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  • Lo vendieron como esclavo
    ¡Despertad! 1995 | 8 de junio
    • Lo vendieron como esclavo

      Por un corresponsal de ¡Despertad! en África

      OLAUDAH EQUIANO nació en 1745 en la región que hoy corresponde al este de Nigeria. La vida en su aldea era la habitual de la época. Los miembros de la familia cultivaban juntos maíz, algodón, ñame y frijol. Los hombres cuidaban vacas y cabras. Las mujeres hilaban el algodón y lo tejían.

      El padre de Equiano era un anciano eminente del clan y juez de la comunidad. Equiano iba a heredar su posición, pero no llegó a hacerlo, pues fue raptado cuando era niño y vendido como esclavo.

      Pasó de un negrero a otro, y no conoció a los europeos sino hasta que llegó a la costa. Años más tarde puso por escrito sus impresiones: “Lo primero que me saltó a la vista al llegar a la costa fue el mar y un barco de esclavos fondeando a la espera de la mercancía. Ambas cosas me llenaron de asombro, que pronto dio paso al horror cuando me subieron a bordo. Algunos miembros de la tripulación me tocaron y me lanzaron al aire a fin de ver si estaba sano. Para aquel entonces estaba convencido de que me hallaba en un mundo de espíritus malignos que querían matarme”.

      Al mirar en torno suyo, Equiano vio a “una multitud de negros de toda clase, encadenados, con rostros transidos de abatimiento y pesar”. Abrumado, se desmayó. Sus compañeros africanos lo reavivaron y consolaron. Equiano prosigue: “Les pregunté si aquellos blancos nos iban a comer”.

      Equiano fue enviado a Barbados, luego a Virginia y por último a Inglaterra. Al ser adquirido por el capitán de un barco, recorrió mucho mundo. Aprendió a leer y escribir, llegó a comprarse la libertad, y desempeñó un papel clave en el movimiento abolicionista británico. En 1789 publicó su biografía, uno de los pocos relatos —posiblemente el mejor— sobre la trata de esclavos redactado por una víctima africana.

      Pero millones de africanos no corrieron igual fortuna. Desgajados de sus familias y hogares, fueron enviados a través del Atlántico en condiciones inhumanas. Ellos, y los hijos que tuvieron, fueron objeto de compraventa, al igual que el ganado, y se les obligó a trabajar afanosamente sin paga para enriquecer a extraños. La mayoría de estos oprimidos vivieron sin derechos, sujetos a los castigos, abusos e incluso al asesinato por parte de dueños caprichosos. Para los más de los esclavos, la única liberación era la muerte.

  • Millones fueron esclavizados
    ¡Despertad! 1995 | 8 de junio
    • Millones fueron esclavizados

      CUANDO nació Olaudah Equiano, los barcos negreros de Europa llevaban ya dos siglos y medio recorriendo el Atlántico. Pero la esclavitud tenía mucha más antigüedad. La esclavización de seres humanos, normalmente vencidos en combate, se practicaba en todo el mundo desde tiempos inmemoriales.

      Asimismo la esclavitud había florecido en África mucho antes de que llegaran las naves europeas. The New Encyclopædia Britannica comenta al respecto: “Desde que hay constancia histórica, los esclavos han sido artículos de propiedad en el África negra. [...] La esclavitud se practicaba por doquier, incluso con anterioridad al surgimiento del Islam, y los esclavos negros exportados desde África se comercializaban por todo el mundo islámico”.

      En el caso del comercio trasatlántico, la diferencia radicaba en su magnitud y duración. Según los cálculos más confiables, entre el siglo XVI y el XIX cruzaron el Atlántico de diez a doce millones de cautivos.

      La ruta triangular

      Poco después de que Cristóbal Colón realizara su viaje de 1492, los colonos europeos se dedicaron a las explotaciones mineras y a las plantaciones de caña de azúcar en América. Aparte de avasallar a los nativos, iniciaron la importación de africanos.a El goteo inicial de esclavos que atravesaban el Atlántico a mediados del siglo XVI acabó convirtiéndose en un verdadero torrente a mediados del siglo XVIII, cuando se recibían 60.000 cautivos anualmente.

      Los barcos europeos describían habitualmente una trayectoria triangular: primero, el viaje hacia el sur, de Europa a África; luego, el viaje intermedio (el segundo lado del triángulo) a América; y, finalmente, el regreso a Europa.

      En cada vértice del triángulo, los capitanes comerciaban. Los barcos zarpaban de los puertos europeos sobrecargados de géneros tales como telas, hierro, armas y alcohol. Cuando arribaban a la costa occidental de África, los capitanes trocaban las mercancías por esclavos comprados a negreros africanos, y luego los hacinaban en barcos que se hacían a la vela con rumbo a América. Al llegar allí, los vendían, tras lo cual cargaban artículos de producción esclavista: azúcar, ron, melaza, tabaco, arroz y, a partir de 1780, algodón; entonces regresaban a Europa, destino final del viaje.

      Tanto para los tratantes de Europa y África como para los colonos americanos, el tráfico de mercancía viva, según sus términos, representaba un negocio, un modo de ganar dinero. Para los esclavizados —maridos y mujeres, padres y madres, hijos e hijas— representaba salvajismo y horror.

      ¿De dónde procedían los esclavos? Algunos, como Olaudah Equiano, habían sido raptados, pero la mayoría eran cautivos de guerras entre estados africanos. Los proveedores eran africanos. El historiador Philip Curtin, especialista en el tema del comercio de esclavos, escribe: “Los europeos no tardaron en aprender que África era muy insalubre para ellos, lo que les impedía realizar las capturas directamente. La esclavización se convirtió en actividad exclusiva de los africanos [...]. Al comienzo, los cautivos constituían el mayor caudal que alimentaba el comercio de esclavos”.

      El viaje intermedio

      El viaje a América era aterrador. Los africanos primero marchaban hacia la costa en grupos, atados con grilletes, y luego languidecían, a veces durante meses, en fortines de piedra o en recintos de madera aún más pequeños. Para cuando llegaban los barcos que los llevarían a América, solían estar enfermos por los abusos padecidos. Pero aún les quedaba lo peor.

      Los hombres eran arrastrados a bordo, desnudados y examinados por el médico o el capitán del barco; luego eran encadenados y metidos bajo cubierta. Para que la rentabilidad fuera mayor, el capitán llenaba la bodega al máximo de esclavos. Los niños y las mujeres tenían mayor libertad de movimiento, aunque ello los dejaba a merced de la lujuria de la tripulación.

      En la bodega el aire era fétido y viciado. Así describió la situación Equiano: “La mala ventilación del lugar y el calor del clima, unidos a la multitud que había en el barco, tan apretada que uno apenas podía darse la vuelta, casi nos ahogó. Esta situación provocó copiosos sudores, de forma que el aire no tardó en hacerse irrespirable por las miasmas y desencadenó una enfermedad entre los esclavos, muchos de los cuales murieron [...]. Los gritos desgarradores de las mujeres y los gemidos de los moribundos convertían todo en una escena de horror casi inimaginable”. Los cautivos tenían que soportar ese suplicio durante toda la travesía, que duraba dos meses, y a veces más.

      Las condiciones sumamente antihigiénicas favorecían las enfermedades. Eran frecuentes las epidemias de disentería y viruela. La tasa de mortalidad era alta. Los documentos indican que, hasta mediados del siglo XVIII, uno de cada cinco africanos embarcados fallecía. Los muertos eran arrojados por la borda.

      Llegada a América

      Cuando los barcos negreros se acercaban a América, la tripulación preparaba a los africanos para la venta. Les quitaban las cadenas, los cebaban de comida y los untaban con aceite de palma para que parecieran más sanos y para disimular las llagas y heridas.

      Los capitanes normalmente subastaban a los cautivos, aunque en ocasiones cobraban de antemano un precio y ponían en vigor “la ley del más fuerte”, tal como explicó Equiano: “Al darse la señal (que podía ser un redoble de tambor), los compradores salían disparados hacia donde estaban confinados los esclavos y elegían el lote de su preferencia. El ruido y la algarabía, unidos a la avidez visible en el rostro de los compradores, contribuían no poco a agravar la aprensión de los despavoridos africanos”.

      Equiano añade: “De este modo, sin escrúpulo alguno, se separa a parientes y amigos, que en la mayoría de los casos no volverán a verse jamás”. Para las familias que habían logrado sobrevivir unidas durante los meses de pesadilla, era un golpe durísimo.

      Trabajar a latigazos

      Los esclavos africanos trabajaban en los campos de café, arroz, tabaco, algodón y, sobre todo, de azúcar. También podían ser mineros, carpinteros, metalúrgicos, relojeros, armeros y marineros. Otros se dedicaban a las labores domésticas: sirvientes, enfermeros, sastres y cocineros. Los esclavos desmontaban el terreno, construían carreteras y edificios y excavaban canales.

      A pesar del trabajo extenuante que realizaban, los esclavos eran considerados posesiones, sobre las que el amo tenía plenos derechos legales. Sin embargo, la esclavitud no prevaleció tan solo por la negación de los derechos y libertades: subsistió a latigazos. La autoridad de los amos y de sus capataces dependía de su habilidad para causar dolor, lo que hacían a la perfección.

      Para disuadir a los esclavos de rebelarse y poder contenerlos, los señores administraban denigrantes castigos físicos aun por insignificancias. Equiano escribe: “[En las Indias Occidentales] era muy común marcar con hierro candente a los esclavos las iniciales del amo y colgarles al cuello un montón de pesados ganchos de hierro. Por nimiedades se les cargaba cadenas y, con frecuencia, se les añadía instrumentos de tortura. La mordaza de hierro, las empulgueras, etcétera [...] se aplicaban a veces por insignificancias. He visto cómo golpeaban a un negro hasta romperle algún hueso, solo porque había dejado rebosar un guiso en el fogón”.

      Cuando los esclavos decidían rebelarse, fracasaban en la mayoría de las ocasiones, y se les reprimía atrozmente.

      [Nota a pie de página]

      a Las principales naciones europeas directamente implicadas eran Dinamarca, España, Francia, Gran Bretaña, Holanda y Portugal.

      [Ilustraciones en la página 5]

      Los muertos eran arrojados por la borda

      Llenaban la bodega al máximo de esclavos

      [Reconocimientos]

      Culver Pictures

      Schomburg Center for Research in Black Culture/The New York Public Library/Astor, Lenox and Tilden Foundations

  • ¿Cómo fueron capaces?
    ¡Despertad! 1995 | 8 de junio
    • ¿Cómo fueron capaces?

      ¿QUÉ justificación se daba al comercio de esclavos? Los historiadores señalan que hasta el siglo XVIII pocos cuestionaron lo ético de la esclavitud. El libro The Rise and Fall of Black Slavery (Ascenso y caída de la esclavitud negra) comenta: “Para cuando Colón se topó con las Indias Occidentales, ni la Iglesia ni los escritos que esta aceptaba habían indicado a los futuros pobladores que el empleo de trabajadores forzados se considerara inmoral, si bien algunos eclesiásticos habían mostrado sus recelos individuales. [...] No había señal alguna de que el esclavismo, tan arraigado como estaba en la sociedad europea, hubiera de ser puesto en tela de juicio”.

      Cuando el tráfico trasatlántico estaba en su apogeo, muchos clérigos trataron de legitimar la esclavitud con sus argumentos teológicos. El libro American Slavery (Esclavitud americana) señala: “Los pastores protestantes [de Estados Unidos] desempeñaron un papel primordial en la defensa del esclavismo [...]. Es probable que el argumento más difundido y aceptado fuera que la esclavitud formaba parte del plan de Dios de exponer a los paganos a las bendiciones del cristianismo”.

      Pero el trato que recibían los esclavos, con frecuencia cruel y despiadado, exigía un pretexto más plausible que brindarles “las bendiciones del cristianismo”. Por esta razón, los amos coloniales, así como algunos escritores y filósofos europeos, se justificaron alegando que los blancos eran distintos a los negros. Edward Long, hacendado que escribió la obra History of Jamaica (Historia de Jamaica), comentó: “Si reflexionamos en la naturaleza de estos hombres, y en su desemejanza con el resto del género humano, ¿acaso no hemos de inferir que son de una especie distinta?”. Las consecuencias de este razonamiento se ven claramente en las palabras de cierto gobernador de Martinica: “He llegado al punto de persuadirme de que hay que tratar a los negros como a bestias”.

      Con el tiempo, el egoísmo económico y los desvelos humanitarios propiciaron el fin del comercio trasatlántico de esclavos. Los pueblos africanos se habían resistido desde el principio a la esclavización, y a finales del siglo XVIII las rebeliones eran frecuentes. Los propietarios, presa del miedo, se veían en una situación cada vez más precaria. Llegaron a plantearse si, en vez de mantener esclavos, les tendría cuenta contratar jornaleros.

      Al mismo tiempo, en Europa y América iban cobrando cada vez más aceptación los argumentos éticos, religiosos y humanitarios en contra de la esclavitud. Los movimientos abolicionistas adquirieron vigor. A pesar de que desde 1807 se había abolido legalmente el tráfico de esclavos en muchos países, persistían las lacras de la esclavitud.

      Una serie de televisión titulada The Africans: A Triple Heritage (Los africanos: herencia triple) dio voz lastimera a los hijos de África: “Mucho antes de que llegara la esclavitud, vivíamos en [...] África. Luego vinieron extraños y nos llevaron lejos. Hoy vivimos tan dispersos que el sol nunca se pone entre los descendientes de África”. La presencia de millones de personas de origen africano en Norteamérica, Sudamérica, el Caribe y Europa es una palpable consecuencia de la trata de esclavos.

      Todavía se discute a quién hay que culpar por el comercio trasatlántico de esclavos. Basil Davidson, especialista en historia africana, dice en su libro Madre negra: “África y Europa estuvieron conjuntamente envueltas”.

      “Venga tu reino”

      De todo lo anterior se extrae una lección tocante a la dominación del hombre. El Sabio escribió: “Observé todas las opresiones que se cometen bajo el sol: Y he aquí, vi las lágrimas de los oprimidos, sin que tuvieran consolador; en mano de sus opresores estaba el poder”. (Eclesiastés 4:1, La Biblia de las Américas.)

      Lamentablemente, estas palabras, escritas mucho antes de que principiara el tráfico de esclavos africanos, conservan su vigencia en la actualidad. Todavía tenemos a opresores y oprimidos y, en algunos países, a esclavos y amos. Los cristianos saben que mediante su Reino, Jehová pronto “librará al pobre que clama por ayuda, también al afligido y a cualquiera que no tiene ayudador”. (Salmo 72:12.) Por esta razón, entre otras muchas, seguirán orando a Dios: “Venga tu reino”. (Mateo 6:10.)

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