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  • ¡Despertad! 1982
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¡Despertad! 1982
g82 22/10 págs. 9-11

La hallaron... ¡una vida significativa!

BIAGIO es un italiano que ahora tiene veinte y tantos años de edad. A la edad de diecisiete años comenzó a vagar por Europa. “Pedía a los que iban en auto que me llevaran gratis de un lugar a otro,” dice él, “y no tenía más hogar que el saco de dormir que llevaba a la espalda. La libertad era muy importante para mí, ¡y me sentía realmente libre!” Pero no por mucho tiempo.

“Cuando regresaba a casa, el aburrimiento solía invadirme. Me preguntaba si sería posible llevar una vida más significativa. No tenía amigos fuera del círculo familiar; nadie estaba esperándome para saludarme a mi regreso, y nadie contaba con que yo lograra algo. Con mucha frecuencia me sentaba a observar a la gente pasar por la calle y me preguntaba qué hacían otras personas con su vida. A veces me emborrachaba, generalmente cuando estaba sin compañía y me embargaban sentimientos de soledad.

“La sensación de futilidad que yo experimentaba ha conducido a algunos jóvenes a depender de las drogas, o hasta a suicidarse. Una vez, en Amsterdam, precisamente cuando estaba por entrar en un lugar donde las drogas circulaban libremente, un joven se lanzó de un balcón del edificio en un momento de depresión y murió en el acto. Casi cayó sobre mí.

“Comencé a darme cuenta de que los mismos males del ‘sistema’ que nosotros los jóvenes rechazábamos, estaban presentes entre nosotros. No estábamos libres del oportunismo, la disensión ni el egotismo, y entre nosotros simplemente habíamos creado un sistema paralelo al viejo. Por ejemplo, jóvenes que alegaban tener altos ideales animaban a sus amigas a prostituirse para obtener dinero.

“Censurábamos a la sociedad, pero en realidad no queríamos hacer nada al respecto. ¿Por qué no? No teníamos el deseo de trabajar por un futuro mejor, porque no teníamos perspectivas de un futuro que valiera la pena. Me encontré haciéndome cada vez más cínico. Para cuando tenía veinte años de edad me sentía viejo.

“Cierta noche, en casa de un amigo, encontré un libro acerca de la Biblia. Su título era ‘La verdad que lleva a vida eterna,’ y había sido publicado por la Sociedad Watchtower. Leí unos cuantos capítulos ... “

En ese libro Biagio aprendió que el propósito original de Dios era que la humanidad viviera junta en un ambiente de paz y amor. Descubrió que a Dios no se le puede considerar responsable de la avaricia y la opresión que hay por todo el mundo y que tanto disgusta a las personas de corazón recto hoy día.—Deuteronomio 32:4, 5.

Pero si Dios no es responsable de las condiciones mundiales de la actualidad, ¿quién lo es? “El capítulo intitulado ‘¿Hay espíritus inicuos?’ me convenció de que Satanás, la criatura espiritual que desde hace mucho tiempo se rebeló contra Dios, está dominando todo este sistema de cosas,” recuerda Biagio. En realidad, la Biblia llama a Satanás “el dios de este sistema de cosas” o “el malvado dios de este mundo.” (2 Corintios 4:4, Traducción del Nuevo Mundo; Today’s English Version) ¡No es de extrañar que el mundo refleje un espíritu tan cruel y egoísta!

Pero también hay buenas noticias. “Descubrí que la Biblia hablaba de cosas que yo siempre había anhelado,” dice Biagio. “Prometía un nuevo sistema de cosas sin guerras, enfermedades, vejez ni muerte.” Sí, como otros millones de personas que han leído La verdad que lleva a vida eterna, Biagio se emocionó al enterarse de que la Biblia revela mucho acerca del futuro de nuestra Tierra. No es simplemente un libro acerca de la ‘otra vida.’ ¿No dice la Biblia que “los mansos heredarán la tierra”? (Salmo 37:11, Versión Valera, revisión de 1977) Si Dios no estuviera interesado en corregir los asuntos de la Tierra, ¿por qué habría dicho Jesús a sus discípulos que oraran: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”?—Mateo 6:10.

Entusiasmado por lo que había aprendido, Biagio se puso en comunicación con los testigos de Jehová, y ellos hicieron arreglos para ayudarle a estudiar la Biblia con regularidad. “Desde el mismo principio me interesaron las palabras de Juan 8:32,” relata él. “Ahí dice: ‘La verdad los libertará.’ Comencé a entender lo que significa la verdadera libertad.” Ahora Biagio podía ver por qué su estilo de vida “libre” había sido tan poco satisfaciente. “Realmente había sido un esclavo todo ese tiempo,” dice él, “aunque había tratado de escapar.”

“Empecé a asistir a las reuniones que celebraban los Testigos y éstos me recibieron bondadosamente en sus estudios bíblicos. Los jóvenes que conocí en estas reuniones diferían de los que había conocido antes. Estos eran personas felices, bondadosas y respetuosas. Cada uno de ellos tenía su propia dignidad personal y se afanaba por mostrar amor a otros. ¡Estas eran las cosas que yo siempre había querido ver puestas en práctica!”

Muchos jóvenes, como Biagio, sueñan con un mundo mejor. Tal vez tú también sueñas con ello. Si pudieras convencerte de que un mundo como ése no es simplemente un sueño, sino una realidad, ¿cómo te sentirías? ¿Te sentirías movido a querer compartir esas buenas noticias, esas “buenas nuevas,” con otras personas? Biagio se sintió movido a hacer eso. “Dejé de fumar, mejoré mi apariencia personal, y dije a mi amiga que no podíamos seguir llevando una vida inmoral y tener la aprobación de Dios,” recuerda él. “Por mí mismo me di cuenta de lo necesarios que eran estos cambios, sin que nadie me dijera qué hacer.” Biagio quería calificar para bautizarse como testigo de Jehová. ¿Por qué? Porque los testigos de Jehová le habían ayudado a hallar esperanza respecto al futuro y significado en la vida. Biagio quería participar con los Testigos en compartir con otras personas lo que había hallado. Hoy él y su esposa son precursores especiales, predicadores de tiempo completo de las “buenas nuevas.”

“La verdadera libertad no es sencillamente hacer lo que uno quiera,” dice él. “Lo sé por experiencia. Otras personas necesitan saberlo también. El mejor modo de mostrar amor a nuestros vecinos es difundiendo este conocimiento y ayudando a otros a hallar un modo de vida que vale la pena.”

El aprender la verdad acerca del reino de Dios dio a Biagio esperanza para el futuro. El deseo natural de compartir esta esperanza con otros le dio algo que realmente valía la pena hacer con su vida.

Khem... en busca del propósito de la vida

“A pesar de ser joven, yo era un escritor afortunado en mi nativa Camboya,” relata Khem. “Tenía prestigio, éxito, un empleo bien remunerado... todo lo que desean los jóvenes. No obstante, no veía ningún significado particular en la vida. Es más, escribí una novela intitulada ‘La vida no tiene propósito.’

“Verá usted: fui criado estrictamente como budista, pero perdí la fe en esa religión. Después de renunciar al budismo, me volví a la filosofía, pero pronto descubrí que por cada filósofo hay otro filósofo opuesto a ése. ¿Qué iba a creer? Una y otra vez me preguntaba qué propósito tenía la vida.

“En los años setenta Camboya se vio sumida en la guerra civil. Fui testigo de ejecuciones. Vi tanto fosas comunes como ríos y lagos que estaban llenos de cadáveres y literalmente rojos de sangre. Dos mil años de tradición camboyana desaparecieron casi de la noche a la mañana. ¡Ningún camboyano habría pensado que aquello fuera posible!

“Las autoridades me buscaban. Así que, junto con otros, huí a la selva con la esperanza de llegar a Tailandia. Durante aquel viaje pensé mucho en la existencia de Dios. ¡Qué maravillosa e intrincada es la creación! Por alguna razón no era satisfaciente atribuirlo todo a un simple accidente o a fuerzas naturales ciegas. ¿Por qué no dar la honra al sabio Creador?

“Reflexioné sobre esa pregunta por mucho tiempo. Entonces, por primera vez en la vida, realmente oré desde el corazón. Por primera vez comprendí que tiene que haber un Creador. Pero, ¿qué propósito tenía él para el hombre? ¿Por qué permite el sufrimiento y la maldad, como en los casos que yo había presenciado en mi propio país? ¿Qué religión adora al Dios verdadero? Me di cuenta de que, si lograba cruzar la selva, la búsqueda de la respuesta a aquellas preguntas tendría prioridad en mi vida. Después de diez días, agotados y medio muertos de hambre, llegamos a Tailandia.

“En el campamento de refugiados en Tailandia conseguí una Biblia en mi idioma nativo y aprendí que el Dios que se había dado a conocer a los antiguos judíos también era el Dios de los cristianos. Vi en la Biblia que él tiene un nombre personal, Jehová. Quise llegar a conocer mejor a este Dios.

“Después de pasar cinco meses en Tailandia emigré a Austria. Cierto día hallé una hoja suelta en la que se extendía una invitación a un Salón del Reino de los testigos de Jehová. El nombre Jehová significaba algo para mí, pero, ¿quiénes eran sus testigos? ¿De qué podrían estar dando testimonio ellos? Con escepticismo, pero movido por la curiosidad, visité el Salón del Reino.

“Puesto que todavía estaba aprendiendo alemán, no pude entender todo el discurso que escuché, pero sí pude captar que estaba aprendiendo las buenas nuevas del reino de Dios. Por medio del reino de Jehová la Tierra llegaría a ser un paraíso, donde la gente ya no derramaría lágrimas de aflicción y sufrimiento, y en el cual Dios ‘haría nuevas todas las cosas.’ (Revelación 21:3-5) ¡Esto era exactamente lo que yo esperaba de un Dios poderoso y justo! Pero, ¿por qué no había creado Jehová un mundo como ése mucho tiempo atrás?

“Los Testigos comenzaron a considerar con regularidad la Biblia conmigo, y en estas consideraciones contestaban mis preguntas,” dice Khem. Durante aquellas consideraciones Khem aprendió que Dios creó el mundo con la intención de que fuera un mundo sin dolor, sufrimiento o maldad. Estos elementos, que habían llevado a Khem a preguntarse el significado de la vida, no tenían lugar en el propósito original de Dios. No fue sino hasta cuando la humanidad rechazó la gobernación de Jehová que comenzaron a surgir tales problemas. ¡Pero es inequívoca la prueba de que pronto terminará la triste historia de la rebelión de la humanidad y su alejamiento de Dios!

“Me alegré de hallar una religión que me estaba probando sus creencias con la Biblia, sin pedir fe ciega,” dice Khem ahora. “¡Cuánto quisiera compartir las buenas nuevas del reino de Dios con mi pueblo desconsolado en Camboya! Ya que esto no es posible ahora, estoy publicando las ‘buenas nuevas’ a mis semejantes en Austria. ¡Qué privilegio es ser colaborador de Dios y participar en esta obra salvavidas! ¡Ahora puedo decir con gozo: ¡La vida sí tiene propósito!”

[Comentario en la página 9]

“La sensación de futilidad que yo experimentaba ha conducido a algunos jóvenes a depender de las drogas, o hasta a suicidarse”

[Comentario en la página 10]

Si Dios no es responsable de las condiciones mundiales de la actualidad, ¿quién lo es?

[Comentario en la página 11]

Khem aprendió que Dios transformará esta Tierra en un paraíso donde no habrá sufrimiento

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