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  • El ‘yo-ísmo’ nos hace víctimas a todos
    ¡Despertad! 1979 | 8 de octubre
    • los primeros en quejarse en cuanto al robo o al asalto en su vecindario.”

      ¿A quién puedo demandar?

      Se calcula que en un solo año se entablaron en los Estados Unidos más de siete millones de juicios. Estos vienen como una avalancha que entierra los tribunales. Muchos son juicios legítimos, muchos son frívolos, muchos son avarientos. Es una epidemia de ‘demanda impulsiva,’ como la llamó un jurista. Los pacientes demandan a los médicos, los clientes demandan a los abogados, los estudiantes demandan a los maestros, los trabajadores demandan a los patronos, los marchantes demandan a los fabricantes, la gente demanda a la gente. Hasta afecta a la familia: “Los hijos arrastran a los padres al tribunal, mientras que los esposos y las esposas se demandan unos a otros, los hermanos demandan a hermanos, y amigos demandan a amigos,” como leemos en un artículo que fue publicado por U.S. News & World Report, 4 de diciembre de 1978.

      El artículo alista algunos casos a fin de mostrar los extremos a los cuales ha llegado el impulso de demandar. Un anterior estudiante pide 853.000 dólares por daños y perjuicios de la Universidad de Michigan, en parte debido a la angustia mental que sufrió cuando obtuvo una calificación de “D” en alemán cuando esperaba una calificación de “A.” Un preso escapó, y al ser atrapado demandó al alguacil y los guardas por un millón de dólares por dejarlo escapar, debido a que se le añadió tiempo adicional a su sentencia por haberse escapado. Una madre demandó a los funcionarios por 500.000 dólares debido a que no le permitieron que amamantara a su bebé al lado de una piscina pública de poca profundidad. Un joven demandó a sus padres por 350.000 dólares acusándolos de no haberlo criado apropiadamente y que debido a eso a él ahora no le es posible congeniar con la sociedad. Los padres de una niña entablaron una demanda cuando su hija se rompió el dedo al tratar de recoger una bola alta en un juego de pelota en la escuela, afirmando que el instructor no le había enseñado a la joven cómo recoger la pelota apropiadamente.

      Los expertos sostienen que “el espectro de la litigación está debilitando la productividad, la facultad inventiva y el impulso humano, pues produce ‘un temor a obrar’ en muchos segmentos de la sociedad.” Además, se cree que estas demandas continuarán corroyendo las relaciones personales y las instituciones que han contribuido a mantener unida a la sociedad.

      Así, la gente desea hacer como le place, pero quiere que otros paguen las consecuencias. Desea cometer toda clase de locura y excesos, pero que otros paguen los problemas resultantes. Este es el mandato del yo-ísmo. Todo el mundo es víctima de él.

  • ¿Pecado?... ¿qué es eso?
    ¡Despertad! 1979 | 8 de octubre
    • ¿Pecado?... ¿qué es eso?

      “Abajo con la alucinación de la culpa,” dijo un defensor del YO. La pura verdad es que, los que no sienten culpa están enfermos.

      ¿PUEDE ponerse fin al pecado haciendo una proclamación en ese sentido? Eso sería como poner fin a la fiebre rompiendo el termómetro, como poner fin a la delincuencia deshaciéndose de todas las leyes. El desechar el Libro que define el pecado no remueve el pecado. Hasta sin la Biblia el pecado existe y hay noción de él. Hablando acerca de los que no están familiarizados con las leyes de Dios, la Biblia dice:

      “Cuando los . . . que no tienen Ley, hacen espontáneamente lo que ella manda, aunque la Ley les falte, son ellos su propia Ley; y muestran que llevan escrito dentro el contenido de la Ley cuando la conciencia aporta su testimonio y dialogan sus pensamientos condenando o aprobando.”—Rom. 2:14, 15, Nueva Biblia Española.

      Prescindiendo de las afirmaciones que se hagan, uno sirve a quien quiera o cualquier cosa que siga: “Esclavos sois de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, sea de la obediencia para justicia.”—Rom. 6:16, Besson.

      El pecado y la culpa existen en las vidas imperfectas de todos nosotros. El obrar como la mujer de Proverbios 30:20 no altera ese hecho: “Aquí está el camino de la mujer adúltera: ha comido y se ha limpiado la boca y ha dicho: ‘No he cometido mal alguno.’” La generación actual del Yo imita la negación de ella a ver el pecado y la culpa. Tal como dice la cubierta del libro Whatever Became of Sin? (¿Qué habrá sido del pecado?), escrito por el Dr. Karl Menninger: “La palabra ‘pecado’ casi ha desaparecido de nuestro vocabulario, pero el sentido de culpa permanece en nuestro corazón y mente.”

      El valor de la culpa

      “Algunas personas,” dice el sicoanalista Willard Gaylin, “nunca han experimentado el sentimiento de culpabilidad. Sin embargo, esas personas no son las afortunadas, ni tampoco somos nosotros afortunados por tenerlas entre nosotros. El no sentir culpa es la falla básica de la persona sicópata o antisocial.” Gaylin está en desacuerdo con los gurus del yo-ísmo, quienes dicen que la culpa es una emoción inútil. “La culpa,” dice él, “no solo es una experiencia singularmente humana; su cultivación en la gente —junto con la vergüenza— sirve los rasgos más nobles, más generosos y humanos que distinguen a nuestra especie.”

      En nuestro fuero interno formamos una identidad o modelo de nosotros mismos. Nos identificamos con este modelo interno. Llega a ser nuestra norma o ideal contra el cual nos medimos, ya sea aprobando o desaprobando. Edificamos ese modelo por medio de la asociación con nuestros padres y sus enseñanzas o ejemplos. Otras personas a quienes respetamos o admiramos contribuyen a este ideal interno que está creciendo en nuestro interior. Los principios que observamos o estudiamos contribuyen a él. Si estudiamos la Biblia este modelo o ideal se amolda al de Jehová Dios, pues la Biblia refleja los principios que se encuentran en Dios, como los de justicia, amor, sabiduría, poder, trabajo, tener propósito, y muchos otros. Mientras más nos acercamos a vivir en armonía con esta norma recta dentro de nosotros, más nos podemos respetar, sí, hasta amarnos.

      Sin embargo, cuando no nos elevamos a la altura de este ideal interior, sentimos culpa. ¿Es esto útil? Acerca de este punto, el sicoanalista Gaylin dice:

      “La culpa no es una emoción ‘inútil,’ es la emoción que moldea gran parte de nuestra bondad y generosidad. Nos señala cuando hemos transgredido códigos de comportamiento que deseamos sostener personalmente. El sentirnos culpables nos informa que no hemos obrado en armonía con nuestros propios ideales.”

      La conciencia nos hace únicos en nuestro género

      De todas las criaturas terrestres, el único que tiene conciencia es el ser humano. La base para el funcionamiento de ésta son las normas o ideales que tenemos dentro. Si estudiamos la Biblia y llegamos a ser como Dios, podemos dejar que nuestra conciencia sea nuestra guía sin correr riesgo alguno. Si nuestra conducta no llega a la altura de la voluntad de Dios, la conciencia nos remuerde, y nos sentimos culpables.

      Los animales no tienen una conciencia que les haga sentirse culpables. Los perros pudieran dar la apariencia de sentirse culpables cuando han desobedecido, pero esto solo es el temor a nuestro desagrado. Pero la conciencia hace que la gente escudriñe su conducta. “Su conciencia da testimonio con ellos y, entre sus propios pensamientos [en cuanto a lo que ellos deberían ser], están siendo acusados o hasta excusados.”—Rom. 2:15.

      En sus esfuerzos por ‘acabar con la alucinación de la culpa,’ la gente endurece su conciencia a fin de hacerla insensible, callarla. Llegan a estar “marcados en su conciencia como si fuera con hierro de marcar.” También tienen que tratar de reemplazar su anterior ideal interno con un nuevo ideal, uno con normas inferiores o carente de normas. Es un regreso a la antiquísima inmoralidad, pero disfrazada y endulzada como “la nueva moralidad.” Al hacer esto, “tienen contaminada tanto su mente como su conciencia.”—1 Tim. 4:2; Tito 1:15.

      Debemos retener la valiosa habilidad de sentir culpa. A fin de hacer eso, “tengan una buena conciencia.” Si la conciencia está débil, no la contamine por medio de obrar contrario a ella, sino fortalézcala por medio de llevar a la madurez cristiana la “persona secreta del corazón,” que se basa en la Palabra de Dios.—1 Ped. 3:4, 16; 1 Cor. 8:7.

      Enfréntese a sus sentimientos de culpa

      “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios,” a la imagen de quien fue creado el hombre. (Rom. 3:23; Gén. 1:27) Por lo tanto, todos tienen causa para sentirse culpables. Los que no se sienten culpables están escondiéndose sin buen éxito, como el avestruz que mete la cabeza en la arena.

      Los primeros dos seres humanos se sintieron culpables cuando pecaron, y se escondieron. Cuando se les halló y se les confrontó, hicieron como hacemos muchos de nosotros: trataron de echarle la culpa a otra persona. El registro declara: “Pasó el hombre a decir: ‘La mujer que me diste para que estuviese conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí.’ Con eso Jehová Dios le dijo a la mujer: ‘¿Qué es esto que has hecho?’ A lo cual respondió la mujer: ‘La serpiente... ella me engañó y así es que comí.’”—Gén. 3:12, 13.

      Se dice que a la miseria le gusta la compañía. La culpa está aún más deleitada con la compañía... ¡mientras más mejor! El Dr. Menninger escribió:

      “Si se puede hacer que un grupo de personas comparta la responsabilidad por lo que sería un pecado si un individuo lo hiciera, la carga de la culpa rápidamente se levanta de los hombros de todos los interesados. Otros quizás acusen, pero la culpa compartida por muchos se evapora para el individuo.”—Whatever Became of Sin?, pág. 95.

      ¿A qué puede llegar esto con el tiempo? Sobre “el pecado de la guerra,” dice él: “Todos los comportamientos que ordinariamente se consideran como criminales y/o pecaminosos de súbito son sancionados... el asesinato, la mutilación criminal, el incendio premeditado, el robo, el engaño, la violación de la propiedad, el sabotaje, el vandalismo, y la crueldad.”—Pág. 101.

      Menninger pasa a pintar el pecado más vívidamente y hace las siguientes preguntas:

      “El cuadro de un niño que grita al quemarse o de una mujer medio despedazada o destripada nos da una sacudida y nos repugna, aunque se nos ahorra el tener que oír el sonido de los gritos y gemidos. No somos testigos del dolor de la madre desconsolada. No sabemos nada del desespero, la desesperanza, la pérdida de todo. No vamos con ellos a los hospitales y observamos sus heridas horribles, quemaduras agonizantes, miembros despedazados. Y todo esto solo es un pequeño punto en un gran mapa de millones de personas. No se puede describir. No se puede captar. No se puede imaginar.

      “Pero ¿quién es responsable de este mal? Seguramente es pecaminoso, ¿pero de quién es el pecado? Nadie desea que se le atribuya la responsabilidad. Alguien le dijo a alguien que le dijera a alguien que le dijera a alguien que hiciera tal y tal cosa. Alguien decidió lanzarlo y alguien concordó en pagar por ello. ¿Pero quién? ¿Y cómo voté yo? . . . A veces me parece que las únicas personas que son completa y consistentemente morales son las que rehúsan participar.”—Págs. 102, 103.

      ¡Enfréntese a sus propias culpas!

      La honradez exige que cada uno de nosotros se enfrente a su pecado y culpa. La salud mental requiere que nos libremos de ello. Jehová nos provee el modo de hacerlo.

      La Palabra de Dios señala el único modo adecuado de arreglárselas con el pecado. Enfréntese a él: “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado,’ a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros.” (1 Juan 1:8) “El que está encubriendo sus transgresiones no tendrá éxito.” (Pro. 28:13) Confiese su pecado a Dios: “Dije: ‘Haré confesión acerca de mis transgresiones a Jehová.’” (Sal. 32:5) El perdón sigue a la confesión: “Si confesamos nuestros pecados [a Dios], él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados.” (1 Juan 1:9) La culpa entonces desaparece: El perdón de Dios viene por medio de Cristo, y ese perdón “limpiará nuestra conciencia de obras muertas.” (Col. 1:14; Heb. 9:14) Entonces nuestras conciencias ya no sienten culpa.

      De modo que, enfréntese a su pecado, reconózcalo, confiéseselo a Dios, busque el perdón de su pecado. A veces pudiera seguir el castigo, pero a menudo tras la confesión viene el perdón y eso termina el asunto.

      La generación del Yo trata de descartar la culpa negando el pecado. En sentido literal pecar significa “errar la marca.” La “nueva moralidad” de estos individuos ciertamente ha errado la marca, como lo muestran sus frutos. Los sicólogos que se especializan en el comportamiento presentan el argumento de que no tomamos decisiones personales y por lo tanto no tenemos responsabilidad, pero eso es igual que esconder el polvo debajo de la alfombra, en vez de barrerlo. Es una sicología en que nadie es responsable: a nadie debe culparse, nadie es culpable, nadie está pecando. Es la clase de jerga sicológica que adoptan los yo-primero y detrás de la cual se esconden, preguntando con cejas arqueadas: “¿Pecado? ¿Qué es eso?”

      Es sicología sana reconocer el pecado y enfrentarse a él. La Palabra de Dios es la clave que nos permite hacer esto. Esta muestra que debemos tener debido respeto por nosotros mismos, debemos mostrar consideración por otros, y, sobre todo, debemos amar a nuestro Creador Jehová Dios y aceptar sus principios como nuestra guía. El artículo siguiente desarrolla estos puntos.

  • Hay que: estar consciente de Dios, estar consciente de otros, estar consciente de uno mismo
    ¡Despertad! 1979 | 8 de octubre
    • Hay que: estar consciente de Dios, estar consciente de otros, estar consciente de uno mismo

      “Tienes que amar a Jehová tu Dios . . . Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.”—Mar. 12:30, 31.

      TENEMOS que vernos como somos, la manera en que se nos ha hecho, lo que la historia ha revelado acerca de nosotros. ¿Qué proceder ha resultado práctico, provechoso?

      Somos carnales, pero también tenemos un lado espiritual. ¿Hemos de ser como los hedonistas, quienes siempre complacen la carne? ¿O como los ascéticos, que castigan la carne para exaltar el espíritu?

      Por supuesto, la Biblia no favorece el hedonismo. Y contrario a los ejemplos de algunas religiones, la Biblia tampoco favorece el ascetismo: “Cierto, tiene fama de sabiduría, con su fervor obligado, su mortificación de uno mismo, y su severidad

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