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  • Dando a Dios la devoción exclusiva que merece
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1975
w75 1/11 págs. 668-670

Dando a Dios la devoción exclusiva que merece

JEHOVÁ DIOS merece un lugar exclusivo en nuestros afectos. Hay muchas razones para esto. Él es la Fuente de la vida. Porque él quiso, existe la vida de criaturas. Su manera de regir se basa en amor, y sus mandamientos sirven para promover la felicidad y bienestar de los que los obedecen. (Sal. 19:7-11) Verdaderamente como el Creador, Fuente de la vida y Legislador, Jehová Dios es digno de nuestra devoción, fuerte apego y ardiente amor. (Rev. 4:11) Nuestro amor a él debe ser superior a nuestro amor a toda otra persona.

El dar uno a Jehová Dios la devoción exclusiva que merece no siempre es cosa fácil. El servicio leal a Dios como discípulo de Jesucristo puede resultar en vituperio y maltrato físico. Hasta miembros allegados de la familia de uno se pueden volver contra uno. Jesucristo dijo: “¿Se imaginan ustedes que vine a dar paz en la tierra? No, les digo por cierto, sino más bien división. Porque de ahora en adelante habrá cinco en una casa divididos, tres contra dos y dos contra tres. Estarán divididos padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra su madre, suegra contra su nuera y nuera contra su suegra.” (Luc. 12:51-53) ¿A qué se debe esta división? Resulta de la manera en que los miembros de la familia responden o reaccionan a las buenas nuevas del reino de Dios. (Mat. 28:19, 20) Algunos aceptan esas “buenas nuevas,” mientras que otros las rechazan y quizás hasta se oponen a ellas enconadamente.

Conociendo estos datos, podemos entender estas palabras de Jesucristo: “Si alguien viene a mí y no odia a su padre y madre y esposa e hijos y hermanos y hermanas, sí, y hasta su propia alma, no puede ser mi discípulo.” (Luc. 14:26) ¿Estaba diciendo con ello el Hijo de Dios que los que llegaban a ser sus seguidores deberían sentir hostilidad o aversión para con sus familias o para con ellos mismos? De ninguna manera. Más bien, estaba aclarando que el amor a la familia y a uno mismo deben colocarse en una posición secundaria. Si una persona no amara a Dios aun más de lo que amara a sus parientes, no podría resistir oposición de la familia. Además, si no pusiera la voluntad de Dios por delante de sus propios deseos, haría cuanto estuviera dentro de su poder por seguir el derrotero que le pareciera más ventajoso aunque significara obrar de modo contrario a los mandamientos de Dios. Claramente, pues, uno puede ser discípulo de Jesucristo solo si está dispuesto a dar a Dios el primer lugar, un lugar singular, en sus afectos, sin importar los obstáculos que tuviera que afrontar como resultado de ello.

Lo que Jesucristo dijo sobre este asunto fue similar a los principios que se manifiestan en la ley mosaica. De los miembros de familia o amigos que rehusaban dar devoción exclusiva a Jehová Dios y trataban de influir en otros para que fueran infieles a Jehová, la Ley decía: “En caso de que tu hermano, el hijo de tu madre, o tu hijo o tu hija o tu esposa estimada o tu compañero que es como tu propia alma, tratare de atraerte seductoramente en secreto, diciendo: ‘Vamos y sirvamos a otros dioses,’ . . . no debes acceder a su deseo ni escucharle, ni debe tu ojo sentirse apenado por él, ni debes sentir compasión, ni cubrirlo protectoramente; sino que debes matarlo sin falta. Tu mano primero que todas debe venir sobre él para darle muerte, y la mano de todo el pueblo después. Y tienes que lapidarlo con piedras, y tiene que morir, porque ha tratado de apartarte de Jehová tu Dios.”—Deu. 13:6-10.

Certísimamente, se requería lealtad y devoción superiores a Dios para testificar contra un miembro allegado de la familia de uno, o un amigo, y luego ser el primero en participar en la ejecución de aquél. Por supuesto, pudiera haber quienes consideraran esto demasiado severo. Pero, ¿lo era?

¿Qué hay si se le permitía al pariente o amigo idólatra continuar viviendo e influir en otros de modo que hicieran lo malo? Esto habría resultado en consecuencias muy serias, sí, trágicas. La prostitución, la homosexualidad, la borrachera y el sacrificio de niños estaban entre las prácticas abominables asociadas con la idolatría. (1 Rey. 14:24; Jer. 19:3-5; Ose. 4:13, 14; Amós 2:8) Piense en lo perjudiciales que para la fibra moral de la nación de Israel serían esas prácticas degradantes y el dolor y daño que causarían. Por consiguiente, la muerte del idólatra protegería a muchos del sufrimiento incalculable que la influencia de él ciertamente habría acarreado si se le hubiese permitido continuar.

Hoy, por supuesto, los cristianos no están autorizados para ejecutar a idólatras. Sin embargo, todavía es verdad que el ceder a la influencia que ejerza un miembro allegado de la familia de uno o un amigo para que uno haga caso omiso de la ley de Dios solo puede significar desastre. Es verdad que un ceder en ese sentido quizás le traiga a uno alivio temporal en lo que toca a amenazas, palabras injuriosas y actos de violencia. Pero en el fondo la persona sabría que estaba siendo desleal a Dios y siguiendo un derrotero que finalmente podría resultar en que Dios la rechazara. Aun el pariente o amigo a cuya influencia cediera sería puesto en desventaja. Sería privado de ver un ejemplo del modo de vivir cristiano que pudiera llevarlo a reexaminar su actitud y quizás llegar a ser él mismo un discípulo cristiano.

El Hijo de Dios puso un ejemplo excelente al no permitir que parientes suyos influyeran incorrectamente en él. En una ocasión sus parientes exclamaron: “Ha perdido el juicio.” (Mar. 3:21) Y a pesar de las obras maravillosas que Jesús estaba efectuando, ‘sus hermanos no ejercían fe en él.’ (Juan 7:5) Pero la falta de fe de aquellos parientes no hizo que Jesús abandonara su labor. Siguió efectuando la obra de Dios. ¿Qué resultado tuvo esto? Después de la muerte y resurrección de Jesús, evidentemente sus hermanos estuvieron en el grupo de unos 120 discípulos que recibieron el espíritu santo en el día del Pentecostés de 33 E.C. (Hech. 1:14; 2:1-4) Porque Jesús dio el énfasis a las relaciones espirituales, no carnales, sus hermanos finalmente obtuvieron una excelente relación espiritual con Jehová Dios.

Los parientes y los amigos no son los únicos que podrían hacer que uno no diera devoción exclusiva a Dios. Realmente, cualquier persona o cualquier cosa que asuma importancia indebida en nuestra vida puede resultar en que no estemos dedicados exclusivamente a Dios. Por ejemplo, la Biblia llama a la codicia “idolatría.” (Col. 3:5) Esto se debe a que el objeto del deseo vehemente de uno desvía de Dios el afecto de uno y así ese objeto se convierte en un ídolo. Considere el caso de la persona que desea conseguir prominencia en el mundo. Su esfuerzo por conseguir esa meta le absorbe completamente todo su tiempo y energías. No piensa en lo que pudiera ser la voluntad de Dios en ese asunto. Obviamente no está dedicada exclusivamente a Dios. Otro interés ha llegado a ser su interés principal... el objeto de su amor.

Puesto que Jehová Dios correctamente requiere devoción exclusiva, tenemos que estar en guardia para que nada asuma importancia indebida en nuestra vida y eche fuera el cariño que le tenemos a él. A nada que este mundo ofrezca debe permitírsele que oscurezca nuestra visión de lo correcto que es permanecer exclusivamente dedicados a Jehová. Debemos prestar atención a esta amonestación inspirada: “No estén amando ni al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo lo que hay en el mundo —el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno— no se origina del Padre, sino que se origina del mundo. Además, el mundo va pasando y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1 Juan 2:15-17) Sí, si nuestro interés principal es dar a Jehová Dios la devoción exclusiva que merece, podemos estar seguros de que nos favorecerá con vida eterna.

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