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    Anuario de los testigos de Jehová 2010
    • “SEGUIRÉ PREDICANDO”

      Sotir Ceqi era un ortodoxo devoto que vivía en Tirana. De niño había padecido tuberculosis de los huesos y sufría terribles dolores de piernas. A los 17 años se hallaba tan deprimido que tomó la decisión de suicidarse arrojándose a las vías del tren. Cuando ya estaba pensando intentarlo, recibió la visita de su pariente Leonidha Pope. Sin saber lo que Sotir planeaba, Leonidha le explicó que Jesús había curado a los enfermos y que la Tierra se convertiría en un paraíso. Además, le dio un ejemplar de las Escrituras Griegas, que Sotir comenzó a leer de inmediato.

      Sotir relata: “Era como si me hubieran dado agua para mi sed. ¡Había encontrado la verdad!”.

      A los pocos días, y sin haber vuelto a ver a Leonidha, Sotir llegó a la siguiente conclusión: “La Biblia dice que Jesús predicó. Todos los apóstoles y discípulos predicaron. Está claro que yo debo hacer lo mismo”.

      Así que Sotir salió a predicar. Con su ejemplar de las Escrituras Griegas en una mano y una muleta en la otra, fue predicando valientemente de casa en casa.

      En aquellos años, la Sigurimi (Dirección de Seguridad del Estado) era la encargada de velar por la seguridad de la nación. Sus agentes, siempre atentos a cualquier supuesta amenaza para el comunismo, enseguida observaron la audacia con que Sotir predicaba. Lo arrestaron, lo retuvieron durante horas, lo golpearon y le ordenaron que no predicara más.

      Cuando lo soltaron, Sotir se puso en contacto con Leonidha, quien lo llevó a casa de Spiro Karajani, un médico que había aprendido la verdad algunos años antes. Spiro no solo atendió a Sotir, sino que también lo ayudó a comprender mejor la verdad.

      Spiro le aconsejó: “Si vuelven a arrestarte, no firmes nada sin leer primero cada línea y cada palabra. Haz una raya después de lo que ellos escriban. No dejes espacios en blanco. Lee todo con mucho cuidado, y asegúrate de que lo que firmes sea lo que tú dijiste”.

      Solo dos días después, la policía atrapó a Sotir predicando de nuevo. En la comisaría le ordenaron que firmara una declaración. Cuando estaba a punto de hacerlo, recordó el consejo de Spiro. A pesar de que lo estaban presionando para que firmara rápidamente, Sotir se tomó su tiempo y lo leyó todo.

      Entonces dijo: “Lo siento, no puedo firmar. Yo no dije estas palabras. Si firmara este documento, estaría mintiendo, y yo no puedo mentir”.

      Ante aquello, los agentes hicieron un látigo con una cuerda y lo usaron para azotar a Sotir durante horas. Como seguía negándose a cooperar, lo obligaron a sujetar dos cables mientras lo sometían repetidamente a terribles descargas eléctricas.

      Sotir contó tiempo después: “Cuando ya casi no podía soportar el dolor, oré con lágrimas en los ojos. De repente se abrió la puerta, y allí estaba el oficial principal. Echó un vistazo y enseguida volvió la cabeza y ordenó: ‘¡Alto! ¡No se supone que hagan esto!’”. Todos sabían muy bien que la tortura era ilegal. Dejaron de agredir a Sotir, pero no dejaron de presionarlo para que firmara el documento. Aun así, él se negó.

      Finalmente dijeron: “¡Tú ganas!”. A regañadientes escribieron la declaración hecha por Sotir, la cual contenía un excelente testimonio, y le entregaron el documento. A pesar de haber pasado horas recibiendo golpes y descargas eléctricas, Sotir leyó con mucho cuidado cada palabra. Si alguna oración terminaba a mitad de una línea, él hacía una raya hasta el final del renglón.

      —Pero ¿puede saberse dónde aprendiste a hacer eso? —preguntaron los asombrados policías.

      —Jehová me enseñó a no firmar cosas que no he dicho —respondió Sotir.

      —Está bien, está bien. Pero ¿quién te dio esto? —preguntó un policía mientras le daba a Sotir un trozo de pan y otro de queso. Ya eran las nueve de la noche, y Sotir se moría de hambre, pues no había comido nada en todo el día. El policía insistió: “¿Fue Jehová? No, fuimos nosotros”.

      —Jehová tiene muchas formas de proveer —contestó Sotir— y acaba de ablandarles el corazón a ustedes.

      —Te soltaremos —dijeron frustrados los policías—, pero si vuelves a predicar, ya sabes lo que te espera.

      —Entonces no me dejen ir, porque seguiré predicando —replicó Sotir.

      —Será mejor que no le cuentes a nadie lo que ha pasado aquí —ordenó el oficial.

      —Si me preguntan —dijo Sotir—, no puedo mentir.

      —¡Ya lárgate! —gritó furioso el policía.

      Sotir fue uno de los muchos hermanos torturados de aquella manera. Fue tras esta prueba de fe cuando Sotir se bautizó.

  • Albania
    Anuario de los testigos de Jehová 2010
    • [Ilustración de la página 147]

      “Jehová me enseñó a no firmar cosas que no he dicho” (Sotir Ceqi)

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