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¿Ha cometido usted el pecado imperdonable?La Atalaya 1964 | 15 de marzo
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¿Ha cometido usted el pecado imperdonable?
A VECES la Sociedad Watch Tower recibe cartas de cristianos dedicados que están deprimidos, desalentados y llenos de ansiedad. Tienen un sentido exagerado de culpabilidad y sentimientos de extremada indignidad y de fuerte condenación propia. Plagados de una conciencia culpable, se preguntan si hay alguna esperanza para ellos. En suma, creen haber cometido el pecado imperdonable.
Que hay tal cosa como pecado imperdonable las Escrituras lo muestran claramente. Dijo Jesucristo en cierta ocasión: “Toda suerte de pecado y blasfemia será perdonada a los hombres, pero la blasfemia contra el espíritu no será perdonada.” De manera semejante uno de sus seguidores escribió: “Es imposible tocante a los que una vez por todas han sido iluminados” plenamente, “pero que han caído en la apostasía, revivificarlos otra vez al arrepentimiento, porque de nuevo fijan en el madero al Hijo de Dios para sí mismos.” “Si practicamos el pecado voluntariosamente después de haber recibido el conocimiento exacto de la verdad, no queda ya sacrificio alguno por los pecados, sino que hay cierta horrenda expectativa de juicio.” Sí, como dice otro escritor bíblico, “hay un pecado que sí incurre en muerte,” y por éste no hemos de orar.—Mat. 12:31; Heb. 6:4-6; 10:26, 27; 1 Juan 5:16.
Por supuesto, solo Dios mismo que es el Juez sabe si cierto cristiano ha cometido el pecado imperdonable o no. Pero lo más probable es que el mismísimo hecho de que el cristiano esté tan preocupado y profundamente perturbado acerca de ello sea una indicación de que no ha cometido el pecado imperdonable, especialmente si está abrumado de aflicción y está arrepentido en cuanto a su pecado.
Una breve consideración de ejemplos bíblicos de pecados imperdonables y pecados que fueron perdonados debe resultar esclarecedora y confortante. Por éstos llegará a ser manifiesto que no es tanto un asunto de qué clase de pecado es como del motivo o condición de corazón, el grado de negligencia y voluntariedad envuelto, lo que determina si es perdonable o no. Estos ejemplos muestran que es el que voluntariosamente hace una práctica del pecado después de conocer la verdad cuyos pecados son imperdonables. Provechoso también debe ser considerar lo que puede hacer el que ha tropezado en el pecado para recobrar su equilibrio espiritual y gozo en Dios.
El pecado de los clérigos judíos en el día de Jesús de oponerse a él fue un pecado imperdonable. Vieron el espíritu santo de Dios funcionando en Jesús mientras hacía el bien, ejecutando milagros para la bendición del hombre y honra de Dios, pero por razones egoístas maliciosamente atribuyeron este poder a Beelzebub, Satanás el Diablo. Con eso blasfemaron contra el espíritu santo de Dios, un pecado que no podía ser perdonado, “ni en el presente sistema de cosas ni en el venidero.”—Mat. 12:22-32.
El pecado de Judas igualmente fue imperdonable; fue deliberadamente un pecado egoísta. De hecho, el traicionar a su Maestro solo fue la culminación de un derrotero de hipocresía y falta de honradez. Había sido ladrón, había estado robando el tesoro que se había confiado a su cuidado. Cuando vio que María ungía a Jesús con perfume muy caro, Judas se quejó, y Jesús lo hizo callar. Después, por ojeriza egoísta, Judas se dirigió a los gobernantes y concertó traicionar a Jesús por treinta piezas de plata. Con razón Jesús dijo que hubiera sido mejor que Judas no hubiese nacido, y lo llamó “el hijo de destrucción.” Cuando Judas vio las consecuencias de su vileza sintió remordimiento, pero no pudo revivificarse al arrepentimiento debido a su continuo derrotero egoísta y la voluntariedad deliberada de su acto.—Mat. 26:6-16; Mar. 14:21; Juan 12:1-8; 17:12.
Tales pecados imperdonables subsisten en contraste notable con los que Dios perdonó. Por eso, el pecado penoso de David fue perdonado—aunque hay que recordar que no fue sin castigo—a causa de sus largos años de servicio fiel, porque su arrepentimiento fue sincero y por causa del pacto de Dios con él. Por razones semejantes fue perdonado el pecado de Pedro de negar a su Maestro. Él había sido honrado en su servicio a su Maestro—no como Judas—y su pecado se debió a debilidades carnales y por eso arrepentimiento y perdón también le fueron concedidos a él.—2 Sam. 12:7-14; Sal. 51:1-19; Mat. 19:27; 26:69-75.
SUPLICANDO PERDÓN
En vista de los ejemplos susodichos de pecados que Dios perdonó y los que no perdonó, el cristiano sinceramente arrepentido puede venir a Dios y suplicar con confianza el perdón, y eso por varias razones bíblicas sólidas:
Puede suplicar teniendo como base para ello el pecado heredado, como lo hizo David: “¡Mira! . . . en pecado me concibió mi madre.” Puede suplicar perdón también teniendo como base su registro pasado de servicio fiel. Además, puede suplicar teniendo como base la misericordia de Dios: “Tú eres un Dios de hechos de perdón, bondadoso y misericordioso.” El nombre de Dios es otra base para suplicar: “A causa de tu nombre, oh Jehová, debes aun perdonar mi error, porque es considerable.” Estrechamente relacionada con lo susodicho está otra súplica que hizo David: “Líbrame de la culpabilidad por sangre, oh Dios . . . para que mi lengua pueda hablar gozosamente acerca de tu justicia.” Y particularmente el sacrificio de rescate de Jesús es una base para que el cristiano suplique a Dios por perdón: “Por medio de él tenemos la liberación por rescate mediante la sangre de ése, sí, el perdón de nuestras ofensas.”—Sal. 51:5; Neh. 9:17; Sal. 25:11; 51:14; Efe. 1:7.
Si un cristiano que ha pecado se siente incapaz de orar porque su pecado lo ha hecho espiritualmente enfermo, entonces, ¿qué? “Que mande llamar a los hombres de mayor edad de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También, si hubiere cometido pecados, se le perdonará.”—Sant. 5:14, 15.
Aun si el pecado es de índole tan seria que se necesite la expulsión, eso no significa que el pecado sea imperdonable. Sin embargo, para asegurarse del perdón de Dios el individuo tiene que cumplir con sus reglas por medio de confesar también su pecado a los encargados de su congregación y someterse voluntariamente a ser castigado. El hecho de que tales pecados son perdonables se desprende de las palabras del apóstol Pablo en cuanto a un individuo que se descarrió a ese grado: “Esta reprensión dada por la mayoría es suficiente para tal hombre, de modo que, al contrario ahora, deben perdonarlo bondadosamente y consolarlo, para que de un modo u otro tal hombre no sea tragado por estar demasiado triste.”—2 Cor. 2:6-8.
A menudo una condición de agotamiento físico, quizás debida a demasiada escrupulosidad, se halla en el fondo de la ansiedad en cuanto a si se habrá cometido el pecado imperdonable. Por eso, jamás deje que el Diablo lo desanime a usted para que usted desista de servir a Dios y de hacer lo que es lo correcto a causa de imaginarse que usted ha cometido el pecado imperdonable. Los caminos de Jehová no solo son justos sino también sabios y, sobre todo, amorosos. Ciertamente si no se complace con la muerte de los inicuos no se complace tampoco con la pérdida de un siervo suyo. Por eso siga alimentándose de la Palabra de Dios, especialmente de porciones confortantes como el Salmo 103, asóciese con sus hermanos cristianos y participe en la obra de Dios al grado de su habilidad y oportunidades. Procediendo así, usted llegará a ser fuerte en la fe, esperanza y amor y estar libre de cualquier temor de haber cometido el pecado imperdonable.—1 Cor. 13:13.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1964 | 15 de marzo
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Preguntas de los lectores
● Según la Biblia en Deuteronomio 22:23-27, una muchacha israelita que estuviera comprometida y fuera amenazada con violación tenía que gritar. ¿Cuál es la posición de una mujer cristiana hoy día si se enfrenta a una situación similar? ¿Debe ella gritar aun si el atacante amenaza su vida con un arma?—M. U., EE. UU.
Según la ley de Dios una muchacha israelita estaba bajo obligación de gritar: “En caso de que hubiera una muchacha virgen comprometida con un hombre y un hombre la ha encontrado en la ciudad y se ha acostado con ella, ustedes también deben sacar a los dos a la puerta de esa ciudad y lapidarlos con piedras, y ellos tienen que morir, la muchacha por razón de que no gritó en la ciudad, y el hombre por razón de humillar a la esposa de su semejante.” No obstante, si el ataque ocurriera en un campo y la mujer gritara y así tratara de escaparse de su atacante, no se le había de apedrear, puesto que ella había sido vencida por fuerza y no hubo quien la rescatara.—Deu. 22:23-27.
¿Pero supóngase que el hombre tuviera un arma y amenazara con matar a la muchacha si ella no se acostara con él? Estos textos no debilitan el argumento ni alteran la situación citando alguna circunstancia que justificara el que ella no gritara. Dice claramente que debe gritar; por lo tanto, oponerse al ataque sin importar las circunstancias. Si se le venciera y quizás se le hiciera caer inconsciente por un golpe y se le violara antes de que viniera ayuda en contestación a sus gritos, no se le podría considerar con responsabilidad de culpa a ella. El pensamiento de los textos es, aparentemente, que los gritos de la muchacha, al atraer la atención de los vecinos, asustarían a su asaltante y la salvarían, aunque él amenazara su vida por no ceder calladamente a sus ansias y deseos apasionados.
Estos precedentes bíblicos se pueden aplicar a los cristianos, quienes están bajo el mandato: “Huyan de la fornicación.” (1 Cor. 6:18) Así, si una mujer cristiana no grita y no hace todo esfuerzo por escapar, se le consideraría como quien consintió en la violación. La cristiana que desea mantenerse limpia y obedecer los mandamientos de Dios, pues, si se enfrenta a esta situación hoy día, tiene que ser valerosa y hacer lo que sugieren las Escrituras y gritar. En realidad este consejo es para bien de ella; pues, si se sometiera a los deseos apasionados del hombre, no solo estaría consintiendo a la fornicación o el adulterio, sino que sería plagada por la vergüenza. Habría vergüenza, no solo por lo repugnante de la experiencia, sino también por haber sido obligada por amenaza a quebrantar la ley de Dios teniendo contacto sexual con alguien que no era un compañero legal de matrimonio. No solo eso, sino que ella pudiera llegar a ser una madre no casada, o pudiese contraer una terrible enfermedad de su atacante de moral degenerada.
Es cierto que la mujer se enfrenta a la posibilidad de que su atacante ejecute su amenaza; pero, de todos modos, ¿qué garantía tiene ella de que un criminal desesperado como ése no la mataría después de satisfacer su pasión? De hecho, tal hombre, quizás ya buscado por la ley, más probablemente la mataría después del ataque, puesto que entonces ella habría tenido mayor oportunidad de identificarlo y por lo tanto estaría en mejor posición para suministrar una descripción de él a las autoridades. En ese caso, el seguir el consejo bíblico de gritar pudiera muy bien salvar la vida de la mujer al atraer atención y hacer que el atacante huyera al principio, en vez de hacer que él pensara que debería librarse de su víctima por temor de ser identificado más tarde.
En la mayoría de los casos, sin duda el asunto es uno de no dejarse intimidar por una amenaza falsa del asaltador, pues los gritos de la muchacha pudieran resultar en su arresto por intento de violación. También, si él ejecutara su amenaza y cometiera asesinato, se enfrentaría a la probabilidad de ser detenido y convicto por este delito de mayor seriedad. Por supuesto, hay la posibilidad de que, en vez de
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