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El pecado... ¿importa todavía?La Atalaya 1981 | 15 de marzo
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El pecado... ¿importa todavía?
“COMO nación, oficialmente dejamos de ‘pecar’ hace unos veinte años.” Este fue el comentario que hizo el Dr. Karl Menninger en su libro Whatever Became of Sin? (¿Qué habrá sido del pecado?). Él declaró que la última vez que un presidente estadounidense mencionó el pecado como algo de gran preocupación nacional fue en una proclamación que se hizo en 1953.
En países orientales, el concepto del pecado no es por lo general tan importante como, por ejemplo, el concepto del honor, o el de la devoción filial. Pero en los países occidentales hubo un tiempo en que se consideraba el pecado como algo vitalmente importante. El que se acusara a alguien de pecar era asunto sumamente grave. En la actualidad, las cosas parecen haber cambiado. Si la gente admite haber pecado, lo hace por lo general con una sonrisa a medias en los labios. El pecado ha dejado de ser temible. ¿Es así como debería verse?
¿Qué es, exactamente, el pecado? La verdad es que ya muchas personas ni siquiera están seguras de lo que es. Anteriormente los hombres hablaban de los “siete pecados capitales”: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Actualmente, estos rasgos parecen comunes en todas partes. Se fomenta la soberbia u orgullo en cosas como el orgullo nacional y el orgullo racial. Es difícil imaginarse cómo podrían continuar existiendo las sociedades consumidoras de muchos países acaudalados sin una medida de avaricia, envidia y gula entre la población. Hasta algunos líderes religiosos toleran o fomentan el adulterio, la homosexualidad y la fornicación... que son variedades de la lujuria. E inventos modernos como la televisión fomentan activamente la pereza.
¿La opinión de quién?
A veces la gente dice: ‘Bueno, mientras uno deje que su conciencia lo guíe, no cometerá ningún pecado.’ Es cierto que nuestra conciencia es una ayuda dada por Dios para que reconozcamos lo que es bueno y lo que es malo. Si no fuera por la conciencia, la sociedad humana probablemente hubiera caído hace mucho tiempo en caos completo y en el barbarismo.—Rom. 2:14, 15.
Pero la conciencia también puede ser engañosa. Por ejemplo, la mayoría de la gente reconoce que el asesinato es un pecado. No obstante, para los adoradores de la diosa hindú Kali, así como para los inquisidores católicos romanos de la época medieval, el asesinato tenía aprobación religiosa. Jesús advirtió a sus seguidores: “Viene la hora en que todo el que los mate se imaginará que ha rendido servicio sagrado a Dios.” (Juan 16:2) Aun en la actualidad cada año se asesina por medio del aborto a más de 50 millones de infantes no nacidos, y esto a menudo se hace con la aprobación de la ley del país.
Además, algunas personas despliegan asombrosa habilidad en cuanto a dar a su conciencia el doblez que quieran. Como se dijo una vez de cierto estadista, la conciencia de ellos se hace su “cómplice” en vez de su “guía.” Por eso, es cierto que la mayoría de las personas verían el hurto como pecado, especialmente si lo que se hurtara fuera el dinero de ellas. Pero uno de los problemas más grandes relacionados con el delito en los Estados Unidos es el problema del delito en los negocios, que abarca cosas como el hurto, fraude en los seguros, soborno y comisiones confidenciales. Millones de personas entre la gente común se entregan a estas prácticas. ¿Les molesta la conciencia? Aparentemente no. ¿Por qué no? Probablemente porque lo hacen sin que se les descubra, o porque “todo el mundo lo hace.”
Por lo tanto, aunque la conciencia tiene un papel que desempeñar en cuanto a reconocer lo que es el pecado, parece que necesita guía o dirección. Pero, ¿de dónde proviene esta guía? A menudo los que afirman ser autoridades en la materia se contradicen ellos mismos o unos a otros.
En la Iglesia Católica Romana, por ejemplo, hubo un tiempo en que se consideraba un pecado el comer carne los viernes. En la actualidad, durante la mayoría de los viernes del año, ya no es pecado comer carne. Muchos se preguntan: ‘¿Qué razón había para ello antes que no exista ahora?’
Esta misma organización religiosa considera como pecado grave usar medios “artificiales” para limitar el tamaño de la familia. Sin embargo, muchas personas, hasta católicos, observan alarmadas la explosión demográfica que hay en la Tierra y ahora piensan de otra manera. Sin duda concuerdan con los comentarios del Dr. Karl Menninger: “Me parece que la crueldad, la indiferencia, la falta de gobierno propio en cuanto a la reproducción, o la ignorancia e indiferencia respecto a las consecuencias mundiales, son la expresión de un pecado sumamente atroz.” ¿Cuál es el pecado... limitar el crecimiento de la población, o fomentarlo?
Cosas como éstas causan confusión en la mente de la gente. Una encuesta reciente que se efectuó entre católicos romanos de los Estados Unidos reveló “ausencia, en la mayoría de los católicos, de una idea clara de lo que es el pecado.” Muchos admitieron que estaban “confundidos en cuanto a lo que es el pecado,” y por lo tanto “no están seguros de lo que deben confesar.”
Algunos eruditos hasta dudan de que el pecado siquiera exista. Prefieren hablar acerca de “enfermedad” en vez de “pecado.” Concerniente a Jim Jones, promulgador del reciente suicidio en masa de sus seguidores en Guyana, un teólogo comentó lo siguiente, según se le citó en la revista Time: “Creo que lo que realmente sucede con personas como Hitler y Jones es que sencillamente tienen una enfermedad sicológica. Según me parece, la única respuesta es compasión para toda persona implicada, y no horror moral.”
¿Realmente importa?
En vista de tan extensa variedad de opiniones, ¿realmente importa todavía el pecado? Bueno, si nos interesamos en nuestra familia y en nuestros vecinos, si deseamos una esperanza en cuanto al futuro y queremos que nuestra vida actual sea feliz y satisfaciente, entonces la respuesta tiene que ser: “Sí.”
El “pecado” se define a veces como “el quebrantamiento de alguna ley religiosa o de un principio moral.” La mención de “ley religiosa” nos recuerda el hecho de que, realmente, el Único que con autoridad puede decirnos lo que es el pecado y cómo evitarlo es el Autor de la religión verdadera, Jehová Dios. Él creó al hombre para que viviera según ciertas leyes morales. Si quebrantamos leyes naturales —como la ley de la gravedad— el resultado puede ser desastroso. De manera similar, si quebrantamos las leyes morales de Dios —es decir, si pecamos— el resultado pudiera con el tiempo ser igualmente desastroso. La Biblia nos advierte: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará.”—Gál. 6:7.
El efecto calamitoso que el pecado tiene en el individuo resalta en estas palabras de Ezequiel 18:4: “El alma que esté pecando... ella misma morirá.” Se nos llama la atención a los malos efectos del pecado en naciones enteras en Proverbios 14:34, que dice: “La justicia es lo que ensalza a una nación, pero el pecado les es cosa afrentosa a los grupos nacionales.”
Sí, el pecado realmente importa. Para nuestro propio bien, tenemos que reconocer lo que es, y debemos aprender a evitarlo. ¿Cómo podemos hacer esto? Veamos cómo en los siguientes artículos.
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¿Es cierto que “todos han pecado”?La Atalaya 1981 | 15 de marzo
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¿Es cierto que “todos han pecado”?
¿SE HA preguntado usted alguna vez por qué el hombre no ha podido hasta ahora resolver la mayoría de sus problemas más urgentes a pesar de todos los esfuerzos de personas sinceras? ¿A qué se debe que el hombre, aunque tiene una visión bastante clara de lo que desea —paz, prosperidad, felicidad, libertad de las enfermedades— parece alejarse cada vez más de estas metas deseables?
Una razón fundamental se encuentra en estas palabras del apóstol Pablo: “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios.” (Rom. 3:23) Sí, la mayoría de los esfuerzos de la humanidad han quedado frustrados debido a la pecaminosidad humana.
Quizás algunos pongan en duda ese comentario del apóstol Pablo. Pudieran decir: ‘¿Cómo puede usted creer que yo soy pecador? Yo no le hago daño a mi prójimo. Llevo una vida tranquila y no le causo problemas a nadie. ¿Qué pecados estoy cometiendo?’ Sin embargo, la verdad es que el pecado envuelve más que sencillamente hacer daño al prójimo o causar problemas. Sí, estas cosas son pecados, y el que tratemos de evitarlas es encomiable. Pero la palabra “pecado” tiene una aplicación más amplia. Pablo la asoció con ‘no alcanzar a la gloria de Dios.’ Por lo tanto, tiene que ver con nuestra relación con el Creador, Jehová Dios.
Originalmente, las palabras que se traducen “pecado” en nuestras Biblias modernas encerraban el significado de “errar el blanco” de la obediencia perfecta. ¿Obediencia a qué? A la voluntad de Dios. Por lo tanto, un diccionario bíblico moderno declara: “El pecado es tanto el abandonar una relación de fidelidad para con Dios como la desobediencia a los mandamientos y la ley.” Puesto que ésta es la realidad, solo Dios mismo puede decirnos con autoridad lo que él considera pecado, y esto Él lo ha hecho en la Biblia.
Ejemplos de pecado
Ante todo, muchas cosas que se están haciendo aceptables en el mundo moderno realmente son malas. La Biblia declara: “Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni avarientos, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios.” (1 Cor. 6:9, 10) Sí, el adulterio, la fornicación y la homosexualidad son pecados. También lo es el hurto.
Es verdad que muchas personas evitan la inmoralidad y el hurto, y esto es excelente. Pero hay otros pecados. Nuestra habla, así como también nuestras acciones, pueden ser pecaminosas. El mentir es pecado. También lo es el chisme calumnioso, el habla airada y el proferir injurias. (Col. 3:9; Sal. 101:5; Efe. 4:31) Además, Pablo dijo: “Ni refunfuñéis como refunfuñaron algunos de ellos, y el exterminador los mató.” (1 Cor. 10:10, La Santa Biblia, Ediciones Paulinas) Santiago condenó el jactarse, mientras que Pablo nos aconsejó evitar el habla necia y el bromear obsceno. (Sant. 4:16; Efe. 5:4) ¿Pudiera alguno de nosotros decir honradamente que nunca ha pecado por lo menos de una de las maneras que se ha mencionado? Difícilmente. Santiago, el hermano de Jesús, dijo: “Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto.” (Sant. 3:2) ¿Puede alguno de nosotros afirmar que es perfecto? No.
Este mismo discípulo citó otra manera en que podemos pecar. Dijo: “Si uno sabe hacer lo que es correcto y sin embargo no lo hace, es para él un pecado.” (Sant. 4:17) ¿Cómo pudiera suceder esto? Bueno, imagínese que un hombre estuviera caminando por una acera y de repente un niño saliera corriendo de un jardín, pasara enfrente de él y llegara a una calle transitada. ¿Qué hay si el hombre pudiera evitar que el niño fuera arrollado por un automóvil pero simplemente no le prestara atención y siguiera su camino? Es cierto que no ejecuta una acción mala. Pero el dejar de hacer algo para ayudar al niño sería pecado para él. ¿Cuántas veces nos ha sucedido a todos que hemos fallado en cuanto a obrar de manera realmente amorosa para con nuestro semejante, o para con Dios? Cada vez que esto nos sucede, cometemos un pecado.
Las actitudes incorrectas también pueden ser pecaminosas. La Biblia condena la altanería y la arrogancia, así como también la cobardía. (Pro. 21:4; Rev. 21:8) Hasta los pensamientos incorrectos son pecaminosos. El último de los Diez Mandamientos declara: “No debes desear la casa de tu semejante. No debes desear la esposa de tu semejante, ni su esclavo, ni su esclava, ni su toro, ni su asno, ni cosa alguna que le pertenezca a tu semejante.”—Éxo. 20:17.
¿Cómo podemos evitar que los deseos incorrectos entren en nuestra mente? Probablemente por medio de ocupar la mente en algo sano. Pero si esto no da resultado, simplemente tenemos que reconocer esos deseos incorrectos por lo que son y combatirlos. (1 Cor. 9:27) Estos deseos incorrectos son pecados a los ojos de Dios.—Pro. 21:2.
Finalmente, la religión falsa puede llevarnos al pecado. Aparte de prácticas incorrectas como la idolatría y el espiritismo, que están claramente prohibidas en la Biblia, se nos muestra que hasta el sencillamente pertenecer a una religión falsa es pecaminoso. Al describir la religión falsa como una gran ciudad de alcance mundial llamada Babilonia la Grande, el último libro de la Biblia declara: “Sálganse de ella, pueblo mío, si no quieren participar con ella en sus pecados, y si no quieren recibir parte de sus plagas.” (Rev. 18:4) La religión falsa es culpable de pecados grandes. Ha representado mal al único Dios verdadero, ha perseguido a los siervos verdaderos de Dios y se ha inmiscuido en la política. Todos los que son miembros de la religión falsa comparten esos pecados en el sentido de que apoyan a las organizaciones que los cometen.
¿Por qué somos pecaminosos?
Se ha hecho referencia a solo unas cuantas de las maneras en que podemos caer en el pecado. Se hace mención de muchas otras en la Biblia. Después de considerarlas, usted posiblemente llegue a la conclusión de que es imposible evitar pecar de una manera u otra. Usted probablemente concuerde con el rey Salomón, quien dijo: “No hay hombre que no peque.” (1 Rey. 8:46) Dios mismo declaró: “La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud.” (Gén. 8:21) Sí, son muchas las cosas que nos inducen a pecar, pero en especial lo hace la debilidad de nuestra propia carne.
¿Por qué debería ser así? Ello tiene que ver con la herencia. Originalmente nuestros primeros padres, Adán y Eva, no tenían este problema. Eran perfectos y podían tomar decisiones equilibradas y razonables en cuanto al pecado. Pero eligieron un proceder malo y decidieron rebelarse contra Dios y, por lo tanto, cayeron de la perfección a la imperfección. Debido a esto, dejaron a todos sus hijos un legado de tendencias pecaminosas y malas. El apóstol Pablo lo explicó así: “Por medio de un solo hombre [Adán] el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Rom. 5:12.
Por lo tanto, aun si tenemos el mejor motivo del mundo, no podemos evitar el pecado. ¿Por qué? El apóstol Pablo mismo confesó: “Lo bueno que deseo no lo hago, mas lo malo que no deseo es lo que practico.” (Rom. 7:19) Todos tenemos el mismo problema.
El resultado ha sido desastroso para la humanidad. Las mejores intenciones del hombre han quedado frustradas a causa de su propia falibilidad. El egoísmo y la avaricia han producido contaminación, pobreza e injusticia. La sospecha y la desconfianza causan inestabilidad en las relaciones internacionales, así como en las familias. La corrupción y el delito impiden los esfuerzos de los países por progresar. Y es muy poco lo que el hombre puede hacer al respecto.
Además, en vista del pecado inherente en los humanos, la regla que se declara en Romanos 6:23 pende como una nube siniestra sobre nuestra cabeza: “El salario que el pecado paga es muerte.” No hay nada que podamos hacer por nuestra cuenta para evitar sufrir la pena de muerte por nuestros pecados, puesto que no podemos hacer nada para evitar por completo el pecar. Estamos casi enteramente a merced de nuestra propia imperfección.
¿Termina de ese modo este asunto? ¿Impedirán siempre las propias debilidades del hombre que él pueda realizar sus más encumbrados sueños y aspiraciones? No. Porque hay Uno que puede ayudarnos. El apóstol Pablo, después de haber confesado que él mismo no podía evitar caer en el pecado, pasó a decir: “¡Hombre desdichado que soy! ¿Quién me librará del cuerpo que está padeciendo esta muerte?” ¿Cuál fue su respuesta? “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!” (Rom. 7:24, 25) Sí, el darnos cuenta del grado de dominio que el pecado tiene sobre nosotros y el reconocer que no se nos hace posible rescatarnos por nuestros propios esfuerzos nos hace apreciar el gran amor y la consideración de Dios, quien nos ha ayudado. Pero, ¿cómo ha hecho él esto?
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Quitando la mancha del pecadoLa Atalaya 1981 | 15 de marzo
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Quitando la mancha del pecado
DESPUÉS que Jehová Dios hubo terminado su actividad creativa, observó todo lo que había hecho y lo pronunció “muy bueno.” (Gén. 1:31) Todo lo que había hecho era perfecto. (Deu. 32:4) Cuando el pecado invadió este arreglo justo, fue como cuando una célula indeseable de cáncer invade un cuerpo saludable.
En realidad, los seres humanos no han sido los únicos que han pecado contra Dios por medio de rebelarse. La Biblia habla de “los ángeles que pecaron.” (2 Ped. 2:4) Fue una criatura celestial, Satanás el Diablo, quien primero condujo a Adán y Eva a su mal proceder. (Juan 8:43, 44) Sin embargo, nada se puede hacer por estos espíritus inicuos. Ellos eran perfectos e hicieron una selección deliberada. Por lo tanto, su pecado fue inexcusable. La mancha de su conducta pecaminosa será removida del universo cuando venga la destrucción final de ellos al tiempo debido de Dios.—Mat. 25:41.
De manera similar, Adán y Eva optaron por pecar. Aunque fueron creados perfectos, deliberadamente hicieron lo que era malo. Así, voluntariamente se hicieron esclavos del pecado, pues Jesús mismo explicó: “Todo hacedor de pecado es esclavo del pecado.” (Juan 8:34) Finalmente, fueron removidos del escenario, cuando Dios permitió que murieran como resultado de la imperfección que resultó del pecado.—Gén. 3:19; 5:5.
Sin embargo, el caso de nosotros es diferente. Nosotros también somos esclavos del pecado, pero no se debe enteramente a nuestra elección. Somos pecadores porque nacimos así, como si hubiéramos sido vendidos como esclavos aun antes de nacer. (Rom. 5:12; 7:14) Por eso, Jehová Dios, en su amor y sabiduría, ha hecho una provisión para que podamos dejar de ser esclavos al pecado, si realmente lo deseamos.
Resolviendo el problema
En sus tratos con la nación de Israel, Jehová mostró que él acepta el principio de recompra. Por ejemplo, si un israelita empobrecía y tenía que venderse como esclavo a una persona que no era israelita, un pariente cercano podía recomprarlo o pagar un rescate por él si su situación o condición se lo permitía. (Lev. 25:47-49) El precio se calculaba con exactitud hasta el último detalle, para que la recompra fuera enteramente justa.
Jehová también estableció el principio de equivalencia al tratar con la culpa por el pecado. Por ejemplo, si alguien deliberadamente causaba daño corporal a un compañero israelita, la justicia exigía que él sufriera la misma clase de daño. La ley indicaba específicamente que “alma [debería darse] por alma, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, marca candente por marca candente, herida por herida, golpe por golpe.”—Éxo. 21:23-25.
De modo similar, Dios permitiría el que se recomprara a la humanidad de la esclavitud al pecado, pero esto tendría que efectuarse de acuerdo con la justicia. El precio que habría de pagarse tendría que ser correcto, no trivial o insignificante, como si lo que fuera a recomprarse no tuviera verdadero valor. ¿Cuál era el precio? Bueno, considere lo siguiente. Lo que Adán perdió fue vida humana perfecta sin pecado junto con la perspectiva de vivir para siempre. Eso era muy valioso.
Nada de lo que el hombre posee tiene valor semejante. Hasta los hombres más acaudalados del mundo tienen que morir alguna vez. Todo el oro y la plata que ellos poseen no puede siquiera prolongar esta vida imperfecta, mucho menos comprar la vida eterna. El salmista inspirado dijo: “Ninguno de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un hermano, ni dar a Dios un rescate por él . . . para que todavía viva para siempre y no vea el hoyo.” (Sal. 49:7-9) Por eso, tenía que venir ayuda de fuera de la raza humana.
Fue inmediatamente después que Adán y Eva optaron por pecar en vez de obedecer cuando Dios reveló por primera vez su propósito de proveer esta ayuda. Predijo que vendría una “descendencia” que se opondría a la influencia de la criatura celestial inicua que había conducido a la humanidad al pecado. (Gén. 3:15) Por medio de revelaciones sucesivas, Dios identificó a la familia que produciría esta descendencia, o prole. Finalmente, estas revelaciones llegaron a enfocar en una pareja comprometida, José y María, que vivían en Palestina durante el tiempo del Imperio Romano.—Gén. 22:15-18; 49:10; Luc. 1:26-35.
Esta pareja llegó a saber que María habría de tener un hijo que desempeñaría un papel fundamental en remover de la creación de Dios la mancha del pecado. El ángel de Jehová informó a José en un sueño: “José, hijo de David, no tengas miedo de llevar a María tu esposa a casa, porque lo que ha sido engendrado en ella es por espíritu santo. Dará a luz un hijo, y tienes que ponerle por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mat. 1:20, 21) Por fin había llegado aquel que sí podía ‘redimir aun a un hermano.’
Jesús nació como hijo de María, y por lo tanto era verdaderamente un judío de la familia de David. Sin embargo, como se reveló más tarde, antes de ser humano él de hecho había tenido existencia en los cielos. Mediante el poder milagroso de Jehová, su vida había sido transferida a la matriz de María, para que el Hijo de Dios naciera como hombre. (Juan 1:1-3, 14) De esta manera, Jesús no heredó la tendencia al pecado que había perjudicado a toda la humanidad hasta aquel tiempo. Era perfecto, como lo había sido Adán. A diferencia de Adán, Jesús permaneció obediente. Por eso, fue un hombre que nunca pecó, un caso único en la historia de la humanidad. El apóstol Pedro dijo: “Él no cometió pecado, ni en su boca se halló engaño. “Pablo explicó que Jesús era “leal, sin engaño, incontaminado, separado de los pecadores.”—1 Ped. 2:22; Heb 7:26.
Por lo tanto, Jesús poseía lo único que era de igual valor a la vida humana perfecta: otra vida humana perfecta. Cuando murió, su muerte no fue “el salario que el pecado paga.” (Rom. 6:23) Jesús no merecía morir. Por lo tanto, cuando murió, sacrificó algo que era exactamente equivalente a la vida perfecta que Adán había perdido.—1 Tim. 2:6.
El efecto del sacrificio de Jesús fue precisamente lo opuesto al efecto del pecado de Adán. El apóstol Pablo dijo: “Así como en Adán todos están muriendo, así también en el Cristo todos serán vivificados.” (1 Cor. 15:22) Jesús pudo usar su vida humana perfecta como precio para comprar del pecado a la humanidad. “Él se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente inicuo sistema de cosas según la voluntad de nuestro Dios y Padre.”—Gál. 1:4.
Liberación del pecado
Así, pues, ¡ahora existe una salida para la humanidad! Se ha pagado un precio redentor. ¿Significa esto que ahora todo el mundo será automáticamente liberado de la esclavitud al pecado y restaurado a la perfección? En realidad, no. Jesús mismo explicó la manera en que obra esta provisión, al decir: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16) Sí, los que ejercen fe en Jesucristo, por medio de quien Dios hizo posible la provisión del rescate, disfrutarán de la vida eterna de la cual se han visto privados debido a la desobediencia voluntariosa de Adán.
Hasta en la actualidad los que realmente aceptan el sacrificio de Jesús obtienen beneficios. Por supuesto, todavía siguen siendo imperfectos. El tiempo de Dios para restaurar a la humanidad a la perfección humana literal aún no ha llegado. Pero si éstos, debido a la imperfección, llegan a cometer un pecado, esto no rompe irreparablemente la relación que tienen con su Padre celestial. El apóstol Juan escribió: “Les estoy escribiendo estas cosas para que no cometan un pecado. Y no obstante, si alguno comete un pecado, tenemos un ayudante para con el Padre, a Jesucristo, uno que es justo.” (1 Juan 2:1, 2) Sí, si debido a la imperfección caemos en el pecado, podemos orar a Dios sobre la base del sacrificio de Jesús con la confianza de que Jehová nos perdonará.—1 Juan 1:7-9.
¿Significa esto entonces que ya el pecado realmente no importa? Debido a esta provisión amorosa, ¿podemos cometer ahora cualquier pecado que deseemos con la seguridad de que se nos perdonará debido al sacrificio de Jesús? No; no es así de ninguna manera. Si queremos beneficiarnos de esta provisión, tenemos que demostrar la misma actitud de Jesús para con el pecado. Él ‘ama la justicia y odia el desafuero,’ y nosotros debemos hacer lo mismo. (Heb 1:9) Como Pablo, debemos ‘aporrear nuestro cuerpo y conducirlo como a esclavo’ para sobreponernos a la tendencia hacia pecar. (1 Cor. 9:27) Esto envuelve el comprender claramente lo que es el pecado y luchar por hacerle frente. Dios puede ayudarnos a hacer esto, y esto puede resultar en que pasemos por una verdadera transformación como personas.—Rom. 12:2.
Si, por el contrario, no luchamos contra nuestras tendencias pecaminosas, pudieran llegar a aplicar a nosotros las siguientes palabras del apóstol Pablo: “Porque si practicamos el pecado voluntariosamente después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectativa de juicio.”—Heb 10:26, 27.
Finalmente, los que demuestren que, a pesar de su carne imperfecta, verdaderamente desean dejar de ser esclavos del pecado, tienen una perspectiva más maravillosa aún. Se les promete la oportunidad de vivir en un nuevo orden donde el pecado será cosa del pasado. El pecado habrá sido completamente eliminado de la creación de Dios. Para ese tiempo, “no harán ningún daño ni causarán ninguna ruina en toda mi santa montaña; porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas están cubriendo el mismísimo mar.” (Isa. 11:9) El salmista inspirado nos promete que “el inicuo [o el pecador deliberado] ya no será.” Por el contrario, “los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz.”—Sal. 37:10, 11.
Todos los malos resultados del pecado —la enfermedad, la muerte, y el estar separados de Dios— serán cosas del pasado. (Rev. 21:3, 4) En cambio, el propósito de Dios para con la Tierra se cumplirá plenamente.—Mat. 6:9, 10.
Sí, gracias al sacrificio de rescate de Jesús la humanidad creyente tiene la maravillosa oportunidad de por fin salir de la esclavitud al pecado. Por lo tanto, estas palabras de estímulo del salmista son muy oportunas: “Apártate de lo que es malo y haz lo que es bueno, y por lo tanto reside hasta tiempo indefinido. Porque Jehová es amador de la justicia, y no dejará a sus leales. Hasta tiempo indefinido ciertamente serán guardados.”—Sal. 37:27, 28.
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¿Qué da verdadera tranquilidad mental?La Atalaya 1981 | 15 de marzo
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¿Qué da verdadera tranquilidad mental?
TRANQUILIDAD mental. ¿Quién puede hallarla en el mundo turbulento de hoy? Los terroristas frecuentemente ponen en peligro la vida de su semejante humano. Los refugiados recurren a huir de un país a otro. Las armas nucleares abundan y están apostadas como centinelas potencialmente mortíferos sobre toda la raza humana. La inflación consume rápidamente los fondos que se han ido acumulando, que a menudo representan ahorros de toda la vida. Si se agregan a estas preocupaciones las muchas “batallas” personales con problemas de salud, el dolor que resulta de la muerte de un ser querido —y las innumerables inquietudes que son comunes a la gente en todas partes— uno ciertamente se da cuenta de que la verdadera tranquilidad mental es escasa en la sociedad del día presente.
Pero, ¿dónde buscan muchas personas la seguridad y la tranquilidad mental que anhelan? Frecuentemente acuden a la posesión de dinero y de muchos bienes materiales. Sin embargo, ¿proporciona esto verdadera tranquilidad mental?
Podría parecer que sí. Pero sin ruido que lo delate —de manera casi imperceptible— el valor de las cosas materiales va disminuyendo con el transcurso de los años. Por ejemplo, tal vez un hombre adinerado posea mucha ropa costosa. Pero, ¡qué insensato es dar demasiada importancia a la ropa que uno tiene! Un insecto de cuatro alas —particularmente cuando está en su forma larval— puede hacer estragos en ropa de alto valor. Sí, la polilla puede constituir una amenaza y, por lo menos hasta cierto grado, puede privar a uno de su sentido de seguridad y de su supuesta tranquilidad mental. De hecho, aun si la ropa no sufre los estragos de las polillas, sí se gasta, o un ladrón puede robársela.
Un tesoro “que nunca falla”
Isaías, profeta de Dios, mostró que lo que aguardaba finalmente a sus enemigos porfiados sería comparable a lo que sucede a una prenda de vestir gastada o apolillada. Pero, en el mismo contexto, Isaías señaló a la fuente verdadera de seguridad y de tranquilidad mental, al decir: “¡Miren! El Señor Soberano Jehová mismo me ayudará. ¿Quién hay que pueda pronunciarme inicuo? ¡Miren! Todos ellos, cual prenda de vestir, se gastarán. Una mera polilla se los comerá.”
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