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  • ¡Cuide su fuerza!
    La Atalaya 1954 | 15 de octubre
    • que usted ha aprendido que surten efecto para usted, y goce de la vida. Aplique estas reglas demasiado estrictamente y usted llegará a ser un caprichoso concentrado en sí mismo que constantemente está lamentándose y hablando acerca de su salud, comida y bebida, vitaminas y minerales.

      Si usted es de una naturaleza amorosa y afectuosa, cuídese de que su afecto no se vuelva sentimentalismo dulce y sin principios. No limite su afecto amigable a unos cuantos favoritos. No sea parcial. Usted tiene muchos hermanos. Ensanche su corazón y un sinnúmero de buenos amigos hallará lugar en él. Es verdad que Jesús amó a Juan en particular, atraído a él debido a parentesco interior, espiritual, los dos siendo amorosos y valientes. Pero Jesús no limitó su amistad a Juan solo, ¿no es verdad? Tampoco debe usted limitar la suya.

      No pocos de ustedes son elocuentes y tienen facilidad de palabra, estando dotados de una libre afluencia de pensamientos y palabras. Controlen este don. No dejen que las palabras fluyan sin cauce definido o con detalle innecesario. No monopolicen las conversaciones. Un buen conversador también es un buen oyente. No hablen demasiado y digan poco. Más bien que decir poco con muchas palabras, digan mucho con pocas. “Es parco en palabras quien tiene la sabiduría.” Por eso cuenten sus palabras y ustedes harán que sus palabras cuenten. Rebose con verdad, sí; pero no charlotee. Recuerde, aun el silencio puede ser elocuente a veces. “Aun el necio, si calla, pasará por sabio, y por prudente si cierra sus labios.”—Pro. 17:27, 28, NC.

      Por eso mientras estamos alerta contra nuestras debilidades vigilemos nuestras fuerzas, recordando: “El que teme a Dios evitará ambos extremos.”

  • ‘Lo que siembras segarás’
    La Atalaya 1954 | 15 de octubre
    • ‘Lo que siembras segarás’

      EL 7 de diciembre de 1953 se publicaron en el Tribune de Des Moines, Iowa, los resultados de una investigación que se hizo entre clérigos respecto a qué cosa constituye su mayor problema. Entre las respuestas estaban éstas: “La somnolencia espiritual de la congregación.” “Indiferencia.” “Apatía hacia el trabajo de iglesia.” “Cristianismo tibio que lleva a toda clase de problemas.” “El conseguir que los que van a las iglesias hagan una obra de evangelizar personalmente. Hay tantos tímidos, temerosos.” “Mientras más grande la iglesia, menos el celo y actividad que se ve.” Y así por el estilo.

      Y bajo el encabezamiento, “Denuncian las iglesias por no cumplir sus propósitos,” The Daily Times de Dallas, Texas, informó, el 3 de febrero de 1954, sobre lo que había dicho Harold C. Case, presidente de la Universidad de Boston, durante la décimonona celebración anual de la Semana de Ministros de la Universidad Southern Methodist. El Sr. Case amonestó a los clérigos contra el entregarse tan cabalmente al desarrollo de su iglesia como institución que pasaran por alto su verdadero propósito. “Puede que los presupuestos reciban más atención que la Biblia y el competir para ocupar un lugar brillante pueda cautivarlos más que el cooperar o cumplir con la condición del Reino de Dios en la tierra.” Hizo notar además que “la gente espera que [los clérigos] sean religiosos y que afecten tal actitud y empleen palabras grandes sin hacer un examen riguroso de ellos mismos. Los ministros, en algunos casos, están perdiendo de vista cuál es su objetivo porque se interesan demasiado en sus salarios, puestos y adelantamientos.”

      ¿Será posible que exista alguna relación de causa y efecto entre la concentración de los clérigos en tales cosas como salarios, puestos y adelantamientos y la apatía, somnolencia, indiferencia, y actitud tibia de sus feligreses? ¿Será posible que al darle más énfasis a sus presupuestos que a sus Biblias los mismos clérigos que se quejan de la condición de sus feligreses simplemente vean en su congregación un reflejo de ellos mismos, que simplemente estén segando lo que sembraron?—Gál. 6:7.

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