Se toman dos excelentes decisiones en Suazilandia
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Suazilandia
EL 22 de diciembre de 1982 el Tribunal Supremo de Suazilandia, ubicado en el sur de África, emitió un fallo valeroso a favor de la libertad religiosa. El caso tuvo que ver con dos jovencitos, Celiwe y Sivikelo, a quienes hacía dos años que se les había expulsado de la Escuela Primaria Emhlangeni debido a sus creencias religiosas. En la fecha susodicha, el juez Hassanali, de Suazilandia, ordenó que a los niños se les volviera a admitir en la escuela.
¿Cuál fue la causa del problema? Celiwe y Sivikelo son hijos de testigos de Jehová. Desde 1970, más de 90 hijos de Testigos han sido expulsados de varias escuelas; en todos los casos, porque no participaron en rezos o en cantar himnos y antífonas, lo cual generalmente tiene lugar durante la asamblea escolar matutina. Claro, ellos no hicieron nada que alterara tales reuniones. Pero los testigos de Jehová, aunque creen en la tolerancia religiosa, no creen en la unión de fes. Y muchos de los himnos, antífonas y rezos contienen ideas y sentimientos religiosos que no corresponden a lo que los niños han aprendido en su estudio de la Biblia. Por consiguiente, permanecían callados respetuosamente mientras sus condiscípulos cantaban o inclinaban la cabeza al rezar (Mateo 4:10; 1 Corintios 10:14, 21, 22). Varios directores y maestros se ofendieron porque los hijos de los Testigos no participaban en tales actos. De aquí que se les expulsara.
Debe señalarse que la Escuela Primaria Emhlangeni no obró por ciego prejuicio cuando las autoridades de la escuela expulsaron a Celiwe y Sivikelo. De hecho, la escuela había aceptado a los niños después que a éstos se les había expulsado de otras escuelas. Sin embargo, unos intrusos ejercieron presión sobre las autoridades escolares, y finalmente tuvieron lugar las expulsiones. El padre de Celiwe y Sivikelo intentó una acción judicial, y, como hemos visto, el fallo definitivo fue favorable.
Es interesante notar que la constitución original de Suazilandia, adoptada cuando el país consiguió su independencia en 1968, preveía ese tipo de problema. Bajo el apartado “Protección de la libertad de conciencia” se declaró lo siguiente: “A no ser por consentimiento propio (o, si es menor de edad, el consentimiento de su tutor), a ninguna persona que asista a algún plantel educativo se le exigirá que reciba instrucción religiosa o que participe en alguna práctica o ceremonia religiosa o asista a ella, si tal instrucción, ceremonia o práctica se relaciona con una religión que ella no profesa”.
En 1973 la constitución de Suazilandia fue suspendida con miras a elaborar una nueva que estuviera en mayor conformidad con el modo de vivir suazi. Se espera que se adopten nuevamente garantías dignas de elogio, como las de la constitución original. Mientras tanto, los testigos de Jehová agradecen profundamente el fallo que emitió el Tribunal Supremo, que sienta un precedente a favor de la susodicha libertad religiosa.
Problemas por ritos fúnebres
En el número del 1 de abril de 1983 de la compañera de esta revista, La Atalaya, se publicó información sobre otro problema relacionado con la libertad de cultos en Suazilandia. Se estaba abusando físicamente de los testigos de Jehová de ese lugar, y se les estaba encarcelando injustamente por no tomar parte en ciertos ritos fúnebres en honor del difunto rey Sobhuza II.
La cuestión no era una de respeto u obediencia. Los testigos de Jehová toman en serio las palabras del apóstol Pedro: “Estén en temor de Dios, den honra al rey” (1 Pedro 2:17; Romanos 13:1-7). No obstante, el problema surgió cuando una orden oficial mandó que todos los habitantes de la nación suazi se raparan la cabeza en honor del difunto rey. Esa acción de raparse o afeitarse la cabeza es un rito religioso, relacionado con la creencia en la inmortalidad del alma. Por eso, los testigos de Jehová de Suazilandia, por “temor de Dios”, no podían obedecer, en armonía con su conciencia, ese mandato. La persecución surgió cuando varias autoridades trataron de obligarlos a ir en contra de su conciencia.
Muchas personas que se enteraron de lo ocurrido quedaron convencidas de que se había cometido una injusticia, y escribieron a varios funcionarios gubernamentales para comunicarles su parecer. ¿En qué resultó esto? El 18 de febrero de 1983, el periódico The Times of Swaziland mencionó que había habido un “‘bombardeo’ de cartas”. Informó: “Tenemos entendido que los ministros del gabinete están confundidos por esa afluencia de correspondencia procedente del extranjero [...] Los ministros están tan preocupados por el asunto que van a considerarlo al nivel de gabinete”.
Según el informe del periódico citado antes, un alto funcionario, el juez presidente Charles Nathan, abrió personalmente 2.000 de las cartas y luego tuvo la amabilidad de escribir a la central de la Sociedad Watchtower en Nueva York, E.U.A., para explicar que ya no podía acusar recibo de cada una de las cartas. Los testigos de Jehová de Suazilandia están agradecidos por el amor y el interés que han manifestado así sus hermanos de otros países.
El viernes 8 de abril de 1983, The Times of Swaziland publicó otro informe. Éste reveló que el juez presidente Nathan escuchó la apelación de 13 testigos de Jehová a los que un Tribunal Nacional había hallado culpables de no cumplir con la Orden Real de afeitarse el cabello en señal de duelo. El juez presidente decidió que en el proceso de los Testigos había habido “sustancial irregularidad”, y por eso “apoyó la petición de ellos y anuló tanto la declaración de culpabilidad como la sentencia”. Ésa fue una decisión justa, y se espera que influya en otros casos parecidos que estaban pendientes.
Los testigos de Jehová siguen pidiendo en oración que las autoridades comprendan y admitan sus sinceras convicciones religiosas. Ellos y sus hijos respetan profundamente toda autoridad de esa índole y procuran cumplir con todas las instrucciones que no están en conflicto con sus creencias. Piden que se les permita seguir llevando una vida tranquila y quieta mientras adoran al Creador, Jehová Dios. (1 Timoteo 2:1, 2.)