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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
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  • Pérdida de respeto
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
w77 1/4 pág. 211

Ponderando las noticias

Pérdida de respeto

● “Los que conocieron a Hastings Kamuzu Banda, ahora presidente del país africano de Malawi, cuando fue estudiante en la Academia Wilberforce en los años veinte dicen que le han perdido el respeto que por mucho tiempo le tuvieron,” escribió Bette Owens en el “Daily News” de Dayton, Ohio. Entre esas personas angustiadas está la Srta. Flora Isabel Askew, quien fue maestra de Banda en Wilberforce. Ella dijo, según se le citó: “Me enteré de que está cometiendo atrocidades contra los Testigos de Jehová y dije: ‘Ay, Dios mío, ¿cómo pudiera haber degenerado hasta tal punto?’”

En Malawi los testigos de Jehová han sufrido persecución brutal porque mantienen neutralidad cristiana y por lo tanto rehúsan comprar una tarjeta política que indica calidad de miembro en el Partido del Congreso de Malawi. (Juan 17:16; 18:36; Sant. 1:27) Sin embargo, muestran respeto apropiado a las “autoridades superiores” gubernamentales.—Rom. 13:1-7.

La posición política sola no asegura respeto general para el hombre en autoridad. Más bien, él se gana respeto y un buen nombre por palabras y hechos excelentes. Aptamente, la Biblia dice: “Mejor es un [buen] nombre que el buen aceite.” (Ecl. 7:1) Por eso, ¿no debería impulsar el juicio sano al Dr. Banda a usar su autoridad para detener las atrocidades que se cometen contra los testigos de Jehová en Malawi y así recobrar una medida del respeto que una vez le tuvo la gente?

Los “lobos” humanos no son mito

● La revista “Family Health” de octubre de 1976 declara: “Dos casos recientes de los Apalaches [una región de los Estados Unidos], informados por doctores de la Universidad de Kentucky, muestran que la licantropía —la ilusión de que uno se está transformando en lobo— no es un mito que haya desaparecido desde hace mucho tiempo, sino un desorden psiquiátrico todavía presente.” Una de las personas que padecían de esta condición era un señor de edad madura que “a menudo dormía en los cementerios y le aullaba a la Luna como lo hacen los lobos.” El otro, un joven, “sentía la invencible necesidad de perseguir conejos vivos y comérselos.”

Aunque para algunos lectores esos informes quizás sean simples artículos de interés, otros pueden ver que casos de esta índole suministran apoyo adicional al relato de la Biblia acerca de la locura del rey Nabucodonosor. En cumplimiento de un sueño profético explicado por el profeta Daniel, aquel monarca babilonio sufrió un ataque de locura que duró siete años, “y vegetación empezó a comer tal como los toros.” Tocante a su enajenación mental, se ha dicho: “La forma de locura de la que padeció cuando el orgullo venció su razón fue la que se llama licantropía, en la cual el paciente cree que es uno de los animales inferiores y obra como tal.” (“The Westminster Dictionary of the Bible,” pág. 422) Después de siete años, Dios le devolvió el juicio a Nabucodonosor.

Niños desorganizadores

● El presidente de sala por retirarse de un Tribunal para Menores, Thomas Gill, dice que, en sus últimos veinte años de trabajar en los tribunales de Connecticut, E.U.A., ha observado la aparición de un más peligroso grupo de niños. Dice que el comportamiento antisocial de éstos es tal que ahora constituyen un “grupo sumamente desorganizador” que “le causa escalofríos a la gente.”

Por su crueldad, estos jóvenes han ido más allá de lo que solía considerarse delincuencia de menores. Gill hizo notar que en un período previo de trece años su tribunal solo tuvo una acusación de homicidio contra un niño en unos 55.000 casos que manejó. Pero en un período reciente de solo un año tuvo tres de esos casos. Y el mismo aumento en la comisión de crímenes por los jóvenes se nota en casi todas partes.

La profecía bíblica predijo que en nuestros tiempos los niños efectivamente serían “desobedientes a los padres,” y que la gente en general carecería con más frecuencia de gobierno de sí misma, y se haría feroz, sin amor a la bondad.—2 Tim. 3:1-5.

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