Lo más barato y sin embargo lo más costoso
ERA un inmigrante italiano que se había radicado en el área metropolitana de Nueva York. Un sábado por la tarde, al mirar lo que se exhibía en una tienda de libros de segunda mano, notó sobre una mesa una pila de libros que se ofrecían por sólo un centavo cada uno. Al examinarlos vió uno que tenía título religioso: “El harpa de Dios,” lo compró, lo llevó a casa y lo leyó. ¿El resultado? Se interesó tanto en su mensaje que en sólo unos meses se puso de parte de Dios, cuyo nombre es Jehová, se bautizó y ahora durante más de veinte años ha sido un testigo cristiano activo y feliz. ¿Todo por un centavo?
Sí—y no; y aquí es que puede decirse que la verdad de la Palabra de Dios es, paradójicamente, tanto el más barato como el más costoso artículo sobre la faz de la tierra. Por una parte la verdad es tan barata que literalmente nadie, sea niño o indigente, es demasiado pobre para procurarla. Así, en la asamblea internacional “Voluntad divina” que los testigos de Jehová celebraron desde el 27 de julio hasta el 3 de agosto de 1958, cualquiera podía asistir gratis al estadio Yanqui o al Polo Grounds desde la mañana hasta la noche, participando del banquete espiritual sin pagar y sin que se le pidiese que contribuyera un centavo. Lo mismo es verdad respecto a los miles de Salones del Reino a través del mundo, en los cuales se celebran cada semana una conferencia bíblica para el público y otras cuatro reuniones religiosas. Esta revista misma, La Atalaya, siempre se le ha ofrecido gratis a todo estudiante sincero de la Biblia que no pueda pagar la tarifa de suscripción. Más que eso, centenares de miles de sinceros buscadores de la verdad bíblica tienen estudios semanales en sus propios hogares sin que les cueste nada. Sí, la verdad es tan barata que nadie es demasiado pobre para obtenerla.
Al mismo tiempo la verdad es el artículo más costoso que hay sobre la faz de la tierra; tan costoso que, con mucho, la mayoría de la gente no se interesa en ella en lo más mínimo. ¿Cómo se explica eso? El adquirir un entendimiento y apreciación de la verdad de la Biblia cuesta, ante todo, nuestro tiempo, y el tiempo es más valioso que el dinero. Muy probablemente nos cueste también ciertas gratificaciones egoístas, porque el efecto de la verdad es el de transformar nuestra personalidad. Nos obliga a ‘desnudarnos de la vieja personalidad con sus prácticas’ y a vestirnos “con la nueva personalidad, la cual por medio de conocimiento acertado está siendo renovada de acuerdo con la imagen del que la creó.”—Col. 3:9, 10.
Además de eso, la verdad también nos costará popularidad. A este viejo mundo no le gusta nadie que tome seriamente la verdad bíblica. Por nuestro proceder así como también por nuestra actividad ministerial denotamos, si es que no expresamos con palabras también, censura de todos los que pasan por alto esa verdad y que no viven en armonía con sus justos principios. Lo que fué cierto hace diecinueve siglos es cierto hoy: “Porque el tiempo que ha pasado basta para que ustedes hayan obrado la voluntad de las naciones . . . Porque ustedes no siguen corriendo con ellos en este curso . . . , ellos están perplejos y siguen hablando abusivamente de ustedes.”—1 Ped. 4:3, 4.
¿Tenemos ambiciones materialistas en cuanto a desear enriquecernos, poseer lo mejor de todo en cuanto a hogar, automóvil, ropa, o el alcanzar la fama por medio de sobresalir en una carrera artística? La verdad también nos costará estas ambiciones. Hará que apreciemos cuán sabio fué esto que Pablo le escribió a Timoteo: “Ciertamente es un medio de gran ganancia, esta devoción piadosa junto con suficiencia en sí mismo. Porque nada hemos traído al mundo, ni tampoco podemos llevar cosa alguna. Teniendo pues alimento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas.”—1 Tim. 6:6-8, 11.
Puede que la verdad nos cueste nuestra libertad, como en el caso de ciertos testigos cristianos de Jehová en Shanghai en octubre de 1958, y como les ha costado la suya a miles de los que residen detrás de la cortina de hierro. Es posible que nos cueste la vida literal, como sucedió con los fieles mártires desde Abel hasta Jesús y hasta nuestro día. Ese precio quizás se nos exija en manos de un Khrushchev o de un Trujillo, o por negarnos a violar la ley de Dios respecto a lo sagrado de la sangre.
Verdaderamente la verdad es tan barata que nadie en todo el mundo es demasiado pobre para comprarla. A la misma vez es la cosa más costosa, más preciosa, de todo el mundo, pues exige nuestro todo el obtenerla; de ese modo la verdad hace que todo lo demás, incluso la vida misma, parezca barato por comparación. ¿Por qué es así? Porque es la verdad de Dios y él requiere de nosotros devoción exclusiva: “Yo Jehová el Dios tuyo soy un Dios que exige devoción exclusiva.” Por eso se nos aconseja: “Compra la verdad misma y no la vendas.” Muéstrese sabio estando dispuesto a pagar cuanto le cueste para obtener la verdad, y entonces no la suelte en cambio por ninguna otra cosa de este mundo.—Éxo. 20:5; Pro. 23:23; Heb. 12:16.
Pero sea lo que fuere que tengamos que seguir pagando por la verdad—y es un asunto continuo—vale más que eso. ¿Por qué? Porque de ese modo, ante todo, reconocemos la deuda de gratitud que le debemos a nuestro Hacedor, y eso nos da una conciencia limpia. Además, la verdad de Dios nos da una esperanza segura del triunfo final de la justicia y de vida eterna en el nuevo mundo paradisíaco de Dios. Enfervoriza y enriquece nuestra vida llenando nuestro corazón de amor a nuestro Padre celestial y a nuestro prójimo. Esto, a su vez, nos da el ímpetu, incentivo, fuerza y voluntad para vivir, trabajar, luchar y, si fuere necesario, morir por lo que más vale la pena, la causa de Jehová Dios. Los hechos muestran que los que así aprecian la verdad son las personas más felices que hay sobre la faz de la tierra.
Y además de lo susodicho, hoy se extiende a los hombres de buena voluntad que ‘compran la verdad misma y no la venden’ la esperanza de jamás experimentar la muerte. ¿Cómo es eso? Porque las profecías de la Biblia que se están cumpliendo muestran que está muy cercano el cumplimiento literal de estas palabras de Jesús: “Todo aquel que vive y ejerce fe en mí absolutamente nunca morirá.”—Juan 11:26.