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Guárdese de pensamientos no amablesLa Atalaya 1973 | 15 de diciembre
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Guárdese de pensamientos no amables
¿HA OÍDO usted expresiones como: “¡No creo una sola palabra de ello!” o, “¿Quién se cree que es ella?” o, “Eso no es tan maravilloso. Yo mismo podría haberlo hecho mejor”? Sin duda todos nosotros las hemos oído, ¡y sin embargo cuánto mejor sería si tales cosas no se dijeran! O, aun mejor, ¡si uno ni siquiera tuviera tales pensamientos no amables!
¿Qué hace que algunos tengan pensamientos no amables acerca de otros? Bueno, quizás otra persona esté recibiendo atención indebida, o quizás esté recibiendo mucha alabanza. O pudiera ser que otra persona revele ansiedad de atención y alabanza. De modo que quizás en la reacción de uno a la situación esté envuelto un dejo de envidia.
La Biblia contiene mucha excelente admonición para salvaguardarnos de tales rasgos desamorados. Nos aconseja a restringir nuestra lengua, pero también muestra la necesidad de guardar nuestros pensamientos. Aunque no se expresen en palabras, los pensamientos no amables, no obstante, pueden causar daño. Tienden a deteriorar las relaciones con otros. También pueden causar daño a aquel que los piensa. Esto se debe a que lo que afecta la mente también afecta al cuerpo.
Entre los pensamientos no amables de los que deberíamos guardarnos están los que muestran sospecha indebida. ¿Por qué? Bueno, considere un ejemplo. La Biblia relata las sospechas injustificadas de los príncipes de un pueblo conocido como los amonitas. Este pueblo, aunque con frecuencia atacaba a los israelitas, jamás había sido atacado por ellos, porque Israel había recibido instrucciones específicas de Jehová Dios de no atacarlo. (Deu. 2:19) Sin embargo, cuando el rey David de Jerusalén envió mensajeros para comunicarles su pésame, debido a la muerte de su rey, esos príncipes acusaron a los mensajeros de ser espías y los humillaron en gran manera. Sus sospechas hasta los hicieron sobornar a una nación vecina para que se uniera a ellos en guerra contra Israel. Al fin pagaron por sus sospechas injustificadas al ser derrotados y llegar a ser súbditos de Israel. Podemos aprender de su experiencia.—1 Crónicas 19:1 a 20:3.
Al tratar con amigos, parientes, asociados allegados y, en particular, con compañeros cristianos, es mejor confiar en otros. Aunque surjan problemas, asuma que son inocentes en vez de ser culpables. Es mejor quedar desilusionado de vez en cuando que sospechar indebidamente, como si todos estuvieran listos para aprovecharse de uno. Muchos esposos y esposas hacen infeliz su vida debido a sospechar indebidamente el uno del otro. ¡Cuánto más feliz sería su matrimonio si se propusieran pensar de manera amable el uno del otro!
Especialmente en lo que toca a nuestro modo de ver los motivos de otras personas deberíamos estar en guardia contra el tener pensamientos no amables. No olvide que fue el Diablo mismo el que primero acusó a otros de motivos egoístas, haciéndolo sin justificación. Empezó su derrotero inicuo teniendo pensamientos no amables acerca de Dios, lo cual resultó en que calumniara al Creador. (Gén. 3:1-5) Más tarde puso en tela de juicio los motivos de todos los siervos de Dios. ¿En qué ha resultado esto? Él hace todo cuanto puede para probar que sus sospechas están bien fundadas. Y eso, nótese, es otra razón para no sospechar indebidamente; siempre hay el peligro de tratar de probar que las sospechas de uno están bien fundadas, y así convertirse uno en adversario de otros.—Rev. 12:10.
Los pensamientos no amables también resultan de ser muy criticones, esperando demasiado de otros. Es bueno comprender que lo que quizás nos parezca pequeño e insignificante a nosotros puede representar una gran victoria o logro de parte de otro. En hogares donde hay “brecha entre generaciones,” ¿no se debe en gran manera a que los padres están criticando demasiado a sus hijos, y los hijos están criticando demasiado a sus padres? Ellos podrían aprender mucho del proverbio turco: “Aquel que busca un amigo sin defecto se quedará sin ninguno.”
Especialmente hay necesidad de que los viajeros se cuiden de pensamientos no amables, indebidamente criticones cuando visiten países extranjeros. Es posible que las escenas y las costumbres extrañas hagan que uno compare desfavorablemente lo que ve con las condiciones en su propio país. En cambio, ¿no sería mejor ejercer empatía, poniéndose uno en el lugar de otros, por decirlo así? Al proceder así, uno podrá ser indulgente, reconociendo a qué grado la gente es víctima de las circunstancias. Teniendo el punto de vista correcto, uno sinceramente puede admirarlas por lo que pueden lograr en las condiciones existentes.
Aprenda a disfrutar de lo que otros hacen al notar sus puntos buenos en vez de estar demasiado consciente de sus faltas. No sea como la persona tonta que, notando que un orador repetía cierta expresión, se puso a contar cuántas veces la usaba el orador. ¡Cuánto más se habría beneficiado del discurso si se hubiera concentrado en los argumentos presentados y si hubiera apreciado la sinceridad del orador!
Por eso, para su propio bien y en el interés de las buenas relaciones con otras personas, guárdese de pensamientos no amables. En cambio, preste atención al consejo inspirado: “Finalmente, hermanos, cuantas cosas sean . . . amables, cuantas sean de buena reputación, cualquier virtud que haya y cualquier cosa que haya digna de alabanza, continúen considerando estas cosas.”—Fili. 4:8.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1973 | 15 de diciembre
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Preguntas de los lectores
● Si un cristiano comete adulterio, se arrepiente y confiesa su pecado al comité judicial de la congregación cristiana, ¿también tiene que dar a conocer su adulterio a su cónyuge aunque esto lastime al cónyuge profundamente?—EE. UU.
Sí, el cristiano está obligado a dar a saber su transgresión al cónyuge inocente antes que los miembros del comité judicial puedan reconocer como genuino su arrepentimiento declarado. El adulterio es una contaminación del lecho conyugal y es de suficiente seriedad como para permitir que el cónyuge inocente obtenga un divorcio y esté libre de acuerdo con la Biblia para contraer segundas nupcias. (Mat. 19:9) Por consiguiente, el cónyuge inocente tiene todo derecho de saber lo que ha sucedido.
En realidad, no es la confesión, sino el adulterio lo que lastima al cónyuge inocente. Por esta razón el cónyuge adúltero debería haber considerado seriamente los malos efectos del adulterio con anticipación y no haber cedido a la tentación. Después de haberse cometido el adulterio es demasiado tarde para ponerse a pensar en cuanto a proteger de daño al cónyuge inocente.
Aunque el cónyuge inocente naturalmente se sentiría lastimado al enterarse del adulterio, esto no necesariamente significa el fin del matrimonio. Al oír la confesión sincera y súplica por perdón, él o ella quizás decida perdonar al cónyuge adúltero. Además, la confesión suministra la oportunidad para que tanto el esposo como la esposa echen un vistazo serio a su matrimonio y consideren lo que pudiera hacerse para lograr mejoramiento y evitar una repetición del mal. Quizás el cónyuge inocente hasta haya contribuido a la infidelidad de su cónyuge. Si, por ejemplo, la esposa ha privado deliberadamente a su esposo del débito conyugal, ella tendrá que asumir cierta responsabilidad por lo que ha sucedido. Ella no se halla del todo sin culpa desde el punto de vista de Dios, pues la Biblia exhorta: “Que el esposo rinda a su esposa lo que le es debido; pero que la esposa haga lo mismo también a su esposo. . . . No estén privándose de ello el uno al otro, a no ser de común acuerdo por un tiempo señalado,
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