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  • Estados Unidos de América (Parte 2)
    Anuario de los testigos de Jehová para 1975
    • cristiana, al venir cuando vino, preparó a los testigos de Jehová de antemano para los difíciles tiempos que se acercaban.

      AMENAZA DE INCENDIO PREMEDITADO EN LA HACIENDA DEL REINO

      La Hacienda del Reino, cerca de South Lansing, Nueva York, desempeñaba bien su servicio de suministrar frutas, vegetales, carne, leche y queso a los miembros del personal de la oficina central de la Sociedad. David Abbuhl trabajaba en la Hacienda del Reino cuando la paz y serenidad de este lugar fue perturbada allá en 1940. “En la víspera del Día de la Bandera, el 14 de junio de 1940,” dice el hermano Abbuhl, “un viejo que acostumbraba pasar diariamente por allí de camino a comprar su whisky en la taberna de South Lansing nos indicó que la gente del pueblo y los de la Legión Americana tenían un plan de quemar nuestros edificios y destruir nuestras máquinas.” Esto se le notificó al alguacil.

      Finalmente el enemigo se presentó en la escena. John Bogard, que era entonces el siervo de la hacienda, una vez dio esta descripción gráfica de la dificultad: “Alrededor de las seis de la tarde se comenzaron a juntar las pandillas, un auto tras otro, hasta que hubo treinta o cuarenta autos llenos de gente. El alguacil y sus hombres llegaron y comenzaron a detener a los choferes de los autos y examinar sus licencias y advertirles en contra de cualquier movimiento contra la Hacienda del Reino. Siguieron viajando de ida y vuelta a lo largo de la carretera que estaba enfrente de nuestra propiedad hasta altas horas de la noche, pero la presencia de la policía los mantuvo en la carretera y frustró su plan de destruir la hacienda. Fue una noche sumamente excitante para todos nosotros los que estábamos en la hacienda, pero nos hizo recordar vívidamente la garantía de Jesús a sus seguidores: ‘Serán objetos de odio de parte de toda la gente por causa de mi nombre. Y con todo no perecerá ni un cabello de sus cabezas.’—Luc. 21:17, 18.”

      Así fue que se evitó este ataque con el cual se había amenazado y el incendio premeditado. Se calcula que 1.000 automóviles, llevando posiblemente 4.000 hombres, habían venido de todos los sectores del occidente del estado de Nueva York para destruir la propiedad de la Hacienda del Reino de la Sociedad... pero inútilmente. Dice Kathryn Bogard: “Su propósito fracasó, y algunas de las mismísimas personas que componían la chusma son hoy Testigos ellas mismas, ¡sí, hasta están en el ministerio de tiempo cabal!”

  • Estados Unidos de América (Parte 3)
    Anuario de los testigos de Jehová para 1975
    • Estados Unidos de América (Parte 3)

      ESTALLA LA VIOLENCIA EN LITCHFIELD

      Para aproximadamente el mismo tiempo en que la Hacienda del Reino había sido objeto de una amenaza de ataque e incendio premeditado, estallaron dificultades contra los testigos de Jehová en Litchfield, Illinois. “De alguna manera los alborotadores de Litchfield se enteraron de nuestros planes de modo que cuando sí entramos en aquel lugar para trabajar el pueblo ya nos estaban esperando,” recuerda Clarence S. Huzzey. “El sacerdote local tocó las campanas de la iglesia como señal y ellos empezaron a recoger a los hermanos... y llevarlos a la cárcel local. Algunos de los hermanos fueron golpeados malamente y la chusma hasta amenazó con quemar la cárcel. Algunos de los de la chusma hallaron los automóviles de los hermanos y comenzaron a demolerlos... hasta convertirlos en basura.”

      Walter R. Wissman dice: “Los hermanos, después de haber sido golpeados por la chusma, fueron llevados rápidamente en grupo a la cárcel local por la patrulla estatal de las carreteras para su propia protección. A cierto hermano, Charles Cervenka, lo derribaron al suelo cuando rehusó saludar la bandera, y le empujaron la bandera contra el rostro, y lo patearon y golpearon gravemente en la cabeza y el cuerpo. Fue el más gravemente golpeado y herido de los hermanos y nunca se recuperó completamente de la golpeadura. Murió pocos años después. Él dijo más tarde que mientras lo golpeaban pensó para sí que se alegraba mucho de que esto le estuviera sucediendo a él y no a uno de los hermanos más nuevos porque él sabía que él podía aguantarlo, mientras que quizás uno más nuevo se hubiera debilitado y hubiera transigido.”

      “El pueblo de Litchfield se enorgulleció mucho de su logro,” recuerda el hermano Wissman. “De hecho, varios años después, cuando habían entrado ya los años cincuenta, Litchfield tuvo una celebración de centenario con carrozas que pintaban los sucesos sobresalientes de los cien años de historia de la ciudad. Una de estas carrozas conmemoraba la asonada de 1940 contra los testigos de Jehová. Los funcionarios de la ciudad consideraban que esto era un acontecimiento memorable de su historia. ¡Que Jehová les dé su recompensa!”

      SÚPLICAS QUE NO FUERON OÍDAS

      Tan serios y numerosos fueron los ataques violentos contra los testigos de Jehová que el subsecretario de justicia de los Estados Unidos, Francis Biddle, y la Sra. Eleanor Roosevelt (esposa del presidente Franklin D. Roosevelt) hicieron llamamientos públicos para que se descontinuaran aquellos actos. De hecho, el 16 de junio de 1940, el mismo día del incidente de Litchfield, durante una transmisión por radio a través de una cadena de costa a costa de la National Broadcasting Company, Biddle declaró:

      “A los testigos de Jehová los han atacado y golpeado repetidas veces. No habían cometido ningún crimen; pero la chusma juzgó que sí lo habían cometido; y suministró el castigo de la asonada. El ministro de justicia ha mandado que se haga una investigación inmediata de estos ultrajes.

      “El pueblo tiene que estar alerta y vigilante, y ante todo ser sereno y cuerdo. Puesto que la violencia de las chusmas hará infinitamente más difícil la tarea del gobierno, no será tolerada. No venceremos el mal de los nazis emulando sus métodos.”

      Pero esas súplicas no detuvieron el oleaje de hostilidad contra los testigos de Jehová.

      INTERRUPCIÓN DE REUNIONES CRISTIANAS

      Durante aquellos años turbulentos, a veces se atacó a los cristianos de los Estados Unidos mientras estaban reunidos pacíficamente para recibir instrucción bíblica. Eso sucedió, por ejemplo, en Saco, Maine, durante 1940. En cierta ocasión, mientras los testigos de Jehová estaban en su Salón del Reino de un segundo piso preparándose para presentar una conferencia bíblica grabada, una chusma de 1.500 a 1.700 se formó, según Harold B. Duncan. Él recuerda claramente que había un sacerdote con ellos, sentado en un automóvil enfrente del salón. “El individuo del taller [adyacente] de reparación de radios puso todo aparato de radio que pudo en el volumen más alto para que no se pudiera oír el discurso,” dice el hermano Duncan, y añade: “Entonces la chusma empezó a arrojar piedras contra las ventanas. La policía en traje civil usaba linternas eléctricas para señalar con rayos de luz las ventanas que se habían de apedrear. El cuartel de la policía estaba a solo cuadra y media o manzana y media de distancia. Fui dos veces a aquel lugar y les informé lo que estaba sucediendo. Dijeron: ‘¡Cuando saluden la bandera americana les daremos ayuda!’ La chusma rompió a pedradas 70 [vidrios pequeños de las ventanas] del salón, y una piedra del tamaño de mi puño, que por poco le da en la cabeza a la hermana Gertrude Bob, le arrancó un trozo de esquina a la pared enyesada.”

      También estalló violencia de chusmas durante la asamblea de 1942 en Klamath Falls, Oregón. Según Don Milford, los alborotadores cortaron los alambres telefónicos por los cuales estaba transmitiéndose un discurso desde otra ciudad de asamblea, pero un hermano que tenía una copia del discurso inmediatamente tomó control de la situación y el programa siguió adelante. Finalmente, la chusma irrumpió en el salón. Los Testigos se defendieron y cuando la puerta se cerró de nuevo uno de los atacantes —“un hombre grande y poderoso”— estaba inconsciente dentro del edificio. Era un agente de la policía y se le tomó una fotografía con su placa identificadora al lado de la cara. “Llamamos a la Cruz Roja,” dice el hermano Milford, “y ellos enviaron dos mujeres con una camilla y se lo llevaron. Más tarde se le oyó decir: ‘Yo no pensaba que ellos iban a pelear.’” La policía rehusó ayudar a los Testigos, y pasaron más de cuatro horas antes que la chusma fuera disuelta por la milicia estatal.

      ATAQUES DURANTE LA OBRA CON LAS REVISTAS EN LA CALLE

      Aunque en algunas localidades los agentes de la policía no protegían a los testigos de Jehová, ciertamente no sucedía así en todo caso. Por ejemplo, años atrás, mientras L. I. Payne trabajaba en la calle con las revistas en Tulsa, Oklahoma, notó que siempre había un policía a la vista. “Por eso,” dice el hermano Payne, “cierto día le pregunté por qué estaba siempre tan cerca. Dijo que aunque tenía que abarcar un territorio grande, estaría en aquella vecindad porque no iba a dejar que nadie me echara de allí o me golpeara. Había leído en cuanto a cómo los pueblecitos estaban tratando a los Testigos y no podía ver por qué nadie querría estorbar esta obra.”

      La realidad fue que los siervos de Jehová a menudo fueron atacados por chusmas violentas mientras participaban en testificar en las calles con The Watchtower (La Atalaya) y Consolation (Consolación). Por ejemplo, George L. McKee dice que semana tras semana en una comunidad de Oklahoma chusmas que variaban de 100 a mucho más de 1.000 hombres enfurecidos atacaban a los Testigos que participaban en la obra con las revistas en las calles. El alcalde, el jefe de la policía y otros funcionarios no suministraban ninguna protección. Según el hermano McKee, por lo general los alborotosos eran dirigidos por un médico prominente y líder de la Legión Americana, primo de Belle Starr, una notoria bandida. Primero, unos secuaces borrachos comenzaban a perturbar. Entonces venía la chusma, armada con tacos de billar, palos, cuchillos, hachas de carnicero y pistolas. ¿Con qué objetivo? Echar del pueblo a los Testigos. Pero cada sábado los proclamadores del Reino determinaban de antemano por cuánto tiempo participarían en la obra en las calles y, aunque la chusma se reunía rápidamente, los hermanos lograban completar el tiempo que se habían fijado. Se colocaban muchas revistas con los que iban de compras.

      Cierto sábado unos quince Testigos fueron atacados. “Nos dimos cuenta de que teníamos que depender de Jehová Dios y del buen juicio para escapar con nuestra propia vida,” dice el hermano McKee, y continúa: “Sin darnos advertencia alguna, comenzaron a atacar a tres de nosotros los hermanos con sus cuchillos y palos. . . . Con nuestros brazos rotos, cráneos partidos y otros daños, fuimos a cuatro diferentes médicos de la comunidad, pero todos rehusaron darnos el tratamiento que necesitábamos. Tuvimos que viajar a una comunidad a ochenta kilómetros de allí para que un doctor compasivo nos administrara su servicio. Golpes y sentimientos pronto ganaron y volvimos a la esquina de la calle el siguiente sábado con las buenas nuevas del Reino. Este espíritu dominó durante todos los tiempos difíciles que experimentamos en lo intenso de la persecución.”

      FURIA EN CONNERSVILLE

      Notables entre los actos de violencia de chusmas fueron incidentes que ocurrieron en 1940 en Connersville, Indiana. Ciertas cristianas que estaban siendo sometidas a juicio allí fueron acusadas falsamente de “conspiración y amotinamiento.” Mientras el hermano Rainbow, un siervo de zona, y Victor y Mildred Schmidt salían del edificio del tribunal el primer día del juicio, unos veinte hombres se lanzaron contra el auto de ellos, los amenazaron de muerte y trataron de volcar el vehículo.

      El último día del juicio, el fiscal usó más para incitar a un alboroto que para presentar su caso el tiempo de que disponía; a veces habló directamente a hombres armados que estaban en el edificio. Para las nueve de la noche vino el veredicto... “Culpables.” Entonces estalló una tempestad de violencia. La hermana Schmidt dice que ella y su esposo Victor, que era uno de los abogados encargados del caso, junto con otros dos hermanos, fueron separados de los otros Testigos y atacados por una chusma de doscientas a trescientas personas. Nos dice:

      “Casi inmediatamente, nos vimos bombardeados por una lluvia de toda clase de frutas, vegetales y huevos. Más tarde se nos dijo que los de la chusma habían descargado un camión entero lleno de estas cosas sobre nosotros.

      “Tratamos de correr a nuestro auto, pero nos cerraron el paso y nos empujaron a la carretera que llevaba hacia fuera de la ciudad. Entonces la chusma se abalanzó sobre nosotros; golpearon con los puños a los hermanos y a mí me propinaron un golpe en la espalda, con el efecto de sacudirme violentamente la cabeza hacia atrás. Para entonces, una tormenta había estallado en toda su furia. La lluvia caía a torrentes y el viento azotaba furiosamente. Sin embargo, la furia de los elementos era insignificante en comparación con la furia de esta chusma enloquecida por los demonios. Debido a la tormenta, muchos corrieron a sus autos y manejaban al lado de nosotros, gritando y maldiciéndonos y siempre incluyendo el nombre de Jehová en sus maldiciones. ¡Oh, cómo hería nuestro corazón aquello!

      “Pero a pesar de la tormenta, parecía como si hubiera por lo menos cien hombres a pie hostigándonos. En una ocasión un automóvil en que venían hermanos, y manejado por la hermana Jacoby (ahora la hermana Crain) de Springfield, Ohio, trató de rescatarnos, pero la chusma casi derribó el auto y le dio patadas y trató de abrir sus puertas. Esto hizo que arreciaran los golpes contra nosotros cuando la chusma nos apartó del automóvil. Los hermanos se vieron obligados a seguir adelante sin nosotros. Empujándonos adelante mientras la tormenta continuaba sin abatir, la chusma seguía gritando y repitiendo: ‘¡Échenlos al río! ¡Échenlos al río!’ Este sonsonete incesante puso terror en mi corazón y cuando nos acercábamos al puente para cruzar el río el sonsonete súbitamente cesó. En poco tiempo estuvimos de hecho al otro lado del puente. ¡Era como si los ángeles de Jehová hubieran cegado a la chusma en cuanto a dónde estábamos! Pensé: ‘¡Ay, Jehová, gracias!’

      “Entonces los grandes y fornidos miembros de la chusma empezaron a golpear de nuevo a los hermanos. ¡Qué duro es ver que se golpea a una persona a quien uno ama! Cada vez que golpeaban a Victor, él tambaleaba, pero nunca caía. Estos golpes eran golpes de horror para mí . . .

      “Vez tras vez se me acercaban desde atrás y me daban aquel empujón rápido que me sacudía violentamente la cabeza hacia atrás. Finalmente nos vimos separados de los dos hermanos y mientras caminábamos con los brazos fuertemente enlazados, Victor dijo: ‘No hemos sufrido lo que sufrió Pablo. No hemos resistido hasta el derramamiento de sangre.’ [Compare con Hebreos 12:4.]

      “Estaba muy oscuro y se estaba haciendo tarde (después supe que eran las once de la noche, aproximadamente). Habíamos salido de los límites de la ciudad y estábamos casi exhaustos cuando súbitamente un automóvil se detuvo muy cerca de nosotros. Una voz familiar dijo: ‘¡Rápido! ¡Entren!’ ¡Oh, aquí estaba aquel excelente joven precursor, Ray Franz, rescatándonos de esta violenta chusma! . . .

      “Otra vez, todos sentimos que los ángeles de Jehová habían cegado al enemigo de modo que no nos vieran entrar en el auto. Aquí en el automóvil, a salvo de la chusma, estaban el estimado hermano Rainbow y su esposa y otros tres. De alguna manera, aquel pequeño automóvil tuvo espacio para todos nosotros, ocho personas. Fue el sentir de todos nosotros que los ángeles de Jehová habían evitado que el enemigo nos viera entrar en el auto. La chusma todavía estaba violentamente agitada contra nosotros, sin señal de dejarnos ir. ¡Parecía como si Jehová con sus brazos amorosos hubiera extendido las manos a nosotros y nos hubiera rescatado! Más tarde aprendimos que después que los dos hermanos fueron separados de nosotros habían hallado refugio en un montón de heno hasta que unos hermanos los encontraron temprano por la mañana. Uno de los hermanos había sido herido seriamente por un objeto que habían arrojado contra él.

      “Llegamos a casa como a las dos de la mañana empapados y fríos, puesto que la tormenta había puesto fin a una ola de calor y traído consigo aire frío. Nuestros hermanos y hermanas nos atendieron, y hasta cerraron cinco heridas que habían sido abiertas en el rostro de Victor. ¡Cuánto agradecimos estar recibiendo el amoroso cuidado de nuestros queridos hermanos!”

      A pesar de experiencias graves de esa índole, Jehová sostiene y fortalece a sus siervos. “Así,” dice la hermana Schmidt, “habíamos pasado otra clase de prueba que Jehová nos había ayudado misericordiosamente a soportar y ‘dejar que el aguante tuviera completa su obra.’”—Sant. 1:4.

      OTROS ACTOS DE CRUELDAD DE CHUSMAS

      Muchos fueron los actos de violencia de chusmas que tuvieron como blanco a los testigos de Jehová. En diciembre de 1942 en Winnsboro, Texas, varios testigos de Jehová fueron atacados por una chusma mientras trabajaban en las calles con las revistas. Entre los Testigos estuvo O. L. Pillars, siervo para los hermanos (superintendente de circuito). Al acercarse la chusma, los Testigos concluyeron que no podían trabajar en la calle en medio de aquellas circunstancias. Por eso comenzaron a dirigirse a su automóvil. “En medio de la calle principal, en su automóvil con altavoz, estaba el predicador bautista, C. C. Phillips,” recuerda el hermano Pillars. “Él había estado predicando acerca de Cristo y la crucifixión, pero tan pronto como nos vio cambió de sermón. Empezó a vociferar y rabiar en cuanto a que los testigos de Jehová no querían saludar la bandera. Dijo que él se alegraría de morir por la bandera y que todo el que no saludaba la bandera debería ser echado del pueblo. Cuando pasamos su camión, vimos que desde el frente tenía otra chusma hacia nosotros. Pronto nos rodearon y nos mantuvieron allí hasta que el jefe de la policía de la ciudad apareció y nos arrestó.”

      Más tarde, la chusma entró en la oficina del jefe de la policía, que no hizo ningún esfuerzo por proteger a los Testigos. La chusma se apoderó de ellos. En la calle, sobre el hermano Pillars, entre otros, llovieron puñetazos. “En ese momento,” dice el hermano Pillars, “experimenté la ayuda más extraordinaria. Me estaban golpeando terriblemente. De mi nariz, rostro y boca salía sangre, pero yo sentía poco o ningún dolor. Aun en aquel tiempo me maravillé de este hecho y pensé que era una manifestación de ayuda angelical. . . . Para mí esto explicaba cómo nuestros hermanos alemanes habían aguantado fielmente lo más intenso de la persecución nazi sin vacilar.”

      Al hermano Pillars lo golpearon repetidamente hasta que perdió el sentido, entonces lo revivificaron y golpearon de nuevo. Finalmente, no pudiendo hacer que recobrara el sentido, la chusma lo empapó de agua fría y trató de hacerle saludar una bandera de cinco centímetros por diez, según él, “la única bandera que estos grandes ‘patriotas’ pudieron encontrar.” Mientras la mantenían en alto, también le levantaban el brazo, pero él dejaba que la mano colgara, mostrando que no iba a saludar. Pronto le pusieron una soga alrededor del cuello, lo halaron violentamente hacia el suelo y lo arrastraron a la cárcel. Con dificultad les oyó decir: “Vamos a colgarlo de una vez. Entonces nos habremos librado de estos Testigos para siempre.” Poco tiempo después trataron de hacer precisamente eso. El hermano Pillars escribe: “Me pusieron la nueva soga de cáñamo de un centímetro alrededor del cuello, y me hicieron el nudo de ejecución detrás de la oreja, y me arrastraron a la calle. Después lanzaron la soga sobre un tubo que sobresalía del edificio. Cuatro o cinco miembros de la chusma comenzaron a halar la soga. Mientras me elevaban del suelo, la soga se apretó y yo perdí el sentido.”

      Lo siguiente de que tuvo consciencia el hermano Pillars fue que estaba de nuevo en la cárcel sin calefacción. Un médico lo examinó y dijo: “Si se quiere que este muchacho viva, hay que llevarlo al hospital, porque ha perdido mucha sangre y sus ojos se han dilatado.” A esto el alguacil respondió: “No he visto diablo más terco que éste.” “¡Cómo me animaron aquellas palabras,” dice el hermano Pillars, “porque me dieron seguridad de que no había transigido!”

      Cuando el doctor se fue, los miembros de la chusma desfilaron por la cárcel fría y sin luz. Prendieron cerillos para verle la cara al hermano Pillars, y él les oyó preguntar: “¿No está muerto todavía?” Alguien respondió: “No, pero se morirá.” Frío hasta los huesos y calado de agua, el hermano Pillara trataba de evitar los temblores del frío, esperando que pensaran que había muerto. Finalmente se fueron y todo quedó en silencio. Al fin la puerta se abrió, miembros de la Policía Estatal de Texas entraron, y el hermano Pillars fue llevado en ambulancia al hospital de Pittsburg, Texas. Había estado a merced de la chusma por seis horas. Pero, ¿qué había sucedido cuando lo colgaron? ¿Por qué estaba vivo todavía? “Tarde al día siguiente me enteré de la respuesta a esas preguntas,” dice el hermano Pillars, y añade:

      “A mi cuarto de prisión en el hospital de Pittsburg donde me recuperaba vino el hermano Tom Williams. Él era un abogado local de Sulphur Springs y un verdadero luchador a favor de la justicia. Se había esforzado inútilmente por hallarme hasta que amenazó con demandar al pueblo. Entonces le revelaron que estaba en el hospital. ¡Qué bueno fue ver el rostro de un hermano! Entonces me dijo que por todo el pueblo se sabía... ¡me habían colgado pero la soga se rompió!

      “Más tarde, cuando la F.B.I. hizo una investigación oficial y esto llevó a una pesquisa por jurado para determinar si había motivo para procesar, un grupo de pentecosteses estuvieron dispuestos a testificar. Dijeron: ‘Hoy son los testigos de Jehová. ¡Mañana seremos nosotros!’ Cuando describieron el ahorcamiento dijeron: ‘Lo vimos colgando de la soga. Entonces se rompió. Cuando vimos que la soga se rompió, supimos que el Señor la había roto.’”

      El alguacil y otros oficiales cruzaron, huyendo, la frontera del estado. Por eso, nunca se les sometió a juicio. El hermano Pillars se recuperó y regresó a su obra de siervo para los hermanos en aquella zona.

      AGUANTANDO CRUEL PERSECUCIÓN

      “¡Yo nunca podría aguantar una persecución tan cruel!” quizás exclame usted. No, no por su propia fortaleza. Pero Jehová puede hacerlo fuerte si usted aprovecha las provisiones que él hace para que uno se edifique espiritualmente ahora. La razón principal para la persecución tiene que ver con la cuestión de la soberanía universal. En realidad, Satanás desafió a Dios, alegando que ninguna criatura humana permanecería fiel a Jehová si el Diablo la sometía a una prueba. ¡Qué privilegio es mantener integridad a Dios, y así probar que Satanás es un mentiroso y apoyar el lado de Jehová en la cuestión!—Job 1:1–2:10; Pro. 27:11.

      En los años que han pasado desde aquellos días turbulentos de muchos ataques de chusmas a los testigos de Jehová en los Estados Unidos, el pueblo de Dios ha comprendido con claridad cada vez mayor que es necesario que dependan plenamente de

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