‘Sean cautos como serpientes’
LA BIBLIA ha sido suministrada para equipar completamente a los ministros de Jehová para toda buena obra. Les indica lo que deben hacer, por qué tienen que hacerlo, y cómo. Nos demuestra cuanta falta nos hace estudiar la Palabra de Dios para poseer una fe firme y para poder responder a todos los que demandan una razón por la esperanza que hay en nosotros. También nos indica la importancia de celo y diligencia, de denuedo y libertad de palabra al predicar, todo lo cual se basa principalmente en que tengamos amor perfecto a Jehová Dios. También da énfasis a lo importante que nos es llevar una vida limpia para que tengamos una conciencia pura y no hagamos tropezar a nadie por una manera de proceder inconsistente y por consiguiente hipócrita.
Hay todavía otra cualidad que la Palabra de Dios demuestra que tenemos que tener para cumplir nuestra comisión adecuadamente, y ésa es sabiduría. Tenemos que usar tino, prudencia, discreción, cautela, sagacidad; porque ¿no somos embajadores de Dios y Cristo en una tierra enemiga? Particularmente en tiempos de peligro y cuando estamos frente a amenazas de violencia tenemos que estar serenos y considerar desapasionadamente cuál será la mejor cosa a hacerse en dichas circunstancias. Por eso fué que Jesús aconsejó: “¡Miren! los estoy enviando a ustedes como a ovejas en medio de lobos; por lo tanto manifiéstense cautos como serpientes y sin embargo inocentes como palomas. Cuídense de los hombres.”—Mat. 10:16, 17, NM.
La Atalaya de noviembre de 1942, al comentar sobre las instrucciones de Jesús: “Cuando los persigan a ustedes en una ciudad, huyan a otra,” indicó que donde la oposición llegue a ser tan organizada y omnímoda que haga imposible seguir con la testificación los testigos deben salir e ir a otra parte a predicar. Indicó que eso no era escaparse de una mera amenaza de violencia, o evitar la persecución, sino que era seguir la dirección de Jehová volviéndose de una ciudad indigna como uno se volvería de una casa indigna, dejándola a su propio destino y yendo a donde la obra puede hacerse.—Págs. 167-169.
Y más recientemente, en el número del 1 de abril de 1951 La Atalaya consideró por extenso exactamente lo que los cristianos deben hacer cuando son amenazados con violencia. Indicó que aunque en asuntos personales volvemos la otra mejilla y nos sometemos también a lo que los funcionarios públicos nos piden, esto “no significa que los testigos de Jehová no defienden sus intereses del Reino, su predicación, sus reuniones, sus personas y sus hermanos y hermanas y su propiedad en contra de ataque. Ellos defienden estas cosas cuando son atacados y obligados a proteger dichos intereses, y esto lo hacen bíblicamente. Ellos no se arman ni llevan armas carnales en anticipación o en preparación para alguna dificultad o para hacer frente a amenazas. Ellos tratan de desviar los golpes y ataques sólo en defensa. No pegan en retribución. No pegan en ofensa sino que pegan sólo en defensa. Ellos no usan armas de guerra para defenderse a sí mismos ni a los intereses del Reino. (2 Cor. 10:4) Aunque ellos no retroceden cuando son atacados en sus hogares o en sus lugares de reunión, ellos sí retrocederán en la propiedad pública o ajena y ‘sacudirán el polvo de sus pies’, y así ‘no darán lo que es santo a los perros’ y ‘no echarán sus perlas ante los cerdos’. (Mat. 10:14; 7:6) De modo que ellos retroceden cuando es posible hacerlo para evitar un pleito o dificultades. Ellos tienen el derecho de invocar y de hecho invocan a los oficiales de la ley para que vengan a su defensa contra cualquier ataque o violencia de turbas.”—Páginas 203, 204.
INCIDENTES EN FILIPINAS
Aunque así La Atalaya estableció claramente que cuando las turbas nos atacaran en propiedad pública o alguna otra no nuestra sería bueno ceder, más bien que hacer que el asunto se decida en ese momento y arriesgar el sufrir daño físico, parece que algunos ministros cristianos no han apreciado los puntos recalcados. A causa de esto hemos recibido informes concernientes a acción de turbas en las Filipinas, donde el proceder de nuestros hermanos, aunque muy ejemplar en cuanto a celo y denuedo, parece haber faltado en tino y perspicacia.
En Gerona, Tarlac, el domingo 15 de marzo de 1953, los testigos de Jehová iban a usar el Teatro Público para su discurso público, habiendo recibido con mucha anticipación permiso escrito para ello. Sin embargo, algún tiempo después se concedió permiso para usar el mismo edificio al mismo tiempo, de las 13 a las 18 horas, al Comité Ejecutivo de la Fiesta de la población de Gerona con el propósito de presentar un programa de danzas populares. Cuando se descubrió el domingo por la tarde que el teatro estaba siendo usado por el comité de la Fiesta, se hicieron esfuerzos por ponerse en contacto con el alcalde. Este había salido de la ciudad en esos instantes pero había dejado dicho con su secretario que los testigos habían de cambiar su reunión a otro lugar. Pero como los hermanos tenían permiso para celebrar la reunión pública, prosiguieron al teatro.
Al llegar allí encontraron que se estaba cobrando por entrar y el programa de danzas populares estaba en su apogeo. Los testigos pidieron a los encargados que terminaran su programa y quitaran su equipo, ya que se acercaba la hora para la reunión pública, y mostraron su permiso. El encargado de la función declaró que él también tenía permiso para celebrar su programa de danzas populares, pero no pudo mostrarlo. Al rehusar desocupar el escenario, el ministro que iba a dar el discurso dijo a los acomodadores de los testigos de Jehová que quitaran el equipo y limpiaran el escenario para el discurso, lo cual ellos hicieron.
Aquí el alcalde llegó a la escena, muy excitado por lo que estaba tomando lugar. Dió un discurso breve acerca de ser el padre de la ciudad y que por lo tanto todos deberían obedecerle, y luego dijo a los testigos que cambiaran su reunión a otro lugar. Notando que los testigos estaban determinados a continuar con su reunión, sacó un revólver, disparó un tiro al aire, se enfrentó a los testigos con él y preguntó: “¿Quién de entre ustedes se atreve a desafiarme?” Sin embargo, fué pasado por alto, el orador fué presentado y comenzó su discurso. El capitán de la policía federal también amenazó al orador con un revólver, se instaló una ametralladora en el local y fué apuntada hacia el orador, y la policía local apareció con rifles cargados, listos para usarse. A pesar de toda esta demostración de armas el orador mantuvo su confianza y porte y siguió con el discurso. Los acomodadores de los testigos detuvieron al alcalde así como a otros que se acercaron al orador para obligarlo a parar, recibiendo por su trabajo varios golpes de los que querían hacer el ataque.
Como esfuerzo final los cables del sistema de sonido fueron desconectados, pero el orador sólo alzó la voz y siguió hablando. Al concluirse el discurso el alcalde se acercó al orador y pidió disculpas por haberse enojado y haber golpeado a uno de los acomodadores. Hasta dijo que le había gustado el discurso. Después de esto los testigos regresaron a su salón de convención para la última parte de su asamblea de tres días.
Para un incidente muy parecido sírvase ver el artículo “Hombres de Filipinas avergüenzan a fanáticos,” en La Atalaya del 15 de septiembre de 1953, página 574. Aparentemente aquí hubo dos casos donde un buen testimonio se dió debido al celo y denuedo de los testigos ante amenazas muy serias de daño corporal. Sin embargo, aunque en estos dos casos los resultados fueron buenos, bien puede preguntarse si valió la pena correr el riesgo e insistir en sus derechos legales y constitucionales. ¡Cuán poco faltó para que estallara la violencia y se vertiera sangre!, ¿y luego qué? ¿Pueden predicar los testigos muertos? Y ¿qué hay de la acción jurídica? ¿Sería prudente implicar innecesariamente a la Sociedad, el brazo legal de los testigos de Jehová, en acciones jurídicas costosas tanto en tiempo como en dinero?
Que dichos incidentes no siempre resultan tan favorablemente es evidente de todavía otro informe recibido recientemente de la República de las Filipinas. En el Barrio de San José, Dumalag, Capiz, los hermanos se habían reunido el 12 de noviembre de 1952 para una reunión pública como parte de una asamblea de tres días, cuando una turba, excediendo por mucho a los testigos, se acercó y demandó que la reunión se dispersara. No había ningún policía presente. La turba era dirigida por el hermano del alcalde que había dado permiso para celebrar la reunión y en la chusma se hallaba una persona que previamente arregló con los testigos para que éstos usaran parte de su propiedad. No pudiendo persuadir al que encabezaba la turba de que ellos no deberían molestar a los testigos de Jehová, el que iba a dar el discurso no obstante insistió en sus derechos constitucionales, y prosiguió con su discurso. Hallando a los testigos renuentes a ceder, la turba enloqueció, asaltó el lugar y los arrojó, no sólo fuera del lugar de reunión, sino también fuera de la población y hasta muy adentro de los cerros circunstantes. Allí los testigos vagaron por dos días hasta que finalmente llegaron a la siguiente población, Kalibo. La turba destruyó toda la literatura y hasta invadió las casas de los testigos locales y destruyó sus muebles.
UN TIEMPO PARA TODO
El propósito del Diablo al acarrear persecución a los siervos de Jehová es hacerlos transigir y así que pierdan su integridad. Mediante el mantenernos audaz y denodadamente firmes en nuestra decisión podemos derrotar este propósito del Diablo a pesar de lo que nos pueda suceder. Pero también es su propósito parar la obra de testimonio, y cuando no usamos buen juicio la obra es estorbada innecesariamente. En los casos susodichos ¿podemos decir que Jehová suministró protección en dos casos y en el tercero no? O ¿debemos concluir que Jehová espera que prosigamos con mente juiciosa y seamos cautos como serpientes, y que si no hacemos esto podemos esperar dificultades? Esto no es decir que podemos evitar toda dificultad, toda persecución, porque hemos notado que debemos esperarla. Pero si usamos sabiduría, tino y discreción podemos mantenerla al mínimo, no simplemente para evitar sufrimiento, sino principalmente para que la obra no sea estorbada más de lo necesario. Los testigos muertos o en los hospitales no pueden estar activos en la predicación. Por eso Jesús mandó: “Cuando los persigan a ustedes en una ciudad, huyan a otra.”—Mat. 10:16, 23, NM.
En Nazaret, su propio pueblo, Jesús fué atacado por unos amotinados que “lo sacaron apresuradamente de la ciudad, y lo condujeron a la cima del monte sobre el cual había sido edificada su ciudad, para arrojarlo de cabeza. Pero él pasó por en medio de ellos y continuó su camino.” Sin duda mediante algunos movimientos rápidos se escapó de sus garras. Y cuando la oposición se hizo muy severa en Judea, Jesús no volvió allí, hasta que se vió obligado a ir allí, “porque los judíos estaban buscando matarle.” Sabía que su hora todavía no había llegado.—Luc. 4:28-31; Juan 7:1, 8-10, NM.
Mientras se encontraba en sus viajes misioneros, Pablo salía de una ciudad tras otra cuando la persecución hacía imposible que siguiera predicando, escapándose de un lugar mediante el ser bajado por una ventana en una canasta de mimbre. En tales circunstancias nada hubiera conseguido con insistir en que era ciudadano romano. Pero cuando fué arrestado, y estuvo a punto de ser golpeado, declaró su ciudadanía así como lo hizo también más tarde cuando fué enjuiciado. (Hech. 13:50, 51; 14:5-7, 19, 20; 22:25; 25:10-12; 2 Cor. 11:32, 33, NM) Cuando la persecución se hizo tan severa en Jerusalén, los cristianos primitivos no buscaron el martirio permaneciendo allí, sino que se esparcieron por todas partes, salvo los apóstoles, y así la predicación de las buenas nuevas se esparció por todas partes.-Hech. 8:1.
De modo que hay un tiempo para todo, un tiempo para resistir y un tiempo para ceder. (Ecl. 3:1-8) Si somos atacados en nuestras casas o Salones del Reino, entonces es la hora para resistir y ‘luchar por nuestros hermanos.’ (Neh. 4:14) Pero aun en tales casos no debemos adelantarnos a la dificultad equipándonos con armas carnales, armas de fuego, etc., sino que si somos atacados debemos tratar de desviar los golpes lo mejor que podamos con lo que sea conveniente. No podemos asumir la responsabilidad de disparar y matar a un atacador. Jesús recalcó este punto en la noche que fué traicionado.—Mat. 26:52.
Sin embargo, cuando nos reunimos en otros lugares, en plazas, parques, teatros públicos, o participamos en la testificación en las calles, entonces si una turba amenaza y los esfuerzos para razonar con ella fracasan, es hora de ceder e irnos a otra parte. Por supuesto, si somos atacados, tratamos de desviar los golpes, y siempre es correcto buscar protección de parte de la policía. “El prudente prevé el mal, y se esconde; mas los simples pasan adelante, y llevan el daño.”—Pro. 22:3.
Tenemos que distinguir entre la discreción y cautela y la contemporización. En ninguna circunstancia aclamaremos a hombres; no nos inclinaremos ante criaturas o representaciones de ninguna clase. Si se nos manda parar la predicación obedeceremos a Dios más bien que a los hombres, y mientras podamos ponernos en contacto con otros estaremos alerta a las oportunidades de dar el testimonio a oídos que oyen. Cuando se les prohibe ir de casa en casa, los testigos cautos de Jehová van de una casa en una cuadra a otra casa en otra cuadra; donde se les prohibe testificar en las calles empiezan conversaciones aparentemente casuales con la gente mientras que ostensiblemente sólo miran los escaparates; donde el anuncio público de reuniones no se permite se dan invitaciones privadamente. Así la cautela indica que ciertas formas de predicación más pública no se usen en tierras católicas romanas. Y al usar cautela extremada los testigos de Jehová pueden llevar a cabo su predicación aun en países tras la Cortina de Hierro.
Por eso que todos los ministros cristianos de Jehová se equipen cabalmente para su comisión y manifiesten celo y denuedo en cumplirla hasta el grado que su habilidad se lo permita. Pero que también recuerden que cuando se enfrentan a oposición violenta tal como turbas tenemos que manifestarnos cautos como serpientes para evitar dificultad innecesaria. El no proceder así equivaldría a tentar a Dios, y eso no lo podemos hacer. (Mat. 4:7, NM) Especialmente en dichas ocasiones, “Llegue a ser conocida a todo hombre su racionalidad.”—Fili. 4:5, NM.