BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • ¿Puede usted manifestar más bondad amorosa?
    ¡Despertad! 1977 | 8 de julio
    • (Pro. 11:17) Millones de creyentes en la Biblia pueden testificar en cuanto a la veracidad de esas declaraciones bíblicas.

      ¿Cómo puede usted manifestar más bondad amorosa? El primer paso que debe dar es el de aumentar su conocimiento de las enseñanzas bíblicas. Así aprenderá cuáles son los actos que Dios considera como una verdadera expresión de bondad amorosa. También es muy importante asociarse con regularidad con personas que aplican los principios bíblicos en su vida. Vale la pena desarrollar esta cualidad piadosa, porque la bondad amorosa adornará su vida con felicidad y bendiciones continuas.

  • Los Juegos Olímpicos... ¿en qué pararán?
    ¡Despertad! 1977 | 8 de julio
    • Los Juegos Olímpicos... ¿en qué pararán?

      Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá

      LOS siguientes Juegos Olímpicos han de ser celebrados en Moscú durante el verano de 1980. Pero, lo que muchas personas se interesan en saber es en qué pararán los Juegos. La gente pregunta si este acontecimiento deportivo podrá sobrevivir en su forma actual.

      ¿A qué se debe esto? A varias razones. Una tiene que ver con el ensanchado alcance de los Juegos. En el transcurso de los años se han agregado muchos nuevos deportes. Participan más países y más atletas que en cualquier otro tiempo. Debido a esto, se necesitan cada vez más instalaciones para celebrar todos los deportes y para alojar a los miles de participantes, reporteros y espectadores. Se les está haciendo impráctico a las naciones, salvo a las más ricas, celebrar los Juegos en su forma actual.

      Otra razón tiene que ver con la política. Los desacuerdos que los países tienen entre sí se reflejan en los Juegos Olímpicos. Cuando los antagonismos son de suficiente intensidad, algunas naciones hasta boicotean la celebración.

      Las animosidades provocadas por el nacionalismo extremo siempre están presentes. Cada país trata de ganar la mayor cantidad de medallas posible, a casi cualquier costo para el atleta. Varios países tienen tremendos programas deportivos que empiezan desde la niñez, con el propósito de producir ‘super’ atletas principalmente a fin de conseguir prestigio nacional. Algunas rivalidades asumen una naturaleza casi bélica; especialmente es esto cierto entre varias naciones comunistas y occidentales.

      Luego hay las rivalidades personales. Los atletas están bajo tremenda presión personal y nacional para ganar, y a menudo sienten un antagonismo intenso hacia otros atletas. Algunos hacen uso del engaño o drogas para conseguir una ventaja.

      Todos estos problemas, y otros, se hicieron sentir en los últimos Juegos que se celebraron aquí en Montreal, Canadá, durante el verano de 1976. Así, lo que se aclama como un acontecimiento para promover la comprensión y buena voluntad internacionales a menudo resulta en algo diferente.

      Historia de los Juegos

      Es interesante hacer un repaso breve de la historia de los Juegos Olímpicos para ver cómo llegaron a su forma actual. Lo que finalmente les sucedió a los Juegos antiguos bien puede hallar un paralelo en el acontecimiento moderno.

      Los primeros Juegos Olímpicos de que hay registro se celebraron en el año 776 a. de la E.C. en las llanuras de Olimpia en Grecia occidental. Eso fue más o menos al mismo tiempo en que el profeta hebreo Isaías empezó a profetizar a la nación de Judá. Pero mientras Isaías hablaba acerca del Dios viviente, los antiguos griegos dedicaban sus olimpiadas al dios falso Zeus. Puesto que los Juegos honraban a Zeus, se hacían sacrificios a él y a otros dioses míticos. También había la adoración del Fuego Olímpico.

      En aquel tiempo los Juegos consistían en un solo deporte, una carrera a pie. Porque había muchos participantes de las diferentes ciudades-estados de Grecia, los corredores corrían en diferentes carreras preliminares o eliminatorias. Los que ganaban estas carreras eliminatorias entonces competían entre sí. Se proclamaba ganador al primer hombre que cruzara la línea en la carrera final. Este método todavía se emplea hoy.

      Alrededor de 708 a. de la E.C. se introdujeron en los Juegos otros deportes, como el salto, el lanzamiento y la lucha. Más tarde, se añadieron el boxeo y las carreras de carros de dos ruedas. Un nuevo concurso, entre los más estimados, fue el pentatlón, en el cual cada participante competía en cinco diferentes ejercicios atléticos: correr, saltar, luchar y lanzar el disco y la jabalina. Todavía se celebra una forma cambiada del pentatlón en los Juegos Olímpicos modernos... diez ejercicios atléticos para los hombres y cinco para las mujeres.

      En la antigüedad se les presentaba a los ganadores una corona de hojas de olivo silvestre y se les atribuía gran aclamación. Pregoneros anunciaban sus nombres por todo el país. Se dedicaban estatuas a ellos, y los poetas escribían poemas acerca de ellos.

      En los Juegos antiguos, todos los contendientes tenían que hacer una declaración jurada de que habían dedicado por lo menos diez meses a su preparación. También juraban adherirse a las reglas y no recurrir a prácticas injustas.

      Andando el tiempo, atletas de otros países participaron en las contiendas. Pero, gradualmente, el propósito original de glorificar al individuo cedió a la glorificación de la nación del atleta. El egoísmo y la brutalidad también se hicieron más patentes. Para 394 E.C. los Juegos se habían hecho tan corruptos que el emperador Teodosio, cabeza del Imperio Romano de Oriente, los abolió.

      Después de quince siglos, en 1896, los Juegos fueron revivificados. En ese año el barón Pierre de Coubertin de Francia ayudó a organizar los primeros Juegos Olímpicos modernos en Atenas, Grecia. Ocho naciones participaron. (No empezaron los Juegos Olímpicos de Invierno sino hasta 1924.) Desde su restauración moderna, los Juegos se han celebrado cada cuatro años, salvo durante la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial.

      El ensueño y la realidad

      El ensueño del barón de Coubertin fue de una fiesta internacional de deportes que deshiciera toda barrera de clase, raza y religión. Se esperaba que tuviera la potencialidad para mantener la paz, y que resultara en edificar entendimiento y armonía entre las naciones. Ciertamente estos motivos eran nobles.

      Pero también lo fueron los motivos tras los Juegos Olímpicos originales en la Grecia antigua. Sin embargo, con el tiempo se desarrolló una tremenda brecha entre el motivo y la realidad de aquellos antiguos Juegos. Los doctos señalan que en aquel entonces los contendientes de varios deportes llegaron a ser conocidos más bien por su brutalidad que por su elegancia y pericia en el deporte. Esto fue especialmente cierto en el caso del boxeo, la lucha y el combate llamado pancracio, una combinación del boxeo y la lucha en que todo recurso era lícito.

      En tiempos modernos, los motivos nobles también han cedido, a un grado notable, a las realidades duras. ¿Cómo?

      Problemas políticos

      Para el tiempo en que empezaron los Juegos de 1976 en Montreal, ya se había oscurecido la serenidad. El mayor número de países que jamás lo habían hecho rehusó participar por motivos políticos.

      Veinte naciones africanas boicotearon las ceremonias de apertura. Insistieron en que Nueva Zelanda fuera excluida de las Olimpiadas porque su equipo de rugby previamente había hecho una gira de la República Sudafricana. Puesto que la República Sudafricana se adhiere al sistema de separación de las razas, los países africanos se habían opuesto a que Nueva Zelanda tuviese relaciones deportivas con la República Sudafricana. Por eso los africanos se salieron de los Juegos, y naciones que los apoyaban, como Guyana e Irak, hicieron lo mismo.

      Finalmente, el total de países que se salieron ascendió a treinta. Eso fue la cuarta parte de los 119 países que se había esperado que participaran. Los gobiernos de más de 600 atletas los llamaron de regreso a su país sin participar.

      Entre los países a los cuales no se les permitió participar en los Juegos estuvo Taiwan, porque había insistido en participar bajo el nombre de “República de China.” Pero el Canadá sostuvo que reconocía al régimen del continente como el gobierno legítimo de ese país.

      Cuando la controversia sobre Taiwan llegó a su punto culminante, el lord Killanin, presidente del Comité Internacional de las Olimpiadas, dijo: “Me parece que el mundo ya está harto del entremetimiento de los políticos en los deportes.” Como resultado, algunos recomendaron deshacerse de los himnos nacionales para los vencedores, así como de todas las banderas, con la excepción del pendón olímpico.

      Sin embargo, los de punto de visto práctico también hicieron entender su punto. Preguntaron: ¿cuántas naciones suministrarían el apoyo financiero y moral necesarios si no se les acordara identidad nacional y si no hubiese propaganda nacional? Y los participantes mismos a menudo prefieren competir bajo un emblema nacional por motivos patrióticos, así como por otros, como el ganar fama y posiblemente una fortuna en sus países natales.

      La política se hizo patente de otra manera. Se dejó ver en las vastas precauciones de seguridad que se tomaron. Guardas armados patrullaron los sitios olímpicos. Helicópteros circularon en lo alto. Más de 16.000 soldados estuvieron listos. ¿Por qué se tomaron medidas de seguridad tan extensas? Estaban preparados en caso de una irrupción de terrorismo. Lo que había ocurrido cuatro años antes en los Juegos Olímpicos de Munich todavía estaba vívido en la memoria. Allí, en una noche de horror, terroristas políticos asesinaron a atletas israelíes.

      Problemas de dinero

      Todas las naciones tuvieron que disponer de enormes sumas de dinero para el sostén de sus atletas. Pero especialmente Montreal tuvo un dolor de cabeza financiero realmente monstruoso cuando despertó después de los Juegos.

      Los canadienses habían esperado que la función se mantuviera funcionando por sus propios recursos. Pero el costo verdadero subió a unos 1.500 millones de dólares. ¡Eso fue más de lo que costó construir el canal de San Lorenzo hace más de dos décadas! El déficit total, después de restar los ingresos, fue de aproximadamente 1.000 millones de dólares.

      Los muchos complejos deportivos, las zonas de nuevas viviendas y otras instalaciones necesarias fueron muy costosos. Y el impresionante conjunto de tecnología avanzada que se empleó fue otro factor en el elevado costo. Por ejemplo, para medir el lanzamiento de jabalina o el lanzamiento del disco ya no se usaba una sencilla cinta métrica. En vez de eso, los milímetros fueron divididos por instrumentos que proyectaban un rayo infrarrojo y daban los resultados instantáneamente. Para los deportes del campo, un reloj de dígitos y cámaras con computadoras dividían los segundos en cien fracciones. Además, los bloques de partida desde los cuales los corredores comenzaban estaban controlados electrónicamente de modo que ningún corredor pudiera empezar antes de tiempo.

      En la piscina olímpica, cada nadador tocaba un cojincillo electrónico al fin de la carrera que inmediatamente paraba el reloj de esa pista. La diferencia entre una medalla de oro de primer lugar y una de plata de segundo lugar puede ser tan solo unas cuantas décimas partes de un segundo, no mucho más que la diferencia entre tener uñas largas o cortas.

      Al terminar un concurso, 38.000 lámparas eléctricas inmediatamente presentaban los resultados, junto con el retrato del atleta y su posición, en dos pantallas gigantescas, cada una de cuatro pisos de alto. Adicionalmente, más de 1.600 kilómetros de cinta de video y unos 360 kilómetros de película representaron los métodos más ambiciosos y técnicamente más adelantados de registrar los Juegos hasta la fecha... así como también los más costosos. Y noventa y dos cámaras de televisión en color transmitieron programas alrededor del mundo por satélite.

      Ganadores y perdedores

      Se establecieron veintenas de marcas mundiales y olímpicas. Pero los perdedores generalmente convinieron en que el barón de Coubertin se había equivocado cuando dijo: “El ganar medallas no es el objeto de las Olimpiadas. La participación es lo que vale.” Los atletas de hoy opinan que el ganar es lo único que vale. Muchos lo manifestaron por el modo en que participaron en los Juegos.

      Un participante, relata Psychology Today, “se sienta solo, cabeza caída, ojos cerrados, edificando en sí la agresión y un sentimiento de odio para su próximo competidor.” Otros tomaron esteroides anabólicos (hormonas sintéticas) para desarrollar músculos. Unos cuantos recurrieron a métodos ilícitos para aumentar el oxígeno en su sangre, extrayendo su propia sangre y luego volviendo a transfundirla en su cuerpo poco antes de entrar en la competencia. Hubo algunos que recurrieron a diferentes drogas para que les dieran vigor. El desplome de un atleta se atribuyó directamente a la droga que había tomado.

      Se sorprendió a un esgrimidor haciendo trampas. En la esgrima se señalan los tantos electrónicamente; cada golpe que se da al pecho del contrario se registra automáticamente en un tanteador. Pero este esgrimidor tenía un dispositivo electrónico en el mango de su arma, de modo que cada vez que oprimía un botón registraba un golpe. Pero se hizo demasiado atrevido, marcando un golpe cuando no estaba cerca. Inspeccionaron su arma, descubrieron el dispositivo, y él fue echado de los Juegos en deshonra.

      Un entrenador hizo notar la realidad de lo que se requiere actualmente para ganar en las Olimpiadas cuando dijo: “Un país tiene que alquilar a jugadores profesionales si quiere ganar en los deportes de aficionados.”

      Un futuro turbio

      Debido a los muchos problemas que siguen creciendo, muchos observadores declaran francamente que hay dudas acerca del futuro de los Juegos. Un periódico de Montreal se refirió al ambiente de “desencanto y desilusión” que acompañó al suceso. Comentó sobre el “desmoronamiento de principios” y un “deterioro de espíritu.”

      El príncipe Philip de Inglaterra dijo: “Me parece que una vez que la gente cree que es importante que la nación tenga muchas medallas o lo que sea, creo que yo preferiría olvidar las competencias... son inútiles.” Llamó “deplorables” los informes de que un gobierno iba a investigar por qué sus atletas no ganaron suficientes medallas.

      Un pugilista desilusionado del Canadá dijo: “No volvería a participar en las Olimpiadas si me dieran un millón de dólares. No vale la pena hacer los sacrificios porque simplemente hay demasiada política envuelta en ello. Estos países grandes participan en los juegos a expensas del atleta.”

      Entre las preguntas que hicieron algunos que meditaron sobre los Juegos estuvieron éstas: “¿Cuántos otros principios pueden transigirse? ¿Cuántas más de estas trampas notorias, drogas, y riñas políticas pueden soportar los Juegos? ¿Cuánto más dinero hay que gastar? ¿Cuánto bombo tendrá que darle al suceso el mercantilismo para mantenerlo en un estado ilusorio ajeno a la realidad?”

      En realidad, las preguntas giran alrededor de este punto: ¿Están muertos los Juegos en la forma en que se realizaron aquí en Montreal? Se obtendrá la respuesta en Moscú en 1980, si acaso no antes.

  • La hechura de un dios
    ¡Despertad! 1977 | 8 de julio
    • La hechura de un dios

      ● Hace siglos que Horacio, célebre escritor satírico y poeta romano del primer siglo antes de la era común, le asestó un golpe notable a la idolatría. Traducidas del latín, las palabras de dicho literato dicen: “Antes yo era el tocón de una higuera, un leño que para nada servía; cuando el carpintero, después de vacilar en cuanto a hacer de mí un dios o un banquillo, por fin se determinó a hacer de mí un dios. ¡Así llegué a ser un dios!”—Clarke’s Commentary, Tomo IV, pág. 175.

      ● Pero mucho antes de eso, el profeta Isaías, que representó al Dios verdadero, Jehová, durante el siglo octavo antes de la era común, había mostrado aún más dramáticamente lo absurdo de las imágenes. Escribió, en parte: “Hay uno cuyo negocio es cortar cedros; y él toma cierta especie de árbol, . . . De manera que toma parte de él para calentarse. De hecho hace un fuego y realmente cuece pan. También se pone a trabajar en un dios ante el cual pueda inclinarse. Lo ha hecho una imagen tallada, y se prosterna ante ella. La mitad de él realmente la quema en un fuego. Sobre la mitad de él asa bien la carne que come, y queda satisfecho. También se calienta él y dice: ‘¡Ajá! Me he calentado. He visto la lumbre.’ Pero de lo restante de él realmente hace un dios mismo, su imagen tallada. Se prosterna ante ella y se inclina y le ora y dice: ‘Líbrame, porque tú eres mi dios.’ . . . Y nadie hace recordar a su corazón ni tiene conocimiento ni entendimiento, diciendo: ‘La mitad de él he quemado en un fuego, y sobre sus brasas también he cocido pan; aso carne y como. ¿Pero de lo que queda de él haré una mera cosa detestable? ¿Ante la madera reseca de un árbol he de prosternarme?’ Está alimentándose de cenizas. Su propio corazón con el cual se ha jugado lo ha extraviado. Y él no libra su alma, ni dice: ‘¿No hay una falsedad en mi diestra?’”—Isa. 44:14-20.

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir