces por minuto uno inhala y exhala no menos de 25.000.000.000.000.000.000.000 de átomos!” De modo que, uno inhala, como promedio, no menos de cuatrocientos mil trillones de átomos cada minuto de su vida. ¡Esta es una cifra tan grande que hay que agregar veintiún ceros después de los cuatrocientos... 400.000.000.000.000.000.000.000! ¿Y cuántos átomos respirará uno en el curso de su vida? No se preocupe en tratar de calcularlo. Forzosamente tiene que ser una cifra astronómica tan grande que se sale fuera del ábaco. ¡Qué bueno es, entonces, que estos átomos sean tan pequeñitos!

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