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  • “Los ancianos con los niños” alaban a Jehová
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1954
w54 1/10 pág. 605

“Los ancianos con los niños” alaban a Jehová

HACE muchos siglos el salmista dió este mandato: “Mancebos, y también las doncellas; los ancianos con los niños; ¡alaben ellos el nombre de Jehová!” (Sal. 148:12, 13) El hecho de que ese mandato está siendo obedecido en nuestro día, y eso en todas partes de la tierra, se hizo manifiesto de los informes que se dieron en la Asamblea Sociedad del Nuevo Mundo que los testigos de Jehová celebraron en julio de 1953 en el estadio Yanqui, ciudad de Nueva York. Entre dichos informes estuvieron los siguientes:

En cierta aldea de Francia tres muchachitas, de 11, 15 y 17 años de edad, se enteran de la verdad de los testigos de Jehová y asisten a las reuniones. Sus padres tratan de desanimarlas por medio de destruir las ayudas de la Sociedad para el estudio de la Biblia, de modo que las muchachas siguen con sus estudios en el granero. Pronto Lucienne, la menor, se pone a hablar con sus amigas acerca del reino de Dios, y sucede que cuando el sacerdote de la aldea les enseña el catecismo estas niñas contestan: “Pero Monsieur le curé, Lucienne dice que eso no está escrito en la Biblia.” Esto se repite semana tras semana hasta que el cura, exasperado un día, ad vierte a todos sus parroquianos contra la chica Lucienne. Pero Lucienne sigue hablando y por fin el cura va a su madre y le dice: “Señora, ¡usted debe hacer que sus hijas dejen de hablar con otros! Si insisten en aprender de la Biblia, que lo retengan para ellas mismas. ¡Le advierto!” ¿Pero qué contesta la madre? “¿Ha podido usted alguna vez hacer que una muchacha deje de hablar?” Por supuesto que nada pudo detenerlas, sino que las buenas nuevas que habían aprendido rebosaron de ellas, y en la siguiente asamblea de los testigos de Jehová las tres muchachas se bautizaron.

Entre los que hace poco han empezado a alabar a Jehová en Guatemala está un señor de ochenta y seis años que antes era clérigo protestante. Es concurrente regular y puntual a las reuniones de congregación aunque esto requiere que él viaje varias millas a caballo. Al ir de un lugar a otro hablando con la gente de la bondad de Jehová nunca deja de comentar: “¡Imagínese! ¡Todos estos años yo estaba pensando que iba ir al cielo y ahora descubro que voy a vivir en la tierra!” La esperanza de ello lo tiene feliz.

Y entre los niños que alaban a Jehová en Guatemala está un muchacho de doce años. Su madre había obtenido la ayuda publicada por la Wátchtower para el estudio de la Biblia “Esto significa vida eterna”; y desde el principio este muchacho mostró verdadero interés y rogaba a otros que le leyeran el libro, puesto que él es ciego. A pesar de ese impedimento participa con regularidad en el ministerio en el campo, colocando literatura bíblica con sus vecinos y haciendo revisitas.

En un lugar solitario y retirado en la cima más elevada de la cordillera Apeninos en la Italia central, un solo testigo de Jehová de ochenta y cuatro años empezó a predicar las buenas nuevas del Reino. Con un bastón en cada mano para apoyar su cuerpo debilitado y doblado y un bulto de literatura bíblica sobre el lomo, visita a la gente que halla esparcida por las escabrosas veredas montañesas. Empieza antes de las seis de la mañana y vuelve antes del mediodía para escaparse del sol caliente. Le ha costado muchas caídas trepar las veredas peligrosas. Tan eficaz ha sido su trabajo que la Iglesia católica envió a dos monjes misioneros jóvenes para contrarrestar su trabajo. Ellos lo siguieron por las veredas montañesas tratando de atemorizar a la gente y hacer que no oyera su mensaje e instaban a los que habían conseguido literatura a que la trajeran al pueblo para que fuera quemada. A pesar de esta oposición, se formó una congregación en seis meses. Un año después treinta personas se bautizaron; todo como resultado del empeño de este testigo de ochenta y cuatro años en vencer tremendos obstáculos.

En Nicaragua una chica de cinco años acompaña a su madre en el ministerio en el campo y va sola de casa en casa dando el testimonio y colocando revistas con los amos de casa. Una vez al visitar a su abuela anciana y supersticiosa le explicó quién es Jehová y por qué las imágenes que ella tenía, que no podían ver, oír ni hablar, eran inútiles.

En Finlandia, una muchacha de nueve años se hizo activa en el ministerio del campo y no sólo asistía con regularidad a las reuniones de congregación sino que preparaba su lección con anticipación y daba buenas respuestas a las preguntas que se hacían. Al expresarse deseosa de simbolizar su dedicación a Jehová por medio de inmersión en agua, su madre dijo que no estaban del todo preparadas para dar ese paso. La muchachita contestó: “Por supuesto que usted no puede venir, mamá, porque no entiende; pero, déjeme ir a mí; yo conozco la verdad.” De modo que fué y se bautizó.

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