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  • Los congregados y sus obras que valen la pena
    La Atalaya 1958 | 15 de mayo
    • en funcionamiento en cuanto a todos los asuntos de los hombres y también en cuanto a lo que nosotros hacemos. Nosotros queremos Su aprobación en el juicio. Por consiguiente guardaremos su mandamiento por medio de su Rey. Si lo hacemos, no conoceremos la cosa calamitosa que ahora obstruye y frustra a todos los hombres de este mundo y que alcanzará su expresión catastrófica en el Armagedón.

      12. (a) ¿Por el arreglo de tiempos de quién debemos guiarnos, y cómo? (b) No debemos buscar pretextos para ¿qué? ¿y por qué no?

      12 Este es el tiempo de todos los tiempos. En armonía con nuestro voto ajustemos nuestra actividad al arreglo de tiempo de Dios y guiémonos por ese arreglo. Probemos para nuestra misma satisfacción que éste es el tiempo de Dios para que se predique el mensaje real de la salvación. También, estemos seguros de hacer la obra en particular señalada para este tiempo. Entonces estaremos haciendo la obra que vale la pena. El hacer una obra que no sea la obra correcta en este tiempo importantísimo significa terminar en calamidad. Significa entregarnos a la “más grande vanidad.” Cualquier otra cosa salvo esta obra señalada por Dios para este tiempo “es vanidad,” de la cual el hombre no sacará provecho, a pesar de todo su afán ahora. (Ecl. 1:2, 3) Entonces, aceptemos el “don de Dios” de su trabajo que él nos ofrece que hagamos ahora. No busquemos pretextos para no ocuparnos en el uso de este “don de Dios,” juzgando las cosas por apariencias externas que parecen hacerlo desfavorable. “El que esté vigilando al viento no sembrará semilla, y el que esté mirando a las nubes no cosechará.” (Ecl. 11:4) A pesar de las apariencias desfavorables, sea nuestro lema: ¡Adelante con la obra! “Por la mañana siembra tu semilla y no dejes descansar tu mano hasta la noche, pues no sabes dónde tendrá éxito esto, ya sea aquí o allí, o si ambos serán buenos por igual.” (Ecl. 11:6) ¡No malgastemos el tiempo; no seamos haraganes en esta magnífica oportunidad!

      13. ¿Por qué debemos dar nuestras fuerzas al servicio del Reino hasta lo máximo, y en este respecto qué amonestación que el congregador da a los jóvenes es apropiada?

      13 No desperdiciemos nuestras fuerzas en una ocupación calamitosa. El tiempo que tenemos para emplear nuestras fuerzas en el servicio del Reino ahora antes del Armagedón es demasiado limitado. Demos hasta el máximo de nuestras fuerzas al servicio del Reino. Los jóvenes tienen una oportunidad especial en este respecto. Si malgastan su juventud en obras vanas, calamitosas, Dios a su debido tiempo los juzgará por ello. El congregador amonesta: “Regocíjate, joven, en tu juventud y hágate bien tu corazón en los días de tu juventud como hombre, y anda en los caminos de tu corazón y en las cosas vistas por tus ojos. Mas sabe que debido a todas estas cosas El Dios [verdadero] te traerá a juicio. Por eso quita la vejación de tu corazón y evita a tu carne la calamidad, porque la juventud y la flor de la vida son vanidad.”—Ecl. 11:9, 10.

      14. (a) ¿Qué le dice el congregador a la persona joven que haga, para evitar la calamidad y para no usar en vano la juventud y la flor de la vida? (b) ¿A qué se debe el que la mayoría de los niños hoy no haya de tener la oportunidad de llegar a la vejez después de malgastar su juventud?

      14 ¿Cómo puede el hombre o la mujer joven evitar la calamidad, librar al corazón de vejaciones y no dejar que la juventud y la flor de la vida se vivan vanamente? El congregador contesta: “Recuerda, ahora, a tu magnífico Creador en los días de tu juventud como hombre, antes que procedan a venir los días calamitosos, o hayan llegado los años en que dirás: ‘No tengo deleite en ellos’; . . . antes que se quite la cuerda de plata y quede aplastado el tazón de oro, y se rompa la jarra en la fuente y haya sido aplastada la rueda hidráulica para la cisterna. Entonces el polvo vuelve a la tierra justamente como era y el espíritu mismo vuelve al Dios [verdadero] quien lo dió.” (Ecl. 12:1-7) Es un hecho calamitoso el que los niños y niñas hoy en día en su mayoría no tendrán la oportunidad de desperdiciar su juventud y la flor de la vida y llegar a los días calamitosos de la vejez, en que la vida llegue a ser una cosa vana para ellos. Según el arreglo de los tiempos de Dios la calamidad de la guerra universal del Armagedón los derribará mientras todavía estén en su juventud y en la flor de la vida porque no están recordando a su gran Creador, sirviéndole con obras que valen la pena.

      15. ¿Por qué no es necesario que nos pongamos a hacer experimentos, y al prestar atención a las palabras inspiradas de Salomón qué evitaremos?

      15 De modo que hemos considerado lo que ha dicho el congregador. Se nos ha informado lo que es la “más grande vanidad” y lo que es la “ocupación calamitosa.” No es necesario que nos pongamos a hacer experimentos para probar nosotros mismos lo que es por medio de la experiencia. Él, con todos los recursos y oportunidades que eran suyos como rey, ha hecho la experimentación necesaria y nos da los resultados de su experimento. Evitaremos la más grande vanidad y nos ahorraremos la calamidad prestando atención a sus sabias palabras inspiradas.

      16. (a) Ahora, ¿a qué conclusión debemos llegar en cuanto al asunto y cómo debemos obrar al llegar a la conclusión correcta? (b) ¿Qué fallo recibirán nuestras obras que valen la pena?

      16 En vista de que hemos considerado con él todas estas cosas dignas, ¿cuál debería ser nuestra conclusión y cuál nuestra acción a base de nuestra conclusión correcta? Esto, como se declara en sus propias palabras: “La conclusión del asunto, habiéndose oído todo, es: Teme al Dios [verdadero] y guarda sus mandamientos. Porque esto es el [deber] todo del hombre. Porque El mismo Dios [verdadero] traerá toda clase de obra a juicio en relación a toda cosa oculta, en cuanto a si es buena o es mala.” (Ecl. 12:13, 14) No podemos esconder nada ni evitar que él lo juzgue. De modo que nuestro deber u obligación queda establecido plenamente delante de nosotros. Probemos que le tenemos temor a Dios guardando sus mandamientos tanto en nuestra vida privada u oculta como en nuestra vida en público delante de todos los hombres. Entonces nuestras obras valdrán la pena, y recibirán de Dios un fallo favorable para que consigamos la vida eterna junto con su bendita congregación en su justo mundo venidero.—Ecl. 8:12, 13.

  • Un análisis clerical de la cristiandad
    La Atalaya 1958 | 15 de mayo
    • Un análisis clerical de la cristiandad

      En su libro Questions People Ask (Preguntas que la gente hace), Roberto J. McCracken, pastor de la iglesia Riverside de la ciudad de Nueva York, escribe: “Hace años en Boston el obispo F. J. McConnell pronunció un discurso. . . . ‘Durante la rebelión de los boxers,’ dijo él, ‘centenares, probablemente millares de cristianos chinos sufrieron martirio. Allí estaban arrodillados, con la cabeza sobre el tajo, mientras los cuchillos temblaban en las manos de los verdugos. Lo único que tenían que hacer era gruñir una palabra china que significaba “Me retracto” y se salvarían la vida. Ahora bien, ¿qué hubiese hecho yo en dichas circunstancias? Y no hablo en sentido estrictamente personal, sino en facultad representativa, porque creo que los demás de ustedes son muy parecidos a mí. Con la cabeza sobre el tajo me imagino que hubiera dicho: “¡Esperen! Creo que puedo hacer una declaración que sea satisfactoria a todos los interesados.”’

      “Durante un período demasiado largo los cristianos han sido así, complacientes, sabios en lo mundano, flexibles, conviniendo en lo que es convencional, dejando perplejos a sus vecinos que no son creyentes en cuanto a lo que la Iglesia representa y defiende, a menos que sea una tolerancia calmada de las cosas tal como están, acompañada de un deseo leve de que mejoren con el transcurso del tiempo, hasta donde eso sea compatible con la conservación de los intereses creados. La sal, la luz, la levadura—ésos fueron los términos que Jesús empleó al contemplar en su mente la fuerza del efecto que causarían en el mundo sus discípulos. Y hoy día . . . el peligro siempre presente ante la Iglesia es que quizás se haga insípida—sin representar o defender cosa alguna en particular, vacilante, indiferente, con un mensaje apagado e incierto.”

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