“Como manzanas de oro”
“COMO manzanas de oro en filigrana de plata es una palabra hablada a su tiempo.”a Así dijo el sabio rey Salomón, y pocas personas le discutirían lo acertado de esa declaración. La palabra bien escogida, hablada al tiempo oportuno, es una obra de arte del mismo modo que lo pudiera ser un hermoso adorno de plata y oro. Sin embargo, pocas personas se dan cuenta del esfuerzo que hay que hacer para lograr una buena expresión y lo necesario que es el escoger palabras que hagan el máximo impacto en el auditorio.
Por supuesto, las palabras se usan para transmitir información e ideas de una persona a la otra y por eso cualquiera que tiene un mensaje que transmitir o una idea que dar a entender debe interesarse en mejorar sus facultades de expresión. El que la gente le escuche o no depende grandemente de cómo expresa sus ideas.
Todos sabemos que las grandes obras de literatura se leen y vuelven a leer por su público del mismo modo que las grandes obras musicales se escuchan vez tras vez y que en consecuencia la información queda impresa en la mente del oyente por repetición. Por ejemplo, la mayoría de la gente educada ha oído de Shakespeare, aun si el inglés no es su idioma materno. Además, la mayoría de la gente tiende a retener lo que ha leído con placer. Así es que si deseamos establecer un punto o convencer a alguien de algo debemos tratar de hacer nuestro lenguaje tan eficaz como el de los autores antiguos.
Los grandes críticos literarios, como el romano Horacio, el griego Aristóteles o el inglés Samuel Johnson, estudiaron las obras de otros para hallar qué es lo que las ha hecho una lectura memorable, y sus hallazgos nos pueden ser muy útiles.
Para comenzar, todos concuerdan en que escribir bien no es cosa fácil. Samuel Johnson dijo que lo que se escribía sin esfuerzo por lo general se leía sin placer. Además, todos están de acuerdo en que debemos hacer más que solo contar una historia o transmitir ciertos hechos, a menos que nuestro informe deba ser completamente funcional. También debemos tocar el corazón.
Para hacer esto nuestra propia actitud es muy importante. ¿Estamos verdaderamente interesados en ese tema? Un escritor dijo que si uno deseaba que él sufriera dolor, entonces primero uno tenía que sentir dolor, y de este modo su lenguaje tendría el genuino sonido de la verdad. Por medio de envolver a nuestro lector, entretenerlo, informarlo o hasta impresionarlo, cautivaremos su interés y así excitaremos sus emociones.
Hay varias cosas básicas que tener en mente para poder lograr esto: el propósito de escribir, el auditorio al que uno se dirige y la selección de expresión, que se llama el estilo de uno.
El propósito de escribir
Es evidente que si nuestro propósito es divertir o entretener usaremos un estilo radicalmente diferente del que usa uno que está tratando de explicar un complicado hecho científico a un auditorio no científico. De igual manera, una persona que está tratando de convencer a sus oyentes de una verdad religiosa vital no desea hacerlos reír a carcajadas.
Sin embargo, sería un error imaginar que lo que se escribe para instruir debe ser necesariamente aburrido, o que porque una persona está relatando un cuento no puede por ello transmitir una gran verdad. Muchas novelas han producido gran impacto social por medio de colocar a un personaje típico y simpático en cierta situación y así llamar la atención de la gente a las injusticias inherentes al caso.
Las obras de los grandes escritores franceses Flaubert, Balzac y Guy de Maupassant no solo entretienen sino que también se pueden considerar como comentarios sociales. La gente sabía que la esclavitud era injusta antes que Harriet Beecher Stowe escribiera La cabaña del tío Tom, pero no fue sino hasta que leyeron el libro, sufrieron con el tío Tom y comenzaron a comprender la condición triste de los esclavos negros en los Estados Unidos que procedieron en contra de la esclavitud.
Por otra parte, lo que se escribe para informar no necesita ser aburridor. Un escritor romano llamado Virgilio escribió una serie de obras acerca de la agricultura que se llaman “Las Geórgicas” y si uno ha tenido la feliz oportunidad de haber aprendido latín, aún hoy puede disfrutar de su amena pequeña sección, toda en verso, acerca de la apicultura. Él se dio cuenta de que una ilustración extraída de un tema completamente diferente podía dar vida a un discurso cuyo propósito era meramente didáctico y que el humor de ninguna manera estaba fuera de lugar en, digamos, un artículo científico.
Horacio, un crítico muy práctico del primer siglo antes de Cristo, dijo que un escritor o “trata de dar buen consejo o trata de divertir... o trata de hacer ambas cosas. . . . Una mezcla de placer y provecho atrae a todo lector.”
Ilustremos el punto: hace algunos años, uno de los más queridos oradores acerca de astronomía de la BBC en Inglaterra casi siempre empezaba sus conferencias acerca del cielo nocturno hablando de su jardín y de lo que los conejos le estaban haciendo a su lechuga. Y a través del discurso contaba pequeñas bromas y anécdotas distantemente relacionadas con su tema, para retener el interés de los que no habían sido entrenados para pensar científicamente.
Comprendió que, aunque su propósito principal era transmitir datos, su propósito secundario debía ser el hacerlo de tal manera que la gente deseara aprenderlos; y puesto que la mayoría de la gente no estaba sintonizada, por decirlo así, con la onda científica, él ajustaba su estilo en conformidad.
El auditorio al que se dirige
Sí, mucho depende de a quién dirigimos nuestras palabras. Una carta a una tía anciana acerca del tema de su mala salud será completamente diferente en tono, estilo y composición de una carta a un futuro patrón declarando las capacidades de uno para cierto trabajo. En el último caso lo que cuentan son los hechos, en el primero, el afectuoso sentimiento humano.
¿Estamos hablando principalmente a hombres o esperamos que las mujeres y los niños se sientan atraídos por lo que vamos a decir? ¿O nos estamos dirigiendo a un auditorio internacional? Es claro que no podremos complacer a todos a la vez, y algunas personas tienen una afición a un tema u otro. No obstante es posible dar hasta a temas técnicos una atracción más universal y así atraer a un auditorio mayor.
Si nos estamos dirigiendo a una reunión internacional, entonces sin falta usemos ilustraciones de diferentes países. Téngase presente que en todos los continentes los puntos de vista acerca de temas básicos no son los mismos. Supongamos, por ejemplo, que estamos tratando de convencer a los jóvenes de los peligros de la inmoralidad. Bueno, por supuesto, haríamos recordar a las jóvenes la vergüenza que acompaña a las madres solteras. Sin embargo, ¿hemos considerado también el continente africano donde se espera que la mayoría de las muchachas hayan producido un hijo antes de casarse como prueba de su fertilidad, y donde esto no solo no es una vergüenza, sino que en algunos casos se considera como un honor? Frecuentemente un hombre rehúsa casarse con una muchacha hasta que ella haya producido un hijo. Muchos millones de personas piensan de esta manera, así es que tenemos que tener esas cosas en mente a medida que escribimos.
Otro ejemplo puede ser el artículo con un tema técnico. A menos que sea escrito únicamente para un auditorio con un avanzado entrenamiento científico y hecho para consulta, raramente es de alguna utilidad llenarlo de bote en bote de datos y números, especialmente en los primeros párrafos. Las mujeres casi siempre evitan, como a la plaga, los artículos que contienen muchos datos numéricos, como lo revela una ojeada a una revista destinada solo para las mujeres. ¡Parece que solo les gusta ver números en los modelos de tejido de punto! La gente de los países africanos y asiáticos, donde se pone más énfasis en las relaciones humanas y menos en la tecnología, halla difícil de absorber la información científica. Y para ser francos, muy pocos entre nosotros pueden entrar en el gozo del viejo profesor de matemáticas que inclinado sobre una página repleta de ecuaciones alzó la vista y riéndose entre dientes dijo: “¿No le parece que escribe muy bien?”
Así es que supongamos que estamos escribiendo una carta acerca de la represa Kossou en África. Tal vez podríamos empezar despertando la simpatía de nuestro lector por la gente que vive en las aldeas cercanas que, hasta ahora, no había tenido agua corriente o electricidad y para quienes la represa será una bendición. O, por lo contrario, quizás podríamos preocuparlo acerca de los malos efectos que estas represas tienen sobre la población debido al aumento de las enfermedades que se transmiten por el agua. Y entonces, después, podemos introducir disimuladamente esos datos difíciles de digerir en cuanto a cuán larga u honda es y cuántas toneladas de pescado se espera que produzca.
Entonces, finalmente, habiendo cautivado el interés de nuestro lector, querremos retenerlo, y eso dependerá, en sumo grado, de nuestra manera de presentación.
Manera de presentación
Primero, podemos variar la armazón dentro de la cual ponemos nuestra información. Pudiéramos escribir un documental franco y directo, contando con que los hechos hablen por sí mismos. O pudiéramos presentar nuestras ideas a manera de diálogo, como hicieron Platón o Aristófanes, con cada uno de los personajes representando un punto de vista diferente. O pudiéramos escribir una obra teatral o relato y por medio del modo en que los diferentes personajes acaban mostrar lo que pensamos de cierta situación. Algunas veces en una obra teatral un coro en la escena puede comentar acerca de la acción a medida que ésta transcurre para dar a relucir el punto, como se hacía en los dramas griegos. Algunas veces es aun más eficaz dejar que la acción hable por sí misma. Algunas obras excelentes se hicieron casi totalmente en verso, como el libro de Job.
Segundo, las palabras mismas que escojamos afectan a nuestro auditorio. Todos los críticos están de acuerdo en que debemos ser sencillos y breves pero variados. Aristóteles apreciaba mucho la pureza y la claridad y Horacio aconsejó mordazmente al autor que empezaba a distinguirse a desechar los potes de pintura y las palabras de un metro de largo. Por medio de eso él quiso decir que no debemos ser demasiado floridos ni usar palabras largas, eruditas que nadie comprende.
Aunque quizás quisiéramos adornar lo que decimos, no hay absolutamente nada mejor que el estilo sencillo, directo. Demasiadas palabras, dichas muy elaboradamente, quizás hasta confundan a nuestro auditorio y les dé el deseo de dejar de leer. Considere el ejemplo de la biografía de Cristo escrita por Juan. Es un modelo de sencillez: el estilo y vocabulario de Juan manifiestan que él era un hombre común e iliterato, y sin embargo su Evangelio se considera como el más conmovedor de los cuatro.
Una de las primeras ayudas para la sencillez es la brevedad, pero el ser breve es mucho más difícil de lo que uno se puede imaginar. Blaise Pascal, el filósofo francés, le escribió a un amigo: “Hice esta carta más larga de lo acostumbrado porque me faltó el tiempo para hacerla corta.” Y el pobre viejo Horacio dijo, algo tristemente, ¡que cuando trataba de ser breve era cuando se hacía ininteligible!
Sin embargo, él estaba lleno de ideas brillantes en cuanto a cómo nosotros podemos lograrlo. Para empezar debemos podar las palabras innecesarias y las frases repeticiosas... deshacernos de la borra, por decirlo así. Aunque la información debe estar completa, también debe ser compacta. La claridad viene de desnudar la idea hasta los huesos y hacerla destacar del mismo modo en que una persona sobre un escenario retiene la atención más fácilmente que un grupo.
Esta sencillez y brevedad que propugnan los grandes escritores no significa, sin embargo, que no podemos ser variados. No hay escasez de palabras interesantes, ni de maneras interesantes de expresarnos. Por ejemplo, tenemos muchos ejemplos fascinantes de estilos diferentes en la Biblia, y haríamos bien en imitar algunos de ellos.
Está el lenguaje poético de los Salmos; el estilo dramático de Habacuc; la imaginación vívida de Nahúm, quien habla de la llama de la espada y el relámpago de la lanza; el estilo vigoroso y epigramático de los Proverbios; el lenguaje positivo y concreto de Jonás (¡ciertamente él no necesitaba embellecer su relato!); o las parábolas de Cristo, de habla cotidiana. Al exponer la falsedad pudiéramos usar un estilo irónico, como hizo el apóstol Pablo en su carta a los Corintios, mostrando sutilmente la ingratitud de ellos al establecer sus “apóstoles superfinos.”
Nuestro motivo es, naturalmente, importante. Nos podemos preguntar si nuestras palabras afectarán a nuestro lector, su perspectiva de la vida, su trabajo o sus relaciones con otros. ¿Esperamos suscitar pensamientos buenos o malos por medio de lo que hemos escrito? ¿Presentaremos a una persona inmoral como nuestro héroe y trataremos de excusar el mal, o tal vez apoyaremos una teoría que está en contradicción con la Biblia?
Sin importar lo bien escrito que esté un libro, si es para promover una idea que está en conflicto con la buena moral, entonces no será del agrado del cristiano verdadero. De hecho, un libro semejante puede ser un peligro, porque si está escrito lo suficientemente bien puede seducir a la gente a pensar pensamientos malos de modo parecido a como la escritura excelente puede también estimular los pensamientos buenos.
Finalmente, habiendo dicho todo lo que hay que decir, el resto descansa, tal como una vez dijo Terencio Mauro, ‘en las manos de nuestro lector.’ Como una ilustración final tomemos el caso de ese famoso rey que apreciaba el valor de la palabra correcta dicha a tiempo. Él escribió uno de los más hermosos poemas de amor de todo tiempo en el que le suplicaba a una joven campesina que fuera suya. Le dijo a esta joven sulamita que ella era como la aurora, hermosa como la luna, brillante como el sol. Pero, ¿qué logró con sus excelentes palabras? ¡Absolutamente nada!
La joven estaba enamorada de su pastor y nada de lo que Salomón pudiera decir podía cambiar eso. En lo que concernía a la joven sulamita él estaba desperdiciando su fino lenguaje y su tiempo. ¡Así es que la palabra apropiada, no solo al tiempo apropiado, sino también a la persona apropiada, es lo que cuenta!
[Nota]
a Pro. 25:11, New English Bible.