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¿Qué les da valor?La Atalaya 1981 | 1 de enero
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de los que alaban a Jehová. Pero los testigos de Jehová no se dejan desanimar. Como Noé, ‘andan con Dios’ y confían en que muy pronto Jehová hará lo que ha prometido... pondrá fin a este mundo impío y conservará a los que aman la justicia. (2 Ped. 3:5-13) Además, el valor de los cristianos verdaderos se intensifica debido a su estrecha relación personal con Jehová mediante la oración. Reconocen también que no les sucederá nada sin el permiso de Dios.—Compare con Romanos 8:28.
Es verdaderamente consolador saber que “Jehová no desamparará a su pueblo.” (Sal. 94:14) Simples seres humanos no pueden impedir el cumplimiento de los propósitos de Dios ni erradicar a los que lo aman. La confianza en las promesas de Jehová, el fiarse absolutamente en él y el mantener una estrecha relación personal con el Altísimo... éstos son los factores básicos que dan a las personas piadosas el valor que despliegan. Ese valor las sostiene en tiempos de intensa aflicción y persecución, como lo revela el siguiente relato.
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Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte”La Atalaya 1981 | 1 de enero
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Soy sobreviviente de la “Marcha de la muerte”
Como lo relató Louís Piéchota
MIS padres llegaron al norte de Francia junto con muchos otros mineros polacos en 1922. Como la mayoría de estos inmigrantes, eran buenos católicos. Sin embargo, cuando yo tenía más o menos 11 años de edad mi padre y madre se apartaron de la Iglesia Católica y se hicieron testigos de Jehová o Zloty Wiek (“Los de la edad de oro”), como los llamaban despectivamente los católicos polacos. Esto sucedió en 1928. Por lo tanto, desde mi juventud he conocido el gozo de compartir con otros las “buenas nuevas” que se presentan en las Sagradas Escrituras.
Poco antes de que estallara la II Guerra Mundial, probé por primera vez el servicio de precursor, o de predicar en servicio de tiempo completo. Mis compañeros y yo —nosotros cinco éramos de origen polaco— esparcimos el mensaje del Reino en pueblitos y aldeas a lo largo de la costa de Normandía. En aquel tiempo usábamos fonógrafos y grabaciones de discursos bíblicos en francés.
Después de estallar las hostilidades en 1939 y empezar a aumentar el fervor bélico, personas hostiles de la aldea de Arques la Bataille dieron a la policía un informe en cuanto a nosotros. Los aldeanos habían pensado que nuestros fonógrafos eran cámaras fotográficas. Puesto que teníamos acento extranjero, la policía creyó que éramos espías alemanes y nos arrestó y encarceló en el cercano puerto marítimo de Dieppe. Después de 24 días de detención, se nos hizo desfilar por las calles esposados unos a otros, y se nos llevó al tribunal. Las multitudes hostiles querían echarnos en la bahía. Pero el juez pronto se dio cuenta de nuestra inocencia y nos absolvió de la acusación.
PROSCRIPCIÓN
Poco después de haber sido proscrita la obra de los testigos de Jehová en octubre de 1939, fui arrestado nuevamente y sentenciado a seis meses de prisión, bajo la acusación de haber predicado ilegalmente el reino de Dios. Al principio pasé el tiempo en aislamiento penal en la cárcel de Béthune, sin nada para leer. Varias semanas después, cuando me parecía que iba a volverme loco, el guardia de la prisión me trajo una Biblia. ¡Cuánto agradecí aquello a Jehová! Aprendí de memoria centenares de versículos y varios capítulos enteros. Estos pasajes me sirvieron de ayuda fortificante en días subsiguientes. De hecho, hasta en la actualidad puedo citar textos que aprendí de memoria en la cárcel de Béthune.
En febrero de 1940 me transfirieron de Béthune al campo de Le Vernet, en el sur de Francia, donde las autoridades francesas supuestamente encarcelaban a extranjeros “peligrosos.”
En la primavera de 1941 una comisión alemana llegó al campo y preguntó por mí. Me enviaron a trabajar en las minas de carbón al norte de Francia en el pueblo de donde yo había venido. Este ahora formaba parte de la zona ocupada. Por supuesto, usé mi libertad recién adquirida para predicar las buenas nuevas del reino de Dios. Pero cuando una persona que recientemente se había hecho Testigo fue arrestada e imprudentemente dijo a la policía francesa que yo le había suministrado literatura bíblica, nuevamente fui arrestado y sentenciado a 40 días de encarcelamiento en la prisión de Béthune.
Después de haber recobrado la libertad, emprendí de nuevo la obra de testificar. Mientras llevaba a cabo esta obra en el pueblito minero de Calonne-Ricouart fui arrestado por cuarta vez y me enviaron de nuevo a la cárcel de Béthune. Los alemanes fueron allí para arrestarme porque yo había rehusado trabajar horas suplementarias y los domingos en las minas de carbón para apoyar el esfuerzo bélico de los nazis.
PRISIONERO EN BÉLGICA, HOLANDA Y ALEMANIA
Los alemanes me transfirieron a la penitenciaría de Loos, cerca de Lila, y unas cuantas semanas después a la prisión de Saint-Gilles, en Bruselas, Bélgica.
Después de eso, fui encarcelado en la Fortaleza de Huy, cerca de Lieja, Bélgica, antes de que finalmente me enviaran al campo de concentración de S’Hertogenbosch, también llamado Vught, en los Países Bajos. Allí llegué a ser una cifra —7045— y se me dio un uniforme del campo con el triángulo color púrpura que me identificaba como Bibelforscher, o testigo de Jehová. Fui asignado al edificio 17-A.
Fue verdaderamente difícil para mí acostumbrarme a marchar con el pie desnudo dentro de zuecos holandeses. Tenía los pies despellejados, llenos de ampollas abiertas. Al menor tropiezo corría el riesgo de que me pateara en los tobillos uno de los guardias de la SS. Pronto la piel de los pies se me engrosó y pude marchar tan rápidamente como los demás.
Había otros 15 Testigos en aquel campo. Se nos ofreció libertad inmediata, a condición de que firmáramos un papel denunciando nuestra fe. Ninguno de nosotros cedió.
Con el tiempo se nos mudó de aquel campo de concentración en los Países Bajos a Alemania. Nos metieron en pequeños vagones de carga como si fuéramos un rebaño de ganado, 80 de nosotros en cada vagón; se nos obligó a permanecer de pie por tres días y tres noches sin alimento ni agua ni modo alguno de satisfacer la necesidad de evacuar. Finalmente el tren llegó a Oranienburg, a unos 30 kilómetros al norte de Berlín. Entonces tuvimos que marchar rápidamente unos 10 kilómetros hasta las fábricas de aviones Heinkel, mientras los perros de la SS nos mordían los talones si disminuíamos el paso. Nosotros los Testigos logramos mantenernos juntos.
Poco después fuimos transferidos al cercano campo de concentración de Sachsenhausen. Allí, junto a mi triángulo de color púrpura se puso un nuevo número: 98827.
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