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PedroPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Este, en efecto, manifestó cualidades comparables a las de una roca, en especial después de la muerte y resurrección de Jesús, al convertirse en una influencia fortalecedora para sus compañeros cristianos. (Jn 1:47, 48; 2:25; Lu 22:32.)
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PedroPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 2
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Los evangelios recogen más declaraciones de Pedro que de cualquiera de los otros once apóstoles. Se ve con claridad que no era tímido ni indeciso, sino de carácter extravertido. Este hecho hizo que hablara antes que los demás y que expresara su parecer cuando otros permanecían en silencio. Asimismo, planteó preguntas que hicieron que Jesús aclarase y ampliase sus ilustraciones. (Mt 15:15; 18:21; 19:27-29; Lu 12:41; Jn 13:36-38; compárese con Mr 11:21-25.) A veces fue impulsivo e impetuoso al hablar. Por ejemplo, fue él quien sintió la necesidad de decir algo al presenciar la transfiguración. (Mr 9:1-6; Lu 9:33.) Su comentario, un tanto irreflexivo, sobre lo provechoso de estar allí y su proposición de edificar tres tiendas, parecen indicar que no quería que terminara la visión (en la que Moisés y Elías ya se estaban separando de Jesús), sino que continuara. La noche de la última Pascua en un principio se negó enérgicamente a que Jesús le lavase los pies, pero al ser reprendido quiso también que le lavase la cabeza y las manos. (Jn 13:5-10.) Sin embargo, se puede ver que en el fondo las expresiones de Pedro nacían de sus buenos deseos e intenciones, así como de sus fuertes sentimientos. El hecho de que se hayan incluido en el registro bíblico pone de manifiesto su valor, aunque a veces revelan ciertas flaquezas humanas de quien las pronunció.
Por ejemplo, cuando muchos discípulos tropezaron por la enseñanza de Jesús y lo abandonaron, Pedro, en nombre de todos los apóstoles, manifestó su determinación de permanecer con su Señor, quien tenía “dichos de vida eterna [...], el Santo de Dios”. (Jn 6:66-69.) Después que los apóstoles respondieron a la pregunta de Jesús acerca de lo que opinaba la gente sobre su identidad, de nuevo fue Pedro quien expresó la firme convicción: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”, por lo que Jesús lo pronunció bienaventurado o “feliz”. (Mt 16:13-17.)
Pedro fue quien más veces habló, pero también fue a quien con más frecuencia se corrigió, reprendió o censuró. En una ocasión, movido por la compasión, cometió el error de atreverse a llevar a Jesús aparte y reprenderlo por haber predicho sus propios sufrimientos y su muerte como Mesías. Jesús le dio la espalda y le dijo que era un opositor, o Satanás, que ponía los razonamientos humanos por delante del propósito de Dios registrado en la profecía. (Mt 16:21-23.) Sin embargo, debe notarse que Jesús ‘miró a los otros discípulos’, lo que parece dar a entender que sabía que Pedro expresaba sentimientos que los demás compartían. (Mr 8:32, 33.) Cuando Pedro se tomó la libertad de hablar en nombre de Jesús respecto al pago de cierto impuesto, Jesús, de manera muy bondadosa, le ayudó a reconocer la necesidad de ser más reflexivo antes de hablar. (Mt 17:24-27.) Pedro manifestó exceso de confianza y cierto sentimiento de superioridad sobre los otros once cuando afirmó que aunque ellos tropezaran con relación a Jesús, él nunca lo haría, y estaría dispuesto a ir a prisión e incluso morir con Jesús. Es cierto que todos los demás respaldaron esta afirmación, pero Pedro fue el primero en decirlo y reafirmarlo “con insistencia”. Fue entonces cuando Jesús predijo que Pedro negaría a su Señor tres veces. (Mt 26:31-35; Mr 14:30, 31; Lu 22:33, 34.)
Pedro no solo era un hombre de palabras, sino de acción: demostró iniciativa, valor y un fuerte apego a su Señor. Cuando Jesús se retiró a un lugar solitario antes del amanecer, para orar, Simón no tardó mucho en ‘ir en su busca’ con un grupo de acompañantes. (Mr 1:35-37.) También fue Pedro quien pidió a Jesús que le ordenase andar sobre las aguas azotadas por la tormenta para llegar hasta donde él se hallaba, y anduvo cierta distancia antes de ceder a la duda y empezar a hundirse. (Mt 14:25-32.)
Durante la última noche de la vida terrestre de Jesús, Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de acompañarlo al jardín de Getsemaní, donde Jesús se ocupó en orar con fervor. Al igual que los demás apóstoles, Pedro se durmió debido al cansancio y la tensión producida por la tristeza. Quizás debido a que Pedro había expresado reiteradamente su determinación de seguir a Jesús, fue a él en particular a quien se dirigió cuando dijo: “¿No pudieron siquiera mantenerse alerta una hora conmigo?”. (Mt 26:36-45; Lu 22:39-46.) Pedro no se ‘ocupó en orar’, y sufrió las consecuencias.
Cuando los discípulos vieron que la chusma estaba a punto de prender a Jesús, preguntaron si deberían luchar, pero Pedro, sin esperar respuesta, intervino cortando con la espada la oreja de un hombre (acción con la que posiblemente pretendía causar un daño mayor), para luego ser censurado por Jesús. (Mt 26:51, 52; Lu 22:49-51; Jn 18:10, 11.) Aunque Pedro abandonó a Jesús, al igual que los otros discípulos, luego siguió “de lejos” a la chusma que fue a detenerle, tal vez debatiéndose entre el temor por su propia vida y su profunda preocupación respecto a lo que le sucedería a Jesús. (Mt 26:57, 58.)
Una vez que Pedro llegó a la casa del sumo sacerdote, otro discípulo que debía haberle seguido o acompañado le ayudó para que pudiese entrar hasta el mismo patio. (Jn 18:15, 16.) Una vez allí, no permaneció discretamente callado en algún rincón oscuro, sino que fue y se calentó en el fuego. El resplandor hizo posible que se le reconociese como compañero de Jesús, y su acento galileo dio pábulo a las sospechas. Al ser acusado, Pedro negó por tres veces que conociese a Jesús, y, finalmente, llevado por la vehemencia de su negación, llegó a echar maldiciones. Desde alguna parte de la ciudad se oyó a un gallo cantar por segunda vez, y Jesús “se volvió y miró a Pedro”. Este, abatido, salió fuera y lloró amargamente. (Mt 26:69-75; Mr 14:66-72; Lu 22:54-62; Jn 18:17, 18; véanse CANTO DEL GALLO; JURAMENTO.) Sin embargo, la súplica que Jesús había hecho a favor de Pedro con anterioridad recibió respuesta, y su fe no desfalleció por completo. (Lu 22:31, 32.)
Después de la muerte y resurrección de Jesús, el ángel les dijo a las mujeres que fueron a la tumba que llevaran un mensaje a “sus discípulos y a Pedro”. (Mr 16:1-7; Mt 28:1-10.) Cuando María Magdalena comunicó el mensaje a Pedro y a Juan, los dos salieron corriendo hacia la tumba y Juan llegó primero. Mientras que este se detuvo frente a la tumba y tan solo miró al interior, Pedro entró hasta dentro, seguido luego por Juan. (Jn 20:1-8.) El que Jesús se le apareciera antes que al grupo de discípulos y el que el ángel le hubiese nombrado específicamente a él, debió confirmar al arrepentido Pedro que su triple negación no había cortado para siempre su relación con el Señor. (Lu 24:34; 1Co 15:5.)
Antes que Jesús se manifestara a los discípulos en el mar de Galilea (Tiberíades), Pedro, con su característico dinamismo, dijo a los demás que se iba a pescar, y ellos decidieron acompañarlo. Más tarde, cuando Juan reconoció a Jesús en la playa, Pedro se echó al agua impulsivamente y nadó a tierra, dejando que los demás llevaran la barca. No obstante, fue Pedro quien luego, al pedir Jesús unos peces, se fue y llevó la red a la orilla. (Jn 21:1-13.) En esta ocasión Jesús le preguntó tres veces a Pedro (quien había negado tres veces a su Señor) si le amaba, dándole la comisión de ‘pastorear sus ovejas’. Jesús también predijo cómo moriría Pedro, quien al ver al apóstol Juan, preguntó: “Señor, ¿qué hará este?”. Una vez más, Jesús corrigió su punto de vista y le señaló la necesidad de que ‘fuera su seguidor’, sin preocuparse por lo que los demás pudieran hacer. (Jn 21:15-22.)
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