Los jóvenes preguntan...
¿Debo decírselo a mis padres?
‘¡LO QUE mis padres no sepan no va a perjudicarlos!’ ¿Has pensado eso alguna vez cuando has tenido algún problema serio o después de haber cometido algún error que temías que tus padres conocieran?
Harvey es un joven de catorce años que ha estado fumando marihuana. Sus padres no tienen idea de su dependencia de la droga. “Tengo miedo de decírselo”, reconoce Harvey.
Sí, el no atreverse a confiarse a los padres es muy común. Es verdad que un estudio reciente de 2.000 jóvenes reveló que estaban dispuestos a dirigirse a sus padres con preguntas acerca de la escuela, la familia o una carrera. Pero cuando se trata de cuestiones de mayor peso y más delicadas —como el concertar citas y las relaciones sexuales— los jóvenes se dirigen a sus amigos. Así lo explicó la Dra. Jacqueline Smollar, sicóloga que participó en el mencionado estudio: “Los niños saben que los padres no siempre darán su aprobación, mientras que es más probable que los amigos lo hagan”.
¿Acudirías a tus padres si tuvieras un problema serio o hubieras hecho algo malo? ¿O estás convencido de que están chapados a la antigua y no pueden comprenderte ni darte guía útil? ¿Tienes tal vez miedo de que se desilusionen contigo? En cualquier caso, el esconder de tus padres tus problemas no los soluciona. De hecho, puede empeorar la situación.
¡Cuidado con encubrir las cosas!
La Biblia dice en Eclesiastés 7:20: “Pues no hay hombre justo en la Tierra que siga haciendo el bien y no peque”. Pero, ¡así como es común cometer errores, así de difícil es admitirlos! Esto es cierto, especialmente en los casos de un mal serio como mentir, tener relaciones sexuales premaritales o fumar. Con frecuencia, el joven teme lo que podría ocurrir si sus padres se enteraran de ello. Sin embargo, ¿has pensado alguna vez en el precio que se paga cuando uno mantiene en secreto un mal cometido?
Los jóvenes que optan por encubrir su mal sufren los dolores de una conciencia herida. (Romanos 2:15.) Tal como le sucedió al antiguo salmista, sus errores pueden convertirse en ‘una carga pesada’, ‘demasiado pesada’ para llevar. (Salmo 38:4.) Casi inevitablemente se ven forzados a cometer más males, mintiendo y engañando a sus padres. Esto, por su parte, levanta barreras de comunicación entre los padres y los jóvenes y así se impide la ayuda de los padres.
El encubrir problemas puede llegar a convertirse con el tiempo en un hábito. Uno llega a hacerse insensible, tal como aquellos descritos en la Biblia que están “marcados en su conciencia como si fuera con hierro de marcar”. (1 Timoteo 4:2.) Su corazón puede ‘quedar plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo’. (Eclesiastés 8:11.) Y así su relación con Dios queda gravemente perjudicada.
La Biblia dice: “El que está encubriendo sus transgresiones no tendrá éxito, pero al que las está confesando y dejando se le mostrará misericordia”. (Proverbios 28:13.) Presta atención a esto: Es inútil tratar de mantener escondido un mal cometido... tal proceder no tendrá éxito. Un joven llamado Vince observó: “Las consecuencias se pagan más tarde”. ¿Por qué? Porque “de todas maneras Jehová lo ve todo” contesta Betty, una joven de 19 años. Con el tiempo, Él puede hacer que el mal salga a la luz.
De modo que lo más sensato es confesar el mal. En primer lugar, pide a Jehová perdón confesándole en oración el mal que cometiste. “Delante de él derramen ustedes su corazón”, dijo el salmista. (Salmo 62:8.) De este modo se aliviará algo tu remordimiento de conciencia. No obstante, el asunto simplemente no puede quedar ahí. ‘¿Por qué no?’, puede que repliques. ‘¿No es suficiente que Dios lo sepa y que yo lamente lo sucedido?’
Busca la disciplina
No, un joven que haya errado tiene que hacer más que simplemente confesar su pecado a Dios. “Escuchen, oh hijos, la disciplina de un padre y presten atención, para conocer entendimiento.” (Proverbios 4:1.) Es comprensible que tengas cierto temor a tal disciplina. Pero, lo más probable es que eso sea precisamente lo que necesitas. A veces, aun los sabios, necesitan censura y disciplina. Proverbios 9:8, 9 dice: “Da una censura a un sabio y te amará”. ¿Por qué razón? Porque “se hará aún más sabio”.
Pero si resultas ser imprudente y te metes en dificultades, ¡obviamente necesitas disciplina, y más que nunca! Tienes que decírselo a tus padres. Ellos tienen experiencia en la vida y por lo general pueden ayudarte a superar tus errores y evitar repetirlos. Esto es particularmente cierto en el caso de que tus padres teman a Dios. Es verdad que la confesión de un mal no es fácil. Sin embargo, Jehová les dice a los jóvenes: “Honra a tu padre y a tu madre”. (Efesios 6:2.) Jehová ha asignado a tus padres la labor de disciplinarte y si ellos ven la necesidad de castigarte o de restringirte de algo, considéralo una evidencia del amor que te tienen.
¿Amor? Sí, puede que sea difícil creer que en el castigo pueda haber amor. Pero fíjate en lo que dice Proverbios 3:12: “Al que Jehová ama él censura, aun como lo hace un padre a un hijo en quien se complace”. Realmente, ¡cuánto mejor es tener padres que te quieran lo suficiente como para disciplinarte que tener padres a quienes simplemente no les importas!
Los beneficios
Quizás todavía te sea difícil darte cuenta del valor de buscar la disciplina hablando con tus padres sobre el mal que hayas cometido. Por eso, considera los beneficios. En primer lugar, el que admitas de manera directa tus errores te ayuda a sentirte mejor. Chris, un joven de 18 años, dice: “De veras, puede serte de ayuda el hablar. Es un alivio quitártelo de la cabeza”. O, tal como dijo un joven llamado David: “Siempre te estará molestando mientras lo mantengas en secreto”.
El hablar del problema alivia la preocupación. Betty, citada anteriormente, observó que una cosa es saber que Dios conoce el mal que uno ha cometido, pero “tener además que preocuparse por si los padres de uno se enteran, es ya demasiado”. Por otra parte, será más fácil tratar el problema si lo pones al descubierto.
El que arregles las cosas con tus padres puede fortalecer tu corazón y tu mente para hacer lo que es correcto. Chris nos recuerda que “si uno no confiesa el mal, será más fácil repetirlo”.
Un joven señala lo que puede parecer una complicación: “Cuando uno es niño piensa que si va a sus padres con un problema, su relación con ellos sufrirá”. Hay que admitir que quizás, al principio, tus padres se sientan heridos y desilusionados. Pero si tu hablas con ellos voluntariamente, sin que te tengan que sacar la verdad, probablemente se den cuenta de tu valor al hablarles. Apreciarán cuánto los quieres y cuánto confías en ellos. A la larga, puede que incluso aumente la confianza que te tienen. Por lo general, los padres quieren creer que sus hijos tienen buenas cualidades que pueden superar a las malas. Tu honradez les demostrará que tú tienes tales cualidades.
Recuerda también que la confianza es semejante a un camino de dos vías. Jesús dijo: “Dejen de juzgar, y de ninguna manera serán juzgados [...] Porque con la medida con que ustedes miden, se les medirá a ustedes en cambio”. (Lucas 6:37, 38.) Puede que hasta cierto grado este sea el caso de tus padres. Demuéstrales que tú confías en el amor inherente que te tienen. Confía en ellos y busca la guía y ayuda que desean darte.
Finalmente, considera los beneficios que hay en escuchar el consejo sabio de tus padres. Unos cuantos jóvenes lo expresan de esta manera:
“Mis padres pueden ver las cosas desde un punto de vista más objetivo que yo cuando tengo problemas que me afectan emocionalmente”.
“Mis padres me ayudan a pensar en otras soluciones para el problema”.
“Puede que haya que reparar el daño causado y los padres pueden servirte de intermediarios”.
De modo que si alguna vez tienes algún problema serio, no titubees en acudir a tus padres. Dales la oportunidad de ayudarte. Recuerda: Lo que tus padres no sepan quizás no los perjudique a ellos, pero puede causarte daño irreparable a ti. Confía, entonces, en tus padres y disfruta del respeto de ti mismo, de una conciencia limpia y de paz mental.
También recuerda que nada es secreto “a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. (Hebreos 4:13.) El ser consciente de que Jehová sabe lo que hemos hecho puede facilitar el comunicarlo a los padres. Ellos también tienen derecho a saberlo.
[Ilustración en las páginas 16, 17]
¿Quiénes están más capacitados para ayudarte en tus problemas? ¿Tus compañeros y amigos, o tus padres?