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Se desatan las aguas de la ReformaLa Atalaya 1987 | 1 de octubre
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“Una de las principales causas de las primeras emigraciones hacia América —escribe A. P. Stokes en Church and State in the United States— fue el deseo de libertad religiosa.” La gente estaba cansada del hostigamiento. Bautistas, cuáqueros, católicos romanos, hugonotes, puritanos, menonitas y otros estuvieron dispuestos a soportar los rigores del viaje y a zambullirse en lo desconocido. Stokes da esta cita de uno: “Ansiaba un país donde pudiera adorar a Dios libremente según lo que la Biblia me enseñaba”. Se puede medir la intolerancia que estos emigrantes dejaron atrás por las dificultades que estaban dispuestos a aguantar. Según el historiador David Hawke en The Colonial Experience, tras partir con gran angustia del país de origen, los viajeros probablemente se enfrentaban a “dos, tres o cuatro meses de temer, día tras día, ser tragados por las olas o atacados por crueles piratas”. Después de sufrir las inclemencias del tiempo, se verían “en tierra entre indios bárbaros, notorios por su pura crueldad [...] [y padecerían] hambre por largo tiempo”.
Los individuos buscaban libertad, las potencias coloniales procuraban riquezas. Prescindiendo del motivo, los colonizadores llevaban consigo su propia religión. Alemania, Holanda y Gran Bretaña hicieron de la América del Norte un baluarte protestante. El esfuerzo particular del gobierno británico fue “evitar que el catolicismo romano [...] dominara en la América del Norte”. Canadá llegó a estar bajo la influencia de Francia y de Gran Bretaña. La política del gobierno francés era “mantener a Nueva Francia en la fe católica romana”, y hasta rehusó permitir que los hugonotes entraran en Quebec.
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Se desatan las aguas de la ReformaLa Atalaya 1987 | 1 de octubre
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Gran Bretaña y los Estados Unidos, firmemente en manos de líderes seglares protestantes, formaron juntos la séptima potencia mundial de la historia bíblica, y tomaron el timón en el siglo XVIII.
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