El apóstol Pedro le habla
NO ES fácil ser cristiano hoy día. Hay muchas presiones. En algunos países el estado trata de obligarnos a hacer cosas que van en contra de la conciencia cristiana. Muchas esposas cristianas tienen esposos no creyentes. A los jóvenes les atrae el brillo y la “sabiduría” del mundo. Y algunas personas, después de haber esperado por varias décadas, tal vez hasta se pregunten: “¿Llegará algún día el Armagedón?”.
Si usted afronta problemas como ésos —¿y qué cristiano no los afronta?— las dos cartas bíblicas que el apóstol Pedro escribió le hablan directamente. Pedro escribió a congregaciones de su tiempo probablemente poco más de 30 años después de la muerte de Jesús. Pero los problemas que afrontan los cristianos no han cambiado mucho en el transcurso de los siglos. Los consejos de Pedro son tan válidos ahora como lo fueron en aquel entonces. Además, él estaba bien capacitado para dar dichos consejos.
Un pastor capacitado
Al leer los relatos de los Evangelios y el libro de los Hechos, aprendemos mucho acerca del pescador de Galilea que llegó a ser el apóstol Pedro. Debido a lo humano que muestra ser, nos conmueve el corazón. Nunca hubo duda alguna en cuanto a su lealtad a Jesús, pero Pedro era impulsivo y a veces cometía errores. Tal vez podamos reconocer ciertos aspectos de nosotros mismos en algunas de las desgracias de Pedro.
Por ejemplo, recuerde la reacción de Pedro cuando vio a Jesús caminando sobre el agua. En su entusiasmo, él quiso caminar sobre el agua también. Pero al ver dónde estaba, se asustó y fue necesario rescatarlo. Recuerde también la ocasión en que Pedro resueltamente insistió en que él jamás tropezaría. Pero unas cuantas horas después negó a Jesús tres veces. (Mateo 14:23-34; 26:33, 34, 69-75.)
No obstante, el escritor de estas dos cartas canónicas había cambiado desde que Jesús le dirigió las siguientes palabras severas: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Me eres un tropiezo” (Mateo 16:23). Éste es el apóstol a quien Jesús dio la comisión: “Apacienta mis ovejitas” (Juan 21:17). Mediante las cartas de Pedro llegamos a conocer a un hombre cuya personalidad ha sido templada por más de 30 años de experiencia ‘apacentando las ovejas’.
Por eso, cuando leemos la admonición: “Ámense unos a otros intensamente desde el corazón”, tal vez recordemos que éste fue el apóstol que preguntó a Jesús: ‘¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces?’. Ahora Pedro sabía que no había límite al amor que los cristianos muestran unos para con otros (1 Pedro 1:22; Mateo 18:21). Y cuando insta a sus compañeros cristianos a que permanezcan “vigilantes en cuanto a oraciones”, vemos que él aprendió una poderosa lección desde aquella terrible noche en Getsemaní, cuando Jesús dejó a sus apóstoles orando y al regresar los encontró dormidos. (1 Pedro 4:7; Lucas 22:39-46.)
Sí, el pescador de Galilea se había convertido en pastor bien capacitado. Y su obra de pastoreo, efectuada bajo la inspiración del espíritu santo, es tan valiosa en nuestros días como lo fue en los de él. Considere algunos de sus consejos.
Aprecie la fe
En el primer siglo el mundo judeo-romano era brillante y poderoso. Era importante que los cristianos no dejaran que el esplendor del mundo los sedujera ni que las presiones los intimidaran, de modo que se rindieran. Por eso Pedro empieza exhortando a sus lectores a ‘fortificar su mente para actividad, mantener su juicio completamente’ (1 Pedro 1:13). ¿Cómo? Por medio de tener un aprecio vivo por los privilegios de los cuales disfrutaban.
Pedro les recordó que los profetas de la antigüedad y aun los ángeles estaban intensamente interesados en lo que Dios había revelado a los cristianos. Les mostró lo mucho que se les había bendecido: se les había comprado con la sangre de Jesucristo, habían nacido de semilla incorruptible por medio de la palabra eterna de Dios y se había hecho de ellos “una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial” (1 Pedro 2:9). Debían recordar quiénes eran: residentes forasteros en un mundo impío... personas que disfrutaban de gran misericordia de parte de Jehová Dios.
Hoy, aquel mundo antiguo es tan solo un recuerdo. Pero aún vivimos en un mundo impío que nos atrae mediante sus tentaciones o nos distrae por medio de sus presiones. El consejo de Pedro todavía es válido. Nunca debemos perder de vista lo que tenemos. Para evitar que el cinismo y materialismo del mundo de hoy nos aplasten, tenemos que ‘desarrollar el anhelo por la leche no adulterada que pertenece a la palabra, para que por medio de ella crezcamos a la salvación’. (1 Pedro 2:2.)
Regocíjese a pesar de los problemas
Debido a que vivimos en un mundo impío, a menudo surgen problemas, como sucedió en el tiempo de Pedro. Él menciona tres situaciones: 1) la responsabilidad del cristiano para con el estado, 2) la relación del sirviente cristiano para con su amo y 3) la ayuda sumisa de la esposa cristiana a su esposo incrédulo.
En aquel entonces, éstos eran asuntos de vida o muerte. Los gobernantes frecuentemente tenían la autoridad de torturar o ejecutar a ciudadanos no romanos. Los esclavos de una casa no tenían mucho de lo cual valerse si sus amos los trataban cruelmente. Las esposas eran propiedad de sus esposos, y tenían pocos derechos legales.
Hoy los cristianos aún tienen problemas al tratar con “César” o con sus patronos, aunque la relación no es exactamente paralela a la de un amo y su esclavo. Además, muchas cristianas cuyos esposos no son creyentes se enfrentan a grandes problemas. Por eso, el consejo del apóstol Pedro es de valor inestimable. ¿Qué dice él?
En resumidas cuentas, nos recalca que recordemos tres cosas. En primer lugar, necesitamos tener el punto de vista debido en cuanto a la sumisión... todos deben someterse al gobierno, los empleados deben obedecer a sus patronos y las esposas deben respetar a sus esposos y obedecerlos. Así, nuestro comportamiento debe mostrar a los incrédulos que el cristianismo es el mejor modo de vivir (1 Pedro 3:1; 4:15). Además, debemos mantener una buena conciencia ante Jehová Dios y siempre estar listos para explicar de manera apacible la razón de nuestras acciones. (1 Pedro 3:15, 16.)
¿Resolverá esto todos nuestros problemas? Pedro sabía que no. A veces el mundo exige algo con lo cual el cristiano no puede cumplir. Por eso, tal vez tengamos que sufrir por causa de la justicia. Pero Pedro dice que “si alguno, por motivo de conciencia para con Dios, soporta cosas penosas y sufre injustamente, esto es algo que agrada”. (1 Pedro 2:19.)
De hecho, si uno tiene el punto de vista correcto, el sufrir por la justicia es motivo de regocijo. Pedro sabía esto por experiencia personal. Muchos años antes de escribir sus cartas había recibido azotes debido a su fe. Luego, él y los que habían sufrido con él “se fueron [...] regocijándose porque se les había considerado dignos de sufrir deshonra a favor de su nombre” (Hechos 5:41). Por eso él escribió después a los cristianos que estaban sufriendo persecución: “Sigan regocijándose por cuanto son partícipes de los sufrimientos de Cristo”. (1 Pedro 4:12, 13.)
Pedro dijo a los hermanos que, en realidad, Jehová los estaba entrenando. Dijo: “Humíllense, por lo tanto, bajo la poderosa mano de Dios”. Les dijo que se amaran unos a otros y que los ancianos debían pastorear las congregaciones con los motivos correctos. Y prometió que dentro de poco “el Dios de toda bondad inmerecida [...] terminará él mismo el entrenamiento de ustedes, él los hará firmes, él los hará fuertes”. (1 Pedro 5:1-3, 6, 10.)
¿No es este consejo tan oportuno hoy como lo fue en aquel entonces? ¿No le parece como si Pedro le estuviera hablando directamente a usted? ¡Imagínese cuánto fortaleció tal consejo a los cristianos allá en el tiempo de Pedro! Pero pronto el envejecido apóstol tuvo que escribir una segunda carta para advertir a sus hermanos acerca de una amenaza siniestra.
Cómo hacer frente a una amenaza siniestra
En su segunda carta Pedro dice que es más urgente que aconseje a sus compañeros cristianos, ya que no le queda mucho más tiempo de vida. Enumera las cualidades que los cristianos tienen que desarrollar a fin de permanecer firmes y habla de unas fuerzas que aparecerían dentro de la congregación para debilitarla. (2 Pedro 1:5-8, 14, 16.)
“Habrá falsos maestros entre ustedes”, advierte él (2 Pedro 2:1, 2). Estos falsos maestros promoverían conducta relajada y serían hábiles en el uso de “palabras fingidas”. Pero olvidarían un punto vital: “Jehová sabe librar de la prueba a personas de devoción piadosa, pero reservar a personas injustas para el día de juicio para ser cortadas” (2 Pedro 2:3, 9). Puede que florecieran por un tiempo, pero su juicio era seguro.
Otros dirían de manera burlona: “¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación”. Estas personas también olvidarían convenientemente que el tiempo de Jehová no es como el nuestro. Además, él es paciente. No obstante, tal como llegó sin falta el fin en los días de Noé, así también llegará el fin de este sistema. (2 Pedro 3:4-10.)
Finalmente, aun en los días de Pedro había algunos dentro de la congregación que estaban ‘torciendo las Escrituras’. Pero esto había de resultar en la propia destrucción de ellos. (2 Pedro 3:16.)
En vista de estas amenazas, Pedro quería ‘despertar las facultades de raciocinio claro’ de sus hermanos (2 Pedro 3:1). Ellos no debían olvidar las pruebas históricas de que Jehová puede destruir a los inicuos y salvar a los justos, y debían tener “muy presente la presencia del día de Jehová” (2 Pedro 3:12). Aquel día es verdadero. Viene. Este hecho debía afectar todo lo que hacían y planeaban. (2 Pedro 1:19-21.)
Puesto que vivimos cerca de ese día, lo que Pedro nos insta a hacer adquiere aún más vigor: “Hagan lo sumo posible para ser hallados al fin por él inmaculados y sin tacha y en paz” (2 Pedro 3:14). Esas palabras verdaderamente aplican a nosotros. El apóstol Pedro se dirige a todos los que cifran su esperanza en los “nuevos cielos y una nueva tierra” que Jehová promete. Por eso, su exhortación final resuena en el transcurso de los siglos con todo el poder de su autoridad apostólica: “Guárdense para que no vayan a ser llevados con ellos por el error de gente desafiadora de ley y caigan de su propia constancia. No, sino sigan creciendo en la bondad inmerecida y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. (2 Pedro 3:13, 17, 18.)