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  • ¿Serían los “Estados Unidos de Europa” un paso en la dirección correcta?
    ¡Despertad! 1979 | 22 de julio
    • participar en la votación. Los oponentes decían que las elecciones solo serían un experimento político, que carecerían de verdadero significado y no podrían cambiar la situación general. Por otra parte, los proponedores opinaban que por lo menos las elecciones intensificarían el interés en el Parlamento e impresionarían en sus miembros el hecho de que eran responsables a la gente que los había elegido.

      Otro paso envuelto en debate es el agrandamiento del Mercado Común para incluir a España, Portugal y Grecia. Algunos temen que esto debilitaría la alianza. Aunque en su discurso de coronación Juan Carlos, rey de España, mencionó que ‘Europa estaría incompleta sin el español,’ ambos lados manifiestan cierta renuencia en cuanto a seguir adelante con la idea. Puesto que dentro del Mercado Común las cifras de desempleo están desagradablemente altas, sus miembros actuales no se sienten muy dispuestos a admitir a naciones cuyo problema de desempleo es aún mayor que el suyo. Algunos han estado hablando en términos de un período de negociación de 10 años, que naturalmente no les es acepto a los que desean progreso más rápido.

      Obviamente muchas personas opinan que el agrandamiento serviría para impedir, más bien que adelantar, las posibilidades de la unidad europea. En un artículo en The Observer, John Cole lo expresó de esta manera: “Además el agrandamiento probablemente significa abandonar por muchos años cualquier esperanza —o temor— de una Europa federal, cualquier posibilidad temprana de una unión económica y monetaria.”

      Otras barreras al progreso

      Sin duda el nacionalismo es la barrera principal a la verdadera unidad. La cooperación entre iguales políticos a fin de obtener beneficios comerciales mutuos es una cosa; el renunciar uno a su soberanía nacional, o aun a parte de ella, es otra cosa. En realidad se han formado muchas alianzas con el entendimiento —sí, aun con la condición— de que las soberanías nacionales se respetarían y no se violarían de modo alguno. La historia nos enseña que rara vez ocurre que las naciones y los gobernantes estén dispuestos a renunciar a su soberanía a favor de otros.

      Ni siquiera las naciones cuyas formas de gobierno tienen cierto parecido y están basadas en una ideología común se muestran muy interesadas en unirse bajo un solo gobierno. Por ejemplo, la Unión Soviética y China han estado desarrollando sus propios tipos de comunismo. La Gran Bretaña y los Estados Unidos de América probablemente disfrutan de una de las relaciones más íntimas que jamás ha existido entre potencias mundiales. No obstante, ¿esperaríamos que los planes para unirlos políticamente, de modo que resultara posiblemente en un “Presidente de la Gran Bretaña” o una “Reina de los Estados Unidos,” se recibieran con aprobación unánime e instantánea?

      Es obvio que la unidad política, si pudiera realizarse, lograría mucho para promover la unidad mundial. ¡Pero la unidad política significaría la eliminación del nacionalismo, y verdad que el nacionalismo resiste tenazmente!

      Otra cosa: la base para la unidad tiene que ser una ley común que todos reconozcan y a la cual todos se sometan, sin excepción. Pero una ley común da por sentado que habría una sola norma de conducta y de convicciones éticas. ¿Realmente puede haber unidad mientras los pueblos y naciones sigan estableciendo sus propias normas, haciendo cada uno lo que a él le convenga? El que no haya convicciones y normas de conducta parecidas hace sumamente difícil de lograr la formación de una ley común a la cual todos se sometan. ¿Quién tendría la sabiduría y la autoridad que se necesitarían para establecer normas a las cuales todos estarían dispuestos a someterse?

      El Dr. Owen, secretario de relaciones exteriores británico, al hablar en Bruselas en febrero de 1978, dijo que el “federalismo cabalmente desarrollado,” al cual algunas personas todavía están comprometidas, era “una meta noble pero una que para la mayoría de nosotros en Inglaterra no es fáctica, y para algunos es mítica. No podemos ver en términos concretos cómo es posible que nueve naciones con muy diferentes tradiciones políticas, sociales y culturales . . . puedan federarse en conformidad con cualquier horario de actividad política en el cual nos sea fáctico concentrarnos.”

      Bajo el título “Europa mañana,” el mensuario alemán Unsere Arbeit (Nuestra labor) declaró: “El camino que lleva a una Unión Europea —con su propio cuerpo legislativo, gobierno, banco central y todos los símbolos de un estado soberano— es arduo, y lleno de obstáculos. Ni siquiera el Mercado Común, el punto de partida de la federación, . . . funciona sin quejas.”

      La revista Time dijo que la Comunidad, después de 20 años de existencia, “se parecía más a un adolescente insuficientemente desarrollado que a un adulto maduro” y agregó que “es posible que el progreso futuro hacia una Europa verdaderamente unificada sea más difícil de lograr ahora que cuando se inició el gran experimento. Los estados miembros no vacilan en seguir pasando por alto las instituciones de la Comunidad sin vacilar cuando hay posibilidad de conseguir una ventaja nacional.”

      Por eso, aunque se ha logrado algún progreso, parece que son formidables los problemas que todavía afronta esta empresa europea occidental. De muchas maneras estos problemas son parecidos a los que afronta en escala global la Organización de las Naciones Unidas. Por lo tanto, dirijamos nuestra atención a ella por un momento para ver si por fin ha tenido éxito en poner la unidad mundial a nuestro alcance.

  • ¿Tiene la solución la O.N.U.?
    ¡Despertad! 1979 | 22 de julio
    • ¿Tiene la solución la O.N.U.?

      ¿Puede la O.N.U. tapar las grietas?

      FRANCIA

      CHINA

      U.R.S.S.

      GRAN BRETAÑA

      E.U.A.

      TERRORISMO

      NACIONALISMO

      EGOÍSMO

      ODIO

      CRIMEN

      DROGAS

      GUERRAS

      LOS errores tipográficos causan gran aflicción al negocio de imprenta. Hace unos años en un artículo acerca de las Naciones Unidas que se publicó en un periódico en inglés, debido a la transposición accidental de las letras “i” y “t” se habló de las Naciones Desatadas (Untied) en vez de las Naciones Unidas (United).

      Por supuesto, uno pudiera explicar irónicamente que en realidad esto no fue un error. Aunque la O.N.U. todavía existe después de su fundación hace más de 30 años, ha habido momentos en que las naciones parecían estar más “desatadas” —cada nación yendo por su propio camino y buscando el logro de sus propios intereses— que atadas, o unidas, en intereses y esfuerzos mutuos.

      Metas loables

      Las metas de la O.N.U. son loables. “Los Propósitos de las Naciones Unidas son,” así reza su carta, “mantener la paz y la seguridad internacionales.”

      En su artículo 55 la carta dice: “Con el propósito de crear las condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, la Organización promoverá: a) niveles de vida más elevados, trabajo permanente para todos, y condiciones de progreso y desarrollo económico y social; b) la solución de problemas internacionales de carácter económico, social y sanitario, y de otros problemas conexos; y la cooperación internacional en el orden cultural y educativo; y c) el respeto universal a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión, y la efectividad de tales derechos y libertades.”

      Metas excelentes, pero ¿a qué grado ha sido posible alcanzarlas? ¿A qué grado pueden alcanzarlas? Un artículo en el Frankfurter Allgemeine Zeitung en 1965 llamó la atención a ciertos hechos que todavía aplican hoy, 14 años después: “El saldo de veinte años de la historia de la O.N.U. y de una larga lista de medidas de conciliación y mediación indica que las Naciones Unidas han tenido buen éxito en aquellos casos en que las ‘superpotencias’ no han estado directamente envueltas.”

      El artículo llamó atención al excelente trabajo que habían hecho órganos de las Naciones Unidas en otros campos, como, por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (U.N.E.S.C.O.), el Fondo Internacional de las Naciones Unidas de Socorro a la Infancia (U.N.I.C.E.F.) y muchos otros órganos.

      Por ejemplo, hay agencias de la O.N.U. que tratan de los usos pacíficos del espacio sideral, de la energía atómica y del lecho del mar. También se presentan para consideración cuestiones sobre el ambiente, el desarrollo industrial y el desarrollo económico. Hay un Fondo de las Naciones Unidas para el Control del Abuso de las Drogas. Se ha hecho mucho para socorrer a las víctimas de desastres. Uno de los logros más notables fue la manera en que cuidó de las necesidades de millones de refugiados de Bangla Desh después de la guerra con Paquistán.

      Un problema básico

      Sin embargo, estos excelentes resultados no son por lo general la base sobre la cual se juzga a la organización misma. En ese artículo se continuó diciendo que la O.N.U. “tiene que acostumbrarse a la idea de que se usará un metro político para medirla.”

      Sin embargo, es difícil usar un metro político. La O.N.U. no es un gobierno político común. Es algo diferente. No es un gobierno mundial, ni fue diseñada para serlo, aunque Kurt Waldheim, su actual secretario general confiesa: “En sus primeros días muchos se preocupaban por temor de que las Naciones Unidas violarían la independencia y soberanía nacional.”

      Pero ¿cómo pudiera hacerlo? La O.N.U. no tiene poder para hacer leyes, mucho menos para hacer que se cumplan. Las decisiones que toma no son obligatorias para las naciones que son miembros. Todos los estados miembros son soberanos y a todos se les considera iguales. Es esta misma falta de autoridad verdadera, es decir, autoridad que todas las naciones miembros respeten y acepten, lo que parece ser uno de los principales defectos inherentes a la O.N.U.

      Por ejemplo, a excepción de los casos que tienen que ver con la paz y seguridad internacionales, no hay disposición que permita a las Naciones Unidas intervenir en los asuntos internos de las naciones individuales. Pero esto, por supuesto, deja lugar para la interpretación... ¿cuáles son asuntos internacionales y cuáles simplemente internos?

      El presidente estadounidense Jimmy Carter ha hablado vigorosamente a favor de los derechos humanos y protestado contra la repudiación de éstos, en algunos países, en violación de la carta de las Naciones Unidas. Otros países acusan a los Estados Unidos de intervenir indebidamente en sus asuntos internos por motivo de esas expresiones. En resumidas cuentas la realidad es que cada nación solo acepta lo que quiere aceptar y rechaza lo que considera una violación de sus derechos como nación soberana. ¡Es el mismo problema que existe en los “Estados Unidos de Europa,” solo en escala más grande!

      Nacionalismo fuerte

      Apoya esto lo que dice un folleto de la O.N.U. respecto a la Corte Internacional de Justicia de la O.N.U.: “El Estatuto de la Corte forma parte de la Carta de las Naciones Unidas, y todo Estado Miembro tiene acceso automático a la Corte. Los Estados que tienen parte en el Estatuto pueden declarar en cualquier momento que reconocen la jurisdicción obligatoria de la Corte en disputas legales. La mayoría de los Estados Miembros todavía no han aceptado la jurisdicción obligatoria.” [Letras bastardillas son nuestras.] De modo que es una corte sin verdadera autoridad, un ‘¡tigre de papel!’

      Kurt Waldheim, repasando 30 años de actividad de la O.N.U., dijo que es inevitable que un sistema internacional factible le imponga limitaciones a la soberanía individual. Dijo que aunque se estaban logrando estas limitaciones en algunos campos, también ha habido “fuertes reafirmaciones de nacionalismo” por todo el mundo durante los pasados 30 años.

      Esas “fuertes reafirmaciones de nacionalismo” hacen más difícil el logro de la unidad mundial. Waldheim expresó lo que tiene que afrontar la O.N.U. cuando dijo: “Tal vez la tarea más difícil es fortalecer el papel que nuestra Organización desempeña en mantener la paz por medio de conseguir respeto general para las decisiones que toman sus órganos principales.”

      Se reconoce que no es fácil lograr tal “respeto general.” N. J. Padelford y L. M. Goodrich en su libro acerca de los logros y expectativas de las Naciones Unidas hacen este comentario significativo acerca de la O.N.U.: “Se le ha pedido que mantenga la paz cuando no ha habido paz en los corazones de los hombres . . . La Organización no puede impedir que la humanidad se suma en una guerra nuclear si las naciones están resueltas a hacer eso. No puede obligar a las grandes potencias a cumplir lo que ella manda ni a adoptar sus recomendaciones. . . . Ofrece un foro en el cual los representantes de los estados pueden razonar juntos, si quieren. Puede hacer disponibles procedimientos de diplomacia preventiva, de conciliación, y de mantener paz para ayudar a allanar las disputas y mantener la paz y seguridad internacionales. Pero los estados tienen que estar preparados para aceptar y usar éstos o los esfuerzos se malograrán.” [Las bastardillas son nuestras.]

      Ese es el quid del asunto. A fin de conseguir la unidad todos tienen que estar dispuestos a cooperar para el bien mutuo. El estar así dispuestos tiene que nacer del corazón, no tan solo de la mente. En resumen, el amor es la llave a la unidad mundial.

      Pero el nacionalismo, el mayor problema que le cierra el paso a la unidad mundial, no es una expresión de amor. Lo que hace es recalcar los intereses personales, egoístas de una sola nación, en vez de procurar el bienestar en conjunto de todas las naciones.

      El amor verdadero requiere que el individuo se ensanche de modo que manifieste interés y afecto no solo a los de su propia nación, sino a los pueblos de todo el mundo. Esto requiere un modo de pensar internacional.

      Pero el amor no se puede establecer por ley. Entonces, ¿cómo puede lograrse? ¿Puede presentarse indicio alguno de que las naciones, sean éstas las que acarician la idea de los “Estados Unidos de Europa” o las 150 naciones miembros de la O.N.U., hayan reconocido esta llave y la estén usando para abrir la puerta que conduce a la unidad mundial, de modo que por fin la hayan puesto a nuestro alcance?

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