¿Es Jesucristo el Mesías prometido?
Prescindiendo de su raza, nacionalidad o religión, esta pregunta afecta la felicidad de usted—de hecho, su destino eterno.
LO DE conocer la identidad del Mesías prometido no es ningún asunto trivial. Es absolutamente vital. Las Escrituras Hebreas no sólo nos dicen por qué este asunto es tan importante sino que fijan la identidad del Mesías fuera de toda duda.
Antes de examinar el testimonio bíblico, surge la pregunta: ¿Qué significa la palabra “Mesías”? Mesías significa “el ungido.” En Daniel 9:25 la palabra hebrea mashíahh se traduce “Mesías” en la Versión Moderna, y la traducción por la Sociedad de Publicaciones Judías de América la vierte “uno ungido.”
Hay muchas diferentes ideas respecto a la identidad del Mesías. En la cristiandad millones de personas creen que el Mesías ya ha aparecido en la persona de Jesús de Nazaret. Algunos judíos creen que el Mesías es la nueva nación de Israel; y en su libro What the Jews Believe (Lo que creen los judíos), Felipe Bernstein dice: “Los ortodoxos todavía creen en la venida de un Mesías personal, y oran cada día por su advenimiento. Un segmento grande de la comunidad judía liberal ha descartado la noción de una sola personalidad mesiánica que ha de salvar al género humano. . . . En lugar de esto afirman su fe en una era mesiánica que ha de ser lograda por medio de los esfuerzos cooperativos de hombres buenos de todas las naciones, razas y religiones.”
Las Escrituras Hebreas disipan toda idea errónea y duda respecto al Mesías o “el ungido.” Un ungido es uno a quien su superior ha revestido de autoridad para actuar. El Mesías es Aquel a quien Dios ha ungido; Aquel a quien Dios ha ungido para librar a la humanidad obediente. Temprano en la historia del género humano Dios suministró la base para cifrar esperanza en un Libertador venidero, uno que magullaría la cabeza de la Serpiente, Satanás el Diablo. Esta promesa se halla en Génesis 3:15, en la declaración de Dios a la Serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu simiente y la simiente de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón.”
Las profecías posteriores fueron más específicas en cuanto a cómo vendría el Libertador. Dios prometió que por medio de Abrahán resultarían grandes bendiciones: “Por medio de tu simiente todas las naciones de la tierra ciertamente se bendecirán.”—Gén. 22:18.
Uno que pudiese librar a todo el género humano obediente sería verdaderamente un gobernante o rey. Los reyes en tiempos antiguos llevaban un cetro, una vara que constituía un símbolo de poder real. El Libertador prometido tenía que tener poder real, porque Dios predijo en la profecía pronunciada por medio de Balaam: “Una estrella ciertamente saldrá de Jacob, y un cetro verdaderamente se levantará de Israel.”—Núm. 24:17.
El profeta Daniel muestra que el reino que el Gobernante prometido recibe es celestial: “Sobre las nubes del cielo venía Uno parecido a un hijo de hombre; y vino al Anciano de días, y le trajeron delante de él. Y fuéle dado el dominio, y la gloria, y el reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirviesen: su dominio es un dominio eterno.”—Dan. 7:13, 14, Mod.
Por medio de este reino celestial el Rey prometido ha de traer bendiciones a “todas las naciones de la tierra.” El Gobernante prometido libra al pueblo de Dios en todas partes por medio de destruir a los enemigos de este pueblo, incluyendo las naciones inicuas de la tierra. De modo que el Rey prometido ha de efectuar una obra trituradora de naciones, así como predijo el salmista: “Las romperás [las naciones de la tierra] con un cetro de hierro, como si fueran vaso de alfarero las harás añicos.”—Sal. 2:9.
¡Qué condiciones más pacíficas y felices traerá a la tierra el dominio del Ungido de Dios! Con razón—¡el Rey prometido según predijo Isaías es el “Príncipe de Paz”! (Isa. 9:6) “En sus días el justo brotará,” predijo el salmista, “y la abundancia de paz hasta que la luna ya no sea. Y tendrá súbditos de mar a mar y desde el Río hasta los cabos de la tierra.”—Sal. 72:7-9.
Con tantas razones vitales por las cuales conocer la identidad de Aquel a quien Dios unge como Rey, veamos ahora cómo las Escrituras Hebreas fijan su identidad, de ese modo haciendo posible que contestemos la pregunta: ¿Es Jesucristo el Mesías prometido?
SU LINAJE Y LUGAR DE NACIMIENTO
El Gobernante real a quien el género humano tiene que ser obediente vendría de la tribu de Judá. Jacob predijo esto: “El cetro no se apartará de Judá, ni el báculo de comandante de entre sus pies, hasta que venga Shiloh, y a él le pertenecerá la obediencia de la gente.”—Gén. 49:10.
No sólo tiene que venir de la tribu de Judá el Rey y Libertador prometido, sino que también tiene que ser descendiente del rey David, tal como Dios dijo a David por medio del profeta Natán: “Ciertamente levantaré tu simiente después de ti, la cual saldrá de tus entrañas, y realmente estableceré firmemente su reino. Él es el que edificará una casa para mi nombre, y ciertamente estableceré el trono de su reino firmemente para siempre.”—2 Sam. 7:12, 13.
Además, como otra marca de identificación positiva, Aquel a quien Dios ungiría como Gobernante tendría que nacer en la ciudad de David, Betlehem o Belén así como predijo el profeta Miqueas: “Mas tú, Bet-lehem Efrata, demasiado pequeña para estar entre los miles de Judá, de ti saldrá para mí aquel que ha de ser Caudillo en Israel, cuya procedencia es de antiguo tiempo, desde los días de la eternidad. Pues que él permanecerá firme, y pastoreará su rebaño en la potencia de Jehová, en la majestad del nombre de Jehová su Dios.” (Miq. 5:2, 4, Mod) Tales promesas como ésta acerca del Gobernante ungido de Dios, un Mesías personal venidero, hacen que sea claramente evidente que el Mesías no es una nación ni un esfuerzo cooperativo entre naciones.
LA NATURALEZA DE SU OBRA
Antes de recibir su reino celestial, el Rey prometido haría una comparecencia terrenal. En la tierra él llevaría a cabo una obra especial. El profeta Isaías predijo que el Prometido haría una obra de predicación: “El espíritu del Señor Jehová está sobre mí, por motivo de que Jehová me ha ungido para decir buenas nuevas a los mansos.” El Mesías prometido habría de “proclamar libertad a los llevados cautivos y la apertura ancha de los ojos aun a los presos” y también “proclamar el año de la buena voluntad de parte de Jehová y el día de la venganza de parte de nuestro Dios.”—Isa. 61:1, 2.
De modo que el Ungido prometido tiene que ser un profeta a quien los hombres tienen que escuchar. Moisés predijo que vendría este Profeta. “Jehová me dijo,” escribió Moisés en Deuteronomio 18:17-19, “‘Un profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, semejante a ti, y verdaderamente pondré mis palabras en su boca y ciertamente él les dirá a ellos todo lo que yo le ordene. Y debe suceder que al hombre que no escuche mis palabras que él hablará en mi nombre, yo mismo le pediré cuenta.’”
Aunque el Ungido prometido no recibiría su reino mientras estuviera en la tierra, no obstante ¿se presentaría a su pueblo como el Rey y Gobernante predicho por los profetas? Sí, pero lo haría de una manera enteramente inesperada. Él no vendría en esa ocasión sobre las nubes del cielo ni para quebrar el yugo del dominio romano, sino que vendría como predijo el profeta Zacarías: “¡Regocíjate en gran manera, oh hija de Sión! ¡rompe en aclamaciones, oh hija de Jerusalem! he aquí que viene a ti tu rey, justo y victorioso, humilde, y cabalgando sobre un asno, es decir, sobre un pollino, hijo de asna.” (Zac. 9:9, Mod) ¿Sería aceptado por su propio pueblo este rey?
LA REPUDIACIÓN Y MUERTE DEL MESÍAS
Contrario a lo que se esperaría, el Mesías prometido por largo tiempo, cuando apareciera como hombre, sería aceptado por solamente unos pocos. El pueblo judío como nación habría de rechazarlo como el Mesías prometido, tal como predijo Isaías en el capítulo cincuenta y tres de su libro. “Él fué despreciado, y lo consideramos como de ningún valor,” predijo Isaías. “Nosotros mismos lo consideramos como plagado, herido de Dios y afligido.”—Isa. 53:3, 4.
Finalmente, como si fuera para colmar lo totalmente inesperado, el Ungido de Dios tendría que ser muerto a manos de los que lo repudiaban. Sí, la persecución y muerte serían la porción del Mesías “a pesar del hecho de que no cometió violencia ni hubo engaño en su boca.” ¿Presta resistencia el Mesías? Dijo el profeta de Dios: “Se le traía exactamente como una oveja al degüello; y tal como una oveja hembra que delante de los que la esquilan se ha puesto muda, él tampoco abría su boca.”—Isa. 53:9, 7.
El Salmo veintidós es otro registro inspirado que relata de antemano acerca de las cosas que el Mesías tendría que sufrir. Lea usted este salmo para enterarse de las muchas maneras específicas en que tendría que sufrir el Mesías. Por ejemplo, acerca de los ejecutores del Mesías este salmo dice: “Como león tratan mis manos y mis pies.” Hasta echaron suertes por su vestidura: “Reparten mi ropa entre ellos, y sobre mi vestidura echan suertes.”—Sal. 22:16, 18.
¡Qué desilusión sería todo esto para aquellos judíos que estuvieran esperando una liberación al tiempo de la aparición del Mesías! Muchos judíos no percibirían que los profetas predijeron dos venidas del Mesías, cada una con un propósito distinto. En su primera venida el Mesías viene como hombre; en su segunda venida o presencia él viene como gloriosa criatura espiritual para efectuar el cumplimiento de las gloriosas profecías concernientes a su dominio eterno. Muchos judíos rechazarían a Mesías el hombre debido a pensar que él debiera haber cumplido al tiempo de su primera venida estas profecías maravillosas acerca de su venida en gloria.
TRES MARCAS DE IDENTIFICACIÓN SOBRESALIENTES
Se calcula que en las Escrituras Hebreas hay trescientas o más referencias al Mesías. En realidad tres de ellas bastan para fijar la identidad del Mesías fuera de toda duda.
Primero, el que habría de ser el Mesías prometido nacería, por el poder de Dios, de una virgen, así como Jehová Dios predijo por medio de Isaías: “¡Miren! La doncella misma realmente llegará a estar encinta, y ella está dando a luz un hijo.”—Isa. 7:14.
Segundo, el Mesías, poco después de ser muerto, sería levantado de entre los muertos por el poder de Dios. Esto fué predicho en Salmo 16:10: “Porque tú no dejarás mi alma en Sheol.”
Tercero, el Mesías tendría que aparecer en un tiempo exacto. ¿Cuándo? El ángel Gabriel se lo dijo a Daniel, y este profeta nos lo dice a nosotros: “Setenta semanas están determinadas en cuanto a tu pueblo, y en cuanto a tu santa ciudad, para acabar con la transgresión, para poner fin a los pecados, y para hacer expiación de la iniquidad, para introducir la justicia perdurable, y para poner sello a la visión y la profecía, y para ungir al Santo de los santos. Sabe pues, y entiende que desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalem, hasta el Mesías, el Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas.”—Dan. 9:24, 25, Mod.
De manera que “desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalem” hasta Mesías el príncipe sería sesenta y nueve semanas. ¿Cuánto tiempo son estas sesenta y nueve semanas? No son semanas de días, sino semanas de años, en armonía con la regla de “un día por cada año,” que se halla a menudo en la cronología bíblica.—Eze. 4:6; Núm. 14:34, Mod.
¿Cuándo comienzan a contarse estas sesenta y nueve semanas de años, o 483 años? Comienzan, como dijo Daniel, “desde que salga la orden para restaurar y reedificar a Jerusalem.” ¿Cuándo fué esto? La historia nos dice que fué en 455 a. de J.C. En ese año el rey Artajerjes decretó que Jerusalén y sus muros fueran reedificados. Esto se halla en Nehemías 2:1-8. De modo que partiendo de 455 a. de J.C., los 483 años terminarían en 29 d. de J.C. Este es el tiempo exacto en que debería aparecer el Mesías. Él no podría aparecer en la tierra antes de esa fecha ni después de ella.
Pues, bien, ¿apareció el Mesías en 29 d. de J.C.? ¡Verdaderamente, sí! Lucas 3:1-4 dice: “En el año décimoquinto del reinado de Tiberio César, . . . la declaración de Dios vino a Juan el hijo de Zacarías en el desierto. De modo que él entró en todo el campo alrededor del Jordán, predicando el bautismo de los que se arrepentían para el perdón de pecados.” Alrededor de seis meses más tarde Jesús de Nazaret vino a Juan y se bautizó y en este bautismo se dió evidencia de que Jesús llegó a ser el Mesías, el Ungido; porque fué ungido con el espíritu santo de Dios.—Véase Mateo 3:13-17, Juan 1:32-34 y Lucas 4:17-19.
Jesucristo es el único que reunió todos los requisitos fijados por las Escrituras Hebreas. Nació de la tribu de Judá, descendiente del rey David. (Mat. 1:1-3; Luc. 3:31, 33) Nació en Belén. (Mat. 2:1, 5, 6) Nació de una virgen. (Mat. 1:22, 23) Hizo su entrada en Jerusalén montado sobre un asno. (Mat. 21:4, 5) Fué rechazado por el pueblo judío como grupo. (Mar. 9:12; 12:10, 11; Juan 1:11; Hech. 4:11) Estuvo callado delante de sus acusadores; fué empalado en un madero. (Mat. 27:12-14; Mar. 15:25) Fué resucitado de entre los muertos, habiendo más de quinientos testigos de esto. (Mar. 16:6; Hech. 2:31; 1 Cor. 15:6) Jesús fué ungido como Mesías en el año exacto predicho por Daniel—¡29 d. de J.C.!
Jesucristo es la Simiente de la mujer de Dios, la Simiente de Abrahán, el Príncipe de Paz, el Mesías prometido. Ahora el Mesías es Rey, habiendo recibido el reino celestial de manos de su Padre. Solamente los que escuchan y obedecen las palabras del Mesías sobrevivirán para entrar en el nuevo mundo de Dios, para gozar allí de la bendición de la vida eterna después que este mundo y su dios, Satanás el Diablo, sean destruidos por la Simiente de la mujer de Dios. ¡Qué vital es prestar atención a la amonestación de Moisés: “Cualquier alma que no escuche a ese Profeta será completamente destruída de entre el pueblo”!—Hech. 3:23.
La misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen; y su justicia alcanza a los hijos de los hijos; para aquellos que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para hacerlos. Jehová ha establecido su trono en los cielos, y su reino domina sobre todos.—Sal. 103:17-19, Mod.